26 febrero 2013

EL FIN DE LA CRISIS


A la mañana siguiente de que el Presidente del Gobierno apareciese en televisión dando formalmente la crisis por terminada, rodearon la manzana durante quince minutos hasta conseguir aparcar la envejecida furgoneta bajo la lluvia. Después entraron en la sucursal bancaria algo cansados, serios y cautelosos, sin rozarse siquiera. Ella iba unos pasos por delante, completamente ajena a su acompañante,  sin compartir el paraguas, cosa que a él no parecía importarle. Tras el amplio ventanal se les podía ver escuchando en silencio y con leves asentimientos las explicaciones de un chico joven trajeado que se acariciaba la corbata mientras sonreía, y se ponía muy serio cuando buscaba datos en el ordenador o miraba de reojo los gestos de su compañero de mesa. Ella parecía preguntar tímidamente de vez en cuando, a lo que el trajeado respondía cabeceando y sonriendo como un bobo en dirección a él.
 
 
Tras firmar incontables papeles salieron, quince minutos más tarde, llevando entre los dos, codo con codo,  una tele de plasma bajo la lluvia. Cada uno la cogía de un lado, él de la parte de abajo, ella de más arriba, avanzando como podía. Él guiaba la operación vociferando y del brazo de ella colgaba el paraguas, imposible de usar en esas condiciones. El encorbatado los acompañó solícito a la salida y les abrió la puerta con decisión, pero al comprobar el cariz de la lluvia que caía, escondió el brazo y les dijo adiós con la mano, como si fuesen a iniciar un largo viaje.

22 febrero 2013

EL NOMBRE


Hola, soy el nombre. Y tú no eres nada: si yo te falto, sólo cuentas con una denominación casi numérica. No seas obtuso: para tenerme algún día por tus propios medios deberás ser prácticamente un genio o deslomarte y encima tener suerte. Mírame, soy el nombre de alguien que era como tú y ya no lo es. Soy un sueño cumplido que da color a seres grises y anónimos que han dejado de estar perdidos en este casino de azares, intereses y ambigüedades llamado España.

 
Viajo silencioso en un sobre, aguardo en un cajón, salto de un ordenador a otro. Cobro vida en labios que me susurran a través de teléfonos o junto a discretas cabezas que asienten. Salto de la boca del padre hasta el hombro del concejal; de la boca del concejal al hombro del alcalde. Y, llegado el caso,  sigo subiendo, sin detenerme ante nada, sin atisbo de duda, sin mirar atrás hasta conseguir mi hueco.


Soy el nombre elegido que te adelantará por la derecha como una exhalación, no podrás siquiera verme pasar. El que estará en una tarjeta de visita, sobre una mesa de despacho o en la pechera de un uniforme de trabajo en vez del tuyo. El fruto de un artificioso y asfixiante don de gentes; de una abnegada labranza de relaciones, peticiones y peloteos a través de asociaciones, sindicatos o juventudes; de favores de toda índole, de invitaciones en el bar. Así, hasta que un día salta la chispa, se ilumina el atajo y salto al otro lado del desfiladero.
 
 
 
Publicado en el nº155 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a la corrupción.

20 febrero 2013

EL CHISTE


Es como vivir dentro de un mal chiste tan viejo que no envejece nunca, que no para de repetirse sin llegar a un desenlace. Es como una ola que se alza y nunca alcanza la altura deseada. Atacado desde incontables perspectivas, siempre se pierde por el camino para acabar en el mismo punto de partida. Tus padres te cuentan el chiste y tú se lo transmites a tus hijos llegado el momento. Los profesores se quedan siempre al comienzo. Flota en el ambiente del bar y el borracho lo vomita. Las banderas lo airean. El coach lo vende con las instrucciones para venderlo. El abogado lo utiliza. El candidato lo rodea. El Presidente del Gobierno lo repite compungido tras un leve carraspeo. El vendedor de seguros te lo explica con un tono siniestro. Los banqueros lo fusionan y sus empleados gesticulan y alzan las cejas reprimiendo una carcajada. El terapeuta, el psicólogo y el juez te piden que se lo cuentes desde el principio pero un bostezo les delata, y el último añade que si no lo haces calles para siempre. Los tertulianos tiran de él, lo deforman y manosean como plastilina, pero siempre vuelve a la forma original y los espectadores aplauden. Los presentadores de televisión lo silabean y pasan la página. Los científicos lo lanzan al espacio. Los escritores lo reinventan y reinventan. Los electores lo votan. Los ciudadanos lo asumen y critican a la puerta de los comercios. El Rey lo asiente. La Comisión Europea lo consiente.

15 febrero 2013

NO ES TAN DIFÍCIL


No te tortures, sígueme, no es tan complicado. Sólo tienes que cuidar los detalles e interiorizarlos. Te levantas, te duchas, te afeitas, y mientras lo haces y escuchas la radio te desahogas y lanzas todos los improperios que te pida el cuerpo y, si acaso, das un par de gritos en la ducha (esa necesidad poco a poco irá remitiendo, te lo aseguro). Después te preparas y sales a la calle. Siempre sonriente, no lo olvides. Saludas a los vecinos que generalmente te encuentras y les preguntas por la familia, no cuesta ningún trabajo, te garantizo que después de algunos días ni los oyes. Te entra por un oído y te sale por el otro lo de la enfermedad de la mujer de uno y el desempleo del hijo mayor de otro, que a ver si espabila y se larga por ahí lejos a buscarse la vida.

 
Luego, en la cafetería, lo mismo, te dejas llevar por la indignada opinión general pero con cierta mesura, sin alentar actitudes rupturistas (ya sabes que tú estás llamado a imponer cordura) y alguna que otra vez pagas el café del ciudadano interlocutor de turno. Luego, en el ayuntamiento, tienes que mostrarte, cómo te diría, armónico, eso. Como si jugases suavemente a la cascada de tres pelotas. Sonríes, aprietas brazos y algún hombro, estrechas manos, guiñas, cabeceas, te carcajeas llegado el caso, hablas en tono confidencial y dejas pasar la mañana prometiendo intentarlo, interesándote, haciendo que escuchas, tranquilizando. No hay por qué sufrir ni hacer sufrir inútilmente, bastante dura es la vida ya.

 
Más o menos la misma receta para la tarde, tanto en el paddle como en el bar (no le niegues una cerveza ni al promotor ni al comerciante): sonreír, calcular y hacer que escuchas, que te interesa lo que te dicen, sobre  todo, el empleado del gimnasio y el dueño del bar. En la reunión del partido o acto público que corresponda espero no tenerte que decir nada, ¿no? Y más tarde, al llegar a casa, besas a tus hijos y le dices a tu mujer “te quiero”. Ya me contarás dentro de unos años.



Publicado en el nº154 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a la hipocresía..

08 febrero 2013

EL SOBRE Y EL DIPUTADO


El interior de la cabeza del diputado es, desde hace lustros, un espacio libre y relajado. Lo recorren amplias autopistas interconectadas donde brilla la luz y resplandece la rectitud. Cualquier obstáculo o duda han sido vencidos por el tiempo, la autocomplacencia y la ambición. El pensamiento y la conciencia viajan libres de la mano. En el exterior su presencia es augusta: el halo del político experimentado que le permite brillar un poco más que los demás cuando aparece sonriendo en público, echándole graciosamente al contrario sus huestes encima.

 
Los sobres son suaves, discretos, un poco más estrechos de lo normal, y llevan siempre escritas pulcramente con pluma las letras primera y última de su segundo apellido. Él fantasea a veces con que son invitaciones a alguna fiesta secreta para elegidos, celebrada en una isla perdida del pacífico, o algo así. Casi siempre tienen un elegante color marrón claro y huelen a nuevo, a limpio. El aroma de los billetes no suele imponerse al del papel, si exceptuamos la época de la “burbuja”, en la que hubo un par de ocasiones en las que olían fuertemente a pescado, qué le vamos a hacer. En aquellos momentos, el diputado se deshacía pronto de ellos, rompiendo su rutina sagrada: así como el país, en su experta opinión, debe avanzar sin estridencias, mediante un pausado, constante y rítmico pedaleo, los sobres entran en su caja fuerte situándose en lo alto del montón, lo que permite que el de abajo del todo salga, presto a ser debidamente utilizado por toda la familia: la hija mayor, que estudia en Londres y siempre vuelve comentando las diferencias de comportamiento entre los ingleses y los españoles, “tenemos mucho que aprender”; el hijo, reciente universitario que no para de dar caña a los políticos en la mesa; o la esposa, que tanto admira a su marido, “deberías escribir un día un libro, recopilar tu pensamiento”.

 
La vida sigue, el país avanzará a pesar de los pesares, sabrá sufrir, alguien le ayudará. Todo debe ser equilibrio, paciencia, pedaleo constante, orden. “Mejor que estemos nosotros a que estén otros”, le dijo su mentor aquella tarde en el coche, cuando le dio el primer sobre. “tu dedicación y desvelos no están pagados”. Todo esto piensa el diputado mientras sube sonriente las escaleras en dirección a la reunión del partido. Piensan proponer con carácter de urgencia un gran pacto de estado contra la crisis y la corrupción.
 
 
 
Publicado en el nº153 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a "Sobres con dinero".

01 febrero 2013

CIBERINTERACCIÓN


En aquellos años no hubo poder, público o fáctico, que se resistiera a la llamada “ciberinteracción”. Consistió en el traslado a la vida cotidiana del “Me gusta” que se podía pulsar en algunas redes sociales. Algo absolutamente revolucionario, la “democracia real”, bramaban en las tertulias. La idea fue importada por algunas grandes superficies: tras pagar las compras realizadas, cada cliente tenía la posibilidad de presionar un coqueto botoncito con la leyenda “Me gusta/I like”, ampliada o sustituida según las diferentes lenguas de España, pero siempre con su opción en inglés y el posterior añadido en japonés, alemán, chino, etc.; hasta ofrecer a cada consumidor toda una alegre y luminosa botonera.


Los distintos gobiernos se precipitaron y zancadillearon para disponer este servicio en sus diferentes instalaciones y sedes. En algún caso, para una misma gestión el atribulado ciudadano tenía la opción de teclear los botones colocados por las tres o cuatro administraciones que habían intervenido en una misma tramitación (UE, Estado, CCAA, ayuntamiento…). Y pronto surgieron desestabilizadores rumores sobre las concesiones de los contratos de instalación de los interruptores.

 
Algunos sectores se resistieron al principio, pero cuando comprobaron que jamás se pondría a disposición la opción “no me gusta”, accedieron. Así se sumaron los bancos, aseguradoras, hospitales, colegios (sólo en inglés por lo de la segunda lengua y con un botón gigante en educación infantil, que los niños empujaban como divertimento una vez a la semana); las empresas para conocer la opinión de sus empleados, que podían ejercer esa facultad justo después de fichar, o incluso las comisarías, cuarteles y templos de las diversas religiones (o eso se decía).

 
A veces se pulsaba o no por sentido de la responsabilidad o por compromiso, otras por interés, venganza, miedo o desidia; en ocasiones como boicot o para ejercer presión política o laboral. La naturaleza humana, en su complejidad, sobrevolaba esos refulgentes pulsadores. Pero, en el fondo la gente, siempre tan fatalista, dudaba de la eficacia de aquellas botoneras, que incluso llegaron a venderse como regalo para niños pequeños o como procaces artículos de broma. Sobre todo cuando se supo que toda la información así recogida terminaba en el mismo edificio.
 
 
 
Publicado en el nº152 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a "I Like".