11 abril 2007

“MARÍA DEL MAR DREAM O EL MUSEO DE LOS SUEÑOS”

“Las voces atraviesan el sueño, siempre ocurre así. La realidad utiliza sus tentáculos acústicos para interrumpir esa íntima vivencia interior. Para devolvernos a la inmutable sucesión temporal, nos inyecta un fluido de ella misma, un mínimo aviso conminatorio, inclemente, como recoger al niño de la playa apresuradamente, pisoteando sus castillos de arena; como ataviarse precipitada y torpemente con las ropas de un personaje sólo para interrumpir la escena... FDO. MARÍA DEL MAR DREAM”.
Tras leer ese conciso y pequeñísimo texto de bienvenida avancé, sintiéndome algo más ligero que diez minutos atrás, o eso pensé. Mientras caminaba no pude evitar imaginar a María del Mar echa un ovillo compacto sobre la cama, hasta no poder estar más cerca de sí misma, ni más adentro. Con esos ojos apretados, reteniendo imágenes que se evaporaban.
El pasillo conservaba, aleatoriamente colocados e iluminados, restos de su voz: “Reconocimiento paulatino, estoy sobre mi cama, a mi izquierda hay una ventana por la que se cuelan los ruidos. Sé que no me sabré realmente de vuelta hasta que no identifique el día: es jueves”.
“Volver siempre implica un cierto alivio, algo cobarde. Ser consciente de la propia respiración, de la postura en que se está, la dirección del cuerpo, que a lo mejor ha estado girando sobre sí mismo durante las horas anteriores sin que nos enteremos. Y el alivio se interrumpe ante esa ansiedad, tan terriblemente absurda y secreta, que aparece cuando las imágenes vuelan, dejando apenas un rastro, un espejismo, una sensación inaprehensible, a pesar de haber calado tan hondo.”
Algo que los ojos apretados de la niña hecha un ovillo ya dentro de sí misma no pueden evitar... perder, añado mientras esfuerzo la vista para poder leer.
“Cuando soñaba con cualquier familiar, compañero de clase o conocido, me lanzaba a contárselo (en previsión de que no se me olvidase). Esa forma rápida y sincera de compartir un sueño, de no dejarlo morir, de agregar a su efímera existencia una posibilidad de permanencia algo más larga en otro cerebro, se acabó volviendo enojosa (a pesar de mi esmero por evitar el relato de las contadas pesadillas escabrosas que les eligieron como protagonistas). Los demás no solían parecer muy felices al saberse actores del sueño de una niña, quizás se sintieran víctimas de un inesperado azar, apresados por mi imaginación."
“Los sueños, ese mundo desconocido, comprendí al fin, están formados por espacios y tiempos infinitos, aunque extrañamente interrelacionados con nuestra mundanalidad. El campo de acción de su influencia se va extendiendo desde lo más doméstico hasta lo inabarcable, lo insondable. También empecé a ver gentes diferentes, llegando al punto de culpar de la cada vez más infrecuente presencia de conocidos, a efectos reflejos de mi memoria, denominándolos despectivamente “lo que yo aportaba” “.
Anduve cada vez más despacio, albergando por momentos una molesta sensación de absurdo que me impelía a anhelar en silencio la presencia de algún otro visitante, que contemplara atentamente conmigo esos párrafos tan diminutos; sobre todo en comparación con la inmensidad del espacio desaprovechado en las paredes, demasiado altas, demasiado largas.
“Cada sueño es una sensación gozosa y enigmática que se olvida, recuperándose al volver a soñar. Cada vez que se produce es nuevo, aunque se trate del mismo sentimiento de íntima voluptuosidad ante el campo abierto de la mente. Pero, ¿ es realmente la misma sensación, o cada sueño provoca la suya propia?”.
La imagen de los ojos fuertemente cerrados se repetía sin cesar en mi cabeza, así como el plácido respirar de María del Mar Dream, los eternamente infantiles gestos de sus manos, la confortable sensación ganada tras cada nueva posición para dormir, siempre más cómoda que la anterior. También pensé y dije, o casi dije, que me parecía difícil comparar algo que no vamos a poder volver a experimentar nunca más.
“Difícil, pero no imposible”, pareció contestarme con letras más grandes la pared. “¿Qué podemos salvar de un sueño?”, me interrogó con letras que crecían alterando su inmaculada grafía. “Mi esfuerzo es mi tesoro”, sentenció con letras que ahora recuperaban su tamaño y forma habituales. Yo vi nuevamente los ojos cerrados de María del Mar, y creo que cerré los míos.
“Los gestos y reacciones de las gentes de mis sueños, los reconocía en las distintas personas que me rodeaban; de ellas surgía la sonrisa, o la mirada, o la mano que saludaba en aquel sueño. Así, sin saberlo, instantáneamente pasaban a significar para siempre un momento de un sueño. Pero cambiaban con frecuencia y tardaban demasiado en volver a la manera deseada, tanto que los momentos se acababan emborronando y confundiendo en mi memoria. Lo mismo ocurría con las flores o la hierba, eran pocos los días en que se producía la identificación”.
Dentro de mis ojos cerrados leí atentamente el último párrafo, sintiendo la misma sensación de María del Mar al retener fuertemente en su cabecita de largos cabellos oscuros, flores que pasaron un segundo o sonrisas y miradas que volaron.
“Al final lo entendí: son los objetos los que perduran”.
Entonces, abriendo los ojos de nuevo, recordé el porqué de mi estancia allí. Los ojos me picaban, sentía un extraño hormigueo, y me notaba más ligero. Pasé al centro abierto y luminoso de la sala y los vi: había muchos zapatos; secadores de pelo, ropajes de todos los colores y procedencias. Me encontré andando por un breve espacio de carretera asfaltada y por un camino de una tierra de extraña textura; observé intrigado señales de circulación sobre un pedazo de acera, muchas lámparas; escaparates repletos de anillos, pendientes y pulseras: la baranda metálica de una escalera, una cantimplora, una cartera, un cuaderno, un trozo de papel, lápices de colores, pupitres perfectamente alineados, el mostrador de una tienda, un coche sin una rueda, relojes...
“En efecto, cada objeto señala un momento de un sueño y guarda una sensación propia. Así aprendí que cada sueño es distinto, como cada alegría, como cada sorpresa. Aunque resulte imperceptible en un primer momento, obsevándolos, oliéndolos, o llevando mis manos de unos a otros con la rapidez que quiera, recibo una multitud de estímulos distintos en su semejanza, cargados de recuerdos imperecederos que me permiten vivir en el país de los sueños; y de esta forma poderlo ofrecer y explicar a mis visitantes”.
Así fue como me invadió una alegría y una plenitud jamás imaginadas. Cuando un fluido inesperado de ruido intervino, sólo me quedó apretar los ojos con denuedo, y recordar por última vez el dulce rostro de María del Mar Dream, su sonrisa en el interior de su Museo de los Sueños, ese que visité inducido por la curiosidad de leer el diminuto texto colocado sobre el dintel de la pequeña y envejecida puerta de entrada. Segundos después, sabiendo ya que era jueves, olí por última vez el perfume de esa certeza de felicidad, esperando encontrar dentro de mi mano izquierda, al menos un diminuto anillo.

08 abril 2007

ROCK Y CIRCO NO ES PAN Y CIRCO

CRAG + Guerrero García, José Ignacio Lapido.
23 y 24 de febrero, El Circo del Arte (Granada).




El Circo del Arte es una carpa circense permanente construida en Granada, de errática peripecia y merecedora de mejor suerte. Este fin de semana fue utilizada para la música, lo cual no es mala opción. Dentro de las actividades del ciclo dedicado a la poesía “El sur que se desborda hacia todos los sures”, Guerrero García abrieron el día 23 para CRAG. José Antonio García, tras diez años desde la separación de 091, vuelve a la carga con el que parece su proyecto con mejor salida. Ha formado junto a Tony Guerrero, otro habitual de la escena granadina, una banda que retoma los presupuestos sonoros de su grupo de siempre, y él está como pez en el agua, claro. Una formación solvente y enérgica, con sonido contundente de adscripción americana, efluvios sureños y ramalazos stonianos; a la caza de buenos estribillos y de riff potente que no hace ascos a los solos y cierta pirotecnia. Los temas funcionan, aunque los mejores son demasiado reminiscentes de los cero. Volvió a la escena el José Antonio de siempre, dejando un aura mucho más nostálgica del pasado que el propio Lapido, y marcando su impronta en temas como “Espía del silencio” o “El cielo en mi cabeza” que, junto al brioso r´n´b de “Elvis nunca se quejó”, convivieron con el despliegue vocal demostrado en “Trozos de sueños”, y el desparrame de su versión de “La banda del carro rojo” de los Tigres del Norte, interpretada por el batería, José Rueda. Para despedirse, una curiosa revisión de “La canción del espantapájaros” de 091 con el único acompañamiento de diversas percusiones tocadas por todos. Más tarde aparecieron CRAG, el suyo fue un concierto relajado, autocomplaciente y constantemente interrumpido por chistes y anécdotas, a veces más largas de lo deseable. Una entrañable recapitulación con el interés añadido de ver por primera vez por estas tierras a los cuatro sentados en escena, todos acústica en ristre, menos Rodrigo, fiel a su eléctrica. Tras ellos, discretos y esenciales acompañantes, se encontraban batería, bajo y teclados para conformar un sonido correcto. En cada tema se fueron repartiendo la voz principal según la autoría, pero sin dejar de compartir estrofas, hacer coros y crear sutiles armonías de las que erizan la piel; mayormente Cánovas, Adolfo y Guzmán, ya que Rodrigo, con la voz más tocada, cantó partes de las suyas, dedicando el resto del tiempo a hacer de maestro de ceremonias con su retórica habitual y apuntar fraseos y algún solo. Comenzaron con ímpetu y vigor blues con “1.985, los Blues” y “Fines de enero”, y a partir de ahí empezó la alternancia. Rodrigo cantó “Nuestro problema” y dejó el protagonismo a los otros en “Linda Prima”, “De Piel Trigueña”, “Sólo pienso en ti” o la esencial “Señora Azul” guardada celosamente para las postrimerías. Guzmán, irredento y excesivo animador, con su marcado acento beatle, aportó otro tema de Solera, “Las calles del viejo París”, “El Río” y picoteó en su carrera con el pop más convencional de “Perdí mi oportunidad” de Cadillac y “El país de la luz”, de su disco homónimo de 1.978. Cánovas, portentoso en la voz, dejó su acento americano en “Paraíso de algodón”, el trote country de “El vividor” (tema versionado con gran tino en otro tiempo por José Antonio García), rematado con las armonías vocales del final de “Suite: Judy blue eyes” de C, S & N; "Sé Tú”, tan reminiscente de éstos, y la balada “Necesito tenerte”. Adolfo, por su parte, aportó composiciones suyas con letra de Rodrigo como “Mi cama de bambú”, “Sombras en su corazón” (única muestra del elepé del 94, grabado sin Cánovas), el mítico “Don Samuel Jazmín” del disco del 74 y una esplendorosa recreación de “Summertime Girl” de los Íberos, su banda de los sesenta. Como despedida, y un cuarto de hora antes de que muriésemos todos de frío, recuperaron “Queridos compañeros”, tema titular del elepé del mismo nombre y cerraron el círculo volviendo a “Los Blues”. El día siguiente fue el de Lapido. Con el tema de la calefacción algo aliviado, los de José Ignacio volvieron a brindarnos lo que ya podemos denominar como una auténtica descarga. Una banda bien engarzada con la única novedad del bajista; juegos de guitarras elaborados y crujientes, de protagonismo compartido y liberadora complicidad; tensión sonora que exuda blues y convive con cuidados coros, a los que se suma el detallista batería Popi, y voraces barridos de órgano (por desgracia a veces sólo intuidos), que se alternan con obsesivos o tenues pianos. Potente pegada la de “Roto”, estupendo el crescendo de “Bellas mentiras”, la contención de “Por sus heridas”; o el trío final: “Más difícil todavía”, con su piano y riff retrotrayéndonos a una sudorosa velada del mejor pub-rock; “Noticias del infierno”, cortante, llena de aristas, y “Espejismo nº8”, ese tema postrero de 091 que Lapido no para de redefinir, destacando como lo que es, un vibrante ataque garajero que entra en un vacío de trance blues antes de volver a salir disparado. Una primera tanda de bises se inició con la interpretación a piano y voz de “Con la lluvia del atardecer”, se introdujo por senderos dylanianos con dos temas de su primer álbum de emocionante cocción eléctrica (“Cuando las palabras vuelvan del exilio” y “Ladridos del perro mágico”); y abrió finalmente el consabido repaso al cancionero de 091, con las ya habituales “Esta noche” y una lectura rápida pero más matizada de “Zapatos de piel de caimán”. Desgraciadamente hubo de parar ahí por orden municipal, debida a las protestas de los vecinos por el ruido. Algo vergonzoso a estas alturas, llegar a esa situación. Nos perdimos la novedad de su revisión de “La noche que la luna salió tarde” y la ya imprescindible “Qué fue del siglo XX”.



Publicado en el nº 237 de la revista Ruta 66.