16 febrero 2016

MENSAJE EN UNA BOTELLA (30)

CARLOS ZANÓN “Yo fui Johnny Thunders” (RBA, 2014)



Cuando adquirí “Yo fui Johnny Thunders”, el libro me quemaba en las manos. Ya sabía por amigos que no era una novela centrada exclusivamente en el mundo del rock. Me habían dicho que éste discurría de manera paralela al argumento principal, que lo usaba como punto de partida o como marco de la trama, qué sé yo. Algo de eso hay, desde luego, pero, una vez terminada la lectura, la sensación que queda, sobre todo para quien ha crecido escuchando discos de Rock and roll, es que su espíritu empapa cada página; que ese cúmulo de sensaciones, ese constante estado de expectación, esa emoción inasible que se expande, ocupándolo todo, en una etapa concreta de la vida, es trasladada de forma absolutamente certera. Con mi ejemplar en la mano, me dirigí a una cafetería cercana en la que leí las primeras cincuenta páginas. El inicio fulgurante, la disposición de la estructura de la novela que se va asentando. Zanón tiene eso, una vez que te ha atrapado, volver a la realidad cuesta, requiere un salto preciso para aparcar momentáneamente todas esas posibilidades abiertas de par en par. Todos esos personajes que comienzan a crecer arrastrados por la corriente.

Y es que el misterio de sus novelas siempre brota del pozo insondable de sus personajes, de lo que se cuece en sus entrañas, de la nube tóxica de sus circunstancias. Del escenario tangible de esa cotidianidad que lo impregna todo, llena de puertas traseras que están siempre a un paso y se abren a precipicios; que llueve ponzoñosa, desfigurando y humanizando dolorosamente todos los arquetipos de la novela negra, sin que su corazón, lleno de calles estrechas y barrios obreros, deje de latir siempre al mismo e inexorable ritmo.  En las novelas de Carlos Zanón la trama avanza sin resquicios. El autor no te lleva de la mano hacia lo que debes pensar, más bien te empuja, te hace tener los ojos bien abiertos; te obliga a deglutir, no digiere por ti.



Su prosa es seca, pero no plana. Tan estruendosa como sigilosa. Rechina, sueltas chispas, engarza frases lapidarias; muestra inesperados espejos al lector. Lanza metáforas como obuses, o afiladas tal que agujas. Puede ser tan desabrida y brutal como las vidas y situaciones que retrata. Angustiosa, es capaz de desarrollar una plasticidad que le permite colarse por lugares muy estrechos de negro palpitar. Filtra imágenes perdurables, devastadoras; desarrollando e insertando una profunda mirada social desde la dura epidermis de la calle. Decanta un lirismo amargo, esta vez atravesado por la exacerbación de sentimientos y evocaciones que aporta el Rock and roll.

Sus descripciones, siempre ágiles, saltan del fondo de los cerebros al centro de los corazones, de la violencia más real al sexo más inmediato. Saben reducir la velocidad para respirar hondo y acariciar los detalles. Se muestran suficientes, sin desbastar, sacadas a tajo de la realidad. Bordeadas de mordacidad, rabia, humor vitriólico, ternura y agotamiento.


Carlos Zanón vuelve a ofrecernos una historia arrebatada, en constante in crescendo. El autor juega con el acelerador pero, como siempre, cada vez lo pisa más fuerte. No ahorra, no especula. Y, ya sabes, la trama la tienes que vivir tú, querido lector.