27 diciembre 2006

“A VECES LAS POLLAS SON MÁS INTELIGENTES QUE LAS PERSONAS”

VÍCTOR COYOTE “Cruce de Perras y otros relatos de los ochenta” (Visual Books, 2.006)


De todos los protagonistas de los primeros ochenta madrileños susceptibles de decidirse a poner por escrito sus impresiones, opiniones y vivencias, Víctor Coyote es quien puede ofrecer una mirada más peculiar, nada acomodaticia, situada en ese ángulo desde el que nadie se asoma. Estos relatos tienen el acierto de ofrecer, una vez leídos, una reveladora visión de conjunto, de transmitir una serie de sensaciones que colocan momentáneamente nuestros pies sobre aquel asfalto, sobre aquel vertiginoso nihilismo, ir y venir de vacuidad e ilusión, salpicados de talento e intuición. Y todo sorteando los lugares comunes y la historia oficial.

Víctor es un creador estimulante y personal, tanto como dibujante y diseñador como músico. Los textos de sus canciones se nutren de la misma vocación peculiarmente descriptiva y narrativa que aquí se despliega, y su concepto musical vibrante, apasionado y sujeto a radicales contrastes, es uno de los mayores ejercicios de personalidad de que ha disfrutado el rock en castellano en su historia, que no es precisamente corta.

Centrándonos en lo que nos ocupa, nos encontramos en este libro de estimulante y rápida lectura con textos casi siempre originales en su planteamiento, hechos reales y aceradas opiniones revestidas de ficción, sátira y punzante humor, impresionistas retratos llevados a cabo con buen pulso, fabulaciones bien armadas o reflexiones curiosas y esclarecedoras. Hay relatos que parecen centrarse en acontecimientos puntuales y nos transmiten el delirio del momento, aunque su lectura no pasa de anecdótica como “Tendencias”, “Demasiado borracho para follar” o “La mártir del Santa Futura”. Otros adolecen de exceso de páginas, lo que diluye un poco sus méritos, tal que “Rockers y coleccionismo” o el final “La Patente Latina”, asunto este que nunca abandona el pensamiento de nuestro autor, y que aquí es abordado desde un punto de vista curioso y tan original como lo mejor del conjunto, con su dosis de ajuste de cuentas. Otros, como “Esto es moderno”, vuelven sobre el tópico del artista que se vende a cambio del éxito, con moraleja y todo. Lo mórbido del asunto consiste en tratar de ponerles nombres reales a los protagonistas. “Televisión por la ventana del hotel” es auténtica televisión-ficción (digo yo). Hay estudios de antropología urbana tejidos con esmero para precipitarse mejor en un ejercicio surrealista-burlesco, como un chiste largamente elaborado (“Aparición en el Silver”). Y, finalmente, textos magníficos, desarrollados de manera excelente y ajustada que rayan a gran altura: “Poch nunca se equivocó” evoluciona entre la ternura, el cariño, y un sentido del absurdo tan ingenioso que se convierte de largo en el mejor obituario que jamás he leído sobre el donostiarra. “El perro del aviador” es un preciso retrato cargado de humor acerca de algunos de los choques de trenes generacionales tan comunes en aquellos años. Y “Cruce de Perras”, delirante e hilarante, es una historia de esas tan originales y buenas que sólo pueden ser verdad.

24 diciembre 2006

DE PIE EN UNA SILLA

De pie en una silla, enfrente de un árbol de Navidad más o menos de mi estatura pensé: el hombre siempre ha planificado su vida en función de usos y costumbres, formas de actuación que el imperturbable curso del tiempo ha ido determinando, más o menos rigurosas. Tradiciones que parecen compartimentar el tiempo y los sentimientos que les toca vivir; referencias, modos de actuar, cosas que comer, formas de divertirse, reacciones bien interiorizadas, automatizadas. Distintas formas de reír, de llorar, de asentir, de negar. Diversas maneras de aparentar falsa modestia, de resultar agradable, de arrancar adhesiones y aplausos, de mostrar agradecimiento, de hacerse aceptar por el resto. Cuándo estar animado, cuándo visitar a los muertos, cuándo reunirse con la familia....
De pie en la silla carraspeé, reclamando una atención que se me negaba. El resto de la familia se afanaba en adornar el árbol artificial: luces de colores, bolas brillantes, la estrella esa, etc..., y los niños jugaban con el belén haciendo carreras de pastores tomando el río de papel plateado por un circuito y derribando palmeras en los apurados trazados de las curvas.
La ventana mostraba el frío de la calle acentuado por la sensación de calor y luz del interior de la casa, carraspeé otra vez pero los niños iniciaron el canto de unos villancicos que me parecieron de lo más inoportuno y absurdo, el resto de la familia los acompañó con desigual fortuna, lo que me pareció el colmo.
Bueno, bueno, bueno, esto no tiene remedio; decidí bajarme de la silla y suspender la lectura a buena voz de Saramago con que quería boicotear ese estomagante ejercicio anual de hipocresía.
Mientras desaparecí para guardar mi libro en su sagrado lugar se fue la luz, totalmente, me refiero a que se fue en la casa y en la calle, todo era oscuridad. Decidí tumbarme en la cama y esperar, mirando al techo ahora inexistente. Pensé en lo empalagoso y terriblemente cursi de estas fechas, en el patético consumismo, en los ritos que seguía la gente, en su brutal hipocresía otra vez. Incluso por un instante llegué a admirar esa coreografía, ese teatrillo colectivo tan armonioso que forman, y a sentir al mismo tiempo lástima por lo necesario que es para sus vidas. No sé, imaginé que remitía a uno de los misterios más ocultos del ser humano. Algo telúrico, indescifrable, directamente relacionado con sus miedos y vulnerabilidad. Sí, sin duda se trata de eso, la Navidad es un escudo protector falaz, aniquilador de las personas, de su libertad e individualidad, de su independencia de pensamiento. Adormilado, soñé con calles atestadas de gente temerosa, personas indecisas y consumistas atroces a las que miles de voluntarios encaramados en sillas gigantes leían la verdad de los libros, de la cultura, del pensamiento lúcido.
Desperté y el apagón persistía, a lo mejor era en toda Europa, viejo continente consumido por su propio egoísmo y abocado a una globalización que no hará más que enterrar sus riquezas diferenciales. Me senté en la cama escuchando algunas voces en el salón. Sentía algo de frío mientras sonreía abiertamente en la oscuridad imaginando una Nochebuena sin luces ni adornos en las calles ni artificial algarabía, un triunfo casual, un maravilloso golpe de suerte una vez que la guerra contra los belenes en el sagrado espacio público había sido llevada a buen término gracias a la firmeza de nuestro gobierno, laico, culto y progresista. Avancé por el pasillo a tientas, aunque los ojos ya se iban acostumbrando a esta helada boca de lobo; la verdad es que estaba aterido. Cuando alcancé el salón toda la familia, helada de frío, estaba sentada alrededor de una pequeña lámpara de camping gas. Los niños agazapados, silenciosos, unos, buscando desesperadas alternativas para la cena, otros tratando inútilmente con mínimas linternas de habilitar una obsoleta calefacción de butano. La temperatura era de dos grados y ya llevábamos casi media hora sin fluido eléctrico. Alguien animó a los niños a cantar y tocar palmas para así combatir mejor el frío. Surgieron canciones sobre apagones y luces lejanas que se acercan recorriendo los pueblos, sobre deseos y esperanzas alrededor de un camping gas, hasta alguien se atrevió con una pequeña pandereta. Algo telúrico también (me transmitió un chispazo mental), indescifrable; las voces que se empastan suavemente para oponerse a la desesperanza, al abandono y el olvido de los poderosos. Canciones y estrofas sencillas que unen y protegen de los problemas que tanto condicionan la vida de la gente y que sí tienen solución real y factible a corto plazo. Por un momento admití que el apagón pudiera ser sólo local.

10 diciembre 2006

PROHIBIDO FUMAR

Pasó casi rozándome, presuroso, acababa de obtener un cigarrillo de alguien en la calle helada y casi desierta, y jugaba ilusionado con él balanceándolo entre sus dedos. Al volverse hacia mí aún mantenía restos de la sonrisa agradecida que dedicó al generoso transeúnte. Vestía ropa de trabajo, botas, mono, parecía recién emergido de una catacumba donde estuviesen haciendo una obra milenaria. Por su aspecto y su gesto entre alerta y distraído me pareció extranjero. Se dirigió hacia la panadería que había enfrente, sus labios sostenían el cigarrillo, recientemente encendido, aún no tomado por la ceniza, lo saboreaba expectante. Al ir a entrar a la panadería, un cartel con una cruz sobre un humeante cigarro superó cualquier tipo de barrera idiomática y le obligó a pararse en seco. Pensó durante unos segundos, acompañando ese palpitar mental con dubitativos movimientos corporales. Por alguna razón, acaso la inercia que le impelía a entrar de inmediato en la panadería, optó por una decisión arriesgada: en vez de fumar tranquilamente el que parecía su último cigarrillo, decidió que éste lo esperase fuera. Con él aún entre los labios, contó las monedas que le quedaban y entró, no sin antes colocar cuidadosamente el cigarrillo sobre la generosa planicie que ofrecía el rodapié que rodeaba una columna colocada junto a la entrada del establecimiento. Pasaron los segundos, la noche se decidió a desplegarse aburridamente sobre nosotros y las luces del interior de la panadería se encendieron como cumpliendo un acuerdo tácito. El pitillo esperaba consumiéndose lentamente cuando vi a su dueño abrir presuroso la puerta de la panadería. Antes de salir, rectificó y cedió el paso a una señora elegantemente vestida, acompañada de la que parecía ser su nieta, diminuto ejemplo a su vez de elegancia invernal. Ésta, después de agradecer cortésmente el gesto del obrero, pisoteó entre mohines de asco el humeante cigarro que esperaba sobre el rodapié, parecía que se enfrentaba a un ciempiés que no dejara de reproducirse. Incluso su abuela hubo de intervenir para tranquilizarla. Mientras, el obrero, súbitamente fantasmagórico, se deslizó calle abajo tras observar perplejo la escena, a la vez que algo asustado. En aquel momento volvieron a mí unas terribles ganas de fumar y expulsar mi humo sobre todas las cosas.

05 diciembre 2006

ENRIQUE URQUIJO, ESE EXTRAÑO MECANISMO

“Enrique Urquijo. Adiós Tristeza” (Miguel Ángel Bargueño, Rama-Lama, 2.006)


“Adiós Tristeza” es el título de la biografía de Enrique Urquijo escrita por el periodista Miguel Ángel Bargueño y publicada por Rama Lama. Centrándose en la vida del protagonista, dibuja con mano segura su mapa de luces y sombras, recorriendo al tiempo su historia musical con Los Secretos y Los Problemas, y subrayando convenientemente los puntos de inflexión de su accidentada trayectoria (la desaparición de Canito, la época de “los babosos” y el éxito fugaz, el retorno en 1.986 con una segunda etapa marcada por las querencias country, o la recuperación de la cercanía con Los Problemas). Aunque de cuidada documentación y profusión de testimonios de primera mano, tiene la virtud de no enterrar al lector en ellos: su pluma busca la amenidad. Aporta, como suele suceder en estos casos, muchos datos que interesarán mayormente al fan acérrimo o al observador atento y no unidireccional del devenir del pop español. Habla de evoluciones, sonidos, letras e influencias, pero no se decide por un análisis más pormenorizado y crítico del repertorio. Tampoco traza líneas paralelas con otras bandas, ni ofrece panorámicas generales de las diferentes épocas (salvo en los inicios), refiriéndose a otros músicos sólo en lo referente a la relación que mantuvieron con Enrique, lógico eje de toda la obra.
Ayuda, y es para mi lo más atractivo, a comprender un poco mejor el casi siempre inefable proceso creativo; el desarrollo de un talento ante todo intuitivo y macerado en los cataclismos interiores de un mundo interior convulso, expuesto a flor de piel, vulnerable hasta decir basta. Caminando constantemente por esa cuerda floja que era a la vez maldición y refugio, y que nunca pudo evitar. Enrique Urquijo, heroína, alcohol, excesos, miedos y contradicciones de un alma desprovista de las corazas que va colocando el tiempo.
Los Secretos han sido una de esas bandas marcadas por su tiempo y entorno, y cuyo verdadero valor nunca ha sido bien calibrado. Sus primeros éxitos nuevaoleros les pesaron demasiado, siendo masacrados por estéticas rivales que tuvieron mucho de pose y obviados por periodistas en exceso modernos. Por otro lado, su comedimiento instrumental, la poca calidez de sus arreglos en alguna época y de las producciones de sus discos (planas al principio, demasiado medidas después), así como las estrategias comerciales de sus discográficas, los han enfocado (con éxito) a un público adulto que creció con ellos, separándolos a su vez de otro tipo de oyentes. Nunca fui seguidor suyo, pero conservo un puñado de sus canciones en la memoria. Lo curioso es que siempre me olvido de los arreglos y adornos, de algunas incluso del tempo, sólo guardo ese marchamo especial, esa flecha que no deja de vibrar en el centro de la diana. Actualmente situados cómodamente en la comercialidad menos sonrojante, jamás volvieron al ojo del huracán de las tendencias: ni el regreso de la Nueva Ola los recuperó, ni el desembarco hispano del saco americana anima a tenerlos en cuenta. Probablemente, en estos estilos siempre hubo alguien mejor, más punzante, con mayor relieve; pero cabe reconocer que, tras aquellas melenitas, los chalecos y la pulcritud sonora de no dar una voz más alta que otra, se escondía el mundo trastabillante y negro, la sensibilidad irreemplazable de Enrique Urquijo, autor de un importante número de temas absolutamente memorables, que no harán sino crecer. Apoyándose en sonidos cada vez más añejos, cada línea era una bocanada de pura angustia, un reglón de cruda autobiografía con sólo una leve pátina de metáfora. Vida y dolor con Gram Parsons, Jackson Browne o José Alfredo Jiménez como compañeros de viaje.

03 diciembre 2006

PANDO “Snapshots Of Pando”(Hall Of Fame, 2.006)

Los discos con muchos temas de corta duración corren el riesgo de parecer paródicos y pasar sin dejar huella, pero tienen la ventaja de que su campo de acción es amplísimo: se puede experimentar cascando cualquier cosa contra la nevera o, por el contrario, convertirse por dos minutos en el clásico más impoluto y ortodoxo. O una opción interfiriendo en la otra dentro del mismo corte, y es que, generalmente, se tiende a ser un poco marciano y juguetón. Sin embargo, la sana extravagancia debe esmerarse en superar la anécdota. Los estilos se quedan en los huesos, se esquematizan, un curso acelerado de claves sonoras que puede resbalar de lo estremecedor a lo inocuo. Detalles mínimos que por ello han de ser realmente significativos para merecer la pena. Una estilización, digamos, del buen gusto. Impresiones, bosquejos de intenso color, pero, ¿qué necesidad hay de hacer tantas canciones? Tras seis años sin Pando esa necesidad se hacía acuciante, y, afortunadamente, el animoso inglés solitario que toca casi todos los instrumentos, y arregla sus temas con una varita mágica, vuelve tan en forma como en su “We Want Pando” de 2.000, acaso con los temas más cuidados y con su expresiva y elocuente guitarra algo más contenida y esencial, como Django Reinhardt embridado por Richard Thompson. O algo así.

Como la seda discurre “Snapshots Of Pando”, atesorando esa permanente sonrisa irónica y sus soplos musicales llenos de hondura y sabiduría. ”Who Shot Pando” invoca un sustancioso lado oscuro de la mano de su querido Don Van Vliet, esta vez entreverado con Nick Cave; que continúa con el folk con vericueto zappiano de “Is It Voodoo?”, y el zarpazo setentero de pesado boogie “Strange Men”, todo un agotador desarrollo de ¡cuatro minutos!. Significativa novedad respecto de su anterior trabajo es el protagonismo de un country de esencias académicas, gozosamente interpretado en temas como “Babies”, “My Love Shines” o “She´s A Mooslem”, y con fuertes reminiscencias ragtime en “Play The Trumpet” y “Tell Your Mama To Leave Me Alone”. Persiste su destreza pop, alambicada en aromas algreeninianos (“Don´t Want To Play I Your Band”), y guiños Motown (“Earthlings” y “A Bit Of Alright”). Incluso, dada su obsesión compendiosa, se permite un medley de dos minutos que enseña la variedad de sus querencias sonoras. Y nos deja, por último, composiciones con el espléndido calado de “The Be-All And End-All” y “On The Dotted Line”. Thanks Pando.

Publicado en el nº233 de la revista Ruta 66.

30 noviembre 2006

TENGO MI AMULETO TRABAJANDO

Estimados Psicocamaleones:



Esta mañana, mientras me afeitaba, mi cabeza ha dado varias veces la vuelta completa sobre mi cuello. Veremos cómo acaba todo esto, han sido demasiados años escuchando rock, una música realmente inquietante, como veréis.
Cuando apareció el ragtime, a finales del siglo XIX, su novedoso ritmo sincopado hizo que fuese tachado de vulgar, capaz de arrastrar a los jóvenes a la más pantanosa inmoralidad y hasta directamente satánico. Os podéis imaginar lo que opinaron ante la llegada del incontenible jazz en la década de los veinte, o del rock´n´roll treinta años después. Sepan ustedes que el visionario escritor Bob Larson sostiene que “el rock´n´roll es parte de un plan de Satanás para conducir el mundo a la decadencia moral” y que Monseñor Corrado Balducci (un cuervo oficial, ojo, y máxima autoridad en estudios de posesión diabólica) advertía en plena década de los noventa de lo mismo (Satán… ¿dónde estás mientras escribo esto, a mi derecha o a mi izquierda?). En el inmenso campo de la relación Lucifer-Rock, las amenazas, invocaciones diabólicas y tentaciones al oyente mediante mensajes subliminales escondidos entre los surcos de negro vinilo, que revelaban su significado al cambiar la velocidad del disco o pasándolo al revés, forman el mito más perverso de la música del diablo; ése que moraba en la pelvis de Elvis, la mano ¡zurda! de Hendrix, los morros de Jagger o el lisérgico cerebro de Lennon. Pero el caso paradigmático es el de Robert Johnson, el enigmático músico de blues que tan notablemente influyó en la música de Bob Dylan, Los Rolling Stones, Eric Clapton y tantos otros. La leyenda dice que vendió su alma al diablo un día en que éste lo esperaba en un cruce de caminos, a cambio de ser el mejor guitarrista de blues. Grabó sus veintinueve míticas composiciones en cinco sesiones repartidas entre el otoño de 1.936 y la primavera de 1.937, muriendo en otro cruce de caminos envenenado con estricnina en 1.938. En su momento muchos dijeron haberlo visto tocando la misma noche en distintas y alejadas ciudades.
La psicodelia, el pop o la música sinfónico-progresiva siempre han mantenido una puerta abierta al misticismo, lo feérico, la magia y la fantasía de lo inexplicado, sobre todo en el Reino Unido: una de tantas líneas que podemos trazar puede ir de Incredible String Band a Hawkwind, Paul Roland o el gran Julian Cope, nuestro druida favorito.
Discos como “African Latino Voodoo Drums” de Choco And His Mafimba Drum Rhythms te traen los sonidos de un auténtico ritual vudú haitiano sin tener que desplazarte. Puedes escucharlo mirando a María Jiménez en la tele con el volumen bajado, es sólo una sugerencia. Inmigrantes de la citada Haití, cuando era colonia francesa llegaron masivamente a Nueva Orleáns, agregando a su abigarrada mezcolanza cultural, entre otras cosas, el latido de su música y su pegajoso tinte vudú. Mientras les dejaron, solían reunirse los sábados y domingos en la zona de la arboleda de Congo Square para invocar, al ritmo marcado por tambores o incluso bidones, a sus divinidades de ancestros africanos. Esa herencia evoca a su vez el incombustible Dr. John, veterano pianista que mantiene viva la llama del mejor r´n´b de esa ciudad, recogiendo el legado de sus maravillosos pianistas (Champion Jack Dupree, Allen Toussaint, Professor Longhair…). En jugar con el vudú y bromear sobre la vida y la muerte era todo un maestro el excesivo Screamin´ Jay Hawkins, el descomunal ex – militar y boxeador, rocker seminal, apasionado bluesmen y crooner de la sicalipsis y lo apocalíptico. Sobre su piano se podía ver todo un altarcito dedicado a la magia negra, como una mano con vida propia, serpientes, arañas, cruces y otros abalorios; además de su vieja compañera, la calavera fumadora Henry, coronando su báculo. Uno de sus trucos más populares era salir a actuar de un ataúd colocado sobre el escenario. Parte de su parafernalia fue utilizada por otro temible aullador, el rocker británico Screaming Lord Sutch, reencarnación viviente de Jack El Destripador. Son muchos los que piensan que los Cramps, padres absolutos del rock and roll más genuinamente infecto y herrumbroso de los últimos treinta años, perdieron mucho de su poder amenazante con la marcha del hiriente guitarrista Brian Gregory en 1.980. En la época se hablaba de las querencias satánicas de este hombre de espectacular flequillo canoso, jugando con el fuego del más allá, yendo más lejos de las historias de zombies de la pareja Ivy-Interior. Dicen por ahí que una bruja del siglo XIX fue contactada mediante guija por un fantasioso personaje y que ella, para fastidiarlo, le dijo que él era su reencarnación. El tipo parece ser que se lo creyó a pies juntillas y procedió a apropiarse de su nombre para iniciar una perversa aventura rock, cuando éste aún podía serlo. Vincent Furnier, el hijo de un predicador residente en Arizona, pasó a ser Alice Cooper, y a convertirse en el hombre de la guillotina, dejando caer ante sí cabecitas de muñecas y pollos por él ajusticiados en escena, así como a colocarse una pitón en el cuello y teatralizar por primera vez las pesadillas del mal para consumo masivo de adolescentes, anticipándose a toda la horda de jevilongos de mirada torva y ojos pintados. Los oscuros Black Sabbath de Ozzy Osbourne (el hombre que cuando estaba puesto le hablaba a su caballo, y éste le contestaba), fue la banda que inició la relación entre el Heavy Metal y lo satánico, los de Birmingham portaban en su mejor época unos excesivos crucifijos que los protegían de los malos espíritus confeccionados por el papá de Ozzy. Compatriotas suyos como Venom (padres del Black Metal junto a los suecos Bathory) ahondaron seriamente en el tema, llegando a tener problemas para tocar en Estados Unidos durante los ochenta. La senda la siguieron la tremebunda escena del Black Metal noruego y personajes como el danés King Diamond; y en los noventa bandas como Deicide, desde la luminosa Florida. La onda siniestra propiciada tras el punk se acercó al terror y lo oculto tangencialmente, como apuesta estética más que nada, tanto en imagen como en un concepto pop filtrado de tensión y atmósferas dramáticas: Joy Division, The Cure, Siouxsie, Killing Joke o Bauhaus, tan tétricos ellos cantando “Bela Lugosi Is Dead”. La escena continuó entrados los ochenta con formaciones como Southern Death Cult (después The Cult en plena estampida en pos del Hard-Rock), Theatre Of Hate o Sisters Of Mercy entre muchos otros. No olvidemos aquí la aparición de productos netamente serie-B como la escena psychobilly capitaneada por The Meteors (que hunde sus raíces temáticas en lo más ignoto del rockabilly de los cincuenta), o casos obsesivos como The Misfits, enamorados de un mundo repleto de tumbas abiertas. Los de Glenn Danzig, decidieron, el 28 de febrero de 1.979, trasladarse con un equipo móvil a una casa abandonada de New Jersey sólo porque tenía fama de embrujada y grabar allí. Posteriormente, mientras mezclaban las cintas, extrañas voces y ruidos se escuchaban de fondo (uuuhh).
Desde alguna dimensión desconocida, Sun Ra, el inclasificable mago del Jazz más expansivo y espacial, aseguraba sin recato que provenía de Saturno, y con una convicción que no quedaba más remedio que creerle (si Iker Jiménez se entera la lía). Y, para no ser menos, el rocker inglés por antonomasia, Vince Taylor, un tipo bastante inestable (o no, quién sabe), en sus momentos idos decía ser un enviado para construir una nueva Atlántida, mientras buscaba en un mapa los lugares donde aterrizarían los extraterrestres.


Publicado en noviembre de 2.006 en el portal de humor y cómic Irreverendos.

16 noviembre 2006

ENTREVISTA A JOSÉ IGNACIO LAPIDO

* Esta entrevista tuvo lugar el mes de octubre de 2005. Por razones del todo ajenas a mi voluntad ha permanecido inédita hasta ahora, que he decidido darle salida desde mi bitácora. Las dos últimas preguntas fueron realizadas la semana pasada a modo de actualización.

“CANCIONES DE FLORES Y ALAMBRE DE ESPINO”



José Ignacio Lapido es un clásico, le guste o no. Como el cine de Clint Eastwood, sus canciones manejan sin ambages los temas y estructuras de siempre, pero trascendiéndolos, sometiéndolos al fuego lento de su mirada; en un proceso que conlleva el redescubrimiento de su esencia.

A estas alturas, una canción de nuestro Clint manifiesta a las claras su procedencia desde la primera escucha; a cierta distancia, más tarde, podrán aparecer todas las referencias que se quiera. Amante del blues, dylaniano, el líder de los llorados 091 es ante todo un músico de rock y un paciente artesano, experto en los resortes del mejor pop que se ha escrito. El hombre que viste de gris, acompañado de su Gibson SG de casi un cuarto de siglo de vida, trabaja solo: compone desde siempre todo su material, y ha producido sus cuatro trabajos en solitario. Barniz clásico, instinto rock, vitalidad pop (el estribillo mágico, la melodía compañera) y esencias folk. Su sonido es limpio y punzante, preciso tanto en estudio como en directo, mimado al detalle. Evita, concienzudo, las soluciones simples, creciendo así en el interior de sus composiciones una intensa y convulsa vida, un rito de luces y sombras. Su reciente y mejor disco se llama “En otro tiempo, en otro lugar”, y para poder sacarlo ha tenido que crear su propio sello, la frustrante historia demasiado repetida últimamente.
Lo escucho tranquilo, limitándome a ver las canciones venir, pronto estarán aquí, atrapándome con la desarmante facilidad de siempre. Me deja la impresión de una grabación más relajada, con la voz brotando más natural y real que nunca, felizmente consciente de sus limitaciones. Un trabajo tremendamente emocionante a la vez que variado. Los temas respiran más, los silencios juegan, la batería les aporta matiz y sosiego; aún así permanecen densos, bien arropados, erizándose en pos de su punto culminante a pesar de mostrar una fragilidad inédita. Las guitarras más que epatar estremecen, pero también se arrancan. Lapido sigue apretando los dientes al tocar, compartiendo esta vez el protagonismo de sus solos, rutilantes y elocuentes, con vuelos de órgano y pianos solitarios y humeantes. Escucha la épica fatalista a ritmo de vals de “Escrito en la Ley”. Observa cómo “Bellas Mentiras” nos retrotrae al poso melódico de los 091 de “Más de Cien Lobos”; déjate llevar por esa misma placidez melódica por la que discurre “Agridulce” (única canción de su carrera en la que la música se adapta a un poema previamente escrito, como se puede inferir, por otra parte, del lirismo formal que transmite), impecablemente construida, y con Antonio Vega sobrevolándola aquí y allá. Mientras, “Con la Lluvia del Atardecer”, se reviste de la nostalgia humeante del Tom Waits de “Closing Time”, e inaugura un ramillete de temas en los que Lapido se muestra más pausado e intimista que nunca, al que se suman “Cuando la Noche Golpea el Corazón”, y esa definición del desamor que es “Por sus Heridas”. El granadino da buena muestra de su legendaria intuición melódica en cortes con marchamo de clásicos como “La Antesala del Dolor” o “De Espaldas a la Realidad”. “Más Difícil Todavía”, el momento más vertiginoso, dibujando un restallante riff stoniano, y la línea de bajo de la que titula el disco rememora a sus siempre admirados The Clash. Sin duda, una de las mejores colecciones de canciones del año.
El mejor letrista del rock español se revela más íntimo que nunca, casi confidente. Continúa felizmente confuso en su bucear en la existencia, construyendo envolventes mundos de cuatro minutos imposibles de derribar. Abundan, como siempre, las frases para enmarcar (“Nos puedes ver sentados sin pestañear, de espaldas a la realidad”, “El Pensador de Rodin se ha levantado harto de no hallar respuestas”...). Sigue profundamente evocador, reflexivo, irónico, dramático, vulnerable, siempre sugerente. Su escepticismo, y la desilusión y perplejidad de esos personajes con los que cruzamos la mirada en sus textos, viajan en estribillos y coros que dejan un poso de eternidad. Con todos ustedes, José Ignacio Lapido.


Si digo “José Ignacio Lapido es un clásico”, ¿qué se te pasa por la cabeza?

Si empezamos así salgo corriendo. La vitola de clasicismo se utiliza ya hasta para las cervezas ¿no has visto las latas de Mahou? Pone “Mahou Classic” Y la Coca Cola igual. Es la perversión del lenguaje. Se supone que a los clásicos se les respeta; si no a ellos, por lo menos a su obra, y date cuenta: la discografía de 091 está sin reeditar, algunos de los discos son inencontrables, desaparecidos de los catálogos, otros han sido recopilados de mala manera, y los míos en solitario ni te cuento ¿Eso es ser un clásico? En España nadie es un clásico, excepto Manolo Escobar. En rock’n’roll no digamos; ¡hasta Miguel Ríos ha tenido que autoeditarse su último disco! Imagínate que en Inglaterra le ocurriese a Paul Weller o a John Fogerty en EEUU. Yo soy un artista del alambre. A mi edad pidiendo dinero a la familia para sacar un disco. Vaya clásico de mierda.


¿Temes repetirte como compositor?

Ese es un miedo que ha estado muy presente durante el proceso de creación de estas nuevas canciones. Llevo componiendo y grabando discos desde el año 81. No sé cuántas canciones he escrito… alrededor de doscientas, por eso cuando ahora escribo una nueva me veo en la agonía de no estar a la altura, de desmerecer lo anterior. Además no me acuerdo de algunas letras que escribí hace años y de vez en cuando llega alguien y te dice: “esa frase es igual que la de aquel tema que escribiste en el 89”. Hay que cambiarla. Creo que con estas nuevas canciones he sacado petróleo de una zona de mi cerebro donde ya había hecho prospecciones y nunca había encontrado nada.



¿Cómo eres en el estudio de grabación, metódico o dejas espacio para ideas que surjan sobre la marcha?, ¿tiendes a probar cosas nuevas?, ¿aceptas ideas de los músicos que te acompañan?

El estudio de grabación es un poco como una cámara de tortura. Cuando entro por la puerta me imagino que hay un letrero que pone “Destino: la perfección”. Y soy tan imperfecto que me echo a temblar. Tienes que cuidar los detalles hasta la extenuación. Cualquier pequeño error que pasa desapercibido al común de los mortales, al escucharlo ciento veinte veces te das cuenta de que está ahí y no puedes dejarlo. Es un proceso paranoico y antinatural, porque la música debe fluir sin tantos miramientos, con sus imperfecciones y todo, pero luego piensas que eso se va a quedar así para los restos y te agobias. Por supuesto que los músicos que participan tienen el derecho y la obligación de aportar ideas, para eso están. Unas se utilizan y otras no, lo mismo que pasa con las mías.


¿Sueles desechar muchas ideas? ¿En qué momento del proceso de composición sabes si una canción pasará el corte?


En el momento en el que, al cabo de varios meses, vuelvo a oír la cinta de casete en la que grabo todas las ideas que se me van ocurriendo y de pronto rebobino y exclamo “joder, esto es buenísimo”. Ahí empiezo a desarrollar la canción. Los bocetos de canciones que no me provocan esa emoción los borro, y para cada disco suelo borrar treinta o cuarenta. Creo que es bueno dejar reposar las canciones un tiempo. Son muy mentirosas y te suelen engañar con un riff, con un estribillo resultón o con cualquier chorrada brillante. Cuando pasa el tiempo por ellas te das cuenta de cuáles eran de verdad y cuáles no.



En una entrevista con Fernando Alfaro, me dijo que el español, una vez que consigues aprender a utilizarlo a la hora de escribir letras, es muy agradecido porque fonéticamente es muy sonoro. ¿Qué opinas de la dimensión sonora de nuestro idioma?

El español es duro a la hora de moldearlo. Las estructuras rítmicas y melódicas del rock necesitan de mucho monosílabo para que las palabras encajen bien en las melodías y el inglés los tiene a mansalva, lo mismo que palabras de acentuación aguda. En castellano la mayoría de las palabras tiene acentuación llana y eso complica las cosas, por ejemplo a la hora de finalizar una frase. Mucha gente se agarra al clavo ardiendo de utilizar los infinitivos; abusan de ellos y al final parece una canción escrita por un indio Sioux. En cualquier caso estas consideraciones son superfluas. Lo importante es escribir en el idioma en que se piensa. Los matices que le puedes dar a una idea con el idioma con el que normalmente te expresas no se los puedes dar con uno que has aprendido en una academia de 5 a 7.



Echando una mirada sobre tu larga carrera como letrista, ¿adviertes diferentes etapas en cuanto a motivaciones, influencias y formas de encarar los textos? En caso afirmativo dinos cuáles.

Ya te he dicho que he olvidado algunas cosas que escribí y me da mucha pereza releerlas, ¿para qué? No sé a qué me refería ni lo que me motivó escribirlas. Me imagino que fue la nada poética y urgente necesidad de tener letras para poder grabar esas canciones. Sí que recuerdo que muchas de las canciones de 091 las escribí en los estudios de grabación. Siempre me pillaba el toro y había que grabar las voces y no tenía nada escrito. Mientras los otros se iban de juerga por los garitos de Madrid yo me quedaba en el hotel, puteado escribiendo versos. Qué ingrato. Siempre que he tenido eso que se llama “un bache creativo” he encendido varitas de sándalo imaginarias en un altar donde tengo fotos de Dylan, Lennon, Leonard Cohen, Joe Strummer, Costello, Chuck Berry y otros grandes letristas. A veces ha funcionado. Otras veces he encendido velas en otro altar donde cuelgan retratos de T. S. Eliot, Rimbaud, Baudelaire, Walt Whitman y Cioran. También funciona.


A la hora de comenzar a escribir una nueva letra, ¿te mueve la intención de transmitir algo en concreto, o te dejas llevar por la pluma?

No, no. Nunca he dicho “hoy voy a escribir sobre… el agujero de la capa de ozono y su influencia en las relaciones amorosas en las parejas heterosexuales de las grandes ciudades”. No; mi proceso creativo tiene mucho que ver con aquel gran invento dadaísta que fue la escritura automática. Surge una frase o un par de palabras que suenan bien y sigo añadiéndole elementos. Obviamente, en algún momento del proceso me planteo el enojoso dilema de decidir de qué coño va a ir esto. Entonces racionalizo un poco y encauzo artificialmente el caudal onírico. En eso consiste el arte, en manipular las emociones y en domar la belleza salvaje para fijarla en un pentagrama, en un lienzo o en un folio, ya sea una canción, un cuadro o un libro. Para eso hay que tener decisión y oficio, aparte de cierto talento.


¿Tu faceta como articulista ha influido en tu forma de escribir las letras de las canciones?

No, en todo caso al revés. Sólo llevo dos años como articulista en el periódico Granada Hoy. Son registros totalmente diferentes. Además, escribir sobre Álvarez Cascos, Zaplana, Aznar, Carod Rovira o Zapatero difícilmente podría provocarme ningún estímulo positivo a la hora de hacer una canción. La mayoría de los políticos son gente gris que han escalado puestos en sus partidos y han embaucado con sonrisas a la gente para que los votaran. Mis canciones nunca han tenido nada que ver con eso. Al contrario, de vez en cuando dignifico las figuras de estos personajes y de otros como ellos dedicándoles unas cuantas bellas metáforas que no se merecen.



“En eso consiste el arte, en manipular las emociones y en domar la belleza salvaje para fijarla en un pentagrama, en un lienzo o en un folio, ya sea una canción, un cuadro o un libro. Para eso hay que tener decisión y oficio, aparte de cierto talento”


¿En qué momento de tu carrera te has sentido más satisfecho artísticamente?

Yo, cada tres meses, cuando me llega el cheque de Autores, me pongo a cantar “What a Wonderful World” de Sam Cooke. Hago una gran interpretación. Mis vecinos lo saben y dicen. “ya le ha llegado el cheque a Lapido”. Es en esos momentos es cuando pienso que la vida no es tan mala como creemos. Por lo demás, dejando aparte consideraciones artísticas, te puedo decir que el mero hecho de que este disco se haya editado me lo tomo como un triunfo personal. Por goleada contra la adversidad.



¿Qué discos admiras más por su sonido?

Muchos. Los discos que se grabaron en lo estudios Chess de Chicago suenan a gloria bendita. Los que grabó Sam Philips en Memphis tampoco están mal, pero es otro rollo. En los 60, las producciones de Shel Talmy para los Kinks, Who, Easybeats o Manfred Mann me encantan. El sonido general del Doble Blanco de The Beatles creo que es una de las cumbres del rock, es impresionante. Más, si cabe, sabiendo que lo grabaron con Yoko Ono acostada debajo del piano. Hay que tener valor. No sé, hay tantos… últimamente uno de los discos que más me gusta como suena es el “Bubblegum” de Mark Lannegan, un poco en la onda de Eels, uno de mis grupos favoritos.



Sueles citar a tus héroes musicales en algunas de tus letras, generalmente son maestros del blues ¿Qué te ha proporcionado el blues, aparte de los acordes?

Sí, es cierto. Es una tradición que empecé con una canción que compuse en el 87 más o menos, para “Debajo de las piedras”, aunque luego no la incluimos en el disco. En esa canción nombraba a J. B. Lenoir. A partir de ahí he nombrado a Elmore James, en “Qué fue del siglo XX”; a Muddy Waters en “Mi nombre es Sísifo”; a Howlin’ Wolf en “Imposible”; a Bo Diddley en “Alguien vendrá” y ahora, en este nuevo disco, he puesto a Robert Johnson en “Más difícil todavía”. Es algo que me encanta, poner el nombre de mis ídolos en mis canciones. El blues es una cura de humildad para cualquier músico. Lees las biografías, escuchas los discos, conoces en qué circunstancias fueron grabados y dices: “eso sí que tiene mérito, y no lo mío”.



¿Qué sensación tienes con respecto de este disco?

Sensaciones contrapuestas. Por un lado creo que es un buen disco. Sin falsa modestia, creo que tiene doce grandes canciones, no hay ninguna de relleno. Por otro lado pienso si eso bastará para que la gente se acerque a la tienda a soltar la pasta.



¿Cómo llevas todo el proceso no musical para llegar hasta este disco (creación del sello, diseños, distribución, promoción…)?

Fatal. El tema de la autoedición me roba muchísimo tiempo. Un músico debería ocuparse solamente de componer e interpretar sus canciones. Todo el proceso industrial y comercial que lleva aparejado la edición de un álbum deberían llevarlo otros, pero en mi caso no encontré a nadie dispuesto a hacerlo y no podía dejar que las canciones se quedaran en el limbo de los justos. Me armé de valor y decidí crear Pentatonia Records, que es una especie de balsa de náufrago. Ahora que ya está todo en marcha me siento orgulloso de haberlo conseguido. ¡Sigo a flote!



Te dije en su momento que me parecía tu trabajo más emocionante, a lo mejor el más profundo, y en ello pienso que tiene mucho que ver la música, los arreglos. ¿Qué has tratado de expresar o destacar y qué elementos nuevos has utilizado para ello?

He intentado tratar con respeto a cada canción. Pensando mucho cuál era el traje que mejor le venía. Una canción se puede vestir de muchas maneras posibles y, a veces, aunque la canción de cara sea muy guapa, puede estropearse al salir a la calle con el vestido inapropiado. Precisamente quería que las canciones tuvieran una emoción que englobara el llanto y la sonrisa. Un cuadro de Caravaggio no nos muestra nada amable ni agradable de ver a priori: martirios de santos y cosas así, pero su contemplación te provoca unas emociones placenteras: te conmueve. Eso he intentado con estas canciones: hacer de la tristeza, la rabia y el dolor algo bello.



¿Cómo conseguiste el sonido de guitarras de “Más difícil todavía”?

No recuerdo exactamente con qué guitarras grabé ese tema. En el estudio teníamos preparadas varias e íbamos utilizándolas alternativamente. Había un par de Les Paul Custom, dos Telecaster, una Fliying V y, por supuesto, mi vieja SG. De amplis teníamos un Fender Bassman, un Twin Reverb, un Vox AC30 y un par de Marshall JCM 800. Alguien me ha dicho que las guitarras de esa canción suenan igual que algunas de las de los Stones de los 70. Posiblemente: Jimmy Miller es uno de mis productores preferidos. Cuando los Cero íbamos a grabar “Tormentas Imaginarias” llegamos a llamar a su oficina para pedirle caché, como pagaba Polygram pensamos que no habría problemas. Pero sí los hubo: era demasiado caro.



En este disco me ha parecido la voz más natural que nunca, menos impostada, ¿Cómo te encuentras con ella tras estos años de experiencia en solitario?

Cantar es una tarea dura. Cuando me metí a cantar sabía que me metía en un charco de dimensiones considerables. Ya lo he dicho otras veces: mi voz es un bien escaso, como el agua, pero con los años he aprendido a administrarla. A veces hasta me gusto a mí mismo, algo increíble.



¿Es éste un trabajo crucial para José Ignacio Lapido?

Indudablemente se trata de una apuesta arriesgada. Si no funciona bien comercialmente me va a ser muy difícil grabar otro, a no ser que conozca a un filántropo aficionado al rock al que no le importe hacer un donativo para la causa. Aunque se me tache de pesimista, aquí está la prueba de lo contrario. Éste disco habla explícitamente de lo ingenuo que puedo llegar a ser. Un iluso. No hay nada mejor para arruinarse que tener fe en uno mismo.

Pasado un año, ¿qué balance haces de "En Otro Tiempo, en Otro Lugar" y de lo acontecido en ese tiempo?

Hace poco volví a poner el CD. Hacía meses que no lo escuchaba -la verdad es que nunca pongo mis discos- , y me pareció que sonaba bien, que las canciones estaban bien interpretadas y, en definitiva, ¡que me gustaba! Eso es lo mejor que puede pasarle a un disco, que le siga gustando a su autor un año después de haberlo editado. Lo normal es lo contrario, que echemos pestes de nuestras propias obras al poco de hacerlas. En fin... el balance que hago de este año transcurrido es bueno. Eso sí, sin ningún tipo de euforia. Ha sido muy duro el trabajo de autoedición y me ha quitado tiempo para la composición que es lo que más me apetece. En cuanto al tema de directos, pues igual. Más de treinta conciertos por todo el país. Lo mejor es conocer gente que está volcada con tu música: es un verdadero honor para mí tener seguidores así.

Respecto de la reedición de "Último Concierto", ¿Has notado cambios apreciables en la percepción de 091 por parte del público y los medios en estos diez años?

El paso del tiempo recubre todo con una pátina de respetabilidad y, en cierta manera, de leyenda. 091 no ha sido ajeno a este curioso fenómeno, pero debo decir que a los Cero siempre nos tuvieron mucho respeto. Las críticas que han aparecido de la reedición han sido inmejorables, cosa que como editor me satisface. Quería hacer las cosas bien en ese aspecto. En cuanto a las ventas... pues lo de siempre: lo justo para salvar los muebles.

12 noviembre 2006

DIRECTO DR. DIVAGO Y HONDONERO

Sala Sugar Pop (Granada)
30-09-06.


Sala pequeña, techo bajo. La escuela emocional de unos Dr. Divago apretados en el escenario volvió a decir mucho, de forma incansable y, lo que es más importante, inconfundible. Abrieron esta actuación compartida (con menos repertorio del habitual por ambas bandas) como siempre, yendo a por todas, con tandas de temas enlazados antes de decir buenas noches (“Lo Que Me Desespera”/”En Otra Vida” e “Insomnio”/”El Tiempo En Contra”). Presentados en cuarteto, sonaron fibrosos, aunque la falta de de la armónica y complicidad escénica de Chumillas siempre se echa de menos. Los de Manolo Bertrán optaron por lo más irresistible e inmediato de su reciente “Revuelta Elemental”, con canciones de la talla de “Los Tontos Buenos Tiempos”, “Tres Billones De Latidos” (con ese estimulante inicio) o “El Vagabundo De Las Azoteas”. Sólo se permitieron lentificar su intensidad natural para “Srta. Alfa”, su único medio tiempo de la noche; y relanzaron con energía y disposición new-wave clásicos de su repertorio como “Mi Calle” de Lone Star, “Jugando A Pillar En El Limbo” o “No Tan Bueno”. Despidiéndose rockanroleando tanto como en el primer tema con “No Necesito Más Reproches”. Supo a poco. Hondonero por su parte, despliegan un sonido más adensado, centrado en un competente rock de guitarras, a pesar de que las chapas y corbatas que llevaban pareciesen querer desmentirlo. Basculan entre el rock americano y la vocación melódica, con su par de solos y algún desarrollo. Basaron su pase en su último cd “Señales”, con temas como la inicial “Suerte” (con una tímida programación de ritmo), “Ying-Yang” o su revisión de los Smithereens “Sangre Y Rosas”. También versionaron el “You Got My Number (Why Don´t You Use It)” de los Undertones, llevándolo directamente al sonido obcecado del revival garajero de los ochenta, y se fueron con una festiva “When A Womans Call My Name” de los Miracle Workers, aparecida en su “Blacksoul´s Club” de 2.000.


Publicado en el número 232 de la revista Ruta 66.

08 noviembre 2006

JAVIER CORCOBADO "El Amor no está en el tiempo”(Tropismos, 2.005).

No estoy seguro de si era el tipo de narrativa que esperaba de Javier Corcobado, pero sí de que, página tras página, sus imágenes y visiones me acaban remitiendo a él inexorablemente.
El autor se nos revela aquí como un esmerado prosista con vocación de totalidad para reflejar la sociedad que le rodea (“la sociedad como materia novelable” que decía Galdós), a la vez que sacude un montón de ideas preconcebidas. Mientras da cuenta de la lucha de su peculiar héroe por disolver las tenazas del tiempo y el destino, visita con paso seguro abisales simas de oscuridad, volviendo con algo de luz entre los dedos. Sus descripciones pueden ser pormenorizadas y prolijas, de una precisión que no descuida ningún detalle, al modo naturalista, incluso documentadas hasta la extenuación (uso de lenguaje médico o científico); otras veces estimula su ritmo con ágiles frases cortas de información ajustada y urgente, o difumina momentáneamente las coordenadas espacio-temporales para volcarse en un lirismo simbólico que puede ser tan hermoso como desmesurado, retorcido o acróbata. Por momentos, un imaginario dial parece desplazarse caprichosamente provocando interferencias en la velocidad de crucero del relato. Emerge entonces un vacío truculento, seco como un tajo, la realidad se ve sorprendida por un inesperado flash surrealista de dientes pesadillescos. Todo esto con la virtud fundamental de no provocar desequilibrios en la narración.
Escrita en tercera persona con el clásico narrador omnisciente (que a veces hace uso arrebatado de la opinión), da gran peso a los diálogos e incluso transcribe de forma curiosa los pensamientos de los personajes, extractando lo fundamental de aquéllos para ofrecérselo al lector, en un afán informativo quizá excesivo. Aparte, reflexiona a través de ellos, colándose en determinados momentos demasiado Corcobado en sus palabras, o pone en sus bocas curiosas e interesantes reflexiones o teorías socio-científicas que derrapan en el delirio tanto como arropan el lado fantástico de la novela. Insiste en el monólogo interior haciendo uso del recurso del diario personal para ahondar más si cabe en los pensamientos y reflexiones de su protagonista. Así, los personajes son expuestos con todo detalle, se aportan con generosidad datos incluso de los secundarios; pero en ningún momento se imponen a la presencia del narrador creando el relato, sino que son utilizados para escenificar las líneas argumentales claramente marcadas por aquél. La complejidad que pueda desprenderse de ellos no es tal a la hora de juzgarlos, característica ésta que enlaza con otras que precipitan esta novela a una suerte de aventura que abraza sin ambages lo folletinesco, tomando la historia direcciones que algún autor de best-seller envidiaría. La narración va soltando deliberados cabos que nunca se pasarán por alto, pistas, semillas que crecerán posteriormente. Hay anagnórisis, venganzas, delirios futuristas, científicos locos, amores totales e imposibles, acción: asesinato, sexo, ataduras, dolor; y la complicidad que se suele crear en estos casos entre narrador y lector, disponiendo éste del privilegio de la mirada global sobre la historia y los protagonistas, contando con un poco más de información que éstos.
El Estilo Corcobado va poco a poco impregnando un texto sólido que encierra todo su despliegue de fantasía en una verosimilitud trabajada con el tesón de cualquier clásico ruso. Saca la cabeza la metáfora fulgurante, sugestiva (a veces ingeniosa y en ocasiones reiterativa), tremendista, imposible. Hay lugar para retazos de humor negro y dentelladas de mordacidad. Se combinan, finalmente, diversos planos narrativos situados en distintos lugares y tiempo, afluentes de la historia central. El discurso se sustenta en la fragmentación y la elipsis: bloques en forma de capítulos que avanzan y retroceden en el tiempo otorgándose sentido e iluminando zonas oscuras a capricho, teniendo así varios frentes abiertos que estimulan el interés en la lectura. Acaso la vocación simétrica del desenlace pueda resultar un tanto forzada.


Aparecido en el número 232 de la revista Ruta 66.

26 octubre 2006

HOGAR, DULCE HOGAR

"El año que viene haré discos que venderán más millones, así podré comprarme dos mansiones en vez de una" Jon Bon Jovi, uno de los reyes del AOR.

Estimados Psicocamaleones:

Iniciamos este veloz recorrido por la relación de determinados músicos con sus hogares, con esta cita de uno de los músicos más superficiales de la tierra, fiel al mito de las mansiones como inequívoco símbolo de riqueza y éxito; el polo opuesto al espíritu okupa del joven Joe Strummer de los 101´ers.
En plan megalómano Graceland es el plato fuerte, qué duda cabe. George W. Bush, en una de sus pocas actuaciones no agresivas, invitó a visitar la mítica vivienda de Elvis al primer ministro japonés, Junichiro Koizumi cumpliendo así el sueño de éste (qué bien, un político con sueños no prosaicos). Con ella se inició la mitología de las mansiones de las estrellas del rock. Elvis la compró en 1.957, y allí llevó a sus papás y a la abuela. Veintitrés habitaciones y seis hectáreas de terreno rodeándola y al poco tiempo la mamá ya tenía pollos piando por el porche. Allí tuvieron lugar gran parte de sus excesos y excentricidades de noctámbulo (como disparar a sus electrodomésticos). Un sitio tan excesivo, estadounidense y hortera como para que de su fuente manase coca-cola. Se ha convertido en lugar de peregrinación de centenares de imitadores y miles de seguidores de todo el mundo, ya que Elvis descansa allí. Por cierto, la van a convertir en Monumento Histórico Nacional, no en vano es el lugar más visitado de los Estados Unidos tras la Casa Blanca. Lo mismo ocurrirá con la casa de Bob Marley. Qué desperdicio, con la de apartamentos que podríamos sacar los españoles de ahí.
La mansión de Michael Jackson se llama Neverland, situada en el Condado de Santa Bárbara, en Los Ángeles, surgió sobre un terreno comprado en 1.988 por el artista. Tan tierna ella, allí te puedes pasear en unos caballitos que no paran de dar vueltas, montarte en sus locomotoras, visitar el zoológico, o jugar a la guerra con bombas de agua, esas cosas. La de Prince es Paisley Park, en Minneapolis, y debe parecer un apartamento comparada con la anterior. Erigida (porque las mansiones se erigen no se construyen) tras los espectaculares beneficios de “Purple Rain” en 1.984; aquí se encuentra también su estudio de grabación. En un penúltimo ataque de vanidad, Prince, imitando al Willy Wonka de “Charlie y la Fábrica de Chocolate” decidió introducir siete entradas plateadas en el interior de su último trabajo, “3121”, los siete afortunados serán obsequiados con un viaje a Paisley Park y un concierto sólo para ellos. No sé en qué habrá quedado esa historia.
Bob Dylan anduvo de casa en casa bastante tiempo a su llegada a Nueva York. Nuestro sin techo preferido unió casa e inspiración en las sesiones que dieron lugar a “The Basement Tapes”. Después de retirarse a Woodstock con su mujer e hijos tras su accidente de moto, hizo llamar a The Hawks, que seguían siendo su banda de acompañamiento, para trabajar en proyectos e ideas aún sin perfilar. Éstos aparcaron su vida de moteles y alquilaron una gran casa cercana pintada de color rosa, bautizada por ellos como “Big Pink”. Allí, durante casi todo 1.967, ajenos a la abducción psicodélica, se grabaron y compusieron decenas y decenas de temas en los que Dylan se congraciaba con la tradición rural de Estados Unidos. Cuando The Hawks se reconvirtieron en The Band al año siguiente, llamaron a su mítico primer álbum “Music From Big Pink”. Por una razón u otra Bob no tenía suerte con sus sucesivos domicilios, en 1.973 fijó la residencia familiar en la península de Point Dume, cerca de Malibu Beach, en California. Su construcción fue una odisea de tintes surrealistas cuando bobby decidió crear su propia fantasía, como él mismo decía. Durante los siguientes tres años, artesanos hippies contratados hicieron a mano los azulejos para baño y cocina (sus hijos diseñaron los azulejos de sus baños personales), las puertas fueron hechas a mano, no habiendo dos iguales, sobre la piscina se colocó un puente cuyos pilares tenían la forma de piernas de mujer, y el se empeñó en colgar del techo uno de sus primeros coches. En fin…
No cabe duda, a veces las viviendas cambian considerablemente de tamaño, así, en agosto de 1.962 Mick Jagger, Brian Jones y Keith Richards se mudaron al 102 de Edith Grove, un piso modesto situado en la zona denominada World´s End del barrio de Chelsea, en Londres: dos habitaciones, bombillas desnudas, extremadamente húmedo y con una estufa de gas de monedas para mantenerlo caldeado. En abril de 1.971 los Stones iniciaron su exilio en Francia para evitar al duro fisco inglés, Richards alquiló en la costa azul una villa llamada Nellcote a razón de 10.000 libras mensuales, una escalinata conducía a una playa privada, las techos de la parte baja superaban los nueve metros de altura y una tropa de cocineros servían comida a cualquier hora a músicos, camellos y amigos. En su sótano se grabó el fantástico “Exile On Main Street”.
No todos están igual, claro, unos Stones ilusionados, recién llegados a EEUU quisieron visitar los estudios Chess de Chicago para conocer a sus ídolos, entre ellos Muddy waters, intérprete del blues que los bautizó. La sorpresa fue encontrarlo subido en unas escaleras pintando las paredes de los estudios, mientras ellos, gracias en buena parte a su inspiración, iniciaban la conquista de aquel país.
Tener albañiles en casa suele ser engorroso, pero no tanto como lo fue para Brian Jones; la extraña relación que entabló con Frank Thorogood, capataz de la cuadrilla que tenía contratada, puso fin a su vida. Según declaró veinte años después su novia de entonces, Anna Wohlin, Frank ahogó a Brian en su piscina mientras discutían de dinero en el transcurso de una velada celebrada por ambos y sus parejas. La leyenda añade que Thorogood reconoció su culpa en su lecho de muerte.
Dicen que Alex Chilton heredó en Memphis una casa, la cual sirve como cobijo a músicos amigos, ¿qué tal será como casero? El eterno líder de Ilegales, el bueno de Jorge Martínez, hijo de aristócrata, utiliza como retiro espiritual y local de ensayo un palacete familiar del siglo XVI, el Palacio de Bolgues, donde convive con los recuerdos de su infancia a guitarrazo limpio. Hotel dulce hotel, tras el incendio de su casa, Antonio Vega ha vivido largo tiempo en uno de ellos. Lou Reed, vecino en tiempos de Mike Tyson en Nueva York, se sentía extraño al coincidir con él en el ascensor, no es para menos. En 1.990 Tav Falco actuó en Rugby, ciudad de los Spacemen 3; antes de despedirse, el narcoespacial Sonic Boom, co-líder de la formación inglesa, tuvo a bien mostrarle la colección de bólidos Jaguar de época de su padre. Falco recuerda con admiración que cada vehículo permanecía en su propio e inmaculado garaje, “más limpios y mejor amueblados que muchos de los hoteles en los que hemos estado”.
Kurt Cobain se acabó haciendo una mansión en su Seattle natal. Allí terminó con su vida. “Last Days” la reciente película de Gus Van Sant, nos ofrece la imagen de este mito a su pesar perdido entre las grandes habitaciones de esa residencia destartalada.
Paul Mc Cartney, siempre tan práctico, hizo construir sin permiso una lujosa cabaña en su propiedad de East Sussex, una zona boscosa, la cual le costó 1,46 millones de euros, y se la quieren derribar… pobre. Siempre podrá instalarse en su ático de Piccadilly, su casa del norte de Londres, la granja de Escocia, el piso de Nueva York, el rancho de Arizona…
Muchas vueltas se le dio en su día a la mansión del desaparecido George Harrison, situada a las afueras de Londres, y su sofisticado y obsesivo sistema de seguridad (fruto de los temores a un atentado que le asaltaron tras el asesinato de Lennon) cuando un desequilibrado burló todas las alarmas y le atacó con un cuchillo, en 1.999. Por cierto, y cerrando con derribos, Einstürzende Neubaten, la banda alemana del gran Blixa Bargeld, significa en alemán “derrumbando los nuevos edificios”.


Publicado en el portal de humor gráfico y cómic Irreverendos, en octubre de 2.006.

21 octubre 2006

"Nosotros...

"Nosotros no hemos heredado este planeta de nuestros antepasados sino que lo estamos tomando prestado de nuestros sucesores" (Jostein Gaarder).

15 octubre 2006

TEMA DEL MES

THE ZUTONS "Why Won´t You Give Me Your Love" ("Tired Of Hangin´Around" (Deltasonic, 2.006)).

Este tema pertenece al segundo álbum de esta banda de sonido exhuberante pero irregular proveniente de Liverpool. Está producido por Stephen Street. La canción en cuestión es de largo lo mejor del disco: vibrante, arrebatadora, un punto excesiva; con su inicio con un cortante riff de blues pantanoso, ya acelerado, llevado en volandas por turgente fraseo de saxo y elocuente dúo de voces hacia el incontestable y festivo viento soul-pop de una composición que en su estribillo se emparenta con los momentos más memorables de T-Rex. El vídeo está divertido.

10 octubre 2006

ENTREVISTA A HONDONERO

“GUITARRAS, ALIMENTO PARA NO ALIENADOS”
Tras seis años desde “Blacksoul´s Club”, vuelven Hondonero. La banda de los hermanos Mateo reaparece en el panorama discográfico con un sonido preciso y contundente al que se le cuelan las melodías por todas partes. Con la frescura del principio y las ideas muy claras; queriendo sonar más directos, efectivos y luminosos que nunca. Juan Antonio Mateo contesta a nuestras preguntas mientras practica con su sitar.


¿Qué ha sido de Hondonero estos últimos años? ¿Cómo surgió el contacto con la resucitada Flor y Nata?
Somos una banda de directo y nunca hemos dejado de actuar y de grabar, el caso es que al no tirar de modas nos ha costado mucho obtener el mínimo reconocimiento que cualquiera que abandere una nueva corriente obtiene. Tras enviar algunas maquetas a diferentes discográficas con los temas de “Señales”, Flor y nata nos ofreció un contrato para grabar dos discos con unas condiciones bastante aceptables, tantearon que eran buenas canciones y que estaba demostrado que el grupo estaba vivo y con muchas ganas.

Preséntanos un poco el disco.
Señales es un álbum de canciones sencillas pero impecablemente ejecutadas, rock atemporal y power pop en español que juega con guitarras contundentes y estribillos latentes, algún sampleado y hasta un sitar con el influjo de San George Harrison. No te voy a decir que es la bomba de la originalidad, pero por una vez hemos logrado llamar la atención de todo tipo de público y hasta colarnos en alguna radio fórmula, con nuestros anteriores álbumes estábamos asentados en un estrato del rock underground español del que ni subíamos ni bajábamos.

¿Cómo surgió la idea de introducir samples y efectos, en un trabajo, creo, consagrado a las guitarras y los sonidos clásicos?
Se trataba de hacer un trabajo variado y con el que nos encontráramos a gusto. Llevo tiempo escuchando a bandas tipo Primal scream o kasabian que introducen en sus bases rítmicas programaciones y me apetecía hacer algo en esa onda. De hecho las programaciones y el sitar los incluimos incluso en directo sin perder en absoluto nuestro instinto básico rockista, ya hemos superado un poco la etapa de que un grupo son dos guitarra, bajo y batería, se trata de poner unas notas tecnológicas al servicio del rock sin perderte en ella, tampoco es que hayamos variado nuestra personalidad con esos pequeños detalles

¿Por qué este viraje hacia el pop?
Este álbum se asemeja un poco más a nuestras primeras grabaciones, menos artificios guitarreros y canciones más directas y con el minutaje justo. Ha sido fundamental la incorporación hace tres años al grupo de nuestro nuevo batería y productor José Quintana, nos conocía desde hace años y sabia cuales eran nuestros puntos más descuidados, fue el impulsor de hacer que ganáramos en melodía en pos de agresividad; a ello también ha contribuido el mastering de José Maria Rosillo que ha dado más calidez a las voces.

En los créditos del cd agradecéis el apoyo de los Smithereens. ¿Los tuvisteis al tanto de la grabación de “Sangre y Rosas”?
Sí, antes de grabarla intentamos contactar con ellos para no tener ningún problema al adaptarla, conseguimos hablar con el guitarra Jim Babzak que se mostró receptivo y agradecido por el homenaje deseándonos mucha suerte.

¿Piensas seguir trabajando en la línea de “Electric Raga”?
Me encanta el aire psicodélico del sonido del sitar mezclado con las programaciones y ya tengo un par de nuevos temas montados que iremos ofreciendo paulatinamente en directo, donde volvemos a mezclar bases sampleadas y batería.

¿Qué impulsa a Juan Antonio Mateo a componer canciones?
Te podría decir que después de los años es ya casi una necesidad que me surge periódicamente el encerrarme solo en el local para crear melodías y ver como van creciendo después hasta transformarse en canciones junto al resto de la banda. Para una letra cualquier cosa me inspira, una conversación, una noticia, un desencanto, quizá cada vez un poco más la nostalgia.

Desde tu perspectiva como periodista musical y músico, ¿Tienes alguna teoría sobre el porqué de la pérdida de fe en el rock´n´roll por parte de las nuevas generaciones?
No se puede decir que la juventud esté menos o antes estuviera más enganchada al rock, los artistas que se adaptan a las exigencias del mercado son los que siguen tirando del público igual que en los últimos veinte años, no me gusta dar nombres pero solo tienes que encender la radio y escuchar. En los ochenta parecía que el rock y todos los grupos estaban de moda, pero solo eran cuatro los que realmente llenaban, y en los noventa el indie tampoco acabo de romper popularmente creando, con excepciones, un auténtico aluvión de grupos infumables. Aunque la juventud actual del macrobotellón se ve como más conformista y alienada, tienen internet como medio de difusión totalitario para lo bueno y lo malo, están mejor informados, y se nota cómo música y noticias se mueven más rápido.
Publicado en el nº231 de la revista Ruta 66

05 octubre 2006

"CON BUK EN EL BOLSILLO"

Voy por la calle, como siempre, pateando las aceras, esquivando los coches y las motos aparcados justo antes de tropezar violentamente con ellos. No sé por qué, no sé por qué camino siempre tan rápido, con tanta urgencia, compartiendo mi cigarrillo con el viento, apenas viendo a las tías, las viejas, los kioscos, las luces de neón, apenas salvando los charcos en los días de lluvia; los carricoches, los carritos de la compra...
El calor surte a mi frente continuamente de gotitas de sudor que caen sobre mis gafas y dejan en la superficie de las lentes su inequívoco rastro de muerte.
Hoy experimento una sensación extraña, pues Buk me acompaña en uno de mis bolsillos traseros. Ando sin rumbo como si quisiera enseñarle la ciudad de forma aleatoria, buscando quizá sorprenderle, o sorprenderme yo mismo. La ciudad, ese aburrido refugio que nos acoge, aplasta y agota nuestra vitalidad a medio o largo plazo, nuestras ganas, a poco que nos descuidemos. Lo oigo quejarse, escupir, lamentarse; sobre todo cuando me paro ante un semáforo o a leer un cartel pegado en una pared. Escucho el chasquido de sus largos tragos de cerveza, debe estar bebiendo con su "pack" de seis latas en un mano, tal vez mire el programa de las carreras.
Me introduzco por múltiples callejuelas tratando de mostrarle tabernas, tugurios puede que
peores que los que él frecuenta SIEMPRE. Encuentro uno: barra metálica larga, excesivamente
larga, máquina de café infausta, camarero inmemorial, camisa blanco-amarilla inmemorial, bayeta inmemorial enjaulada entre un montón de dedos ocres que parecen todos de igual tamaño; mesitas desiertas de aluminio y el periódico refugiado entre la pared del final de la barra y una oleaginosa máquina de pistacho; clientes difuminados, botellines sospechosos. Color gris.
Pido un cubata a pesar de que aún no son las una de la tarde de este pre-verano intrépido,
¡Así nos emborrachamos por aquí Buk!, y hojeo el diario deportivo.
Los clientes difuminados se ceban con uno de ellos de aspecto lamentable y ojos vidriosos,
el temblor de sus manos dificulta ostensiblemente su acercamiento a la copa de brandy por la que suspira su mirada. Emite nasales tacos inconexos pero desafiantes, puro tialismo, consigue
hacerse con la copa y la vuelca en su gaznate, esta vez sí, con un rápido y preciso movimiento.
Alma llena. Bar-Fly con las alas rotas.
Busco mirando por encima del hombro algún gesto, alguna expresión, coño, un carraspeo al menos que muestre la opinión de Buk. ¿Se habrá llegado a interesar por la situación?, ¿tendrá
ganas de beber un cuba libre hispano?, ¿estará meando?. No, sólo escucho un bufar continuado,
un FLOP-FLOP casi colérico y noto un ligero temblor. Se está masturbando el cabrón, seguro que piensa en Tanya o en Carol. Qué más da.
Sigo bebiendo un par de horas más, acomodado en un acuchillado taburete negro de terciopelo, aplastando al pajero para que se joda. Estoy enojado, sobre todo cuando le escucho roncar.
Pago las copas y me marcho, me siento invariablemente solo; además de aturdido. No estoy acostumbrado a clavarme cinco copas al mediodía. Creo que me encuentro ahora mismo como Buk cualquier día de mayo en cualquier lugar.
Decido bajar en dirección a las amplias avenidas del centro, con sus anchas aceras, sus plazas, sus árboles, sus pajarillos y... SUS TIAS BUENAS. Un reflejo de ilusión sacude mi espíritu y golpeo con la mano derecha mi bolsillo trasero: ¡ despierta mamón!
Aquí estoy, el sol cae con más suavidad aquí, la luz es más clara, blanquecina y sonriente; y la desgracia se muestra más evidente y desnuda. Se pueden ver cosas difíciles de imaginar, chicas extraordinarias: ESTUDIANTES, EMPLEADAS, VENDEDORAS, SECRETARIAS, HIPPIES. Culos, tetas, muslos, ojos, labios, cuellos que no podrías imaginar Buk.
- ¡Buk mira, espero respuesta!
- ¿El qué?
Su enrabietada contestación me produjo un hormigueo casi insoportable por todo el cuerpo. Sabía que el viejo gruñón acabaría respondiendo aunque fuese para espetarse y soltarme toda su mierda.
- ¡Las tías joder!. La primavera es un puñetazo de color, y de carne, y de olor.
- Déjame en paz de una puta vez. Dijo en tono casi conciliador. No me gustan tus bares y me molesta el sol.
- Pero Buk ya te he sacado del tugurio.
- Sí pero pronto me llevarás a otro, todos quieren sorprender a Buk, ir a sitios más cutres,
moverse con peor basura. Estás borracho, eres un puto bar ambulante. Me estoy aburriendo tanto que he vuelto a darle al vodka botella en ristre aquí tumbado en mi cama.
- A ti lo que te pasa es que sólo piensas en tu máquina de follar.
- Sí, mientras estábamos en el bar he pensado concienzudamente en ella.
- Aquí se ven posibles máquinas de follar mejores que la tuya tío.
- Ya tío, pero la mía es mi sueño, está clavada, inamovible en mi cabeza. He intentado
olvidarla o sustituirla por los métodos más peregrinos pero es imposible. Además llevo todo el
jodido camino bebiendo vodka y decenas de poetas relamidos golpean mi puerta.
- Yo quiero ser poeta.
- ¡No jodas cabrón!, fúmate un cigarro, o mejor un puro, mientras vomito y huyamos a un bar decente. Brugg, brruggg...
Así me fui a un bar limpio y luminoso, con un atrayente olor a pescado frito en aceite limpio, con un mito asomado al borde de mi bolsillo trasero vomitando y tirándose pedos.
Al entrar miré a la camarera y empecé a pensar en el punto y aparte que significaba su mirada, y en dónde sentarme, y en pedir una jarra grande de cerveza, y en si Buk estará cuando despierte.

30 septiembre 2006

091 “Último Concierto – Edición Especial 10º Aniversario”(Pentatonia, 2.006)

Con la separación de 091 perdimos algo una buena parte de los aficionados al rock en Granada. Era la banda que siempre estaba ahí, la apuesta segura; con canciones que te llamaban desde la primera nota, un imán irresistible y electrizante. La escena musical evolucionaba y ellos seguían su camino, incólumes, con muchas canciones memorables y ninguna mala, con discos densos, cargados de fuerza, emotividad y reflexión. A mí particularmente me han acompañado desde siempre, suyo era el primer elepé de mi colección (“Cementerio de Automóviles”) y suya la cinta de 90 que más he quemado, una que alguien me grabó (ese mismo elepé incompleto por una cara y “Manifiesto Guernika” de T.N.T. por la otra). Recuerdo la sorprendida ilusión en la puerta del instituto ante el vinilo rojo de “Más De Cien Lobos”; los conciertos siempre intensos y rayando la perfección; la salida de Antonio Arias, tan comentada; y muchos temas para siempre: “En La Calle”, “La Torre De La Vela”, “Qué Fue del Siglo XX”, “La Vida Qué Mala Es”… El deseo que todos teníamos de que vendieran, de que fuesen descubiertos de una vez por todo el mundo, como comenzó a pasar a partir de 1.987 con muchas bandas nacionales de rock.

Este directo es sin duda, su mejor despedida. Desde el clásico inicio de sus conciertos con el instrumental “Palo Cortao”, aparece el sonido que caracterizó a los 091 de los noventa: rezumante de rock and roll, imparable, blindado, contundente y limpio, tan zeppeliano como stoniano. Esa elocuente rocosidad contaba con respiraderos provocados por su brillo intrínseco, en forma de coros, melodías impecables y estribillos inconfundibles. Catarsis eléctrica para conmovedores textos de mirada sombría e incierta sonrisa. Ese mismo sonido, tan reconocible como previsible, que les restó capacidad de sorpresa en unos tiempos confusos donde lo excitante se hallaba lejos de las composiciones bien terminadas: en los últimos ochenta se abrazaba tardíamente el revival garajero, se empezaba a adorar masivamente a la Velvet, y se enmudecía ante la grieta sónica de Sonic Youth y The Jesus & Mary Chain, las espirales de Spacemen 3 o el oscuro magma de Nick Cave and the Bad Seeds. De los grupos que se desarrollaron durante los primeros ochenta, los pocos que no se convertían en vendedores lo tenían crudo, el nuevo público underground tendía a obviar aquella época y las simpatías viraban hacia bandas que cantaban en inglés u ofrecían un modo distinto de hacer las cosas, algo que también tenía su lógica. Para colmo, los noventa trajeron el grunge (inicialmente una saludable colisión de Black Sabbath con garage punk: más distorsión) y el desembarco indie de la inspirada mano de los Pixies o Dinosaur Jr. Mientras, la banda granadina en tierra de nadie, cada vez más ninguneada por la crítica y sólo sostenida por la importancia que sus canciones tenían para muchísima gente, sobre todo en su tierra.

091 se despidieron de la afición granadina durante dos días consecutivos de mayo de 1.996, ambos con lleno absoluto en el anfiteatro de Maracena. La postrera y más completa formación de la banda dio cuenta de un repertorio centrado en sus tres últimos trabajos, con recuerdos puntuales a los primeros cuatro, que se adaptaban como podían al vendaval hard (“Debajo De Las Piedras” incendiada por Rory Gallagher, “En La Calle”, favorita de Joe Strummer, perdiendo parte de su inmediatez juvenil; o “Cementerio De Automóviles” y “Fuego En Mi Oficina”, que nunca terminaron de adaptarse). Un resumen final coherente y que no sonaba a despedida en falso, como el tiempo ha demostrado. Para siempre quedan los wha-wha de “La Noche Que La Luna Salió Tarde”, el intenso calado de “La Canción Del Espantapájaros”, la magnífica ejecución de “La Vida Qué Mala Es” confundiéndose con “Suzie Q”, o la mordiente de “Sigue Estando Dios De Nuestro Lado”. El quinteto se despidió en su mejor estado de forma, dejando este recuerdo con marchamo imperecedero para sus seguidores, ellos, que en tantas ocasiones fueron maltratados en el estudio de grabación. La presentación es impecable, como el acontecimiento merece; una portada sugerente, intencionada y sencilla, con unas cuantas cerillas quemadas menos una aún sin usar, que aparece aprovechada al máximo en la contraportada (humor lapidiano, me temo), reminiscente de aquella caja de cerillas que aparecía en la portada del primer single, “Fuego En Mi Oficina”, de 1.983. Esta edición remasterizada, mejora el sonido y cuenta además con el añadido del documental “Esto fue todo”, ajustado resumen de su trayectoria contado por ellos mismos.

25 septiembre 2006

REAL MOTRIL

La población situada en la parte de España (o Estado, como dicen otros) en la que paso mis días, ha recibido, para sorpresa de toda la gente de a pie, una visita Real. El Príncipe y la Princesa han venido a botar una fragata del ejército a nuestro puerto, el mismo que semanas atrás un grupo de promotores sugirió convertir en puerto deportivo para que pudiésemos ser el Nuevo Caribe. Casi prefiero una fragata, así, atracada solitaria en el crepúsculo hasta la oxidación. La gente común (me refiero a la que reconoce serlo) se ha mostrado ilusionada con la visita, aunque siempre con la gruesa pátina hispánica de dedicar maledicencias y acompasados movimientos de cabeza a lo bien que vive la familia real. Los cotilleos sobre la presencia dos semanas atrás de policía secreta o de la agitada vida social de la Jefa de Protocolo, han animado los cafés mañaneros y las sempiternas colas de los bancos, que aún no se sienten preparados para dejarnos realizar nuestras gestiones gratuitamente por internet. Creo que necesitan tiempo.
Los sentimientos encontrados frente a la Monarquía salen a la superficie como delfines juguetones: la Derecha parece retozar, pero disimula y la Izquierda Entre Algodones se postula en contra (imaginándose lejos de la vulgaridad imperante durante unos días) y, así, muchos revisten su ideología del brillo fugaz que da reverdecer una certeza ante esa multitud de roma imaginación que sólo pide, pobre, que no le engañen burdamente sus ocasionales gobernantes; mientras, la Izquierda Que Suele Gobernar pone cara de póquer, enfundada en sus trajes mientras un exceso de loción de afeitar y maquillaje dificulta sus sonrisas de intelectuales triculturales. Supura provincianismo.
Estar a favor de la Monarquía como institución es realmente absurdo, de imposible explicación real. Yo, cuando alguien de algún país paradisíaco libre de tal rémora me reprocha su existencia en un lugar presuntamente moderno como España, en vez aplaudir directamente su condición de libre ciudadano, desde el fondo de las cuerdas del cuadrilátero siempre le remito a países como Reino Unido, Suecia, Dinamarca o Noruega, eso suele provocar un interesante silencio. Reminiscente del pasado, en un mundo ideal seguro que no existiría, y lo que no existiría en un mundo ideal no debe ser bueno. Las cuestiones, en nuestro caso, son básicamente si la gente común (o votante) considera que su estabilidad pasa por recuperar el espíritu de la II República o a ella de una pieza, o ve superado aquel período por los logros de éste; si esta peña (todos mirando a Marichalar) son nuestra principal carga; si hay defectos y males endémicos más enquistados y menos atractivos para la gran política en nuestro día a día que la Monarquía, o si el país está preparado para tener un presidente de la República que sea capaz de conseguir que los que no le han votado se sientan representados por él. La verdad es que no conozco a nadie que se declare abiertamente monárquico (monárquico en cualquier circunstancia), pero conozco a muchos que no ven en su desaparición sino el inicio de los problemas, algo que me produce muchísima pena. Del enfrentamiento actual en la política española lo único que saco en claro es que no queda prácticamente nada por lo que todos los partidos unirían fuerzas en cuestión de horas, por lo que parece razonable (quizá conservador, acaso cobarde, tal vez poco romántico –ya sabemos que en los experimentos henchidos de romanticismo siempre pierden los mismos-) que a la gente le guste más (en general) que sea el Rey el que hable con su homólogo de Marruecos en vez de Aznar, o con Bush en vez de Zapatero. Todos se muestran distantes con la monarquía pero el Chávez de Venezuela se hartó de dar el coñazo para que el Rey lo recibiera. Cosas de la imagen. Parece que el amigo Juan Carlos es necesario y, en caso de serlo, podría ser considerado una herramienta. Y que un personaje de sangre azul sea una herramienta necesaria para un país tan moderno como España debería mover a reflexiones más profundas.

21 septiembre 2006

EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS (¿O ESTÁN YA FABRICADOS?)

El espacioso escenario estaba rodeado de luces que lo convertían en un espacioso puti-club recién abierto y de desratizada apariencia. El presentador, trajeado de terciopelo, gesticulaba dibujando florituras con sus manos. De las paredes colgaban carteles con primeros planos ampliados de nuevas figuras como María Jiménez, Fernando Esteso, saludando con ambas manos y una estúpida sonrisa, Jaime Morey e Isabel Pantoja, entre otros. De entre los concursantes, modositamente sentados en pupitres, hubo de levantarse Manolo, atendiendo al gesto displicente de la mano derecha de un miembro del jurado. Puesto en pie, observó orgulloso y altanero cómo el público vitoreaba su nombre, una masa grasienta y temblorosa que hacía la ola subiendo y bajando el trasero, custodiada por gorilas uniformados de gris.

El miembro del Jurado, tratando de parecer reflexivo habló, acariciando el clavel reventón que destacaba en el ojal derecho de su chaqueta: “Manolo, tanto mis compañeros del jurado como yo mismo, hemos asistido sorprendidos al corazón, poderío y casta que has puesto en esta interpretación. Tanto que nos has arrancado más de un olé cuando atacabas con ímpetu los estribillos”. Manolo observaba con ojos brillantes y sonrisa inamovible, como encajada en la boca. Un insistente primer plano nos ofrecía su sudoroso y crispado perfil, su incipiente alopecia, el aceitoso brillo del pelo que cubría su parietal izquierdo. Su mano sostenía nerviosa un sombrero cordobés, también de color gris. “Además, has superado tus problemas con el inglés y has hecho tuyos los buenos deseos de la canción, acercándola a ese pueblo que tanto te quiere. Tu melisma salvaje, tan enraizado en nuestra cultura y nuestro mercado, junto con la complicidad única que crea tu juego de miradas y guiños con el público, te han hecho acreedor de la confianza de esta academia para interpretar esta canción a partir de ahora en todas nuestras galas. Has abierto nuestros corazones, Manolo”. Los aplausos estallaron, y Manolo lloraba de dicha, apretando dientes y puños almidonados, y saludando al modo de los toreros a su público. Abandonó su pupitre fundiéndose en un abrazo con el presentador que aplaudía extasiado el micrófono contra la carpeta. El mayoritario gentío femenino improvisó otra ola de carne y olores vaginales, increpando violentamente a los de gris que les prohibieran lanzar pétalos de rosas, que traían de sus casas. Los sudores de las palmas de sus manos chapoteaban en su contacto frenético, parecían tener un pescado entre ellas. Y Manolo les lanzaba besos mientras atravesaba la pasarela, convertida ya en un infierno de olés.

En un inesperado y juvenil gesto, señaló a una parte del tumultuoso graderío, del que surgieron como resortes para solaz de todos, sus hermanos armados de guitarras, que ya no se volverían a sentar. Un rápido plano nos ofreció al jurado sirviéndose anís con el corazón de par en par, y al presentador de terciopelo pidiendo silencio con los brazos abiertos. Otro aluvión de gritos, Manolo se había hincado de rodillas en el suelo, sus compañeros corrieron hacia él simulando que lo auxiliaban, dando muestras de esa sana simpatía y pureza de alma que subyugan al público. La cámara enfocó a John algunos segundos, para volver al grupo de muchachos que saludaban a Manolo cogiéndole violentamente la pechera con chorreras, propinándole empujones para al momento atraerlo para fundirse en un abrazo. Hasta que por fin se lo llevaron a hombros.
El olor a colonia se mezclaba con el sudor, el maquillaje brillaba como un exceso de loción de afeitar en los rostros; el súbito silencio se podía cortar cuando un miembro femenino y rosáceo del jurado carraspeó. “Silencio”, suplicó el presentador de terciopelo. La dama llamó: “John”(un tipo con gesto despistado se incorporó de su pupitre). Prosiguió, entre carraspeos y nudos gargantiles de anís dulce: “John, tanto mis compañeros del jurado como yo misma, apreciamos tus progresos en la composición, creemos que alguna de tus canciones puede llegar a calar en nuestro público. Pero consideramos que tu estilo interpretativo, en el que tú apelas a tu personalidad, no ha avanzado mucho desde que llegaste. No se te ve capaz de enfrentarte a esta noble gente sin mirar al instrumento que te empeñas en tocar, ni despistarte mirando al cielo; el caso del piano es paradigma de una introversión incomprensible. El respetable te espera y tú no les haces caso, ocultándole incluso la mirada. Es por eso que el jurado cree oportuno que sea Manolo y no tú, el que interprete tu canción “Imagine”, de ahora en adelante...

Por suerte conseguí despertar, agitado y sudoroso. Pronto advertí que las piezas no encajaban y que todo aquello era imposible. Después me prometí apagar la tele antes de dormirme, ya que el otro día soñé un primer plano de María del Monte comiéndose dos huevos fritos e imitando, con la boca llena, el celebérrimo canto del Pájaro Loco,... o no fue un sueño. Por favor, no me digáis la verdad.

16 septiembre 2006

NIKKI SUDDEN “DESDE OTRA ÉPOCA”

Cada vez más fuera de tiempo, y acompañado para siempre de apelativos como “maldito” (ese que tanto detestaba), “mitómano” o “francotirador”, Nikki Sudden nos dejó el pasado 26 de marzo, tras un concierto en Nueva York.

Erudito, positivo y siempre lleno de proyectos, alternó la actividad musical con el periodismo en algunas épocas (en los últimos tiempos preparaba un libro sobre Ron Wood, y trabajaba en una primera novela, “Albion Sunrise”). Nómada y trotamundos, este londinense llevó su música desde recogidas actuaciones acústicas a vendavales eléctricos, aunque siempre destacó su querencia por el matiz (él decía que hacía “english rock”); con esa voz lánguida, lentificada, siempre a una velocidad menos que una música envuelta por su obsesión por el período 69-72 de los Rolling Stones, y discos como “Electric Warrior” de T-Rex.

Su proverbial clasicismo fue el fruto inopinado de unos inicios musicales con vocación rupturista. Su primera banda, Swell Maps, inició su andadura en 1.972, cuando Nikki contaba 16 años. Influidos por el rock alemán o The Velvet Underground, y absorbidos en la inercia punk, fueron el típico destello de la confusa época post-punk, tan inspirado como atropellado, siempre estimulante, basado en experimentación anárquica, improvisación disonante, desarrollos comatosos, guitarras de chatarra y combustión espontánea; consumada ésta en 1.980 dejando un par de elepés de interés, “A Trip To Marineville” (1.979) y “Jane From Occupied Europe”, al año siguiente. Su legado se puede rastrear en la manida generación noise, capitaneada por Sonic Youth. Con este grupo fue con el que alcanzó mayor popularidad, el único momento en que su música acompañó a su tiempo.

De aquí partió la carrera en solitario de Sudden, y surgieron su hermano Epic Soundtrack, estimable compositor y futuro miembro de Crime &The City Solution y Jowe Head de Television Personalities.

El disco “Waiting On Egypt” de 1.982 (primero a su nombre) puede considerarse eslabón entre la etapa Swell Maps y la posterior (está “Stuck On China”, pero ya encontramos la gran “Still Full Of Shocks”), apuntada más claramente en “The Bible Belt” de 1983, donde ya aparece Dave Kusworth, que incluye “Road Of Broken Dreams” (firmada a medias con Mike Scott de The Waterboys), futuro clásico de los Jacobites en versión más reducida, y cuyo tema “The Angels Are Calling” ya suena cien por cien Jacobites.

En 1.984 une intenciones con el citado ex – Subterranean Hawks Dave Kusworth, dando lugar a los Jacobites, en mi opinión su etapa más inspirada. Ese año publican “Jacobites” recreaciones acústicas algo deslavazadas que apuntan claramente sus intenciones (“Silver Street” ha sido versionada por Mercury Rev). Poco después, sin embargo, alumbran el doble “The Robespierre´ s Velvet Basement”, para mí su mejor trabajo.

Esta época confirma y marca plenamente la senda elegida por un nikki sudden comprometido con una visión clásica del rock y un período concreto (la música de su adolescencia), que llegará hasta el final de sus días. Romanticismo, dandismo decadente y glamour desarrapado. Rasposas y delicadas, las canciones avanzan con lentitud enhebrando y confundiendo eléctricas y acústicas a la vez que rememoran la épica de todas las derrotas. Ambos músicos comparten un gran talento para los medio tiempos, melodías de añejo y estremecedor sabor que acarician ralentizadas la textura del riff y el halo stonianos, la expresión dylaniana, el desarrollo de Neil Young o la vulnerabilidad del Johnny Thunders más amargo. Sí, deslizándose por el filo de una navaja que es ya camino polvoriento de acordes esenciales repitiendo continuamente su eco. Un sonido con una pátina desencantada, esa sensación casual de reunión de amigos cargada de sensaciones e imperfecciones. Su discografía no reaparecerá hasta los noventa, abundando la recopilaciones y los lanzamientos con descartes e inéditos, hasta “God Save Us Poor Sinners” de 1.998, un buen disco que ya será el último suyo con Nikki vivo.

Tras un par de discos conservando la denominación Jacobites sin Dave, “Texas” y “Dead Men Tell No Tales”, Nikki se lanza a una producción nutrida y dispersa, en la que abundan las colaboraciones y salta con facilidad de uno a otro de sus espectros sónicos preferidos; a veces guadianesca y siempre zigzagueante, con elepés de aliento acústico y folk que van desde “The Last Bandits On The World” acreditado a The Last Bandits, y el esencial “Kiss You Kidnapped Charabanc” (1.988) grabado junto a Rowland S. Howard (debían haber colaborado mucho más), al más reciente “Red Brocade” (1.999), grabado en Chicago y que cuenta con la colaboración de Jeff Tweedy de Wilco (“Farewell, My Darling”). Tiene sus momentos guitarreros, pero es mayormente reposado, trufado de canciones delicadas que es donde reside lo mejor de este trabajo, preciosista en los arreglos de cuerdas y vientos. Destacan también, como complemento, trabajos de afilada electricidad a lo Crazy Horse, como el doble Maxi “Groove” de 1.989 (acompañado de la formación The Frech Revolution, con la que grabará su hiriente versión del “Captain Kennedy” de Neil Young para un disco homenaje); los aires country de “The Jewel Thies” (1.991) (también denominado “Liquor, Guns And Ammo”), con el apoyo y producción de sus fans REM o “Seven Lives Later” de 1.996, intensa dosis suddeniana grabada entre Londres, Praga, Berlin y Chicago. Tras unos años sin grabar, volvió con “Treasure Island” (2.003), a la postre su último disco. Un trabajo muy especial por este motivo y por ser el mejor en casi veinte años de un músico que se ha ido con mucho que decir. Muestra a un Nikki desperezado y enérgico, con un repertorio variado y luminoso que recurre al gospel, al country, al blues o al pop; tanto al sofoco de guitarras constreñidas como a inspirados coros y arreglos de piano, órgano o metales. Contando con colaboraciones de ensueño para él, como un portentoso Mick Taylor (acojonante en “House Of Cards”) o el ex – Faces Ian McLagan. Hasta siempre.


Publicado en el portal de humor gráfico y cómic Irreverendos en septiembre de 2.006.

13 septiembre 2006

BULGÁKOV, FAITHFULL, JAGGER Y TÚ

Mijaíl A. Bulgákov nació en 1.891 en Kiev, en el seno de una familia burguesa. Hijo de un profesor de la Facultad de Teología, siguió estudios de medicina, profesión que ejerció durante un corto pero intenso período, hasta que a partir de 1.919 se decantó definitivamente por la literatura y las tablas. De aquella época son los relatos que aparecen en “Morfina”, breves y reveladores textos a modo de diario íntimo de un joven médico, que narra de forma concisa y lúcida, penetrante, su experiencia profesional, incluida una adicción a la morfina que posteriormente superaría. En aquel momento aún no habían explosionado su febril imaginación ni su disparatado humor, inspirados en parte por Gógol; éstos avisan elocuentemente en “Maleficios” (1.924), un hilarante y agotador laberinto de situaciones absurdas y surrealistas a partir de un equívoco provocado por la lenta burocracia soviética (que supone un excelente anticipo de Boris Vian); y que aún en esa época alternará con el realismo de “La Guardia Blanca”, su primera novela. Habiendo descubierto ya que la sátira, usada en su justa medida, suele ser un arma certera, un zarpazo infalible, en “Corazón de Perro” (1.925), añade a las cualidades mostradas en “Maleficios” el ingrediente de una ciencia-ficción utilizada para bucear más profundamente en los nuevos resortes de su país. Última pieza necesaria para forjar un lúcido discurso, a la vez fantástico, satírico y mordaz; que continuará con "Los Huevos Fatales”, ese mismo año. Contemporáneo de otros silenciados por lo implacable del sistema comunista como Boris Pasternak, Anna Ajmatova o Eugeni Zamiatin; o directamente masacrados, como el poeta Osip Mandelstam o Boris Pilniak, su independencia de criterio y su hartazgo del proselitismo de la exaltación revolucionaria, le granjearon problemas y persecuciones. Las entregas que iban apareciendo en la prensa de la en principio popular “Corazón de Perro”, quizá su sátira más feroz contra el Régimen, desencadenaron definitivamente las hostilidades que acabaron interrumpiendo también una exitosa carrera como dramaturgo, con obras como “La Isla Púrpura”, “El Apartamento de Zona” o “Las Jornadas de Turbin” (adaptación de la citada “La Guardia Blanca” de 1.924) representándose a la vez con aceptación del público en 1.928, justo antes de caer definitivamente en desgracia. Su trabajo fue censurado y él expulsado de las férreas asociaciones que agrupaban a escritores y dramaturgos. Ante sus constantes problemas con el poder, en 1.930 escribió a Stalin (quién por cierto le admiraba) pidiendo que se le permitiese abandonar el país o volver a su vida normal, dirigiéndose a él en estos términos: “El escritor que afirme que puede seguir escribiendo en donde no existe la libertad de creación, es como el pez que declara públicamente no necesitar de agua para seguir existiendo”. El dictador respondió autorizando un par de representaciones más de “Las Jornadas...”, para sumirlo a continuación en el ostracismo. Durante todos esos años hasta su muerte consagró su tiempo al teatro, ocupando puestos secundarios en el Teatro del Arte o el Bolshoi. A la última etapa de su vida pertenecen la inconclusa “Novela Teatral” y la unánimemente reconocida como su obra maestra, “El Maestro y Margarita”, cuya redacción le ocupó desde finales de los años veinte hasta su muerte. Quedó ciego en 1.939, muriendo un año después con estas últimas obras aún inéditas, enterrado en el mismo silencio a que fue condenado en vida.
En 1.966 se empezó a publicar en la revista Moskva “El Maestro y Margarita” convenientemente censurado. Poco después apareció la traducción inglesa, detonante del culto que la obra consiguió en toda Europa. En enero de 1.968, la leída Marianne Faithfull le pasó la novela a su chico, Mick Jagger, quién encontró en ella la inspiración necesaria para la letra de “Sympathy For the Devil”.
 

RENACER DESDE LO MÁS ABISAL DE LOS DESPACHOS

“El Maestro y Margarita”, después de superar la quema de una primera versión por parte de su autor, las continuas correcciones y el olor a sótano del olvido, vio la luz en su país en condiciones normales en 1.973. Al igual que la versión íntegra de su “Corazón de Perro” (que trajo la Perestroika), “Doctor Zhivago”, “Réquiem” o “Nosotros”, fue tristemente escamoteada a sus compatriotas durante demasiado tiempo. La novela actualmente es considerada una de las obras maestras de la narrativa rusa, y su versión teatral ha sido y es ampliamente representada. Su mito y poder simbólico para los rusos, que creció fuertemente con los cambios experimentados por la sociedad al inicio de los noventa, llega hasta el punto de que los itinerarios del libro han pasado a formar parte de las rutas turísticas de Moscú.
Esta es la obra más puramente fantástica de Bulgákov. Abunda en los temas que ha tratado con anterioridad, consiguiendo la sublimación y el justo equilibrio de todas sus constantes creativas; sorprendiendo, a pesar de retratar un momento histórico concreto, su inalterable frescura. Engrandece y enriquece sus armas de siempre: la fantasía, los elementos paródicos, el ritmo, el absurdo, los diálogos, la visión satírica o la ironía. Un libro de despedida mimado y sufrido, inmenso de significado, y más teniendo en cuenta las condiciones anímicas en que fue escrito. A pesar de todo se observa algún desajuste, como el final de los protagonistas, entre el capítulo 30 y el epílogo, lo que denota que quizá el libro no estaba pulido del todo a la muerte de su autor.
El cine se ocupó de ella en 1.972, con la película dirigida por Aleksandar Petrovic; y el director ruso Vladimir Bortko (que ya rodó “Corazón de Perro”, en 1.988) ha vuelto sobre ella este año. No he tenido ocasión de ver todavía ninguna de estas adaptaciones, aunque de todas formas yo siempre imagino un “Maestro y Margarita” dirigido por Tim Burton.
 

PAZ, LIBERACIÓN, PERDÓN Y ARREPENTIMENTO
El sarcasmo y la provocación principales consisten en crear un protagonista con el que la cultura oficial se ceba por escribir nada menos que una obra absolutamente realista y humana sobre Poncio Pilatos, en plena efervescencia ideológica de la Unión Soviética. A esta “desfachatez” se suma el poner en liza las sobrenaturales fuerzas del bien y el mal, algo absolutamente inadmisible en ese momento. Bulgákov se vale para satirizar la sociedad moscovita de la época nada menos que del Diablo, y esta sugestiva idea le permite exponer descarnadamente lo más esperpéntico de determinados sectores, una vez enfrentados a tan inesperado visitante.
Resumiendo: el Diablo elige Moscú para la celebración de su Baile del Plenilunio Primaveral de ese año. A partir de esa paródica idea que Bulgákov se saca de la manga, su pluma pergeña diferentes excusas, coincidencias y situaciones para confrontar a Voland (que así se llama) y su séquito con los responsables del teatro Varietés de Moscú, la Comisión de Espectáculos o cierta elite literaria, entre otros. Más tarde, la soltería de messere Voland le lleva a buscar una dama que le acompañe en ese baile, y una serie de improbables circunstancias lo conducen a… Margarita, la amada del singular Maestro. Así como otras igualmente improbables involucran a Dios en el proceso.
El libro primero pone en marcha la peripecia de la aparatosa visita del Diablo: su aparición y la forma de relacionarse con los ciudadanos, alternándola con los retazos fundamentales del libro sobre Poncio Pilatos escrito por el Maestro. En el segundo comienzan a precipitarse los acontecimientos y la historia central toma cuerpo, se desarrolla la fantástica aventura de los protagonistas. Aparecen el Maestro y Margarita en plenitud, y las historias toman los caprichosos recovecos que las terminan fundiendo en un catártico desenlace final, en el que se habla de paz, liberación, perdón, y arrepentimiento. Al final, se nos informa del destino de todos los personajes de este grotesco y bullicioso mosaico moscovita.
 

MIRANDO POR LA VENTANA DEL NÚMERO 50

Bulgákov concibe como punto neurálgico de esta fantástica historia su propio apartamento, el piso número 50 del 302 de la calle de la Sadóvaya, residencia satánica para la posteridad. Desde allí proyecta una imaginación liberada de las limitaciones de la verosimilitud, el tiempo y el espacio; construyendo en un caudaloso devenir de acontecimientos, punzantes y vívidos frescos de puntuales personajes y arquetipos. Lo fantástico se hace con las riendas, envolviendo y transformando la vida cotidiana. Surge natural de cualquier detalle, libera las palabras, relativiza los principios morales y funde el gris uniforme de unos tiempos cada vez más decepcionantes, haciéndolos estallar en inesperados colores, en cualquier instante, en cualquier lugar. Un diablo que saca a la superficie las miserias del aparato burocrático en que se ha convertido ya la Unión Soviética de entreguerras y su plétora de intereses creados.
Desde el principio pincha la agudeza y retumban las dobles lecturas. El retrato social se va perfilando indeleble mediante inolvidables trazos: la atracción y el recelo con lo extranjero, las consideraciones sobre la libertad para ser ateo en Rusia, cada ciudadano un policía… El problema de la vivienda en Moscú, la especulación; el temor a perder el carné de MASSOLIT (y sus privilegios), el espionaje entre vecinos, las deportaciones, la burocratización (alguien solicita un certificado al mismísimo Diablo), el uso recurrente del hospital mental (el cochero que quiere que utilicen su vehículo para internar a “Desamparado”: “¡ En el mío!, que ya se sabe de memoria el camino al manicomio!”); la uniformidad del pensamiento o el materialismo ideológico imperante.
Demoledora, por cierto, la alegórica descripción de las actividades del servicio secreto en la época romana o la de la detención de un gato común tomado por miembro del séquito de Voland. Significativa la obsesión de todo el mundo por dar una explicación “científica” a lo ocurrido; y, sobre todo, cómo al final lo consiguen poniendo unos el esfuerzo de explicarlo, y los demás el ímprobo de creerlo (“era necesario inventar justificaciones ordinarias para sucesos extraordinarios”, se dice por algún sitio). Pone en la picota el papel de los intelectuales: denuncia sus privilegios y la indolencia acomodaticia de sus vidas y carreras, bien acopladas al dogmatismo imperante. Ofrece remarcables reseñas de miseria y carencias, y también aprovecha para deslizar algún definitivo ejemplo sobre la crueldad e inutilidad de las guerras.
 

ESCALERAS ABAJO

Esmeradas y siempre ajustadas descripciones, ágilmente expuestas, conviven chispeantes diálogos. Es como si la prosa se precipitase escaleras abajo desnuda y vistiéndose sobre la marcha, llegando abajo sin haber perdido el equilibrio y perfectamente ataviada. Definición y precisión en la composición de escenas, en la presentación de los personajes y la manera en que aparecen en el relato; en sus reacciones o sus movimientos, que a veces resultan incluso coreográficos, teatrales. Caricaturizados, pero lo suficiente para que resulten creíbles, precaución que se ahorra con el inolvidable séquito demoníaco.
El aliento narrativo de la mejor tradición rusa pervive vibrante mientras el Bulgákov dramaturgo brilla en los dos capítulos en que se desarrolla una representación teatral, éstas nos son descritas de tal modo que nos imaginamos cómodamente sentados en el patio de butacas. Gusta añadir a las descripciones generales detalles accesorios, pinceladas postreras que intensifican el momento con sutilidad: “…puso su mano ardiente sobre la cabeza del niño, con el pelo recién cortado”, “…las ventanas daban a un patio asfaltado, que todas las mañanas limpiaban unos coches especiales con cepillos…”. Expone percepciones con el toque justo (“Sentía frío debajo del corazón…”), y emplea para las comparaciones imágenes curiosas y eficaces (“...con las manos duras y frías como el pasamanos de un autobús”, “…cejas pobladas y pardas como carcomidas por la polilla”, “El amor surgió ante nosotros como surge un asesino en la noche”).
Como en el grueso de la obra del ucraniano, el narrador es omnisciente, se distancia de los acontecimientos como si se tratase de una leyenda. Se dirige al lector relatándole en clásica tercera persona una historia, y juega a convencerlo de la veracidad de los hechos mediante el uso irónico de silogismos o la profusión de datos anecdóticos. Lo anima o le habla en términos burlonamente moralizantes, reflexionando y opinando acerca de lo que narra.
El relato general, como decíamos, se enlaza y alterna con el de Pilatos haciendo coincidir las frases finales e iniciales de cada capítulo. Éste se inserta en el transcurrir de la obra inicialmente contado por Voland, posteriormente soñado por “Desamparado” y después leído por Margarita. En él Bulgákov utiliza un estilo distinto al suyo, el correspondiente al Maestro, exento de humor e ironía; centrado en hacer un retrato fidedigno del procurador y los hechos, grave, naturalista, minucioso y descriptivo en grado sumo, aun a riesgo de lastrar peligrosamente un relato que en su parte central avanza sin respiro. Ambos coinciden en un espacio temporal de tres días (de mediodía de miércoles a sábado por la tarde). Aparte de otros estratégicos paralelismos, como las premonitorias tormentas, o las demostraciones de poder y adivinatorias tanto de Jesús como del Diablo en sus primeras apariciones.
Los rasgos de la literatura del absurdo brotan nerviosos e inesperados, saltan sobre el lector; desde el gorrito con la M que porta el Maestro, a la comicidad caricaturesca de Koróviev cuando se dispone al silbar en el momento de la despedida, o ese grajo que se larga volando sobre la rueda de un coche.
En el libro segundo, el maestro se expresa descreído, vencido y melancólico; desprende su dolor, despojando la prosa, haciendo flotar las palabras tristemente en el aire. Es el contrapunto pausado a la historia. Margarita, por su parte, verdadero revulsivo del relato desde su aparición, toma la primera persona con firmeza (incluso la segunda para dirigirle intensos pensamientos al Maestro).
La sátira y el humor se mantienen incólumes, pero las vicisitudes de esta segunda parte progresivamente internan la historia por vericuetos de enorme lirismo y aliento poético, la pluma se torna etérea y se vuelve profundamente sensitiva (“La luz de la luna despedía un calor suave”); íntima, incluso a la hora de desvelar la vida cotidiana de Voland y su séquito. El texto filtra momentos donde conviven lo dramático y lo romántico, todo bajo un insondable manto de fantasía y majestuosidad; fascinante y abismal, proyectando de vez en vez, claroscuros góticos sobre las páginas.
 

MEFISTÓFELES EN CAMISETA

Puede ser tomada como una comedia elaborada a partir del “Fausto” de Goethe (el cual aparece citado en varias ocasiones), invariablemente urbana y aparentemente más ligera. Un “Fausto” desmadrado, si se quiere, y centrado en una dirección más punzante y real. Son tantos los puntos de contacto como las diferencias de fondo: el nombre de Margarita se vuelve a usar en un personaje (aunque no de la misma relevancia y significado); aquí, la clásica pugna entre el bien y el mal se convierte en una lucha entre lo sobrenatural (donde reside la justicia) y lo terrenal (de donde ha desaparecido), aunque permanece la idea de su complementariedad; son evidentes las similitudes entre Voland y Mefistófeles, siendo aquél menos cruel y más condescendiente y justo con su acreedora; dos personajes principales mercadean con el Diablo, sí, pero en Bulgákov la protagonista paga su deuda sin intervención divina. Valga también citar las semejanzas en lo que respecta a la Noche de Valpurgis, o incluso al truco de los regalos que desaparecen. Junto a este insoslayable referente, los burlescos Popota y Koróviev, así como el resto de sus compinches, parecen personajes especialmente perversos escapados del mundo de la Alicia de Lewis Carroll.
Vuelve la sátira inmediata, corrosiva, con el ingrediente extra de un humor negro que ya cuelga de los títulos de los numerosos capítulos. La fina ironía de un observador privilegiado y analítico en constante rezumar. Cuidada indagación psicológica de la ciudadanía, sus actitudes, sus costumbres (la escena de la magia negra, uno de los momentos culminantes, muestra una población tan superficial y anhelante como la de cualquier otro lugar). En muchos momentos es una trepidante novela de aventuras y en otros una divertida comedia de enredo a veces frenética, que arrastra incluso los momentos más trágicos o violentos. Con piezas que encajan en ocasiones trabajosamente, y a las que acaso el lector empuje para preservar esa invencible sensación de deseo y ansia de libertad que flota en esta novela.
El Libro Segundo gana en intriga. Interrogantes, dudas y misterios (¿alguien le dictó la novela al maestro?, ¿puede Dios aparecer convertido en un vaso que guiña?...) mantienen en vilo el futuro de los personajes, siempre con la fatalidad en los talones. Aquí, Margarita se pone en manos del diablo por amor y toda la magia comienza a rodar, convirtiéndose en la inercia del momento en bruja vengadora que, maliciosa, se solaza perpetrando travesuras y bromas pesadas gracias a su poder. Mientras vuela libre parece, por un instante, querer abrazar lo “faústico”, ese deseo de plenitud, esa huida hacia delante en pos de todas las experiencias. Llama la atención su atracción por Voland, su entrega a él sin reservas, su determinación: “Todo era así porque así tenía que ser”.
 

CIUDADANOS Y CAMARADAS
El grueso de secundarios son personajes que terminan desquiciados, pululando frenéticos por esta obra por momentos coral. Sus destinos y peripecias son lanzados como fuegos artificiales. Generalmente pagan de una forma u otra por sus actos, residiendo ahí el lado moralizante de nuestra historia. Intuyéndose en él algún ajuste de cuentas personal y una inevitable saña por parte del autor.
Respecto de los personajes principales, Voland, como hemos señalado, parte de los rasgos del Mefistófeles goethiano: irónico, agudo, manipulador, artero, perverso; representa lo atrayente de saltarse las reglas de la naturaleza, la seguridad de dominar y el poder para doblegar lo ruin y vulgar del ser humano. Capaz, en efecto, de levantar tantas simpatías como a Mick. Sus correligionarios serían los mejores personajes para un cómic de superhéroes del averno.
El Maestro aparece bien entrada la novela. Se trata de un héroe inédito, trasunto claro de un Bulgákov olvidado y condenado a las tinieblas del silencio; injustamente vilipendiado desde los periódicos mientras todas las puertas se cierran. Él alberga los sentimientos más amargos: la frustración, la rabia, la pérdida, la depresión.
Margarita, por su parte, es el romanticismo puro: bella, inteligente, moderna, arrojada, tierna y apasionada. Una heroína de fuerza magnética, solitaria y un punto ingenua. Una mujer presentada tal cual es por Bulgákov, que deja a un marido modélico, pero que es incapaz de satisfacerla, para lanzarse a darlo todo por aquél que realmente la ha enamorado. Ambos componen una pareja inusual y absolutamente entrañable. Una complementación simbólica, la duda frente a la seguridad, la desesperanza frente a la fe. Nosotros, por nuestra parte, vivimos intensamente sus dudas y esperanzas, su compás de espera.
 

PERMÍTEME POR FAVOR QUE ME PRESENTE

“Please allow me to introduce myself…”. Así comienza la letra de “Sympathy for the Devil” de los Rolling Stones (primer corte del flamante “Beggars Banquet” de 1.968), previamente denominada “The Devil is my Name”. En ella, Mick Jagger utiliza la correcta manera de presentarse de Voland en el primer capítulo, para ese verso inicial. Poco después, parte de los comentarios del Diablo de Bulgákov acerca de Pilatos, que tanto sorprendieron a sus contertulios, para aludir al contenido del libro del Maestro: “I was around when Jesús Christ hand his moments of doubt and faith, i made dann sure that Pilate washed his hands and sealed his fate” (“Estaba cerca cuando Jesucristo tuvo sus momentos de duda y fe, me aseguré de que Pilatos se lavara sus manos y sellara su destino”). En el resto del texto, el letrista muestra el poder luciferino apuntando su presencia en determinados momentos históricos, gracias al don de la ubicuidad de que Voland hace gala en su inesperada aparición en Los Estanques del Patriarca. El conocido estribillo también recuerda la confusión y el caos creado por el Diablo en Moscú: “Pleased to meet you, hope you guess my name. But what´s puzzling you is the nature of my game” (“El gusto es mío, espero que adivines mi nombre. Pero lo que te confunde es la naturaleza de mi juego”). Finalmente, cabe comparar la afabilidad inicial con lo amenazante del último verso: “Or I´ll lay your soul to waste” (“O arrojaré tu alma a la basura”).
Y así consiguió Mick Jagger ser el Señor de la Oscuridad eternamente, a golpes de 6,23 minutos. El resto es por todos conocido: percusiones impregnadas de vudú, maracas, los ágiles dedos de Nicky Hopkins sobre el omnipresente piano, los coros y la guitarra maullando tras el tercer estribillo. Un mejunje que jamás baja de temperatura, comandado por una voz cada vez más desgarrada. Y así, eternamente, seguirá Jimmy Miller controlando tras la mesa, Godard grabándolo todo y Voland tras él observando con una media sonrisa.