Así denominaba Josep Pla a esas conversaciones que se repiten cada cierto tiempo entre los mismos interlocutores. Y es cierto que es una eficacísima forma de orden blando, de paz civilizada. Llegar a un lugar y saber de antemano lo que te van a decir y lo que has de contestar a veces aburre, o incluso desespera, pero en el fondo proporciona un reconfortante sedimento de calma, la ligera y dulce sensación de que todo encaja. Hablar más de la cuenta, contestar a las preguntas de siempre sin las respuestas de siempre, detenerse en el saludo más tiempo del preciso produce intranquilidad en el otro, le obliga a rectificar el paso de baile, le aturde. Cuando aparecemos cíclica y puntualmente en un lugar, todos somos para todos momentáneas parejas de baile. Los encuentros, breves, requieren una medida de los movimientos justa y coordinada: contacto físico en forma de saludo (se admite el beso fugaz en el aire, pero se aconseja el estrechamiento firme de manos, preferible a la mano muerta, siempre inquietante. El abrazo debe ser usado con cautela); intercambio de preguntas habituales no demasiado incisivas pero sin dar la sensación de rutinarias (si esto no puede evitarse se recomienda énfasis en el tono), algún comentario gracioso o acompañamiento con risas del que haga el otro, si éste se adelanta; y, por último, salto de trampolín: dejar el silencio necesario, unos cuatro segundos, para dar pie o poder tomar la iniciativa para ejecutar una despedida limpia de sospechas, e incluso apenada (no se recomienda ser tan afectado). El tímido se queda corto, el raro no se encuentra, el correcto actúa sin tacha, el carismático cumple y pone alguna nota graciosa de su cosecha, y el gracioso eleva la nota sin poderlo remediar.
El encaje tranquiliza, reflexionar sobre cada episodio de nuestra vida, aunque sea brevemente, desasosiega y agota a un ser humano maniatado social y económicamente en el mejor de los casos. Lo políticamente correcto no es más que eso, la maquinaria circular que va sustituyendo unos lugares comunes por otros, el molde en el que encajar adaptado a los tiempos, cómo pensar y ser para descansar y considerarse un buen terrícola/o sin temor a esa desgracia de no comprender, ahora que todo está tan claro y definido. Por eso, al igual que esas funciones predeterminadas de los ordenadores, tendemos a automatizar el mayor número posible de nuestras relaciones, opiniones, actos e incluso percepciones. Supongo que por ahí surge eso de la sociedad y su homogeneidad. El político sabe que el votante piensa lo justo y lo básico, si cuela la frase clave se lo ganará, a sabiendas de que no continuará indagando. La discográfica, que divisa la planicie casi perfecta de la sociedad mejor que ningún sociólogo televisivo, conoce las dosis de bombardeo que precisa el oyente para admirar la calidad artística del cantante de turno, así como la cualidad a potenciar de éste. Quizá por eso David Bisbal actuó ante el Parlamento Europeo.
Para el éxito se apela a los instintos primarios, mecanizados por la costumbre, no contaminados por el pensamiento ni la duda surgidos de la capacidad crítica o de la simple posibilidad de pararse un segundo y mirar alrededor. Todo se precipita sin pausa, provocando que el mero hecho de detenerse provoque desazón y una invencible sensación de soledad. Se atosiga con canciones de duración raramente superior a los cuatro minutos, sin silencios, con ritmo estridente o crescendo demoledor; de efecto instantáneo (inicio-trama-desenlace). Fórmula aplicable a los argumentos cinematográficos y televisivos en forma de contundentes lecciones morales que los personajes transmiten con miradas cómplices al espectador y que se traducen según los casos en finales felices o desgraciados, y siempre en una moraleja rancia. Y a la literatura, cada vez más llena de palabras y más licuada de reflexión. Todo encaja.
1 comentario :
Tienes una visión de los demás muy oscura y pesimista.
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