24 agosto 2008

TODO ES MENTIRA (2): LA MENTIRA

Mentir viene a significar decir, a sabiendas, algo que no es cierto, con todo lo que eso conlleva de polvorín desencadenante de posibles y desconocidas consecuencias. Exactamente: “decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”. Una primera acepción de la Real Academia de la Lengua que limita notablemente el campo imaginativo, y carga hasta los topes de motivación concreta el hecho: mezquindad, interés, maldad, piedad, desconfianza, miedo... Yo prefiero la tercera: “fingir, aparentar”. De estas dos palabras, pienso, se compone en buena medida todo lo que nuestra historia y nuestro mundo tienen de complejidad y mito. También se nutren de ellas buena parte de nuestra creatividad y colorido.
Por ello, la mentira también es, en ocasiones, el combustible que masajea y estimula la felicidad momentánea del ser humano; pequeño animalillo con los pies clavados en la tierra, lo que consigue que le broten chispas en los ojos.
Javier posee una sonrisa de esas que desordenan toda la cara, abierta y franca; desinhibida a la hora de mostrar caprichosas y amarillentas ubicaciones dentales; de las que hacen los ojos más saltones y provocan bruscos movimientos de mandíbula y ligeros y continuos de nariz. Se dedica a organizar no sé qué cosas y al montaje de otras, y me relata las vicisitudes de su actividad de manera veloz pero ordenada, traveseando enfático, con una agilidad sin límites, gesticulando sin parar y no pudiendo evitar algún que otro saltito. Los cigarros parecen consumirse solos entre sus dedos tras una única y definitiva calada. No recuerdo prácticamente ningún momento de su conversación en el que no escapase humo de su boca. Tras lograr introducir a duras penas algunas preguntas relativas a su trabajo que poco alteraron el devenir del discurso, la charla derivó hacia un monólogo cada vez más delirante y apasionante. Sus proyectos en algún momento le sacaron de nuestro pueblo, nuestra provincia, y lo llevaron en volandas a Madrid, donde ayudó a un personaje televisivo a montar un enmarañado tinglado en el que él se ocuparía de la infraestructura y que, gracias a su eficiencia y discreción, terminó coordinando casi en su totalidad a cambio de varios miles de euros (muchos menos de los que se llevó el principal implicado). Posteriormente, todas estas andanzas, dice, tuvieron una traducción televisiva de alcance que nada tenía que ver con la verdad (mientras hablaba su lengua volaba y su sonrisa crecía hasta convertir su nariz en un cuerpo extrañamente libre). “Todo un montaje”, reflexionó finalmente mientras aterrizaba dulcificando el gesto y mirando al infinito, ahora con un palillo aparecido de pronto entre sus dientes; “un artificio vendido como real a los pobres televidentes, a los pringados”.
“No te puedes imaginar todo lo que se esconde detrás de la realidad”, me dijo con tono paternal mientras yo me despedía agradeciéndole la historia. Durante diez minutos, ambos fuimos felices.

19 agosto 2008

TODO ES MENTIRA: AUTOMATISMO COLOQUIAL

Así denominaba Josep Pla a esas conversaciones que se repiten cada cierto tiempo entre los mismos interlocutores. Y es cierto que es una eficacísima forma de orden blando, de paz civilizada. Llegar a un lugar y saber de antemano lo que te van a decir y lo que has de contestar a veces aburre, o incluso desespera, pero en el fondo proporciona un reconfortante sedimento de calma, la ligera y dulce sensación de que todo encaja. Hablar más de la cuenta, contestar a las preguntas de siempre sin las respuestas de siempre, detenerse en el saludo más tiempo del preciso produce intranquilidad en el otro, le obliga a rectificar el paso de baile, le aturde. Cuando aparecemos cíclica y puntualmente en un lugar, todos somos para todos momentáneas parejas de baile. Los encuentros, breves, requieren una medida de los movimientos justa y coordinada: contacto físico en forma de saludo (se admite el beso fugaz en el aire, pero se aconseja el estrechamiento firme de manos, preferible a la mano muerta, siempre inquietante. El abrazo debe ser usado con cautela); intercambio de preguntas habituales no demasiado incisivas pero sin dar la sensación de rutinarias (si esto no puede evitarse se recomienda énfasis en el tono), algún comentario gracioso o acompañamiento con risas del que haga el otro, si éste se adelanta; y, por último, salto de trampolín: dejar el silencio necesario, unos cuatro segundos, para dar pie o poder tomar la iniciativa para ejecutar una despedida limpia de sospechas, e incluso apenada (no se recomienda ser tan afectado). El tímido se queda corto, el raro no se encuentra, el correcto actúa sin tacha, el carismático cumple y pone alguna nota graciosa de su cosecha, y el gracioso eleva la nota sin poderlo remediar.

El encaje tranquiliza, reflexionar sobre cada episodio de nuestra vida, aunque sea brevemente, desasosiega y agota a un ser humano maniatado social y económicamente en el mejor de los casos. Lo políticamente correcto no es más que eso, la maquinaria circular que va sustituyendo unos lugares comunes por otros, el molde en el que encajar adaptado a los tiempos, cómo pensar y ser para descansar y considerarse un buen terrícola/o sin temor a esa desgracia de no comprender, ahora que todo está tan claro y definido. Por eso, al igual que esas funciones predeterminadas de los ordenadores, tendemos a automatizar el mayor número posible de nuestras relaciones, opiniones, actos e incluso percepciones. Supongo que por ahí surge eso de la sociedad y su homogeneidad. El político sabe que el votante piensa lo justo y lo básico, si cuela la frase clave se lo ganará, a sabiendas de que no continuará indagando. La discográfica, que divisa la planicie casi perfecta de la sociedad mejor que ningún sociólogo televisivo, conoce las dosis de bombardeo que precisa el oyente para admirar la calidad artística del cantante de turno, así como la cualidad a potenciar de éste. Quizá por eso David Bisbal actuó ante el Parlamento Europeo.

Para el éxito se apela a los instintos primarios, mecanizados por la costumbre, no contaminados por el pensamiento ni la duda surgidos de la capacidad crítica o de la simple posibilidad de pararse un segundo y mirar alrededor. Todo se precipita sin pausa, provocando que el mero hecho de detenerse provoque desazón y una invencible sensación de soledad. Se atosiga con canciones de duración raramente superior a los cuatro minutos, sin silencios, con ritmo estridente o crescendo demoledor; de efecto instantáneo (inicio-trama-desenlace). Fórmula aplicable a los argumentos cinematográficos y televisivos en forma de contundentes lecciones morales que los personajes transmiten con miradas cómplices al espectador y que se traducen según los casos en finales felices o desgraciados, y siempre en una moraleja rancia. Y a la literatura, cada vez más llena de palabras y más licuada de reflexión. Todo encaja.