Esta X edición de los conciertos del Central, ampliados por segundo año consecutivo de Sevilla a Málaga y Granada, volvió a ofrecer un cartel suculento. En Granada el jueves abrió fuego STUART A. STAPLES. El cantante de Tindersticks apareció en escena arropado por una banda sobria y distante, a medio gas pero por lo menos sutil; recreando un sonido cuidado y rico en detalles, sin protagonismos. Los instrumentos iban entrando y saliendo sin sobresaltos en el desarrollo de cada tema durante los sesenta y cinco minutos que duró su concierto: las teclas de David Boulter, alternando piano y órgano, y usando, entre otros instrumentos, una pandereta accionada con un pedal de bombo; la guitarra eléctrica de Neil Fraser, tomando la acústica en ocasiones puntuales; o Terry Edwards, contenido e inconmensurable en sus subrayados tanto de trompeta de bolsillo como de saxo barítono (compaginando ambos en muchas ocasiones). El bajista usó tanto bajo como contrabajo, y el batería se esforzó denodadamente por conseguir ese roce de escobillas, a veces un leve chasquido percusivo apenas apreciable (pareció relajado al tomar los palillos). Sin coros, Staples volvió a ser ese maestro de ceremonias ausente e introvertido que evita la mirada del público, así como cualquier tipo de comunicación ajena a su interpretación; y que sólo se permite algo más que una breve sonrisa cuando yerra al acometer los acordes de un tema. Con un gran repertorio, centrado en su etapa en solitario, desplegó esa voz entre profunda y vulnerable, tras cada one, two, three… con que daba comienzo a cada canción. Siempre evocador, con el deje humeante y añejo de un crooner presa de una tristeza desvaída y estoica. El primer tramo de la velada siguió el orden de su último trabajo, “Leaving songs”: “Old friends”, “The Path” con Edwards usando como contrapunto armónico un xilófono de juguete, “Witch way the wind” y “This road is long”. Posteriormente, temas antiguos enrarecieron lentamente con su nocturnidad el ambiente: “People fall down” con el teclista aplicado a la melódica y Edwards a la flauta o “Marseilles sunshine”, único tema sin batería, con un metrónomo marcando los tiempos y un halo mágico perfilado por punteos de guitarra eléctrica, en uno de los pocos momentos en que ésta tomó cierto vuelo independiente. Para la briosa versión de Townes Van Zandt (“Sixteen summers, fifteen falls”) y “Already gone”, el sonido se basó en guitarras acústicas. Mientras, en “Say something now” y la irresistible “That leaving feeling” sonaron más compactos y directos que nunca. Así como delicados en “Pulling into the sea” y “Live come a long way”, final de su breve bis.
La siguiente jornada se inició con SOUTHERN ARTS SOCIETY, que es el nuevo proyecto de Andy Jarman (A popular History of Signs, Strange Fruit, Aquaplane). El inglés afincado en Sevilla se enroca y abunda en ese sonido planeador y bailable, trufado de detalles electrónicos, programaciones y variados samples, que, en su movimiento ondulado, traza una línea psicodélicamente recta entre Echo & The Bunnymen y el sonido Madchester. Correcta actuación, con una base rítmica estimulante de bajo (el suyo) y batería de tracción manual, guitarra deudora de los ochenta británicos, teclados y samples. La conexión americana, apreciable en algunos momentos de su último disco, aquí se redujo a un par de slides, ya que el repertorio, salvo algún medio tiempo, se ciñó a su lado más chispeante y pop. Como siempre en el caso de Andy, un envoltorio atractivo que no termina de calar.
Pocos minutos después apareció HOWE GELB, el hombre del desierto, acompañado inicialmente por bajista y baterísta, dos tipos que vigilaban entre divertidos y temerosos cualquier giro instrumental del jefe. Comenzó su parte a ritmo de ragtime con el piano, colocándose su enorme sombrero de alas generosas y unas gafas negras para protegerse de la luz de los focos. Al poco se hizo con la guitarra y, tomando asiento, interpretó las principales joyas de su último “Down Home”, “Return to San Pedro” (“World stand still”, “The Hangin´judge” y el blues “All done in again”). La base rítmica seguía las evoluciones de su rebelde acústica de forma tenue, acariciadora, aunque también vivaz. Gelb, por su parte, lucía para solaz de la audiencia, siempre expectante, su forma de tocar, una mixtura nerviosa de referencias country, fronterizas, jazzísticas y blues. Tan expresiva como austera, por momentos violenta, imperfecta, impresionista. Sus dedos viajan sobre las cuerdas de su guitarra como al borde de un descarrilamiento que nunca llega a producirse. Un instrumento que en sus manos no se conforma con el patrón estilístico que se le supone. Y la voz, alternando su célebre doble micro, el que trata ese tono amodorrado y el que la ofrece tal cual, con algún resabio de Lou Reed. Un concierto con su punto anárquico, canciones deshilachadas; más que comenzarlas parece subirse a lomos de ellas al verlas pasar, para posteriormente finiquitarlas con un leve gesto, dejando la sensación de que podían durar perfectamente dos o tres minutos más sin caer en la reiteración. Cuando presentó a Dave McGowan, que apareció tomando la guitarra hawaiana, tuve la sensación de que no caería ningún tema del celebrado “´Sno angel like you” y así fue. Tocó al piano la inmensa “The Shiver” y compartió éste con la guitarra para interpretar “Classico”, despidiendo esa primera parte con otra breve pieza al piano. ISOBEL CAMPBELL salió a escena tras una reverencial presentación de Howe. Definitivamente chirriaba: la sonriente rubia con su camiseta marinera, tirando de su cuaderno, su violonchelo, y colocando su botella de agua en medio de esa panda de rednecks con pinta de estar tratando de hacer funcionar su vieja camioneta en mitad del desierto de Arizona. Gelb no pretendía dejar de ser Gelb ni un solo segundo, quería seguir siendo factor sorpresa; se pasaba los minutos buscando las letras de los temas entre el desorden de folios que tenía sobre el piano, rompiendo cualquier remota posibilidad de ritmo de concierto, acaparando todo el protagonismo y reduciendo la presencia de Isobel a un papel más bien ornamental. Constante ironía, temas de breves segundos y un cancionero, el del notable trabajo de Isobel Campbell y Mark Lanegan, que iba sucediéndose en escena superando la patente sensación de escasez de ensayos conjuntos. De esa guisa sonaron “Black mountain” y “Deus ibi est” con Peter Dombernowsky golpeando el timbal con la palma de una mano y una maza; con Howe al piano interpretaron “Ballad of the broken seas” (dejada a medias), el valsecito “(Do you wanna) come walk with me”, y una perezosa “Honey child what can i do”. Estupenda resultó la revisión de “Ramblin´man”, con la guitarra eléctrica de McGowan rasgando y destacando por única vez (antes todo lo había tocado con acústica y hawaiana) e Isobel aplicada a las maracas; y la dylaniana “The circus is leaving town” que parece gustar al Gelb, que la cantó tomando los dos micros a la vez, sin usar ningún instrumento. En mitad de todo esto se coló el tema de Giant Sand “Cracklin´water”. Cuando se despidieron, el calor sofocante hizo que a más de uno le pareciese una gran idea y se largase apresuradamente de la platea, pero ellos volvieron para decir adiós con “Sand” de Hazlewood (qué mejor Nancy que Isobel) y con una repetición de “Honey…”, seguro que por ser el segundo tema más hazlewood de la noche.
Tercer y último día. En el escenario que espera a RON SEXSMITH y su banda no se ve nada parecido a un piano. En efecto, Ron sale armado de guitarra acústica junto a sus músicos (un trío de guitarra, bajo y batería). Poca variedad instrumental esta vez, el formato más práctico y directo al grano pop-rockero de los tres días. Con chaqueta de terciopelo y camisa con chorreras, el canadiense se mostró simpático, hablador y expeditivo en la ejecución de los temas. Se trató de un repaso rápido a su discografía, sin pausas, obviando acaso un repertorio más evidente. Así, salvo momentos como “Pretty little cemetery” y el rotundo clasicismo de “Reason for our love”, la cosa sonó como un combo de power-pop con clase y, otra vez, a medio gas; de sonido eficiente para despachar una actuación que no llegó a los cuarenta y cinco minutos. Un suspiro que al menos permitió percibir en vivo la facilidad melódica de Sexsmith; la brillantez y tersura de unas composiciones que abrigan la resolución del pop y el recogimiento y reflexión del folk más luminoso. “Some dusty things” sonó con Tim Bovaconti tocando la mandolina eléctrica, al igual que “Pretty…”; destacando con luz propia también la esplendorosa “Whishing wells”, “Cold hearted Wind”, “How on earth”, y la inopinada despedida: tras explicar que era un tema que escuchaba de pequeño, la banda interpretó una meritoria revisión en castellano de “Eres tú” de Mocedades (sin las inmejorables armonías vocales del original pero al menos intentándolo). El estupor se apoderó del público, que soltaba risitas (¿se sentirían como aquel moderno público barcelonés cuando Jarvis Cocker abrió una selecta sesión de DJ con “Un rayo de sol” de Los Diablos?).
MAGNOLIA ELECTRIC CO. cerró este provechoso fin de semana. La versión eléctrica de Jason Molina puso sobre el escenario durante ochenta minutos todos los kilómetros de carretera que llevan a la espalda, todo el polvo pateado y toda la sabiduría acumulada. Fue la única actuación del ciclo en la que me sentí realmente partícipe de un acto de comunicación entre músicos y público. Jason, como gran songwriter que es, narra sus canciones, las transmite como explicándolas. Conversando, gesticulando y mirando al público, cuenta una historia, una experiencia, una sensación. El cuarteto que le acompaña no le va a la zaga, la base rítmica retiene el tempo y lanza los temas a su justa velocidad, la guitarra de Jason Groth arrebata, ataca riffs, gime, puntea briosa, se tensa, tiembla; y no para de entablar diálogo con la de Jason, cuyos punteos acompañan el perfil eléctrico de espinas que marca aquélla. Es como entrar en el mundo del Neil Young de 1.974 con buen ánimo. Empezaron con “Talk to me devil, again”, seguida de “Hold on Magnolia”, y desde ahí el sonido fue creciendo, haciendo llegar a los presentes toda su profundidad, sublime en momentos como “The dark don´t hide it”, “Leave the city” (con el teclista Mike Kapinus haciendo uso de esa magnífica trompeta fronteriza), “Lonesome valley”, “Oh Grace”, “Montgomery” o “Siloh”. Al finalizar el concierto, Jason quiso reconocer el mérito de un grupo de seguidores que habían seguido a la banda durante sus cinco fechas españolas, bajando a las butacas para saludarlos y dedicándoles el tema de cierre y único bis, un magnífico “Memphis moon”.
1 comentario :
Yo fui al ciclo en Málaga y el que más me gustó, también con diferencia, fue Magnolia.
Me encantó su forma de cantar, su sinceridad y ese espíritu Neil Young que traía.
Un concierto mucho mejor de lo que se pueda haber escrito por ahí. Que pena que estas cosas pasen tan desapercibidas.
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