15 julio 2013

MENSAJE EN UNA BOTELLA (20)

Diego A. Manrique “Jinetes en la tormenta” (Espasa, 2.013)



A estas alturas no caben dudas acerca del ascendiente y peso específico de Diego A.  Manrique dentro de la prensa musical española. Por lo que, ahora que el mercado de libros musicales parece animarse por aquí, resulta de lo más pertinente la aparición de esta colección de textos. Es una compilación sustanciosa aunque limitada: se trata de escritos publicados en El País durante los cinco años anteriores a la preparación de “Jinetes en la tormenta”. Se echa de menos, desde luego, una edición que cubra un arco temporal más extenso, con artículos, reportajes o entrevistas nacidos en momentos más bullentes y cruciales, pero todo llegara, supongo. La presencia tanto de índice onomástico como de música se agradece, en contraposición a una portada que no le hace justicia y a un papel de escasa calidad.


De cualquier forma su lectura es, desde el sorprendente prólogo, una aventura absorbente. Un jugoso festín de datos, anécdotas, análisis, teorías y explicaciones, servido por alguien que siempre va un paso más allá en el conocimiento y la reflexión; mostrándose incómodo en las estrechuras, permanentemente insatisfecho ante las versiones oficiales y las primeras impresiones. Tendente a rascar, a poner en tela de juicio aquello que no le cuadra, sin miedo a ser en ocasiones la voz discordante. Dueño, sin necesidad de ser un crítico desdeñoso, de una actitud nada complaciente gracias a un criterio sólido, algo más que necesario para aguantar los despiadados embates de la actualidad.


Dividido en seis bloques más o menos temáticos, el libro acoge noventa textos, encabezados por una introducción aclaratoria o complementaria, que definen el tema desarrollado o lo enfocan desde planos poco transitados. Este volumen descubre, incluso para los conocedores de muchos de estos escritos, una visión global de la música que nunca cesa de nutrirse, el pensamiento de un crítico sin uniforme y de largo recorrido (no solo temporal) que ha sabido evitar la luz cegadora de modernidades sobrevenidas para ser conductor en su propio camino; bien ubicado en su doble papel de investigador y francotirador. “Jinetes en la tormenta” recopila artículos, recuerdos, reseñas, semblanzas, sentidos obituarios, ajustados retratos; desmonta teorías y mitos, o los confronta y relativiza; se interna en viñetas de la historia de la música (convenientemente contextualizadas) o recupera entrevistas a través de las cuales acompañamos al incisivo entrevistador-narrador en sus vivencias y en su ejercicio de observación.


Manrique toma los artistas y temáticas a abordar individualmente, los saca del pelotón, limpia las capas de lugar común y pasa a escrutarlos pacientemente. Punzante llegado el caso, suficientemente irónico y mordaz, sus opiniones no viajan corriente abajo (no es un crítico a una época pegado) ni toman el atajo negativo de ensalzar echando a otros por tierra. Lo mejor de todo: no cae en el paternalismo.


Escritor ameno y directo, en Diego A. Manrique la metáfora es herramienta más que adorno, ofrece soluciones, es la pértiga que agiliza y reduce distancias. Sitúa y subraya la idea dentro de una prosa clara y fluida, ajena a cualquier tentación de autobombo literario; conocedora de los secretos de la concreción y el resumen concluyente. La suya es una pluma acogedora, analítica, pero nunca fría y distante. Discurre rigurosa, dentro de una actitud tan didáctica como entusiasta. Narrar es saber contar, domar la dispersión, atraer la atención del lector hacia lo que se quiere decir. Y aquí el lector se deja llevar sabiendo que no se va a perder por vericuetos, que el periodista no va a insinuarle a cada párrafo lo docto que es y lo complejo del tema que toca; antes al contrario, le invita a leer como si escuchara, de manera cómplice y atractiva, una apasionante historia que desembocará en la recepción de la información precisa.

05 julio 2013

UNA MAÑANA ESPLÉNDIDA

Bajó a la calle mirándose en el espejo del ascensor, silbando y alisándose el traje. Saludó y departió con el portero del bloque donde estaban situadas sus oficinas, en el centro de la ciudad: “el proyecto de sus desvelos”, como solía referirse a su negocio. Compró un billete de la ONCE y conversó con la vendedora, jugando a tirarle de la nariz por la ventanilla y guiñándole mientras le explicaba lo bien que vivía vendiendo los cupones, ahí sentadita. También compró flores y las guardó en su coche, que abrió con el mando a distancia desde cincuenta metros con gesto imperceptible. Tomó un café en el bar de siempre, e invitó a unos vecinos. Apeló a la seriedad en el trabajo y animó al hijo del dueño a que continuase con ahínco sus estudios (“la única manera de que te respeten y conseguir ser algo en la vida”). Antes de pagar aún tuvo tiempo de dar algunos consejos al propietario de cara a la declaración de la renta, y finalmente salió del bar despidiéndose efusivamente de la concurrencia y lanzando al aire pronósticos futbolísticos que a todos trataban de contentar. Con paso atlético se encaminó hacia el banco; ensayó la sonrisa ante un escaparate y se pasó la mano por el pelo antes de volver a alisarse el traje. Saludó con la cabeza a los empleados y alabó la belleza de la cajera desde su lugar en la cola. Después se aventuró a adular al interventor: moviéndose con paso sigiloso, acompañado de cierto toque mímico, se acercó a la columna que ocultaba una parte de su mesa cargando el antebrazo para un apretón cordial y sorpresivo de manos, avanzó con la mano abierta y el brazo medio extendido. Al rodear la columna descubrió que el asiento del interventor lo ocupaba el informático y en un segundo encogió la extremidad hasta hacerla desaparecer completamente. La sonrisa no tuvo tiempo y permaneció allí, colgando fría y húmeda. El interventor estaba reunido. De nuevo en la calle se dirigió al mercado a recoger el pescado fresco que le habían encargado en casa; esa noche tenían invitados: su asesor laboral y señora. Hacía una mañana espléndida, qué duda cabía. Mientras, en su oficina, la mitad de los empleados releían nerviosos la carta de despido que habían encontrado sobre sus mesas.



Publicado en el nº 173 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a los despidos..

03 julio 2013

ELLA MUERE

Ella muere
alrededor mío
casi todo el tiempo
mientras serpentea buscando la salida.
“Te llevaré conmigo”,
miente arrebatada
mordiendo su corazón.




Poema publicado en el cuaderno de Creación nº13 dePalimpsesto.