21 octubre 2007

ENTREVISTA A JOSÉ CASAS

“EL PACIENTE ARTESANO”
José Casas, veterano músico sevillano (Arden Lágrimas, Helio, Relicarios), es otro de esos tipos cuyas vidas están marcadas por el pop y las guitarras; especimenes raros que, tan orgullosos como sensibles, y bajo el estigma de la New Wave, los Kinks, Bowie o Paul Weller, se niegan a desaparecer, afortunadamente para todos nosotros. Es una pena que el mercado no permita que José Casas grabe discos con regularidad, un artesano paciente, compositor refinado y con buen gusto, de calado clásico e instinto para el matiz. Y lo que es más importante: exigente consigo mismo. Puedes conocer sus canciones en su web, y si te enteras que en tu ciudad actúan José Casas y La Pistola de Papá, no te los pierdas.



Bueno, cuéntanos la peripecia de “Plasticland” y en qué estado están las cosas.
Plasticland era un proyecto que durante un tiempo permaneció dormido, la idea surgió desde la última etapa de HELIO, en un tiempo muerto, compuse una colección de canciones que quería grabar en solitario, al margen del grupo, luego esta historia se fue completando y en 2003 por fin se publicó, Grabé una maqueta previa donde perfile minuciosamente cada una de las canciones, con esta maqueta acabada, fui contactando con los músicos que me ayudaron a grabarla en el estudio. Tocaron en total 8 músicos a los que repartí los temas. Las baterías las grabaron Paco Parra de Helio, 4 temas, Manolo Escacena, que ha tocado con infinidad de bandas, entre las últimas Señor Chinarro, 2 canciones, y Roque , otro ilustre baterista sevillano que ha militado en un buen puñado de formaciones, puso sus baquetas en 2 composiciones. El bajo lo metió Pacoco de Helio en todos los temas menos uno que lo hizo también Roque, yo me ocupé de todas las guitarras, teclados y coros, para finalizar José Romero y Chencho pusieron las voces. También Álvaro Helio y Sandra Hébridas colaboraron en los coros.

¿No te dio quebraderos de cabeza coordinar a todos los participantes del disco?
No demasiados. Lo curioso es que la banda nunca se vio al completo, pero aun así, creo que el resultado no es para nada frío. Trabajé de forma aislada con cada uno, adaptándome a cuando podían, así ellos se prepararon los temas con la referencia de la maqueta y tras unos pocos ensayos nos citamos en el estudio de grabación para registrar las canciones. De hecho todo eso fue más rápido que la grabación de las guitarras y teclados, que como disponía de todo el tiempo del mundo el estudio, pues me encerraba allí, solo, y me ponía a grabar tomas, probaba aquí y allá. Me lo pasé genial.

¿Por qué el reparto del repertorio entre dos cantantes solistas?
Bueno el criterio fue el mismo por el cual repartí las canciones entre 3 bateristas, para no cargar mucho de trabajo a cada uno. Era más fácil convencer a la gente diciéndole que cantará 3 temas por ejemplo a que se preparara un disco entero. Sólo fue eso, para hacérselo más fácil, ya que prácticamente todos tenían otras bandas y lo que yo no quería era montar una banda previa para el disco.

¿Te has planteado en un futuro lanzarte a cantar tu repertorio?
Uff, siempre estoy a un paso de eso, pero siempre pienso que las canciones se merecen una voz mejor que la mía, la verdad, quizás ya hace tiempo que debí dar ese paso, desde Helio siempre compuse para que luego otra voz cantase mis canciones, como por ejemplo le ha ocurrido a Lapido con los 091, pero él ya se ha decidido a dar ese paso, y pienso que cuanto antes lo haces antes comienzas a labrar tu propio “estilo”. Las canciones hay que defenderlas en directo, con dignidad y no digo que no me crea capaz, pero ocurre que el tipo de canciones que me gustan siempre han agradecido una buena voz, el pop, el powerpop todos esos estilos donde la melodía es importante y donde un buen cantante puede llevar la canción a su máximo rendimiento. No se realmente, pero no es descabellado que algún día lo haga.

¿Cómo va el asunto del directo? ¿Piensas presentar “Plasticland” en algunas ciudades si se normaliza su distribución?
Claro, desde Enero estamos ya rodando por los escenarios y es nuestro deseo seguir presentándolo por toda España.

¿Cómo percibe la música el José Casas actual respecto del de hace quince años?
Me hace gracia cómo los ciclos musicales te quitan o te ponen en órbita. Cuando comenzamos con HELIO, unos chavales imberbes que adoraban la música de los 60, la Nueva Ola nos marcó el camino. Ahora parece que ese estilo lleva algunos años floreciendo, y estilos que se han considerado minoritarios como el powerpop vive buenos tiempos.
Parece que el rock and roll en general está recobrando algo de vida y salud, está claro que el carácter callejero de la música lo tienen ganado desde hace tiempo el hip hop y el rap, que parecen aglutinar todo el espíritu de rebeldía de la adolescencia. Me gusta pensar que aún quedan quienes piensan que con una guitarra se puede mostrar todo el desencanto que se vive a esas edades.

¿Cómo ves la aventura de Helio, desde el momento actual? ¿Qué podía haber cambiado?
Nuestras Historia es como la de tantas bandas, que se quedaron en agua de borrajas: buenas criticas, y sufriendo los oídos sordos de la mayoría. Sufrimos las carencias que suelen padecer las bandas de rock and roll en nuestro país. Llegamos hasta donde un grupo puede llegar con una compañía independiente pequeña. Creo que teníamos un directo bastante “creíble” que para una banda de powerpop es algo importante. Pero con todo esto no quiero decir que no me sienta orgulloso de todo lo que vivimos, sí, fueron años bonitos, y pienso que el legado está ahí, no se si se valoró lo suficiente en su momento o no, pero ahí quedan las canciones, eso es lo importante, para quien quiera oírlas ahí están, nuestra modesta aportación al pop nacional.

¿Das muchas vueltas a las composiciones, o prefieres que preserven su frescura?
Para mí componer sigue conservando ese toque incontrolable que lo hace mágico. Tiene esa parte vital de soltar fantasmas, y luego está el lado de ensoñación, quizá tenga algún parecido con lo que siente un director de cine cuando dirige sus películas, o cuando un pintor crea sus cuadros. Sirve tanto para contar lo que sientes y vives como para meterte en la piel de personajes que están en las antípodas de tu forma de ser. En cuanto a los métodos, no tengo una forma fija, lo mismo una canción sale casi instantánea, que otra se resiste o cambia de forma a última hora, no es raro que alguna composición que estaba casi lista para entrar en el estudio cambie a ultimísima hora por un nuevo enfoque. Tengo claro que al principio como captura de la idea, la frescura es lo más interesante, luego con todo lo que estos años me pueden haber dejado de experiencia, intento conducirla hasta el final. Pero me encanta probar cosas, jugar con las ideas, darles la vuelta, ponerlas casi del revés por decirlo de algún modo.

Creo que los temas están ajustados y perfectamente revestidos, ¿te tentó añadir más arreglos de los que has usado, experimentar más en alguna canción específica?
No, los arreglos que quedaron me los pensé bien y estaban trabajados sin prisas. Vi que los temas funcionaban bien con lo que había y así se quedaron. El trabajar en solitario tiene ese lado bueno, te permite meterte en la piel de cada uno de los músicos, pensar como un bajista, como un batería, eso a la postre creo que te abre el campo, miras la música de una forma más abierta. Aun así siempre pienso en los arreglos como algo que tiene que estar al servicio de la canción, Al final la canción es la que manda. Mantener el espíritu que quiero, por encima de un arreglo u otro. Con los adelantos técnicos de hoy en día, es posible hacer cosas que antes solo estaban al alcance de músicos con muchos medios. Así puedo emular el espíritu casi festivo de búsqueda, que se empezó a tener en la mitad de los 60, cuando los Beatles dejaron de actuar y se metieron a grabar por ejemplo “Revolver”.

¿Qué artistas de los últimos años piensas que tienen marchamo de clásicos?
De entrada me parece que casi siempre las cosas más interesantes musicalmente hablando, se producen lejos de los grupos ya establecidos, bandas incipientes que con aún poco recorrido derrochan frescura y nos traen viento fresco con sus canciones. Pero bueno, por citar algunos, dentro de la escena española me gustaría nombrar a Lapido, que me parece se esta ganando a pulso un puesto entre los indispensables del pop y rock de aquí. Personalmente pienso que si The Sunday Drivers siguen con ese nivel de canciones llegarán bien alto.
De fuera, Paul Weller ha conseguido un estatus de clásico de la escena mundial en cuanto a rock, es un tío al que en el Reino Unido lo consideran bastante influyente y su larga trayectoria lo avala. Por el lado americano, mencionaría a Wilco como “la banda” que ha recogido el testigo de REM, en cuanto a lo que se espera de grupos así, con un buen equilibrio entre imaginación y rock and roll.

¿Qué diferencia hay en tu forma de trabajar las canciones actualmente respecto de tus etapas en grupos? ¿Escuchas sugerencias en el estudio?
Desde siempre compuse en solitario, lo que sí cambia ahora es la forma de montar todos los arreglos, digamos que perfilo más por donde quiero que vayan, que dirección quiero que tomen. Esto ha ido evolucionando, y ahora que tengo una banda fija, La pistola de papá, no pretendo ser el típico líder dictador que impone criterios y le dice a cada uno lo que tenga que hacer. Siempre estoy abierto a las opiniones de los demás músicos, creo que eso va con mi forma de ser, aun así está claro que siempre existirá mucho más peso compositivo mío en el acabado de los temas, más que nada por dedicación.Al final, todo se reduce a la posibilidad de llevar una carrera medianamente constante sin tener que depender de tantas bajas en las formaciones como siempre he tenido que vivir. Si a un músico no le interesa, no puede o no le ve claro puedo contar con otro. Ya sabemos cómo funcionan las cosas del negocio musical y cómo está el panorama para el Rock, el pop, powerpop o como queramos llamar a la gente que hace canciones con bastante presencia de guitarras y melodía.

¿Sigues un proceso compositivo concreto o te mueves por impulsos?
No existe una formula magistral pero si es verdad que acabo siempre usando varias posibilidades, una veces grabo una idea que hoy parece brillante y que solo la escucha posterior varios días después dirá que tal era. Otras escribo alguna letra y eso te lleva a la música, o al contrario. También oír una canción determinada te despierta el instinto, o una película, una escena, un libro, todo lo que te llega con fuerza dentro remueve las ganas de contar algo. Puede sonar cursi, pero vivir con intensidad es la mejor inspiración.

¿Eres un compositor prolífico? ¿Qué porcentaje de composiciones no superan el corte?
No sabría decirte, antes pensaba que lo era, pero luego he tenido periodos de secano, sobre todo creo que por exceso de autoexigencia, temporadas en las que no te gusta casi nada de lo que te sale y luego, mirando con distancia esas mismas canciones, me daba cuenta de que había sido demasiado autocrítico. La perspectiva y la situación de cada momento marcan un poco el punto de vista de todo lo que uno compone o hace. Hace un año y pico leí que Kurt Wagner, del grupo Lambchop se propuso para el trabajo de uno de sus álbumes la tarea de componer un tema cada día, me pareció una idea atractiva para probarla y la llevé a cabo, durante un tiempo cumplía religiosamente esa “obligación” pero luego no pude mantener ese ritmo por que tenia que llevar otras cosas adelante. Pero es curioso como en esas ideas de canciones diarias, se reflejaba el estado de ánimo de cada día. Un buen diario de abordo, si señor.En cuanto a las canciones que se quedan fuera, pues te diré que para Plasticland fueron 3, siempre suele pasar que algunas no entran, pero no quedan “vetadas” para siempre, algunas veces recupero temas que no entraron en otras selecciones.
Publicado en el nº 241 de la revista Ruta 66.

16 octubre 2007

CICLO POP ROCK 2.007

Teatro José Tamayo, Granada. 21, 22 y 23 de Junio de 2.007.


Esta X edición de los conciertos del Central, ampliados por segundo año consecutivo de Sevilla a Málaga y Granada, volvió a ofrecer un cartel suculento. En Granada el jueves abrió fuego STUART A. STAPLES. El cantante de Tindersticks apareció en escena arropado por una banda sobria y distante, a medio gas pero por lo menos sutil; recreando un sonido cuidado y rico en detalles, sin protagonismos. Los instrumentos iban entrando y saliendo sin sobresaltos en el desarrollo de cada tema durante los sesenta y cinco minutos que duró su concierto: las teclas de David Boulter, alternando piano y órgano, y usando, entre otros instrumentos, una pandereta accionada con un pedal de bombo; la guitarra eléctrica de Neil Fraser, tomando la acústica en ocasiones puntuales; o Terry Edwards, contenido e inconmensurable en sus subrayados tanto de trompeta de bolsillo como de saxo barítono (compaginando ambos en muchas ocasiones). El bajista usó tanto bajo como contrabajo, y el batería se esforzó denodadamente por conseguir ese roce de escobillas, a veces un leve chasquido percusivo apenas apreciable (pareció relajado al tomar los palillos). Sin coros, Staples volvió a ser ese maestro de ceremonias ausente e introvertido que evita la mirada del público, así como cualquier tipo de comunicación ajena a su interpretación; y que sólo se permite algo más que una breve sonrisa cuando yerra al acometer los acordes de un tema. Con un gran repertorio, centrado en su etapa en solitario, desplegó esa voz entre profunda y vulnerable, tras cada one, two, three… con que daba comienzo a cada canción. Siempre evocador, con el deje humeante y añejo de un crooner presa de una tristeza desvaída y estoica. El primer tramo de la velada siguió el orden de su último trabajo, “Leaving songs”: “Old friends”, “The Path” con Edwards usando como contrapunto armónico un xilófono de juguete, “Witch way the wind” y “This road is long”. Posteriormente, temas antiguos enrarecieron lentamente con su nocturnidad el ambiente: “People fall down” con el teclista aplicado a la melódica y Edwards a la flauta o “Marseilles sunshine”, único tema sin batería, con un metrónomo marcando los tiempos y un halo mágico perfilado por punteos de guitarra eléctrica, en uno de los pocos momentos en que ésta tomó cierto vuelo independiente. Para la briosa versión de Townes Van Zandt (“Sixteen summers, fifteen falls”) y “Already gone”, el sonido se basó en guitarras acústicas. Mientras, en “Say something now” y la irresistible “That leaving feeling” sonaron más compactos y directos que nunca. Así como delicados en “Pulling into the sea” y “Live come a long way”, final de su breve bis.

La siguiente jornada se inició con SOUTHERN ARTS SOCIETY, que es el nuevo proyecto de Andy Jarman (A popular History of Signs, Strange Fruit, Aquaplane). El inglés afincado en Sevilla se enroca y abunda en ese sonido planeador y bailable, trufado de detalles electrónicos, programaciones y variados samples, que, en su movimiento ondulado, traza una línea psicodélicamente recta entre Echo & The Bunnymen y el sonido Madchester. Correcta actuación, con una base rítmica estimulante de bajo (el suyo) y batería de tracción manual, guitarra deudora de los ochenta británicos, teclados y samples. La conexión americana, apreciable en algunos momentos de su último disco, aquí se redujo a un par de slides, ya que el repertorio, salvo algún medio tiempo, se ciñó a su lado más chispeante y pop. Como siempre en el caso de Andy, un envoltorio atractivo que no termina de calar.

Pocos minutos después apareció HOWE GELB, el hombre del desierto, acompañado inicialmente por bajista y baterísta, dos tipos que vigilaban entre divertidos y temerosos cualquier giro instrumental del jefe. Comenzó su parte a ritmo de ragtime con el piano, colocándose su enorme sombrero de alas generosas y unas gafas negras para protegerse de la luz de los focos. Al poco se hizo con la guitarra y, tomando asiento, interpretó las principales joyas de su último “Down Home”, “Return to San Pedro” (“World stand still”, “The Hangin´judge” y el blues “All done in again”). La base rítmica seguía las evoluciones de su rebelde acústica de forma tenue, acariciadora, aunque también vivaz. Gelb, por su parte, lucía para solaz de la audiencia, siempre expectante, su forma de tocar, una mixtura nerviosa de referencias country, fronterizas, jazzísticas y blues. Tan expresiva como austera, por momentos violenta, imperfecta, impresionista. Sus dedos viajan sobre las cuerdas de su guitarra como al borde de un descarrilamiento que nunca llega a producirse. Un instrumento que en sus manos no se conforma con el patrón estilístico que se le supone. Y la voz, alternando su célebre doble micro, el que trata ese tono amodorrado y el que la ofrece tal cual, con algún resabio de Lou Reed. Un concierto con su punto anárquico, canciones deshilachadas; más que comenzarlas parece subirse a lomos de ellas al verlas pasar, para posteriormente finiquitarlas con un leve gesto, dejando la sensación de que podían durar perfectamente dos o tres minutos más sin caer en la reiteración. Cuando presentó a Dave McGowan, que apareció tomando la guitarra hawaiana, tuve la sensación de que no caería ningún tema del celebrado “´Sno angel like you” y así fue. Tocó al piano la inmensa “The Shiver” y compartió éste con la guitarra para interpretar “Classico”, despidiendo esa primera parte con otra breve pieza al piano. ISOBEL CAMPBELL salió a escena tras una reverencial presentación de Howe. Definitivamente chirriaba: la sonriente rubia con su camiseta marinera, tirando de su cuaderno, su violonchelo, y colocando su botella de agua en medio de esa panda de rednecks con pinta de estar tratando de hacer funcionar su vieja camioneta en mitad del desierto de Arizona. Gelb no pretendía dejar de ser Gelb ni un solo segundo, quería seguir siendo factor sorpresa; se pasaba los minutos buscando las letras de los temas entre el desorden de folios que tenía sobre el piano, rompiendo cualquier remota posibilidad de ritmo de concierto, acaparando todo el protagonismo y reduciendo la presencia de Isobel a un papel más bien ornamental. Constante ironía, temas de breves segundos y un cancionero, el del notable trabajo de Isobel Campbell y Mark Lanegan, que iba sucediéndose en escena superando la patente sensación de escasez de ensayos conjuntos. De esa guisa sonaron “Black mountain” y “Deus ibi est” con Peter Dombernowsky golpeando el timbal con la palma de una mano y una maza; con Howe al piano interpretaron “Ballad of the broken seas” (dejada a medias), el valsecito “(Do you wanna) come walk with me”, y una perezosa “Honey child what can i do”. Estupenda resultó la revisión de “Ramblin´man”, con la guitarra eléctrica de McGowan rasgando y destacando por única vez (antes todo lo había tocado con acústica y hawaiana) e Isobel aplicada a las maracas; y la dylaniana “The circus is leaving town” que parece gustar al Gelb, que la cantó tomando los dos micros a la vez, sin usar ningún instrumento. En mitad de todo esto se coló el tema de Giant SandCracklin´water”. Cuando se despidieron, el calor sofocante hizo que a más de uno le pareciese una gran idea y se largase apresuradamente de la platea, pero ellos volvieron para decir adiós con “Sand” de Hazlewood (qué mejor Nancy que Isobel) y con una repetición de “Honey…”, seguro que por ser el segundo tema más hazlewood de la noche.

Tercer y último día. En el escenario que espera a RON SEXSMITH y su banda no se ve nada parecido a un piano. En efecto, Ron sale armado de guitarra acústica junto a sus músicos (un trío de guitarra, bajo y batería). Poca variedad instrumental esta vez, el formato más práctico y directo al grano pop-rockero de los tres días. Con chaqueta de terciopelo y camisa con chorreras, el canadiense se mostró simpático, hablador y expeditivo en la ejecución de los temas. Se trató de un repaso rápido a su discografía, sin pausas, obviando acaso un repertorio más evidente. Así, salvo momentos como “Pretty little cemetery” y el rotundo clasicismo de “Reason for our love”, la cosa sonó como un combo de power-pop con clase y, otra vez, a medio gas; de sonido eficiente para despachar una actuación que no llegó a los cuarenta y cinco minutos. Un suspiro que al menos permitió percibir en vivo la facilidad melódica de Sexsmith; la brillantez y tersura de unas composiciones que abrigan la resolución del pop y el recogimiento y reflexión del folk más luminoso. “Some dusty things” sonó con Tim Bovaconti tocando la mandolina eléctrica, al igual que “Pretty…”; destacando con luz propia también la esplendorosa “Whishing wells”, “Cold hearted Wind”, “How on earth”, y la inopinada despedida: tras explicar que era un tema que escuchaba de pequeño, la banda interpretó una meritoria revisión en castellano de “Eres tú” de Mocedades (sin las inmejorables armonías vocales del original pero al menos intentándolo). El estupor se apoderó del público, que soltaba risitas (¿se sentirían como aquel moderno público barcelonés cuando Jarvis Cocker abrió una selecta sesión de DJ con “Un rayo de sol” de Los Diablos?). 

MAGNOLIA ELECTRIC CO. cerró este provechoso fin de semana. La versión eléctrica de Jason Molina puso sobre el escenario durante ochenta minutos todos los kilómetros de carretera que llevan a la espalda, todo el polvo pateado y toda la sabiduría acumulada. Fue la única actuación del ciclo en la que me sentí realmente partícipe de un acto de comunicación entre músicos y público. Jason, como gran songwriter que es, narra sus canciones, las transmite como explicándolas. Conversando, gesticulando y mirando al público, cuenta una historia, una experiencia, una sensación. El cuarteto que le acompaña no le va a la zaga, la base rítmica retiene el tempo y lanza los temas a su justa velocidad, la guitarra de Jason Groth arrebata, ataca riffs, gime, puntea briosa, se tensa, tiembla; y no para de entablar diálogo con la de Jason, cuyos punteos acompañan el perfil eléctrico de espinas que marca aquélla. Es como entrar en el mundo del Neil Young de 1.974 con buen ánimo. Empezaron con “Talk to me devil, again”, seguida de “Hold on Magnolia”, y desde ahí el sonido fue creciendo, haciendo llegar a los presentes toda su profundidad, sublime en momentos como “The dark don´t hide it”, “Leave the city” (con el teclista Mike Kapinus haciendo uso de esa magnífica trompeta fronteriza), “Lonesome valley”, “Oh Grace”, “Montgomery” o “Siloh”. Al finalizar el concierto, Jason quiso reconocer el mérito de un grupo de seguidores que habían seguido a la banda durante sus cinco fechas españolas, bajando a las butacas para saludarlos y dedicándoles el tema de cierre y único bis, un magnífico “Memphis moon”.

13 octubre 2007

DIRECTO EL TERRAL 2.007

MINK DE VILLE, ELVIS COSTELLO & ALLEN TOUSSAINT
Playa del Peñón del Cuervo (Málaga), 14 DE JULIO DE 2.007.




Noche de vibrante reciclaje y regusto r´n´b en esta nueva edición de El Terral malagueño. Willy Deville, recordando sus treinta años de grabaciones decide girar de nuevo bajo el nombre de su banda de siempre, MINK DEVILLE. Por otro lado, ELVIS COSTELLO traslada con brillantez a los escenarios su feliz encuentro con ALLEN TOUSSAINT, y ese jugoso cruce de las bandas de ambos. Buena noticia: repertorios incontestables, pues, sacados otra vez de gira sin que ni un solo tema cojee. Willy apareció en escena bastante puesto y con una banda bien montada que lo recibió en plan jazz latino: antiguos colaboradores como el bajista Bob Curiano y el baterista Shawn Murray, percusiones latinas, un piano versátil, como precisa su cancionero, un guitarrista eficiente y dos coristas negras coloreando inmensamente los temas. Pecó, muy al contrario que su predecesor, de falta de dinamismo, probablemente porque no se podía permitir un ritmo más alto. Con pelo largo y las sienes rapadas, ni el idílico marco costero del concierto restó impacto a su imagen entre corsario y canalla urbano. Cadavérico, el hombre de los colmillos de oro, se mostró muy bien de voz, y con el ánimo torcido de siempre, a un paso de la entrega definitiva. Abrió fiero, eléctrica en ristre y sin apartar la mirada de su atril, con una muy aceptable “Venus of avenue D”, seguida de “Spanish stroll”, de la que nos perdimos la mayoría del diálogo con Rosita. Los coros y las percusiones proporcionaban un calor muy especial a los temas, sobre todo en esos medios tiempos de inspiración hispana y latina, como “Chieva”, en la que Deville tomó la armónica, con el guitarrista Mark Newman sentado tocando guitarra española; “Heart & soul” y la magnífica “Mixed up, shook up girl”, entretejidas ambas con acústica y española; el aire latino que impregnó la rotundidad de “Italian shoes”, o las siempre frescas “Demasiado corazón” y “Hey Joe”. Algunos desajustes de sonido, las bromas, a veces sólo por él entendidas, con sus músicos y asistente, y las parrafadas con el público, frenaban un concierto que rayaba a un gran nivel cuando Willy se ponía a ello, como en “Bacon fat”, de André Willians, que puso frenético latido r´n´b; endureciéndose la cosa con “White trash girl”, que sonó como un ciclón con el pianista de pie fundiendo el órgano y sin coristas a la vista. Una crudeza que se extendió a “Muddy Waters rose out of the Mississippi mud”, con Deville concentrado en voz y armónica, la slide echando chispas y el percusionista Boris Kinberg dándole a la tabla de lavar. Para “Trouble in mind” trazó una slide deshilachada pero efectiva, unida a la profundidad rasposa de su voz, y en el tramo final apretó de nuevo los dientes enlazando “Savoir faire” con “Cadillac walk”. La despedida quedó en todo lo alto con una increíble (esos coros) “Steady drivin´man”.
 
Lo de Costello y compañía fue otra cosa, el inicio con “Modern Woman” resultó fulgurante, una entrada en materia directa, poniendo todas las cartas sobre la mesa desde el primer minuto. Ante nosotros estaba el Costello siempre fiable en directo, enérgico y arengador, incansable y comunicativo maestro de ceremonias; jalonado por los inconmensurables metales de la banda de Allen Toussaint, el guitarrista habitual de éste, y los músicos aportados por él: Steve Nieve con su Hammond B3, y la base rítmica formada por la batería de Pete Thomas y el bajo de Davey Faragher. Toussaint, por su parte, recorría divertido los temas con su piano, dejando una estela inconfundible. Tras ese inicio Costello atacó “(I don´t want to go to) Chelsea”, comenzando así su particular recorrido por sus clásicos. Sin pausa, Toussaint empezó con lo suyo interpretando “A certain girl”, que popularizara Ernie K-doe y él firmara con el mítico seudónimo Naomi Neville; así quedaron expuestas las vías por las que discurriría la actuación. Con ese ritmo trepidante y esa musicalidad brillante y untuosa tocaron temas de su álbum compartido: otros clásicos firmados por Toussaint como “Tears, tears and more tears” y “Who´s gonna help brother get further”, ésta quizá la muestra más palpable de esa voz enguantada de Toussaint, acariciadora y con un deje aún juvenil (aquí destacó también, siendo muy celebrado, el fraseo del carismático trombonista Sam Willians). Costello a su vez interpretó “Nearer to you”, popularizada en su día por Betty Harris, abandonando la guitarra y paseándose con el micro por el escenario, poniéndole toneladas de sentimiento (a destacar el duelo entre el B3 de Nieve y el piano de Toussaint), y la contenida “River in reverse”. Toussaint aportó además otras de sus creaciones con el apoyo vocal de Costello, como “Play something sweet”, una animosa “Yes we can can” y “Get out my life woman”, esta vez con B3 y piano en animado diálogo.
Elvis, sudoroso y embutido en su traje, se mostraba expeditivo, cantando mejor que nunca, dirigiendo a la banda, cambiando de guitarras y consumiendo los tés que diligentemente le preparaba su asistente. Ponía toda su indudable profesionalidad y sentido del espectáculo sobre el escenario, invitando al público a participar, y diciendo “muchas grasias” con acento más bien mejicano. Acometió con furia parte de su mejor repertorio, que queda singularmente realzado por los arreglos de vientos del maestro de Nueva Orleáns: elevan su pop a su antojo, y perfilan, rutilantes, las partes r´n´b o reggae, con el añadido de esos finales de metales encendidos. Canciones como “Watching the detectives” (con Steve Nieve jugueteando con el theremin), unas especialmente contundentes “Pump it up” y “High Fidelity”; “Alison” compartida con el público, y “Clubland”, en las que Nieve y Toussaint intercambiaron sus respectivos instrumentos. Toussaint no paraba de sonreír, imagino que satisfecho con el recibimiento tanto de sus recientes lanzamientos junto a Costello como de esta gira. Su piano era una gozada en sus clásicos, sirviendo de acompañamiento más discreto a los temas de su compañero. De negro y con una corbata plateada, se mantenía en un segundo plano tras el huracán Costello, desviando los aplausos del público hacia el de Liverpool señalándole con los índices, ese gesto tan típico del Show business norteamericano. Los bises los inició Costello con “Monkey to man”, tema ya de por sí imbuido del espíritu de Nueva Orleáns, aquí llevado en volandas por los metales y los coros de éstos. Continuó con una “Deep dark truthful mirror”, excelsa, casi excesiva, evolucionando en un crescendo constante iniciado por su acústica y el piano. Seguida de la interpretación casi unida de “Bedlam” y “Fortune Teller”, destacando en ambas de nuevo la intensidad y los duelos de teclas, apreciándose menos en esta última el theremin de Nieve. Como apoteósica despedida, Costello interpretó “The sharpest thorn” de nuevo en plan crooner desatado, cantando con el público y con la sección de metal rodeándolo en el escenario.


Publicado en el nº 242 de la revista Ruta 66.

10 octubre 2007

“CAÓTICA ANA” (Julio Medem, 2.007)

Las películas de Julio Medem tienen eso, con una incontenible (a veces obsesiva) vocación de epatar, enlazan situaciones sorprendentes entre percepciones estéticas envolventes, ofreciendo una turbadora sensualidad, y provocando sensaciones encontradas junto a una leve y persistente sensación de inquietud; como caminar sin rumbo entre espejos que nos devuelven un mundo similar al nuestro, pero nunca igual, entretejiendo absurdo, belleza y desasosiego, siempre al borde de un precipicio, de una ruptura en seco que rezamos secretamente para que no llegue, aunque su proximidad consiga hacer palpitar nuestro corazón (¿suele palpitar tu corazón cuando vas al cine?). Lo inverosímil se cuela en lo real, la magia toma la calle, los silencios, los suspiros, las miradas y gestos. Es entonces cuando el director vasco suele apuntarse su victoria: algo te ha arrancado de la butaca, has entrado dentro y, a partir de ahí, todo cobra un sentido y un tempo propios. La anécdota argumental de “Caótica Ana”, su estructura y construcción, son tan rutilantes, arriesgadas y originales como todas las que Medem ha desarrollado en su cinematografía, tienen su sello inequívoco de hábil y elocuente planeador de abismos. El vaivén de la Historia, los sueños, y los viajes de la mente propulsan un paso más allá la imagineria medemniana, que en esta ocasión me trae a la memoria la letra del tema “Mi prima y sus pinceles” de Josele Santiago. Además, aporta el atractivo de una reflexión lúcida acerca de la inexorable repetición cíclica del mal mientras la evolución del alma humana y el sentido moral que se espera del hombre quedan estancados; y personalísima sobre el papel de la mujer a lo largo de los siglos. Las líneas maestras que Medem desarrolla, como puede verse, parten de profundas reflexiones, de una atenta observación; sus protagonistas, siempre singulares, nadan con perplejidad y cierta inocencia, tratando de desenvolverse en el ancho mar de la existencia. En mi opinión, la gravedad que subyace en todo este proceso, y en esta película también, contrasta con el punto flaco de diálogos a menudo banales, un punto chocantes y hasta pueriles (acaso por razón de esa gravedad a la que me refiero). Los filmes de Julio Medem se experimentan, son una actividad en la que el espectador, incluso en el caso de no quererlo, toma partido, se deja llevar o se resiste, se involucra o salta cuando el tren va cogiendo velocidad. La pasividad habitual de la relación entretenedor-entretenido no es posible. De ahí que esté de más contar cosas sobre la película o resumir el argumento. Sólo diré que todo es una jodida y maravillosa aventura. Los actores vuelven a mostrar una dimensión distinta. La protagonista, Manuela Vallés, se come la cámara sin piedad desde el primer minuto, es una belleza de una naturalidad desarmante, totalmente desarmante. Respecto de la música, quizá lo que menos me suele atraer de este director, destaca la versión de Antonio Vega del tema de Enrique Urquijo “Agárrate a mí, María” un golpe seco de emoción que, en mi caso, imbrica la peripecia que se desarrolla en la pantalla con el significado que esa canción tenía para Enrique, y con la sensación de susurro ahogado y desesperanzado que deja viniendo de Antonio, y más viéndole interpretándola en la pantalla.