Mentir viene a significar decir, a sabiendas, algo que no es cierto, con todo lo que eso conlleva de polvorín desencadenante de posibles y desconocidas consecuencias. Exactamente: “decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”. Una primera acepción de la Real Academia de la Lengua que limita notablemente el campo imaginativo, y carga hasta los topes de motivación concreta el hecho: mezquindad, interés, maldad, piedad, desconfianza, miedo... Yo prefiero la tercera: “fingir, aparentar”. De estas dos palabras, pienso, se compone en buena medida todo lo que nuestra historia y nuestro mundo tienen de complejidad y mito. También se nutren de ellas buena parte de nuestra creatividad y colorido.
Por ello, la mentira también es, en ocasiones, el combustible que masajea y estimula la felicidad momentánea del ser humano; pequeño animalillo con los pies clavados en la tierra, lo que consigue que le broten chispas en los ojos.
Javier posee una sonrisa de esas que desordenan toda la cara, abierta y franca; desinhibida a la hora de mostrar caprichosas y amarillentas ubicaciones dentales; de las que hacen los ojos más saltones y provocan bruscos movimientos de mandíbula y ligeros y continuos de nariz. Se dedica a organizar no sé qué cosas y al montaje de otras, y me relata las vicisitudes de su actividad de manera veloz pero ordenada, traveseando enfático, con una agilidad sin límites, gesticulando sin parar y no pudiendo evitar algún que otro saltito. Los cigarros parecen consumirse solos entre sus dedos tras una única y definitiva calada. No recuerdo prácticamente ningún momento de su conversación en el que no escapase humo de su boca. Tras lograr introducir a duras penas algunas preguntas relativas a su trabajo que poco alteraron el devenir del discurso, la charla derivó hacia un monólogo cada vez más delirante y apasionante. Sus proyectos en algún momento le sacaron de nuestro pueblo, nuestra provincia, y lo llevaron en volandas a Madrid, donde ayudó a un personaje televisivo a montar un enmarañado tinglado en el que él se ocuparía de la infraestructura y que, gracias a su eficiencia y discreción, terminó coordinando casi en su totalidad a cambio de varios miles de euros (muchos menos de los que se llevó el principal implicado). Posteriormente, todas estas andanzas, dice, tuvieron una traducción televisiva de alcance que nada tenía que ver con la verdad (mientras hablaba su lengua volaba y su sonrisa crecía hasta convertir su nariz en un cuerpo extrañamente libre). “Todo un montaje”, reflexionó finalmente mientras aterrizaba dulcificando el gesto y mirando al infinito, ahora con un palillo aparecido de pronto entre sus dientes; “un artificio vendido como real a los pobres televidentes, a los pringados”.
“No te puedes imaginar todo lo que se esconde detrás de la realidad”, me dijo con tono paternal mientras yo me despedía agradeciéndole la historia. Durante diez minutos, ambos fuimos felices.
2 comentarios :
Se te echaba en falta. Dos entradas soberbias.
Me ha encantado como has definido a la mentira:
http://manuelortegaromero.blogspot.com/
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