Voy por la calle, como siempre, pateando las aceras, esquivando los coches y las motos aparcados justo antes de tropezar violentamente con ellos. No sé por qué, no sé por qué camino siempre tan rápido, con tanta urgencia, compartiendo mi cigarrillo con el viento, apenas viendo a las tías, las viejas, los kioscos, las luces de neón, apenas salvando los charcos en los días de lluvia; los carricoches, los carritos de la compra...
El calor surte a mi frente continuamente de gotitas de sudor que caen sobre mis gafas y dejan en la superficie de las lentes su inequívoco rastro de muerte.
Hoy experimento una sensación extraña, pues Buk me acompaña en uno de mis bolsillos traseros. Ando sin rumbo como si quisiera enseñarle la ciudad de forma aleatoria, buscando quizá sorprenderle, o sorprenderme yo mismo. La ciudad, ese aburrido refugio que nos acoge, aplasta y agota nuestra vitalidad a medio o largo plazo, nuestras ganas, a poco que nos descuidemos. Lo oigo quejarse, escupir, lamentarse; sobre todo cuando me paro ante un semáforo o a leer un cartel pegado en una pared. Escucho el chasquido de sus largos tragos de cerveza, debe estar bebiendo con su "pack" de seis latas en un mano, tal vez mire el programa de las carreras.
Me introduzco por múltiples callejuelas tratando de mostrarle tabernas, tugurios puede que
peores que los que él frecuenta SIEMPRE. Encuentro uno: barra metálica larga, excesivamente
larga, máquina de café infausta, camarero inmemorial, camisa blanco-amarilla inmemorial, bayeta inmemorial enjaulada entre un montón de dedos ocres que parecen todos de igual tamaño; mesitas desiertas de aluminio y el periódico refugiado entre la pared del final de la barra y una oleaginosa máquina de pistacho; clientes difuminados, botellines sospechosos. Color gris.
Pido un cubata a pesar de que aún no son las una de la tarde de este pre-verano intrépido,
¡Así nos emborrachamos por aquí Buk!, y hojeo el diario deportivo.
Los clientes difuminados se ceban con uno de ellos de aspecto lamentable y ojos vidriosos,
el temblor de sus manos dificulta ostensiblemente su acercamiento a la copa de brandy por la que suspira su mirada. Emite nasales tacos inconexos pero desafiantes, puro tialismo, consigue
hacerse con la copa y la vuelca en su gaznate, esta vez sí, con un rápido y preciso movimiento.
Alma llena. Bar-Fly con las alas rotas.
Busco mirando por encima del hombro algún gesto, alguna expresión, coño, un carraspeo al menos que muestre la opinión de Buk. ¿Se habrá llegado a interesar por la situación?, ¿tendrá
ganas de beber un cuba libre hispano?, ¿estará meando?. No, sólo escucho un bufar continuado,
un FLOP-FLOP casi colérico y noto un ligero temblor. Se está masturbando el cabrón, seguro que piensa en Tanya o en Carol. Qué más da.
Sigo bebiendo un par de horas más, acomodado en un acuchillado taburete negro de terciopelo, aplastando al pajero para que se joda. Estoy enojado, sobre todo cuando le escucho roncar.
Pago las copas y me marcho, me siento invariablemente solo; además de aturdido. No estoy acostumbrado a clavarme cinco copas al mediodía. Creo que me encuentro ahora mismo como Buk cualquier día de mayo en cualquier lugar.
Decido bajar en dirección a las amplias avenidas del centro, con sus anchas aceras, sus plazas, sus árboles, sus pajarillos y... SUS TIAS BUENAS. Un reflejo de ilusión sacude mi espíritu y golpeo con la mano derecha mi bolsillo trasero: ¡ despierta mamón!
Aquí estoy, el sol cae con más suavidad aquí, la luz es más clara, blanquecina y sonriente; y la desgracia se muestra más evidente y desnuda. Se pueden ver cosas difíciles de imaginar, chicas extraordinarias: ESTUDIANTES, EMPLEADAS, VENDEDORAS, SECRETARIAS, HIPPIES. Culos, tetas, muslos, ojos, labios, cuellos que no podrías imaginar Buk.
- ¡Buk mira, espero respuesta!
- ¿El qué?
Su enrabietada contestación me produjo un hormigueo casi insoportable por todo el cuerpo. Sabía que el viejo gruñón acabaría respondiendo aunque fuese para espetarse y soltarme toda su mierda.
- ¡Las tías joder!. La primavera es un puñetazo de color, y de carne, y de olor.
- Déjame en paz de una puta vez. Dijo en tono casi conciliador. No me gustan tus bares y me molesta el sol.
- Pero Buk ya te he sacado del tugurio.
- Sí pero pronto me llevarás a otro, todos quieren sorprender a Buk, ir a sitios más cutres,
moverse con peor basura. Estás borracho, eres un puto bar ambulante. Me estoy aburriendo tanto que he vuelto a darle al vodka botella en ristre aquí tumbado en mi cama.
- A ti lo que te pasa es que sólo piensas en tu máquina de follar.
- Sí, mientras estábamos en el bar he pensado concienzudamente en ella.
- Aquí se ven posibles máquinas de follar mejores que la tuya tío.
- Ya tío, pero la mía es mi sueño, está clavada, inamovible en mi cabeza. He intentado
olvidarla o sustituirla por los métodos más peregrinos pero es imposible. Además llevo todo el
jodido camino bebiendo vodka y decenas de poetas relamidos golpean mi puerta.
- Yo quiero ser poeta.
- ¡No jodas cabrón!, fúmate un cigarro, o mejor un puro, mientras vomito y huyamos a un bar decente. Brugg, brruggg...
Así me fui a un bar limpio y luminoso, con un atrayente olor a pescado frito en aceite limpio, con un mito asomado al borde de mi bolsillo trasero vomitando y tirándose pedos.
Al entrar miré a la camarera y empecé a pensar en el punto y aparte que significaba su mirada, y en dónde sentarme, y en pedir una jarra grande de cerveza, y en si Buk estará cuando despierte.
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