10 octubre 2007

“CAÓTICA ANA” (Julio Medem, 2.007)

Las películas de Julio Medem tienen eso, con una incontenible (a veces obsesiva) vocación de epatar, enlazan situaciones sorprendentes entre percepciones estéticas envolventes, ofreciendo una turbadora sensualidad, y provocando sensaciones encontradas junto a una leve y persistente sensación de inquietud; como caminar sin rumbo entre espejos que nos devuelven un mundo similar al nuestro, pero nunca igual, entretejiendo absurdo, belleza y desasosiego, siempre al borde de un precipicio, de una ruptura en seco que rezamos secretamente para que no llegue, aunque su proximidad consiga hacer palpitar nuestro corazón (¿suele palpitar tu corazón cuando vas al cine?). Lo inverosímil se cuela en lo real, la magia toma la calle, los silencios, los suspiros, las miradas y gestos. Es entonces cuando el director vasco suele apuntarse su victoria: algo te ha arrancado de la butaca, has entrado dentro y, a partir de ahí, todo cobra un sentido y un tempo propios. La anécdota argumental de “Caótica Ana”, su estructura y construcción, son tan rutilantes, arriesgadas y originales como todas las que Medem ha desarrollado en su cinematografía, tienen su sello inequívoco de hábil y elocuente planeador de abismos. El vaivén de la Historia, los sueños, y los viajes de la mente propulsan un paso más allá la imagineria medemniana, que en esta ocasión me trae a la memoria la letra del tema “Mi prima y sus pinceles” de Josele Santiago. Además, aporta el atractivo de una reflexión lúcida acerca de la inexorable repetición cíclica del mal mientras la evolución del alma humana y el sentido moral que se espera del hombre quedan estancados; y personalísima sobre el papel de la mujer a lo largo de los siglos. Las líneas maestras que Medem desarrolla, como puede verse, parten de profundas reflexiones, de una atenta observación; sus protagonistas, siempre singulares, nadan con perplejidad y cierta inocencia, tratando de desenvolverse en el ancho mar de la existencia. En mi opinión, la gravedad que subyace en todo este proceso, y en esta película también, contrasta con el punto flaco de diálogos a menudo banales, un punto chocantes y hasta pueriles (acaso por razón de esa gravedad a la que me refiero). Los filmes de Julio Medem se experimentan, son una actividad en la que el espectador, incluso en el caso de no quererlo, toma partido, se deja llevar o se resiste, se involucra o salta cuando el tren va cogiendo velocidad. La pasividad habitual de la relación entretenedor-entretenido no es posible. De ahí que esté de más contar cosas sobre la película o resumir el argumento. Sólo diré que todo es una jodida y maravillosa aventura. Los actores vuelven a mostrar una dimensión distinta. La protagonista, Manuela Vallés, se come la cámara sin piedad desde el primer minuto, es una belleza de una naturalidad desarmante, totalmente desarmante. Respecto de la música, quizá lo que menos me suele atraer de este director, destaca la versión de Antonio Vega del tema de Enrique Urquijo “Agárrate a mí, María” un golpe seco de emoción que, en mi caso, imbrica la peripecia que se desarrolla en la pantalla con el significado que esa canción tenía para Enrique, y con la sensación de susurro ahogado y desesperanzado que deja viniendo de Antonio, y más viéndole interpretándola en la pantalla.

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