Es una película definida tanto por las características habituales del cine independiente (pocos medios bien aprovechados y esa austeridad técnica, acaso impuesta por las circunstancias, que es prueba de fuego para la capacidad de contar), como por la base de su temática: el reto de colocar un trozo de vida en la pantalla sin trucos ni vocación especuladora; historias cotidianas y esenciales cuyo calado y emoción residen precisamente en su aparente sencillez y en todo el abanico de sentimientos que surgen libres de ésta: sensibilidad, ternura, anhelo, respeto o amor. “Once” es una película que sonríe y sueña, pero que en ningún momento leva el ancla de la realidad, sirviendo los dos protagonistas de contrapeso en este sentido. Se limita a observarla con una mirada amable, pero no oculta su dureza. Se trata de un argumento lineal que no decae en ningún momento; una historia romántica que reflexiona sobre el significado de la familia y la amistad que en otras manos hubiese resultado previsible y hasta empalagosa, y aquí avanza sustentada en un halo mágico que brota de su pasmosa naturalidad. No es colorista sino mate, lúcida y reposada; aunque en determinado momento aprieta sin piedad la fibra del espectador. Un ejemplo de lo menos impostado y manipulado de la actitud indie, tomada como el individualismo del que busca su camino a cubierto de la influencia nociva de esa sociedad atosigante que te determina y clasifica; enfrentando la vida sin alharacas ni artificios. Cafés, paseos, encuentros casuales, ilusiones y esperanzas compartidas, se mezclan en esta historia de soledades compartidas, complicidad, miradas y canciones. Sobre todo canciones, muchas y buenas, porque además estamos ante una comedia musical en esa clave indie a que antes hacía referencia. Canciones compuestas por el protagonista masculino, Glen Hansard, a la sazón cantante de la banda irlandesa The Frames, de la que el director del filme, John Carney, fue en tiempos bajista, y por su compañera de reparto, Markéta Irglová. Ellas hablan por los personajes, relatan su estado de ánimo, sirviendo también de banda sonora a acotados espacios visuales que Carney utiliza para añadir otro punto de vista sobre la vida y sensaciones de sus personajes. Memorables composiciones que suenan directas y de principio a fin, que rápidamente van del folk a ese pop emocional interpretado con la intensidad de la mejor tradición británica, como “Say it to me now”, “Lies”, “When your mind made up”, sonando en estudio con banda, el dueto “Falling Slowly”, o “If you want me” interpretada por Markéta (la totalidad de la banda sonora es espléndida). Canciones convertidas en el alma vibrante de la película, la descarga de toda la gama descarnada de sentimientos, desgarros y dolor que esos protagonistas sin nombre (son simplemente el chico y la chica) esconden tras su amabilidad y sus silencios.
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06 noviembre 2007
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