27 diciembre 2006

“A VECES LAS POLLAS SON MÁS INTELIGENTES QUE LAS PERSONAS”

VÍCTOR COYOTE “Cruce de Perras y otros relatos de los ochenta” (Visual Books, 2.006)


De todos los protagonistas de los primeros ochenta madrileños susceptibles de decidirse a poner por escrito sus impresiones, opiniones y vivencias, Víctor Coyote es quien puede ofrecer una mirada más peculiar, nada acomodaticia, situada en ese ángulo desde el que nadie se asoma. Estos relatos tienen el acierto de ofrecer, una vez leídos, una reveladora visión de conjunto, de transmitir una serie de sensaciones que colocan momentáneamente nuestros pies sobre aquel asfalto, sobre aquel vertiginoso nihilismo, ir y venir de vacuidad e ilusión, salpicados de talento e intuición. Y todo sorteando los lugares comunes y la historia oficial.

Víctor es un creador estimulante y personal, tanto como dibujante y diseñador como músico. Los textos de sus canciones se nutren de la misma vocación peculiarmente descriptiva y narrativa que aquí se despliega, y su concepto musical vibrante, apasionado y sujeto a radicales contrastes, es uno de los mayores ejercicios de personalidad de que ha disfrutado el rock en castellano en su historia, que no es precisamente corta.

Centrándonos en lo que nos ocupa, nos encontramos en este libro de estimulante y rápida lectura con textos casi siempre originales en su planteamiento, hechos reales y aceradas opiniones revestidas de ficción, sátira y punzante humor, impresionistas retratos llevados a cabo con buen pulso, fabulaciones bien armadas o reflexiones curiosas y esclarecedoras. Hay relatos que parecen centrarse en acontecimientos puntuales y nos transmiten el delirio del momento, aunque su lectura no pasa de anecdótica como “Tendencias”, “Demasiado borracho para follar” o “La mártir del Santa Futura”. Otros adolecen de exceso de páginas, lo que diluye un poco sus méritos, tal que “Rockers y coleccionismo” o el final “La Patente Latina”, asunto este que nunca abandona el pensamiento de nuestro autor, y que aquí es abordado desde un punto de vista curioso y tan original como lo mejor del conjunto, con su dosis de ajuste de cuentas. Otros, como “Esto es moderno”, vuelven sobre el tópico del artista que se vende a cambio del éxito, con moraleja y todo. Lo mórbido del asunto consiste en tratar de ponerles nombres reales a los protagonistas. “Televisión por la ventana del hotel” es auténtica televisión-ficción (digo yo). Hay estudios de antropología urbana tejidos con esmero para precipitarse mejor en un ejercicio surrealista-burlesco, como un chiste largamente elaborado (“Aparición en el Silver”). Y, finalmente, textos magníficos, desarrollados de manera excelente y ajustada que rayan a gran altura: “Poch nunca se equivocó” evoluciona entre la ternura, el cariño, y un sentido del absurdo tan ingenioso que se convierte de largo en el mejor obituario que jamás he leído sobre el donostiarra. “El perro del aviador” es un preciso retrato cargado de humor acerca de algunos de los choques de trenes generacionales tan comunes en aquellos años. Y “Cruce de Perras”, delirante e hilarante, es una historia de esas tan originales y buenas que sólo pueden ser verdad.

24 diciembre 2006

DE PIE EN UNA SILLA

De pie en una silla, enfrente de un árbol de Navidad más o menos de mi estatura pensé: el hombre siempre ha planificado su vida en función de usos y costumbres, formas de actuación que el imperturbable curso del tiempo ha ido determinando, más o menos rigurosas. Tradiciones que parecen compartimentar el tiempo y los sentimientos que les toca vivir; referencias, modos de actuar, cosas que comer, formas de divertirse, reacciones bien interiorizadas, automatizadas. Distintas formas de reír, de llorar, de asentir, de negar. Diversas maneras de aparentar falsa modestia, de resultar agradable, de arrancar adhesiones y aplausos, de mostrar agradecimiento, de hacerse aceptar por el resto. Cuándo estar animado, cuándo visitar a los muertos, cuándo reunirse con la familia....
De pie en la silla carraspeé, reclamando una atención que se me negaba. El resto de la familia se afanaba en adornar el árbol artificial: luces de colores, bolas brillantes, la estrella esa, etc..., y los niños jugaban con el belén haciendo carreras de pastores tomando el río de papel plateado por un circuito y derribando palmeras en los apurados trazados de las curvas.
La ventana mostraba el frío de la calle acentuado por la sensación de calor y luz del interior de la casa, carraspeé otra vez pero los niños iniciaron el canto de unos villancicos que me parecieron de lo más inoportuno y absurdo, el resto de la familia los acompañó con desigual fortuna, lo que me pareció el colmo.
Bueno, bueno, bueno, esto no tiene remedio; decidí bajarme de la silla y suspender la lectura a buena voz de Saramago con que quería boicotear ese estomagante ejercicio anual de hipocresía.
Mientras desaparecí para guardar mi libro en su sagrado lugar se fue la luz, totalmente, me refiero a que se fue en la casa y en la calle, todo era oscuridad. Decidí tumbarme en la cama y esperar, mirando al techo ahora inexistente. Pensé en lo empalagoso y terriblemente cursi de estas fechas, en el patético consumismo, en los ritos que seguía la gente, en su brutal hipocresía otra vez. Incluso por un instante llegué a admirar esa coreografía, ese teatrillo colectivo tan armonioso que forman, y a sentir al mismo tiempo lástima por lo necesario que es para sus vidas. No sé, imaginé que remitía a uno de los misterios más ocultos del ser humano. Algo telúrico, indescifrable, directamente relacionado con sus miedos y vulnerabilidad. Sí, sin duda se trata de eso, la Navidad es un escudo protector falaz, aniquilador de las personas, de su libertad e individualidad, de su independencia de pensamiento. Adormilado, soñé con calles atestadas de gente temerosa, personas indecisas y consumistas atroces a las que miles de voluntarios encaramados en sillas gigantes leían la verdad de los libros, de la cultura, del pensamiento lúcido.
Desperté y el apagón persistía, a lo mejor era en toda Europa, viejo continente consumido por su propio egoísmo y abocado a una globalización que no hará más que enterrar sus riquezas diferenciales. Me senté en la cama escuchando algunas voces en el salón. Sentía algo de frío mientras sonreía abiertamente en la oscuridad imaginando una Nochebuena sin luces ni adornos en las calles ni artificial algarabía, un triunfo casual, un maravilloso golpe de suerte una vez que la guerra contra los belenes en el sagrado espacio público había sido llevada a buen término gracias a la firmeza de nuestro gobierno, laico, culto y progresista. Avancé por el pasillo a tientas, aunque los ojos ya se iban acostumbrando a esta helada boca de lobo; la verdad es que estaba aterido. Cuando alcancé el salón toda la familia, helada de frío, estaba sentada alrededor de una pequeña lámpara de camping gas. Los niños agazapados, silenciosos, unos, buscando desesperadas alternativas para la cena, otros tratando inútilmente con mínimas linternas de habilitar una obsoleta calefacción de butano. La temperatura era de dos grados y ya llevábamos casi media hora sin fluido eléctrico. Alguien animó a los niños a cantar y tocar palmas para así combatir mejor el frío. Surgieron canciones sobre apagones y luces lejanas que se acercan recorriendo los pueblos, sobre deseos y esperanzas alrededor de un camping gas, hasta alguien se atrevió con una pequeña pandereta. Algo telúrico también (me transmitió un chispazo mental), indescifrable; las voces que se empastan suavemente para oponerse a la desesperanza, al abandono y el olvido de los poderosos. Canciones y estrofas sencillas que unen y protegen de los problemas que tanto condicionan la vida de la gente y que sí tienen solución real y factible a corto plazo. Por un momento admití que el apagón pudiera ser sólo local.

10 diciembre 2006

PROHIBIDO FUMAR

Pasó casi rozándome, presuroso, acababa de obtener un cigarrillo de alguien en la calle helada y casi desierta, y jugaba ilusionado con él balanceándolo entre sus dedos. Al volverse hacia mí aún mantenía restos de la sonrisa agradecida que dedicó al generoso transeúnte. Vestía ropa de trabajo, botas, mono, parecía recién emergido de una catacumba donde estuviesen haciendo una obra milenaria. Por su aspecto y su gesto entre alerta y distraído me pareció extranjero. Se dirigió hacia la panadería que había enfrente, sus labios sostenían el cigarrillo, recientemente encendido, aún no tomado por la ceniza, lo saboreaba expectante. Al ir a entrar a la panadería, un cartel con una cruz sobre un humeante cigarro superó cualquier tipo de barrera idiomática y le obligó a pararse en seco. Pensó durante unos segundos, acompañando ese palpitar mental con dubitativos movimientos corporales. Por alguna razón, acaso la inercia que le impelía a entrar de inmediato en la panadería, optó por una decisión arriesgada: en vez de fumar tranquilamente el que parecía su último cigarrillo, decidió que éste lo esperase fuera. Con él aún entre los labios, contó las monedas que le quedaban y entró, no sin antes colocar cuidadosamente el cigarrillo sobre la generosa planicie que ofrecía el rodapié que rodeaba una columna colocada junto a la entrada del establecimiento. Pasaron los segundos, la noche se decidió a desplegarse aburridamente sobre nosotros y las luces del interior de la panadería se encendieron como cumpliendo un acuerdo tácito. El pitillo esperaba consumiéndose lentamente cuando vi a su dueño abrir presuroso la puerta de la panadería. Antes de salir, rectificó y cedió el paso a una señora elegantemente vestida, acompañada de la que parecía ser su nieta, diminuto ejemplo a su vez de elegancia invernal. Ésta, después de agradecer cortésmente el gesto del obrero, pisoteó entre mohines de asco el humeante cigarro que esperaba sobre el rodapié, parecía que se enfrentaba a un ciempiés que no dejara de reproducirse. Incluso su abuela hubo de intervenir para tranquilizarla. Mientras, el obrero, súbitamente fantasmagórico, se deslizó calle abajo tras observar perplejo la escena, a la vez que algo asustado. En aquel momento volvieron a mí unas terribles ganas de fumar y expulsar mi humo sobre todas las cosas.

05 diciembre 2006

ENRIQUE URQUIJO, ESE EXTRAÑO MECANISMO

“Enrique Urquijo. Adiós Tristeza” (Miguel Ángel Bargueño, Rama-Lama, 2.006)


“Adiós Tristeza” es el título de la biografía de Enrique Urquijo escrita por el periodista Miguel Ángel Bargueño y publicada por Rama Lama. Centrándose en la vida del protagonista, dibuja con mano segura su mapa de luces y sombras, recorriendo al tiempo su historia musical con Los Secretos y Los Problemas, y subrayando convenientemente los puntos de inflexión de su accidentada trayectoria (la desaparición de Canito, la época de “los babosos” y el éxito fugaz, el retorno en 1.986 con una segunda etapa marcada por las querencias country, o la recuperación de la cercanía con Los Problemas). Aunque de cuidada documentación y profusión de testimonios de primera mano, tiene la virtud de no enterrar al lector en ellos: su pluma busca la amenidad. Aporta, como suele suceder en estos casos, muchos datos que interesarán mayormente al fan acérrimo o al observador atento y no unidireccional del devenir del pop español. Habla de evoluciones, sonidos, letras e influencias, pero no se decide por un análisis más pormenorizado y crítico del repertorio. Tampoco traza líneas paralelas con otras bandas, ni ofrece panorámicas generales de las diferentes épocas (salvo en los inicios), refiriéndose a otros músicos sólo en lo referente a la relación que mantuvieron con Enrique, lógico eje de toda la obra.
Ayuda, y es para mi lo más atractivo, a comprender un poco mejor el casi siempre inefable proceso creativo; el desarrollo de un talento ante todo intuitivo y macerado en los cataclismos interiores de un mundo interior convulso, expuesto a flor de piel, vulnerable hasta decir basta. Caminando constantemente por esa cuerda floja que era a la vez maldición y refugio, y que nunca pudo evitar. Enrique Urquijo, heroína, alcohol, excesos, miedos y contradicciones de un alma desprovista de las corazas que va colocando el tiempo.
Los Secretos han sido una de esas bandas marcadas por su tiempo y entorno, y cuyo verdadero valor nunca ha sido bien calibrado. Sus primeros éxitos nuevaoleros les pesaron demasiado, siendo masacrados por estéticas rivales que tuvieron mucho de pose y obviados por periodistas en exceso modernos. Por otro lado, su comedimiento instrumental, la poca calidez de sus arreglos en alguna época y de las producciones de sus discos (planas al principio, demasiado medidas después), así como las estrategias comerciales de sus discográficas, los han enfocado (con éxito) a un público adulto que creció con ellos, separándolos a su vez de otro tipo de oyentes. Nunca fui seguidor suyo, pero conservo un puñado de sus canciones en la memoria. Lo curioso es que siempre me olvido de los arreglos y adornos, de algunas incluso del tempo, sólo guardo ese marchamo especial, esa flecha que no deja de vibrar en el centro de la diana. Actualmente situados cómodamente en la comercialidad menos sonrojante, jamás volvieron al ojo del huracán de las tendencias: ni el regreso de la Nueva Ola los recuperó, ni el desembarco hispano del saco americana anima a tenerlos en cuenta. Probablemente, en estos estilos siempre hubo alguien mejor, más punzante, con mayor relieve; pero cabe reconocer que, tras aquellas melenitas, los chalecos y la pulcritud sonora de no dar una voz más alta que otra, se escondía el mundo trastabillante y negro, la sensibilidad irreemplazable de Enrique Urquijo, autor de un importante número de temas absolutamente memorables, que no harán sino crecer. Apoyándose en sonidos cada vez más añejos, cada línea era una bocanada de pura angustia, un reglón de cruda autobiografía con sólo una leve pátina de metáfora. Vida y dolor con Gram Parsons, Jackson Browne o José Alfredo Jiménez como compañeros de viaje.

03 diciembre 2006

PANDO “Snapshots Of Pando”(Hall Of Fame, 2.006)

Los discos con muchos temas de corta duración corren el riesgo de parecer paródicos y pasar sin dejar huella, pero tienen la ventaja de que su campo de acción es amplísimo: se puede experimentar cascando cualquier cosa contra la nevera o, por el contrario, convertirse por dos minutos en el clásico más impoluto y ortodoxo. O una opción interfiriendo en la otra dentro del mismo corte, y es que, generalmente, se tiende a ser un poco marciano y juguetón. Sin embargo, la sana extravagancia debe esmerarse en superar la anécdota. Los estilos se quedan en los huesos, se esquematizan, un curso acelerado de claves sonoras que puede resbalar de lo estremecedor a lo inocuo. Detalles mínimos que por ello han de ser realmente significativos para merecer la pena. Una estilización, digamos, del buen gusto. Impresiones, bosquejos de intenso color, pero, ¿qué necesidad hay de hacer tantas canciones? Tras seis años sin Pando esa necesidad se hacía acuciante, y, afortunadamente, el animoso inglés solitario que toca casi todos los instrumentos, y arregla sus temas con una varita mágica, vuelve tan en forma como en su “We Want Pando” de 2.000, acaso con los temas más cuidados y con su expresiva y elocuente guitarra algo más contenida y esencial, como Django Reinhardt embridado por Richard Thompson. O algo así.

Como la seda discurre “Snapshots Of Pando”, atesorando esa permanente sonrisa irónica y sus soplos musicales llenos de hondura y sabiduría. ”Who Shot Pando” invoca un sustancioso lado oscuro de la mano de su querido Don Van Vliet, esta vez entreverado con Nick Cave; que continúa con el folk con vericueto zappiano de “Is It Voodoo?”, y el zarpazo setentero de pesado boogie “Strange Men”, todo un agotador desarrollo de ¡cuatro minutos!. Significativa novedad respecto de su anterior trabajo es el protagonismo de un country de esencias académicas, gozosamente interpretado en temas como “Babies”, “My Love Shines” o “She´s A Mooslem”, y con fuertes reminiscencias ragtime en “Play The Trumpet” y “Tell Your Mama To Leave Me Alone”. Persiste su destreza pop, alambicada en aromas algreeninianos (“Don´t Want To Play I Your Band”), y guiños Motown (“Earthlings” y “A Bit Of Alright”). Incluso, dada su obsesión compendiosa, se permite un medley de dos minutos que enseña la variedad de sus querencias sonoras. Y nos deja, por último, composiciones con el espléndido calado de “The Be-All And End-All” y “On The Dotted Line”. Thanks Pando.

Publicado en el nº233 de la revista Ruta 66.