24 octubre 2016

ULISES



Ulises tiene el pelo blanco y maldice al gobierno. Ulises  vive en una plaza silenciosa y circular con suelo desdentado, jardines, bancos y un parque infantil de esos que, de tan pequeños, cuando se inauguran no tienen espacio para albergar a todos los políticos acreedores del mérito que allí se dan cita. Ulises, jubilado, se esmera en enseñarles cosas a sus nietos, que casi todos los domingos aparecen con sus padres para almorzar. Ulises les enseña a cruzar la calle mirando primero a un lado y luego al otro; y a contar monedas para comprobar pormenorizadamente el cambio en la cercana tienda de chucherías. Les adiestra acaloradamente para defenderse y cubrirse los unos a los otros en la escuela. Les adoctrina para que sean duros jugando al fútbol y, sobre todo, para que sepan mirar por lo suyo. Siempre. Ulises lava su coche todos los domingos por la mañana y va colocando a los nietos en los asientos conforme van llegando. Es su ritual. Saca su manguera, su cepillo, su jabón, sus bayetas, su pequeño aspirador y enciende la radio. Limpia, seca, canturrea y maldice al gobierno, a los aprovechados, a los corruptos, a los que nunca han dado un palo al agua. Sacude con fuerza las esterillas contra un banco, las enjabona, las aclara y las pone a secar cuidadosamente, colocando, ya que alguien le pidió que dejase de ponerlas sobre los bancos de madera, una sobre cada columpio: la pequeña moto, el caballito, y el minúsculo balancín. Después, pasa a aspirar el polvo del maletero, del suelo del coche y de los asientos. Sus nietos ríen y  sienten cosquillas cuando el aspirador se les aproxima; y Ulises, entre risas y bromas, les muestra trucos de conducción y les narra anécdotas cuya moraleja conduce invariablemente a mirar por lo suyo, saber guardar y cuidarse de los otros. Conforme avanza la mañana, las esterillas chorreantes van empapando los columpios mientras los dos únicos pequeños que viven en la plaza esperan resignadamente en el banco de enfrente a que todo termine.

14 octubre 2016

DESCUBRIR A COHEN




En 1988 no estaba yo mucho por las programaciones y las cajas de ritmos. Recuerdo que me hice con “I’m your man” de Leonard Cohen al poco de salir al mercado, atraído por el gran alcance de su nombre. Era el primer disco suyo  que compraba. Había escuchado algunas de sus canciones, pero no tenía una idea muy definida de lo que me podía encontrar. Lo imaginaba acústico, acaso eléctrico, intenso, grave y solemne a lo Nick Cave. Al pinchar el elepé, desconociendo absolutamente su contenido, padecí unos momentos de grave conmoción al escuchar "First we take Manhattan". En ese tiempo, los primeros veinte segundos, más o menos, me dio tiempo a añorar amargamente el disco que había dejado en la cubeta para traerme este a casa. Así hasta que, pasados esos instantes, la canción comenzó a volar hasta el infinito. 

A veces he pensado en esa sensación de descubrir algo maravilloso de forma inesperada, y siempre relaciono mi descubrimiento de esa canción de Leonard Cohen con la mañana en que, durante un viaje a Roma, tropecé con la Fontana de Trevi, expuesta ante mis ojos en toda su excelsitud al abandonar un anodino callejón.


09 octubre 2016

TINTA NEGRA



Mi mirada pierde el pulso:
se inclina con las inclinadas,
desenfoca con las desenfocadas.
Resbala reducida a lágrima azul
sobre la piedra que acabamos siendo todos.
Vislumbra, casi como un recuerdo
que late en el rabillo del ojo,
restos desperdigados de nuevas ilusiones apagadas,
como una hoguera abandonada;
cargas y descargas de alambradas de silencio,
aceras cuarteadas,
calles oscuras para siempre,
espacio común mancillado, viciado, amedrentado,
y puentes inacabados.
Mastica eterna tierra seca de tiempo estancado
y asfalto reventado,
que estalla con desidia,
empujado por hierbajos de acero.

El sol, tan desorientado,
despilfarra su luz, su poder,
oscureciéndonos
para iluminar dientes de oro,
impunidad,
pistolas, navajas,
supersticiones,
volantes que giran y hebillas de cinturones.

Mi esperanza ha sido finalmente maniatada
por discursos volátiles que encadenan la palabra.
Aislada en la sala de espera.
Absorbida en el sumidero de imágenes.
Golpeada contra la pared por la verdad insoportable.
Enroscada en un nido de cobardía.

La injusticia y la vileza
no paran de segregar su tinta negra;
nunca se terminan de aclarar.
Jamás conseguimos ver el fondo del río.
Se acumulan, se suceden,
Se homenajean, se reverencian,
Se honran, se condecoran.
Se estratifican formando muros y más muros
que empapelar
a base de mentiras,
viejas ilusiones encendidas
y promesas, muchas promesas.



(Este poema ha sido escrito con motivo del Sexto Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez, celebrado el día 7 de octubre de 2016 en el Jardín del Museo Casa de Los Tiros de Granada)