25 julio 2007

TRAVOLTA “El efecto amor” (Mushroom Pillow, 2.007)

Son muchos los años que lleva Joaquín Pascual forjando una expresión particular, un mundo sensitivo reconocible. Travolta, el nuevo proyecto que estrena junto al inseparable Carlos Cuevas tras la disolución de Mercromina, retoma las constantes de éstos, superando en nivel compositivo sus últimos trabajos y obviando esa “piel sónica” a la que Joaquín se refería en el disco de despedida de 2.005. Acaso respondiendo a una nueva ilusión más serena, esta sensación se transmite a un repertorio más espacioso, vital y radiante, aun en su recogimiento; con canciones hechas con la frente despejada. Menos turbulento, aunque permanezca la querencia por las pequeñas epopeyas pop, con sus mitades de delicadeza y complejidad. Creo que este disco aporta cosas nuevas a la carrera de largo recorrido de Pascual y compañía (además de un buen número de buenas canciones) sin cambiar sustancialmente nada, sin alterar el equilibrio ya asentado de su lenguaje creativo. Baterías volátiles, guitarras estratégicas tras un telón de sinfonías de andar por casa; el silabear de Joaquín, los coros cuidados, la instrumentación tenue o la importancia de los pianos (“Corazón valiente”, “El efecto amor”…); todo eso flota en una coctelera más acertada que nunca. “Telescopio” parte de la balada velvetiana, esa influencia ya universal; el ruido se riza quedo en “Juego de palabras”; la gravedad de “Un gran espectáculo” lo emparenta con algunos de los momentos más excelsos de Fernando Alfaro; y consigue volver a amasar algo mágico a punto de romperse en cosas como “Este momento tan especial”.


Publicado en el nº 240 de la revista Ruta 66.

20 julio 2007

LA HABITACIÓN ROJA “Cuando ya no quede nada” (Mushroom Pillow, 2.007)

La Habitación Roja abundan en lo que mejor saben hacer: melodías inmediatas de marchamo clásico y eficacia contrastada. Insertadas en los últimos tiempos dentro de un esquematismo palpitante, un punto obsesivo, entretejido de referencias indies entre guitarras nerviosas, crescendo, precipitación y ritmos machacones. O cómo tener vocación luminosa y además saber hacer de un disco un cable tenso, una experiencia que no deja indiferente. Sonido eléctrico y urgente grabado por Steve Albini, lo que garantiza que ninguna arista ni rebaba cortante será pulida. Su pop fluye torrencial y una turbadora sensación de vértigo y zozobra urbana dribla in extremis al fantasma de lo previsible. Contiene textos que dicen cosas y tienen una curiosa e irónica manera de reflejar la actualidad, algo que se agradece en estos tiempos en que se da por sentado lo que debe pensar todo el mundo, sin que haya necesidad de expresarlo. Hay temas pop que la clavan, son jodidos espejos que nos devuelven el reflejo de nuestros sentimientos a la vez que nos engatusan en la telaraña de su melodía y ritmo. Algo de eso hay en este disco: nos refleja vulnerables y perplejos, rodeados de luces de neón parpadeantes o viajando en el veloz coche del tiempo en pos de un futuro traicionero e inaprensible. Suficiencia instrumental reconcentrada en lo esencial, huyendo inteligentemente de una pomposidad que pondría en serio peligro el resultado global. “La destrucción o el adiós”, emocionante y tan expeditiva como su título, conjuga a la perfección pura expresividad pop y opresión ambiental, y es, junto a “Los amantes y la paz” una de las pocas concesiones a la sutilidad.


Publicado en el nº 240 de la revista Ruta 66.

14 julio 2007

THE SUNDAY DRIVERS “Tiny Telephone” (Mushroom Pillow, 2.007)

The Sunday Drivers no será una banda cuya aportación se centre en un par de discos instantáneos y capitales que agiten nuestros conceptos musicales. Es una formación de aliento clásico, revitalizante y de talento privilegiado, cuyo ascenso (que prosigue) se basa en su ambición por desarrollar un marchamo personal, a base de limar tics y asimilar influencias, enriquecer y trabajar su sonido, y continuar tocados por la claridad de ideas necesaria para ofrecer composiciones tan directas como envolventes. Este disco vuelve a responder a un trabajo concienzudo, grabado esta vez en los estudios que le dan título, situados en San Francisco, y robustamente producido por Brad Jones (Cotton Mather, Josh Rouse…). Grupo de inspiración y vocación pop, el suyo es intenso y enraizado, del que revive la llama; gracias al punzante estímulo rock que les otorga el amigo americano con su herencia de composiciones pausadas salpicadas recovecos, y su proverbial enaltecimiento del detalle y la complicidad entre los músicos. Se pueden situar en muchas épocas y lugares, también entre el último trienio de los Beatles y los momentos más dulces de Wilco; puedes imaginar por medio a los Byrds, Ocean Colour Scene o The Band. Todo flashes, detalles que vienen y van en un repertorio asentado en melodías y arreglos decantados con mimo; un sonido cuidado e hirviente, lo suficientemente complejo como para requerir detenidas escuchas, y rotundo antes que contundente. A todas estas características termina de dar sentido y entidad la voz de Jero, tan presente. Cantante de matiz y sentimiento, con una voz agridulce, ligeramente desgarrada y áspera; que dramatiza a la vez que cuida el exceso de dramatización, marcando ese continuo equilibrio y profundizando en cada canción hasta dotarla de alma. Todo avanza sin altibajos, desde el significativo crescendo inicial de “Rainbows of colours”, a la inmediatez de “Do it” (un buen single que tratado con más ligereza hubiese resultado plano). “Little Chat” entra y sale de la placidez melódica de la Velvet, “Sing when you´re happy”, aromatiza con su psicofolk de la Costa Oeste y unos Kinks espirituales y espiritosos se pasean por “Day in day out”.


Publicado en el nº240 de la revista Ruta 66.

09 julio 2007

ENTREVISTA A SR. CHINARRO

“LA VIRTUD DE CRECER FRENTE A LA POSIBILIDAD DE MENGUAR”
Antonio Luque aparece en un escenario donde ya le esperan sus músicos uniformados, toquetea el pie de micro sin saber muy bien para qué y dice “cualquier cosa es para mí un problema técnico”, deja una de las pocas sonrisas de la noche y da comienzo a su concierto. No necesita más para crear complicidad inmediata con su público, cada vez más numeroso y variopinto. Un tipo alto sevillano, desgarbado; otro chico de los noventa empujado a crear una banda por la vibrante escena internacional del momento; que sólo quería hacer buenas canciones y que creció, aprendió, acertó y se equivocó, disco a disco, a los ojos de todos, con la inercia indie y el ambiente musical de aquellos años (viejos camioneros observando burlones cómo se le calaba el coche al conductor novel, pero viéndole también realizar inopinados aparcamientos). Talentoso, prolífico y lo suficientemente descreído como para preservar su personalidad. Ésta siempre ha sido muy acusada, lo suficiente como para convertir al tipo que se colocaba impávido frente a un micro en un personaje de referencia y permitirle superar el margen marcado por las influencias para salirse del renglón y aventurarse por un camino nuevo, irregular o brillante, pero suyo. Sus primeras composiciones eran una deslavazada caravana de aprendizaje, avanzaban envueltas en la desigual bruma que creaban su voz murmurante, tan ralentizada como su tempo, los coros femeninos o el soniquete del órgano; lo justo para sembrar su discografía de pequeños clásicos desde primera hora. Luque encontró dulce refugio en esquemas de los ochenta británicos, nada nuevo, pero había más. En primer lugar alguien con algo que decir, y un punto de vista transversal que iluminaba los ángulos perdidos. Un mecanismo sabiamente trucado que parte del azar de la escritura automática y los juegos de palabras y dobles sentidos; que echa mano de dichos populares, o se presta a la perezosa narración de lo cotidiano, y a la afinada descripción de imágenes, recuerdos, visiones fugaces y detalles perdidos. Todo expuesto con medida ironía y fina mordacidad, dando una satisfecha vuelta de tuerca al absurdo. En segundo, una musicalidad sinuosa y sencilla tan desangelada como íntima, a veces también azarosa, ya mortecina, ya vivaz, pero con un tacto finalmente propio. Tras cuatro trabajos que fueron puliendo su música y madurando su estilo, se abrió un inesperado período de introspección petrolífera en ásperas atmósferas post-rock (que continúan admitiendo escuchas); después vino la descompresión rítmica de “El ventrílocuo de sí mismo” (2.003), a partir del cual se aireó su sonido abriendo la puerta a nuevos estilos y opciones, aunque siempre poniendo él las condiciones. Perdido para unos, recuperado para otros, y descubierto para muchos, en “El fuego amigo” (2.005) y el reciente “El mundo según”, encontramos su música tratada desde otro enfoque, canciones mejor armadas, con textos más articulados, sin prescindir de su encanto ni su capacidad de sugerencia. Fiel a su filosofía, el sonido Chinarro sigue apostando por lo esencial, con dibujos aquí y allá de Jordi Gil y el apoyo de ese nuevo aliado, el ritmo.
Probablemente en su momento creativo más dulce y de mayor difusión, Antonio Luque se pone al teclado con las ideas más claras que nunca.
Un honor saludar a un estrella del universo independiente…
Gracias. Un placer.

¿Cómo te encuentras en este momento de tu vida?
Bien, gracias. Compongo, hago vida familiar y me voy de conciertos por ahí. Es lo que quise siempre.

Desde la web de tu agencia de contratación se dice que “Sr. Chinarro se acomoda definitivamente en el pop” ¿qué tal se está ahí dentro y por qué has tardado tanto en decidirte?
Aunque muchos individuos lo parecen, la gente no es tonta, de modo que hay que analizar qué hace que uno no llegue a los demás y corregir. Asumir esto lleva tiempo, pero como resultado se siente uno parte de algo; merece la pena.

Desde el lanzamiento de “El fuego amigo” han aparecido en torno a ti términos y expresiones como evolución, madurez, declaración de intenciones o giro estilístico ¿qué te parecen? ¿Sentías necesidad de llegar a más gente, hacerte comprender mejor?
Sí, supongo que es consecuencia de la evolución; cosas de la edad. Pero sé que no estoy haciendo música para jóvenes carrozas. Estoy tranquilo.

Imagino que la experiencia de la colaboración de Enrique Morente en “El Rito” te resultaría cuanto menos curiosa.
La curiosidad no es mal comienzo, pero para mí no fue sólo eso. Fue un honor, por mucho que en realidad yo no sea nada aficionado al flamenco. Sabía y sé qué supuso y supone Morente en el flamenco. Gracias a gente como él no es el flamenco el coñazo que podría llegar a ser.

Siempre he pensado que el acierto de tus letras parte de una sorprendente y muy sui generis combinación de elementos y, sobre todo, de su engarce ¿de qué se nutren tus textos, y qué porcentaje de azar e intención hay en ellos?
Gracias. Siempre los he hecho lo mejor que podía. Normalmente asocio las ideas así, pero trato de dosificarme para que no me tomen por loco. Ahora no empiezo a escribir hasta que no tenga clarísimo qué y cómo quiero decirlo. La tiranía del sentido siempre vence.

¿Cuándo das una letra por finalizada?
Cuando a mí me gusta y a los que la leen primero les parece comprensible.

¿Te suelen sorprender a menudo las interpretaciones de tus textos por parte de público y crítica?, ¿alguna anécdota al respecto?
Me parecía muy anecdótico que algunos llegasen a descubrir qué quería decir en las letras antiguas. Se han dado casos. En general no soportaba que me preguntasen, por timidez. Esta era también la causa de que escribiese así. Con la aparición del Internet pude leer bastantes interpretaciones. Es bonito que a uno le dediquen tiempo, pero la música de canciones de tres minutos ha de ser más inmediata. Ahora no me da vergüenza decir lo que quiero decir, porque quiero decirlo.

¿Han sido muchas las frustraciones en tu carrera? ¿Con qué han tenido que ver?
En ningún momento tuve apoyo de nadie para dedicarme a la música. Es una decisión dificilísima. Hay mucho idiota que cree que si no sales en la tele tanto como Chenoa no eres nadie, porque no escucha música, tan solo se la traga frente a la dichosa tele. Para los padres la música es sinónimo de droga, para los suegros de groupies, para los compañeros de trabajo de homosexualidad, y así sucesivamente. Se trata de envidia, yo creo. Estoy seguro, quiero decir. También la administración considera el rock casi un modo de delincuencia. Sin embargo para el cine, que es un coñazo, con perdón, todo el dinero es poco. Un local de ensayo y buenos instrumentos valen mucho dinero. Las salas empezaron a cobrar alquiler por tocar en los 90, copiando de los USA sin copiar lo demás. Y si empiezas a tocar con otros que, como tú, están aprendiendo, tienes que convencerles de que dejen las manitas quietas a veces si no se quiere convertir la canción en una morcilla de egos sangrando. Y así todo es muy difícil. Me parece un milagro haberlo superado, así que no me quejo. Me hace mucha gracia mi propia historia. Da para un libro. Eso ya es bastante. No soporto que pase el tiempo sin dejar huellas. Ahora que me siento más preparado para dedicarme a esto al cien por cien lo estoy haciendo y ya está. Y dará para otro libro distinto.


“No me libero nunca (de las influencias), Dios me libre. Todos somos parte de una corriente. Se llama cultura, creo.”


¿Han influido mucho los factores externos en el devenir del sonido Chinarro?
Si te refieres a la gente que me ha acompañado te diré que sí, tanto como los estudios en los que he grabado, los técnicos, los productores, etc. Lo que hay en común entre todos los discos es mío. Parte de lo que hay diferente también (mi propia evolución). Y otra parte de lo diferente es de todo lo demás y todos los demás.

¿Es necesario cambiar para crecer o es al revés?
Es a la vez. Y se puede menguar también.

¿Qué ha cambiado en Antonio Luque como músico y compositor desde los tiempos de “Primera ópera…”, por ejemplo?
Aquel disco iba a ser un EP y se alargó porque prefería estar en el estudio de Paco Loco que en cualquier otro sitio del mundo en aquellos momentos. Los dos ep´s posteriores demuestran que trabajar con pc´s es peligroso. En “Cobre cuanto antes” y “El ventrílocuo...” había más ganas que tiempo para trabajar. Así que si hacemos un paréntesis de esos difíciles cinco años en la fábrica de bollería para futuros diabéticos (1999-2004), veo bastante lógica en la evolución. “La pena máxima” es lo último que pude trabajar como solía cuando estudiante; de hecho Sandra Rubio aún me ayudó en alguna cosa para ese EP, aunque luego no grabase nada. Igual Begoña Rodríguez; que también me ayudó. Luego llegó el PC y los donuts: desastre asegurado.

¿Has notado reacciones encontradas en los seguidores de antaño durante los tres últimos años?
Observo en los foros que no se ponen de acuerdo ni ellos. Es normal. Hay gente para todo. Yo les agradezco muchísimo que me sigan, sea por la canción que sea. Si hiciésemos una votación on line para elegir las que tocar en los bolos saldría una lista de 60 canciones empatadas.

Sueles ser duro con tus grabaciones anteriores, tanto que a veces descolocas a tus seguidores ¿Existen temas dejados de lado que, con el tiempo, hayas redescubierto y valorado más?
No. Si había algo valioso en ellos reaparecerá. Suelo comparar esto con las podas. Cortas una rama para que salga otra mejor colocada y con más fuerza. Además, soy bastante prolífico, no tengo que andar rescatando.

¿Qué significa el flamenco para ti?, ¿cómo se produjo tu acercamiento a él o sus aledaños?
En general me parece insoportable. No me he acercado en absoluto. Detesto las florituras; demuestran aburrimiento y yo no me aburro nunca. Me gustan cosas de las letras; es seguro que hay más de lo que yo creo que me gustaría. Pero no he investigado nada en absoluto. Dejo que las cosas pasen. No fuerzo las cosas. Otra cosa es el aire andaluz. Eso no se puede evitar (ni quiero).

Recuerdo tu reivindicación de muchos grupos españoles de los ochenta en un momento en que parecía dar casi vergüenza mirar hacia esa época ¿Has incorporado temas o grupos nuevos a tu hit-parade personal de aquellos años?
Tampoco investigo ahí. Lo que pasó, pasó. Escuché lo que escuché. Ni tenía una gran discoteca ni tengo interés por coleccionar nada. También demuestra aburrimiento.

¿Qué consideras lo más importante de una canción? ¿Qué características comunes observas en los grupos o discos que más te han influido?
La melodía, el ritmo, el sentido de la letra, que el cantante no parezca un impostor…

¿Qué importancia han tenido las influencias en tu sonido?, ¿en qué momento sentiste, si así ha sido, que te liberabas de ellas a la hora de componer?
No me libero nunca, Dios me libre. Todos somos parte de una corriente. Se llama cultura, creo.

En las últimas actuaciones vuestras que he visto, el sonido ha sido casi perfecto, todo en orden. ¿Cómo apareció Javier Guerrero en la vida del grupo y cuánto se le debe?
Él me hizo comprender que hay una línea entre los grupos que llevan técnico y los que no lo llevan. Y se apuntó, claro. Es casi uno más del grupo. Opina y participa como los demás. Además es divertidísimo. Me alegra que subrayes que nos va bien en los bolos; muchas gracias.

Sonando bien y tocando a menudo ¿Cómo enfrenta ahora el directo Antonio Luque?
Con muchas ganas; ha pasado de ser un sufrimiento a ser todo lo que quiero hacer en la vida.
Publicado en el nº240 de la revista Ruta 66

04 julio 2007

"LA MUERTE DE GRUMO"

La muerte de Grumo me sorprendió una noche color pizarra. Sentí como un leve quebranto en el estómago ante la noticia mientras mi mente permanecía vagando por las pausadas aguas del alcohol. Más tarde, al volver a casa, atravesé las calles que habían gastado sus pies, siempre en pos de resguardo o delirio. Al enfilar la calleja que lleva a la gran plaza iluminada lo vi riendo y arrancando su moto de pequeña cilindrada, llamando a una chica por su nombre que corría risueña a su encuentro o exigiendo un cigarrillo a cualquier viandante indefenso que se acercase. Mis púberes ojos trataban de medir su estatura en aquellos tiempos, y su poder inconmensurable en medio del ajetreo de la mañana soleada.
Al final de aquella plaza estaba mi casa, sin embargo, ya con las llaves en la mano, seguí avanzando hasta la siguiente, la de la catedral, más antigua, y unida a ésta por un sistema de complicadas callejas cuyo tumulto sólo desaparecía a horas tan avanzadas como aquélla. Allí estaba él otra vez, bravonel y pendenciero, comprando, cambiando o vendiendo; cada vez más delgado pero sonriente y seguro de sí mismo, confundiendo siempre amabilidad con debilidad. Eran las primeras horas de esas noches que nunca cumplían sus promesas, pero a las que yo acudía excitado por sus llamadas, preguntándome tras las gruesas cortinas de mi timidez cuándo sería como él, cuándo conocería a tanta gente, cuándo todos me invitarían a sus conciliábulos.
Al toparme con la catedral me sentí zarandeado por un frío surgido a la vez de todas las bocacalles. Me vi de pronto en mitad de una intranquila encrucijada de calles y posibles destinos, esforzándome en saber dónde estaba y por qué estaba allí. Pensé, entonces, que a veces llega el momento de mirar atrás y creemos que viene demasiado pronto, sorprendiéndonos sin ganas de volver sobre nuestros pasos. Es la llamada tenue y amable de una conciencia que empieza a intranquilizarse porque su mirada siempre avanza un poco más allá que nuestra obcecada vitalidad. Al llegar a la primera encrucijada, aún soleada y amable, las calles que dejamos a nuestra espalda son las primeras descartadas, vamos hacia delante mirando únicamente nuestros pies, nuestros pasos, con la cabeza gacha, sin poder parar.
Quise salir de aquel barrio cuanto antes y me decidí por la calle del mercado de abastos, situado ya al borde de una amplia e iluminada avenida de reciente construcción. Al doblar una de las esquinas de aquel viejo edificio lo volví a ver, con su sonrisa siempre presente, pero ya desdentada y limitada a agradecimientos y súplicas, hablando al oído de los que se incorporaban con el alba a sus puestos en el mercado, enterrada ya su voz estentórea; su pecho perdido y los brazos lacios por debajo de la cintura, con las manos tímidamente abiertas acariciando el aire y aferrándose, desesperadas y pillas, a todo aquello que sus dedos rozasen. Taciturno, nocherniego y medio estafermo, arrastrando pies y espera mientras miraba de reojo todas las calles que ya se quedaron atrás y, muy de frente, la cercana solución a la encrucijada.
Anduve atenazado por una creciente sensación de temor y soledad. Recorrí las calles a buen ritmo al encuentro de mi refugio, contento de conocer bien al menos ese camino. Cuando mi paseo concluía, supe que la consideración de una vida depende del futuro que se vea en ella. Todas las sensaciones, todos los pensamientos que alguien pueda provocar se van reduciendo conforme lo hacen sus posibilidades de terminar como es debido. De tal modo, que un día desaparecen sin dejar tan siquiera el rastro de las huellas de sus pisadas. Como unos invitados pesados. Como un hueco ambulante.