30 octubre 2012

DESAHUCIOS

En una sociedad como la actual y un país como el nuestro, el hecho de que las personas pierdan su vivienda habitual por no poder pagarla, quedándose en la calle, me parece de todo punto inconcebible. Situaciones así conducen en más ocasiones de las que pensamos al súmmum de la desesperación y a un callejón sin salida que fácilmente desemboca en el suicidio. Es algo que siempre ha pasado, con mayor o menor frecuencia, personas que se quitan la vida al verse acorraladas por las deudas, no disponiendo de margen ni de posibilidades reales de satisfacerlas, ni siquiera de generar algún tipo de ingresos a corto plazo. Antes, la gente observaba estas tragedias poniendo cara de circunstancias y mirando hacia el suelo para lamentar con leves movimientos de cabeza la mala gestión que el fallecido hizo de su empresa o patrimonio o, por el contrario, afeaba su actitud con gesto displicente en la barra de algún bar. Ahora las cosas han cambiado (se han derrumbado), y son muchísimas las personas que están siendo o serán desahuciadas de sus hogares. Decenas de millares a las que les es materialmente imposible satisfacer sus hipotecas y préstamos. Aún quedan voces que narran con media sonrisa y mirada chispeante cómo muchas de estas personas invirtieron mal, arriesgaron demasiado y pecaron de imprudentes o ambiciosas. Pero lo cierto es que, aunque en bastantes casos esas afirmaciones sean ciertas, la situación actual es de total descarrilamiento, no de terreno empinado o pedregoso; y está arruinando o limitando seriamente las posibilidades y el futuro de toda una generación de españoles. Mucha gente ha sido atropellada por esta crisis, independientemente de que hayan esperado a que el semáforo se ponga en verde o mirado a los lados antes de cruzar. Viviendas que eran adquiridas para crear un hogar hubieron de ser pagadas a un precio excesivo por parejas que a los pocos años han perdido de forma inesperada su empleo, o visto reducido significativamente su salario. El perverso efecto dominó de la crisis sobre el empleo, los salarios o los servicios sociales coloca a la sociedad en una situación de indefensión tal que no debería estar incluida entre esas “reglas del juego” que nos han hecho tragar desde siempre la posibilidad de que alguien pierda su techo de forma taxativa e incruenta.




“Creo firmemente que es fundamental para el futuro inmediato de nuestra sociedad que los gobiernos (sean del signo que sean) demuestren que, llegado el caso, están verdaderamente dispuestos a plantar cara al poder financiero y defender la dignidad de su pueblo”



Aceptando que una persona debe hacer frente a sus compromisos a la hora de firmar una hipoteca o un préstamo, la lógica natural nos dice que si pide dinero para comprar una vivienda y no puede hacer frente a ese pago debería perder la propiedad de la vivienda (dación en pago) no el valor que el mercado le conceda actualmente, aprovechándose obscenamente del mismo ahogo de la economía que deja a esa familia desprotegida y fuera de juego. Una vez quede claro que la vivienda pasa a ser propiedad de la entidad bancaria acreedora, si una familia no dispone de otro sitio en el que vivir, pienso que es obligación ineludible del Estado velar por el mantenimiento de su dignidad, de sus condiciones mínimas de vida. Para ello, los poderes públicos tendrían que obligar a esas entidades bancarias que tan sucio han jugado, y que se van a sanear con un dinero público que endeudará a generaciones venideras de españoles a favorecer, incluso perdiendo dinero, la permanencia de sus antiguos propietarios en dichas viviendas, alquilándoselas (como ya ha ocurrido en casos puntuales) en condiciones lo suficientemente flexibles; revisando caso por caso bajo control judicial, si es preciso. Creo firmemente que es fundamental para el futuro inmediato de nuestra sociedad que los gobiernos (sean del signo que sean) demuestren que, llegado el caso, están verdaderamente dispuestos a plantar cara al poder financiero y defender la dignidad de su pueblo.

26 octubre 2012

140

¿Cuánto se tarda en pronunciar ciento cuarenta caracteres, diez segundos? No puedo estar tomando café en una terraza con amigos y fabricar frases inteligentes y mordaces cada cierto tiempo para que duren tan poco. Es agotador. Luego no se te escucha entre todo el runrún insustancial circundante y tienes que repetirlas un par de veces, por lo que pierden todo el impacto y, claro, después no te vas a poner a escribirlas en la Red. Encima, su respuesta, su aprobación, dura un instante: alguna risa o algún leve comentario desganado mientras sus móviles no dejan de pitar. Qué desidia, qué forma de desperdiciar el empuje del pensamiento. Creo que todos bajan la guardia cuando apartan la mirada del ordenador.  Entran en el absurdo sopor de toda esa gente que transcurre por el mundo como un fantasma desconectado, sin estar alerta de lo que pasa de verdad. Toda la mezcla de rutina y buen rollo de estos “cara a cara” puede conmigo. Los miro. Cuando llegue a casa les mandaré un correo privado a cada uno comentando esta velada con ironía e indulgencia, si siguen igual los eliminaré (clic). Y después me sumaré al vórtice global, a la verdadera realidad, para tomar el pulso a mundos interconectados que no paran de temblar, sintiendo el tiempo volar entre la fugacidad de fotografías oportunas, risas, mensajes incendiarios, comentarios agudos, insultos, apoyos, o audaces reflexiones cogidas por los pelos. Pero, ahora que lo pienso, no guardo mal recuerdo de aquellos lazos de amistad de antaño. Cualquier tertulia se resolvía con cuatro onomatopeyas y tres opiniones bosquejadas. Colgábamos  nuestras teorías e interrogantes en el aire y pasábamos a otra cosa mientras el tiempo corría que se las pelaba, dejando sin embargo al pasar una leve caricia.



publicado en el nº138 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a las redes sociales.

19 octubre 2012

A ESTE LADO DE LA PANTALLA

De vuelta al pueblo un tractorista me increpa por un adelantamiento. Sin perder mi media sonrisa le hago una leve señal para que cierre el pico mientras contesto al móvil; en esto la guardia civil me obliga a detenerme. No puedo ni plantearme ahuecar el ala. Hay otro coche parado al lado y su conductor me lanza una cansada mirada que yo interpreto como un “bienvenido al club”. Asqueado de tanta curva y tanta pérdida de tiempo, oculto el teléfono y paso de quitarme las gafas de espejo; sin embargo, el poli, lejos de, tomándome por un “sudes”, desconfiar y acercarse lentamente acariciando su arma con disimulo, viene a paso ligero rascándose la entrepierna y, después de desplumarme con la multa, me suelta una bronca que dura más de lo debido; no puedo ni siquiera darme el gusto de llamarle “agente”. Llego con paso apresurado a mi puesto de funcionario en el ayuntamiento con el traje levemente arrugado y soltándome el nudo de la corbata, atravesando una muchedumbre de compañeros uniformados con vaqueros y camisas a cuadros de eterno entretiempo. Es ese típico lugar de trabajo en el que nadie pone una excusa para esfumarse cuando está de más (se limitan a quedarse mirando con los brazos cruzados y los que se tienen que largar son los interesados). Como cada día, llevo mi café americano en vaso de papel; menos mal que ya se han acostumbrado, antes se mofaban, a la vez que se asustaban por la vitalidad que derrochaba. Que les den, ya se ha acabado eso de aparecer con una bolsita de donuts para compartir; me los como pensativo junto a una papelera, observando el tráfico en la esquina más concurrida. Mirando escenas que duran siempre más de lo debido. No como en las series norteamericanas, donde hasta lo más inverosímil termina encajando; con esas miradas y gestos cargados de intención y oportunidad, sus elocuentes silencios, sus frases cortantes, y el ritmo siempre ágil de unas vidas en las que no paran de pasar cosas que duran lo justo, sin todos esos cabos sueltos de tiempo que a este lado de la pantalla se traducen en más años de los debidos.



Publicado en el nº137 de la revista de humor on line "El Estafador" dedicado a las series de televisión.

12 octubre 2012

EL PEZ BANDERA

La vida del pez bandera transcurre entregada al diseño de una sinuosa travesía sin fin, por tal de evitar indeseados roces con otras especies o elementos tóxicos que dejen marcas indelebles en la bruñida y blanca identidad de su aleta superior, esa que a veces brilla tan cegadoramente que rara vez vuelven a recuperar la vista quienes se envuelven en su fulgor.  Excluyente e invasivo, expulsa de su gran boca a infinidad de organismos que tienen su hogar en ella y atrae a sus fauces a otros muchos que quieren tener su casa en otra parte. Sus dientes y su lengua ensalivan complejidades hasta crear una masa uniforme y blanda, silenciosa y unívoca. Siempre jugando con las mareas, dibuja fronteras con una cola a la que llama Libertad. Los peces bandera patrullan su trozo imaginario de fondo de mar sin dejar de mirarse, pero sin tocarse, odiándose en silencio o susurrándose amenazas; pacientes y mentirosos. No se reproducen, son animales milenarios que, obligados a vivir eternamente; a arder y a renacer; pelean a veces entre sí con la absurda ilusión de poder aniquilar al otro (siempre el otro), escupiéndose vidas y  golpeándose con la cabeza, de la que solo caen seres muertos e inermes que un día creyeron en ellos.



Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

05 octubre 2012

SOLEDAD

“Ya se nota que van más abrigados los presentadores, este otoño viene frío. La del tiempo ya no se pone minifaldas, y mira que está guapa; lástima que salga tan temprano, si no toda la gente se quedaría prendada de ella en las televisiones del centro comercial. Qué tranquila es la mañana, comparada con las peleas de la tarde, hay que ver cómo se insultan y atacan, ¡y es que se nota que es de verdad, que se llevan a matar! Y el vecino de enfrente siempre pendiente de lo que veo en la tele para ponerlo él, como un día la apague se va a enterar”.

“Ya está la del bloque de enfrente mirándome de reojo, qué mal disimula. Recuerdo hace cuatro años, cuando estuve subido a una escalera tres horas y ella sin perder detalle, y yo sin bajarme por tal de ver qué hacía, y ella con la cabeza de un lado para otro, de la pantalla a mi ventana, nerviosa perdida. Ya viene el frío, el de los deportes sale con una chaqueta más gruesa, y ellas con cuello alto. Eso lo hacen para protegerse la garganta y no tener problemas con la voz. Seguro que los tertulianos de media mañana y los del fútbol de la noche vienen también abrigados. Y es que anoche dijeron que iba a hacer frío, aquí también”.




Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

03 octubre 2012

MICRORRELATO (5): LA PROMESA.

“Prometo no contárselo a nadie”, dijo mientras luchaba por ocultar un oscuro placer, componiendo un gesto serio del que escaparon los fuegos artificiales de sus ojos.