27 septiembre 2015

UN PENE BLANCO

Estaban arremolinadas en la puerta del bar, saltarinas y nerviosas, parecían excitadas. Todas llevaban una liga de encaje blanco en el muslo derecho, sobre el pantalón, y en sus cabezas destacaba una exagerada diadema blanca, coronada por un pene blanco, más enhiesto en unas cabezas que en otras. Se deslizaban por la acera como a ras de suelo, soltando leves risotadas y tecleando sobre sus móviles, o fotografiándose con ellos. Cada dos por tres se colocaban bien la diadema, y un par de ellas jugaban a embestirse con sus respectivos miembros. Los transeúntes les dedicaban miradas rutinarias, y algún conocido que pasaba por allí quiso palpar la veracidad de uno de aquellos penes que apuntaban al cielo.

Ella fumaba nerviosa con su pene bamboleante, que no paraba de asentir sobre su cabeza. Con el móvil pegado a la oreja vociferaba, susurraba, chasqueaba la lengua, se indignaba y mordía un sollozo. Se volvía y caminaba unos pocos pasos acera arriba y abajo. Hablaba de problemas laborales, de entrevistas de trabajo fallidas, de contactos que no funcionaron, de relaciones de pareja que penden de un hilo, de problemas de salud que desembocan en hospitales y de incomunicaciones familiares ya fosilizadas. Las otras chicas resoplaban su creciente impaciencia y fumaban, se cercioraban de que su pene no había salido volando con el viento o mataban el aburrimiento rascándole cuidadosamente la punta. De pronto se produjo un pesado silencio, como abatido, que duró sobre un par de minutos. Entonces ella colgó y miró a su alrededor, tratando de drenar su ofuscación y tristeza.


Justo cuando me retiraba de la ventana, la calle estalló en una explosión de chillidos y aplausos que sí consiguió hacer volver la cabeza de los peatones. La primera actriz de lo que parecía una despedida de solteras acababa de bajarse de un taxi, llevaba un vaporoso vestidito rosa con una liga en el muslo y, sobre su cabeza, se movía encabritado un pene blanco algo más grande que los otros, pero esta vez luminoso. Todas saltaron de alegría a su alrededor y, con cierta solemnidad, apretaron el nuevo pene una a una, como pidiendo un deseo, antes de desaparecer calle abajo.