26 abril 2013

CLARO, CLARO


Cuando me encargaron un artículo sobre la imputación de la Infanta Cristina reconozco que experimenté cierta desazón; hasta ahora nunca había escrito sobre “ellos”, me había limitado a criticarlos en los bares, a lanzar indirectas jocosas y a llevar con gesto adusto la bandera republicana en alguna celebración deportiva. Así que llamé a mi amigo Juan Luis.

 

-          Voy a escribir un artículo sobre Cristina.

-          ¿Y eso a qué viene ahora? ¿no hay asuntos por aquí más importantes?

-          ¿Cómo que a qué viene? ¿vives en una burbuja?

-          Ah, la hija del Rey, pensé que te referías a la Kirchner. ¡A por ellos!

-          No te escucho bien. ¿Estás en plena calle?

-          No, no, estoy en el partido.

-          No sé, quiero ser riguroso. Quiero decir, ceñirme a los hechos. Pienso que limitándome y centrándome en los acontecimientos, ayudo a explicar mejor la magnitud de todo esto e incido con más fuerza en la necesidad apremiante de claridad y justicia. Me da la impresión de que si nos dedicamos a machacar sin más, todo se puede terminar confundiendo y diluyendo; que incluso algunos culpables lleguen a pasar por víctimas. Puede parecer que nuestro mayor interés es presionar al juez o aprovecharnos de un momento de fragilidad, no sé. Cebarnos. Hacer leña del árbol caído. Opino que lo primero es volcarse en el caso Nóos.

-          ¿Es que ellos no han presionado toda la vida para mantener sus privilegios? Además, en estos momentos te puedes meter con quien te dé la gana. No puede pasarte nada, ¿cómo se van a vengar? ¿quién los va a defender hoy por hoy? ¿quién te va a señalar entre la avalancha? Si le tocases las narices a algún partido más allá de lo comúnmente aceptado, te aseguro que tendrías un enemigo declarado y con la capacidad y voluntad suficientes para devolvértela en cuanto pudiera, créeme. Además, si el árbol no se derriba no se puede hacer leña.

-          Y la leña nos da energía.

-          Eso, eso, escribe. Bien, bien.

-          ¿Vivimos en un bosque?

-          No te líes con las metáforas, que te conozco.

-          ¿Insultar al Rey no era un delito penal?

-          Eso ahora mismo está por ver, dales fuerte. Por fin los hemos maniatado. La calle hierve por este tema.

-          Creo que se han maniatado solos.

-          Sí, se han puesto las esposas y le han dado una patada a la llave, no se la acerquemos. Y eso que al Rey le dan grima las esposas (si son propias). Ja,ja,ja.

-          Desde luego no demuestra la rectitud que esperábamos. Es como si de un día para otro la inmoralidad lo hubiese inundado todo.

-          Claro, claro.

-          Pienso que la limpieza es el único camino que garantiza el futuro y la convivencia.

-          Qué profundo. Rima y todo.

-          Y que por eso la Monarquía debe ser escrupulosamente limpia. Si ha de existir tiene que ser absolutamente transparente y un espejo en el que mirarse.

-          Eso no lo pongas. Aparte de ser una horripilante cursilada les estarías insuflando vida, ofreciéndoles una razón de ser a la que agarrarse. No caigas en esa trampa, haz hincapié en que “nóos” es para nada racional a estas alturas la existencia de tal institución. Ja,ja,ja.

-          Eso es evidente. Anteponer tradiciones a realidades es del todo irracional, desde luego.

-          Claro, claro.

-          He escrito que me parece una pareja hierática. Cristina e Iñaki, digo.

-          ¡Y dale! Si te dedicas a dar rodeos melodramáticos vas a terminar pareciendo un cortesano, y eso puede jugar en tu contra a los ojos de mucha gente. Debes evitar cualquier tipo de empatía.

-          ¿No te lo parecen?

-          Supongo que sí. Pero son unos delincuentes y unos corruptos que se han aprovechado descaradamente de su posición para enriquecerse, eso seguro. No te muestres tibio ni te enfangues más de lo necesario.

-          Subrayo que Cristina debe renunciar hoy mismo a sus derechos dinásticos y, sobre todo, aplaudo que la Justicia haya demostrado que es igual para todos.

-          Claro, claro.
 
 
 
Publicado en el nº163 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a "Cristina".

24 abril 2013

MENSAJE EN UNA BOTELLA (17)




En el inmenso y trascendental mundo de la música pop existe una esquina reservada al humor y las parodias. Muchas resultan ridículas, previsibles, soeces o se antojan innecesarias. Las hay también divertidas, claro, y están incluso las que superan al original, desnudándolo y reduciendo al absurdo su presunta complejidad; pero la mayoría se pierden en su dispersión y se olvidan a la misma velocidad que un chiste malo. En el caso que nos ocupa, los granadinos Los Portazos no pueden ocultar el peso de su calidad aun optando por el desenfado, la diversión y el guiño cómplice. Pasándose por el forro cualquier tipo de pose o trascendencia, acotan su espacio a lo local, desde el título de su disco hasta el contenido de algunas de sus letras. Este localismo posiblemente limite su efecto a la mirada curiosa y el chascarrillo de sus paisanos, lo cual sería una verdadera lástima: porque aquí cuando el chiste se va las canciones permanecen. La variedad estilística no juega en su contra, ya que consiguen dotar de un atractivo marchamo a un repertorio repleto de cariñosos apretones, tanto a estilos definidos, como a canciones famosas o personajes de gran ascendiente espiritual sobre todos nosotros. Las composiciones, a pesar de las influencias en muchos casos evidentes, tienen entidad propia y atesoran los suficientes matices como para continuar creciendo tras cada escucha. Gozan de buen sonido, un impecable trabajo de ejecución, y de arreglos tan imaginativos como ajustados.


Con una nómina de colaboradores muy bien aprovechada, no puedo evitar elucubrar  sobre el tipo de música que contendría este trabajo si las intenciones hubiesen sido otras; pero creo que es mejor disfrutarlo así, y a buen volumen. Acaso mayores pretensiones hubieran obturado, como en tantísimas ocasiones ocurre, su valentía e imaginación. Ironía, costumbrismo, humor negro, Los Planetas, pop, punk, Parálisis Permanente, Madchester, Los Ángeles, surf, country… Sírvanse sin recato.

19 abril 2013

EL AUTOBÚS


La flota de autobuses fue renovada debido a la crisis (pocos, más grandes y con publicidad en su interior). Por eso nos alegramos tanto cuando, tras correr bajo la intensa lluvia hasta la parada, encontramos uno. Subimos y ocupamos los primeros asientos, estaba casi vacío. Pasaban los minutos y no se decidía a partir; el conductor avisaba de que no subía nadie más, pero desde la central le ordenaban que esperase. Por fin se cerraron las puertas (el frío se hacía insoportable) e inició su marcha. Poco a poco fue montándose gente en las distintas paradas. Empezábamos a acumularnos; con toda la ropa invernal apenas nos podíamos mover y el vaho dificultaba la visión. Desde altavoces situados junto a las nuevas pantallas de publicidad, una voz conminaba a los viajeros a avanzar hasta el fondo, según los sensores aún quedaban bastantes plazas libres. Algunos protestaron airadamente al conductor, pero éste les remitió a la dirección mientras continuaba admitiendo pasajeros.

 

De entre el tumulto surgió una mujer que comenzó a organizarnos, consiguió abrir un estrecho corredor por el que obligó a los más jóvenes a avanzar hacia el fondo, manteniendo agrias discusiones con quien se pusiera por delante. Yo estaba ensimismado escuchando música, me levanté levemente y una señora se deslizó en mi asiento, la miré y sus ojos me retaron. Una joven embarazada vio lo sucedido y fue en busca de la Jefa, que vino con paso raudo y obligó a mi amigo a dejar su sitio a la chica, ganándose en esta ocasión murmullos de aprobación del gentío. La acompañaba quien parecía ser su hija. Ambas fueron a explicar la situación al chófer. Éste no hacía más que encogerse de hombros y arquear las cejas. Mientras trataban de acercar posturas y cada bando decía entender la situación del otro, las dos consiguieron un espacio libre más o menos amplio junto a él, dándole conversación entre sonrisas. En la siguiente parada subieron ocho personas más. La Jefa elevó el tono para decir que no estaba dispuesta a admitir más gente sintiéndolo mucho “no tengo nada contra ustedes”, se disculpaba. Entre tanto, la voz de la central volvió a pedir a los usuarios que siguiesen avanzando hasta el fondo porque cabían más viajeros. La voz neutra apelaba a nuestro civismo y solidaridad.

 

La Jefa nos empujó de nuevo a los más jóvenes hacia el fondo, quitándonos incluso los auriculares para explicarnos que no quedaba más remedio y que eso era lo mejor para todos. Mi amigo y yo fuimos enlatados allí. Creo que perdí los cascos, y muchos codos se clavaron en mis costados adrede. Me costaba respirar y una chica empezó a gemir diciendo que se ahogaba, que no podía más. La Jefa le pidió tranquilidad y volvió a enzarzarse con el autobusero, éste le dejo un teléfono móvil y ella gritó algo acerca de “mi gente”. Colgó y nos obligó a dejar espacio a la chica. Era casi imposible, por lo que los chicos más ágiles treparon por las barras del techo para quedar allí colgados. Mientras la joven amenazaba con vomitar el autobús se detuvo. El viento había arrastrado un contenedor hasta la calzada. Hubo otra negociación y, como siempre me quedo mirando, me tocó a mí bajar con el conductor a aparatarlo. Estaba casi vacío, menos mal. Al terminar le dije que podía haberlo esquivado, a lo que contestó que quizá sí, pero que el miedo a rozar un vehículo nuevo  le atenazaba. Llegar a su destino con el autobús abollado o rayado le hubiese complicado mucho su futuro. Subimos y la Jefa me dijo sonriendo que no era necesario que volviera al fondo. Me gané quedarme delante con ellos, en una situación algo más desahogada. La Jefa, mientras, había formado un pequeño comité en el que destacaba un señor con paraguas.

 

Cada parada era una amenaza que dejaba a todos sin respiración, aplastados como estábamos. En la siguiente, alguien acreditado del comité gritó que habían bajado cinco personas. La Jefa declaró que podían subir única y exclusivamente cinco y el chófer se encogió de hombros otra vez. Subieron siete, ya que la voz neutra señaló que quedaba espacio para dos pasajeros más, por lo que fui enviado de nuevo al fondo. Una parada más adelante, la Jefa y su acompañante abandonaron el autobús tras despedirse larga y cariñosamente tanto del autobusero como de Paraguas, el cual procedió a apelar a nuestro civismo y solidaridad y a darnos nuevas instrucciones.
 
 
 
Publicado en el nº162 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a "El Sistema".

12 abril 2013

NARCÓTICO


Al ir a sacar dinero del cajero automático, confirmé lo que dijo anoche el ministro en las noticias. Necesitaba retirar doscientos euros para mi hija que salía esa misma mañana de viaje, pero el banco sólo me concedió cien. Así sería cada día hasta nueva orden. Esperamos causar las menores molestias, es un caso extremo, el momento más delicado de la crisis, anunció el Presidente, situado a la derecha del ministro, ambos cariacontecidos, mirando a la cámara como a un niño pequeño a punto de llorar y patalear. Tomé los billetes y me fui a casa en silencio, ajeno al creciente tumulto que rodeaba la sucursal. Calculé: de los cien necesitaba cerca de ochenta, el resto se lo daría a mi hija. Mañana volvería al cajero, y así sucesivamente, ya que los bancos estaban temporalmente cerrados. Si ella tenía ahorros o quien le adelantase algo, bien, en caso contrario, ni idea.

 

No es el fin del mundo, traté de convencerme. Recordé mi apoyo al nuevo gobierno. Mis airadas críticas al anterior desde mi Facebook o allí donde se terciase, ante el asombro de mi esposa, que me pedía que me contuviese, aduciendo que mostrar mis ideas en público me podía perjudicar. Pensé en aquella foto con el candidato, ahora tan desdibujado, en su visita a nuestra ciudad. Me estrechó la mano muy fuerte, más de lo que yo me esperaba, mientras me decía sonriendo que ahora sí, que habían vuelto con las ideas claras y que todo volvería a la normalidad. La fe se resquebrajaba, y me vino a la memoria la conversación con mi amigo Luis, siempre crítico aunque respetuoso con mis opiniones. Escuché de nuevo, ahora con amargura, cómo me hablaba de derrota. Decía que todo esto no era más que una gran telaraña, que nacíamos derrotados y que, cumpliendo todas las premisas, el común de los mortales sólo podía avanzar hasta un punto predeterminado. Vivimos en un espacio delimitado de derrota latente, pero siempre presente, afirmaba; y ahora sabemos que cuando todo va mal la derrota nos es colocada sobre la mesa, perdiendo el falso colorido que la camuflaba para mostrarse en crudo blanco y negro. Zarandean tu dignidad, patean tu amor propio; pierdes tus derechos, tu dinero. El futuro de todos pende del hilo más caprichoso y las perspectivas de cada cual son sustituidas por gente a la que no le tiembla el pulso. Se altera la base de la convivencia sin el más mínimo rubor.

 

Llegando a casa estaba cada vez más indignado, tenso, viendo la claridad que se desprendía de cada una de las palabras de mi amigo. Me sentía más despierto que nunca, pero a la vez vulnerable, rodeado de desierto. Sin embargo, mientras esperaba el ascensor cerré los ojos y apareció el narcótico. Ese que reconstruye las piezas rotas, que abriga y endulza la conciencia; que nutre de certezas cuando te sientes a punto de naufragar. Respiré hondo mientras subía, y los dos lados de mi cabeza que se hablaban a través de una ventana callaron. Uno de ellos se volatilizó, llevándose consigo los matices, las dudas, las preguntas, los distintos puntos de vista y las opiniones discordantes. Abrí la puerta y me dispuse a tranquilizar a mi familia.
 
 
 
Publicado en el nº161 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado al "Corralito".

05 abril 2013

EL PORQUÉ DE LAS COSAS


Llegué a casa de Fede, mi jefe, un poco tarde. Lo hice aposta. Llamé al timbre y Matilda, su mujer, me abrió. Durante un par de minutos, que exprimí todo lo que pude, fui el centro de aquella selecta reunión de amigos, ya que mientras el matrimonio anfitrión me iba presentando las conversaciones se interrumpieron y todas las miradas se dirigieron a mí. Satisfecho me serví una copa y deambulé por el salón dedicando sonrisas y levantando las cejas aquí y allá. Imposible hablar de música, mi sólida formación clásica no parecía casar con el mantra electrónico, como de aspiradora narcotizada, que sonaba y todos alababan con enérgicos asentimientos. Seguía llegando gente y mi presencia comenzó a diluirse, por lo que decidí refugiarme en la minúscula cocina para reconsiderar mi estrategia, ya que el baño llevaba minutos ocupado.

 

Detrás de mí entró una chica rubia con el pelo corto, me la habían presentado cuando llegué y ya en aquel momento me pareció notar que había llamado su atención. Vestía un ajustado pantalón negro que embutía el mejor trasero que había visto en toda mi agitada vida. Esbelta, elegante, bellísima, era la perfecta y más placentera puerta de entrada a aquel mundo. Me sonrió gentilmente y se colocó junto a mí entre la pequeña nevera y el fregadero en forma de huevo. Carraspeé y empecé  a dejar caer detalles brillantes de mi biografía, con su envoltura irónica claro, mientras indagaba en la suya sin dejar de buscar un cruce de miradas que se resistía.

 

De pronto noté un desagradable olor que se esparcía segundo tras segundo haciéndose inaguantable. ¿De dónde procedería esa emanación? Era un olor que se me antojaba viscoso, de una densidad que ahogaba. Creo que me ruboricé, mi cuerpo se tensó como un palo y miré los tristes azulejos que tenía enfrente, los cuales decidí acariciar en un desesperado intento de desviar su atención. Me alarmó pensar que yo fuese la fuente de ese efluvio que no hacía más que crecer. Repasé todo lo que había comido y bebido durante el día. Trate de convencerme de que, de haber sido yo, por fuerza tendría que haberlo notado. Valoré las posibilidades de culpar al desagüe. Busqué de reojo una inexistente ventana por la que hubiese podido entrar. Mis manos estaban agarrotadas, mi corazón latía fuerte, sudaba. Finalmente desapareció el olor, qué alivio, respiré hondo sin que se notara y la miré tratando de fabricar sobre la marcha algún comentario ocurrente. Ya no estaba.
 
 
 
Publicado en el nº160 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a "¿Quién se ha tirado un pedo?".

03 abril 2013

EL CENTAURO




Mudé de piel vigorosamente

pero quedé en el lado viejo.

El centauro prometió,

con un gesto,

llevarme tras el latido,

pero no hace más que cruzar la calle

arrastrándose,

cabizbajo y molesto

por las pocas garantías

que le ofrezco de,

por una vez,

volver volando y sonriendo.

 
 
 



Poema publicado en el cuaderno de Creación nº12 de Palimpsesto.