30 mayo 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (16 de 20)

16. GUITAR MAN: PELIGRO DE INCENDIO


   Un año después, con “Si la muerte me mira de frente me pongo de lao”, Jorge Martínez inaugura un nuevo sello, La Casa del Misterio, optando por la autoedición; camino este tomado sin mejor opción a la que agarrarse por muchos artistas en la década de dos mil. Se decide a volver al formato de trío (se cae el saxo de Juan Flores), con un sonido crudo, directo y forjado con revitalizadoras aristas (sorprende la rabia que desprende la voz de Jorge en ocasiones), que le congracia en parte con su primera y gloriosa época. Mejor sonido, pero temas no tan inspirados como aquéllos. A pesar de ello, aquí se encuentran algunos de los mejores que Martínez haya escrito nunca, como “Chica del Este” o “Libérate”. Este último es uno de sus orgullos: tardó veintiocho años en completarlo, en atinar con lo que la composición le pedía; complejo, expansivo, cabalgando sobre diversos niveles de intensidad, tan reflexivo en la mirada interior como evocador de espacios inconmensurables. “El demonio” remite al tema de la delincuencia juvenil, rock directo, sin rodeos, que canta las gestas de un delincuente infantil sevillano cabecilla de su propia banda. “Héroe de los gatos” y “Si la muerte me mira de frente me pongo de lao” circundan la década de los cincuenta, y qué decir de la rotunda adaptación  de “Riot in cell block #9” de Leiber-Stoller (“Motín en la prisión”). “Verano del 93, surgida después de una fiesta afterhours, es soul a corazón abierto, y el twist vuelve en “Como lo haces tú”. El pop regresa con “Señorita “qué rara soy””, mientras el power-trio inflamable de extracción setentera se desarrolla a pleno pulmón en “Con los ojos abiertos” o “Vuelven los problemas”, lindando incluso con lo progresivo (“La rabia de vivir”). Por último, “A prueba de marcas”, corte acústico tocado con su Epiphone, recrea esa melodía naif tan suya. Para mí su disco más completo desde “Regreso al sexo químicamente puro”.


28 mayo 2014

EL JUEZ Y EL FISCAL

El juez y el fiscal aún no saben con certeza que en pocos años lo serán. Librados por fin del colegio mayor, comparten piso y estudian con ahínco. Ambos desean a la misma mujer, una estudiante de matemáticas que a veces los visita y se divierte con sus maneras protocolarias de repartirse la limpieza del cuarto de baño. El juez y el fiscal preparan los exámenes finales de último curso de derecho sitiados por el seco calor asfáltico de la ciudad. Deambulan por su apartamento en pantalón corto y sin camisa. Golpean las paredes presos de la ansiedad. Piensan en su futuro para darse ánimos y maldicen entre dientes los muebles antiguos y los electrodomésticos agonizantes y abollados que tienen a su disposición. En momentos de descanso, bajan suspirando en chanclas a comprar algo a la calle; ven las tertulias políticas de la televisión con aire paternalista, y fuman apostados en un largo balcón desconchado, observando el paso de los coches y a la gente por las aceras. No sienten envidia por casi nadie, más bien pena y cierto rechazo. La amiga matemática llega al piso a veces para tomar café y hacer tiempo para cualquier otro menester. Ambos la desean entre cafés sin demasiado ardor y con una pizca de despecho anidando en su interior. Son felices estudiando, avanzando, aunque algo que está por venir, que crece poco a poco en ellos, hace que lentamente se detesten. Toda la teoría que amasan y van colocando en su cerebro conforma la llave que siempre les han mostrado tras la vitrina, lo que siempre han deseado. Con el tiempo, toda esa masa será también la base de sus certezas, de su desarrollo profesional. El escudo que absorberá sin inmutarse los golpes de la realidad y la duda.

El juez y el fiscal, que aún no saben que lo serán, no sienten más que estupor al observar cigarro en ristre el triste espectáculo de sus vecinos de enfrente. Mayores, adictos a la televisión, que nunca está apagada; sin libros ni periódicos, solo folletos publicitarios, floreros, sillones y figuritas que seguramente huelen a polvo. Y un sofá, en el que se hunden en pijama. Y unas persianas, que parecen dientes llenos de sarro, que se levantan cada mañana ruidosas y cansinas, como un largo bostezo.

Pasan las semanas, se acercan los últimos exámenes. La estudiante de matemáticas, cada vez más distanciada, se comunica con ellos mediante anodinos y maternales mensajes de whatsapp, y ellos ríen y ni se hablan, aunque en el fondo sueñan con empapelar algún día al chico con el que ha comenzado a salir y, en momentos de tensión, con zancadillearse el uno al otro. Se turnan en las tareas y se proveen de tabaco. Se observan cuando el otro no mira. Se escapan un rato a algún botellón ineludible y se muestran distantes, enumerándose los presuntos delitos que pasan ante sus ojos en voz baja. Por encima de los cafés, a través de los programas deportivos de radio, miran a los detestables vecinos de enfrente, que tampoco parecen hablar nunca, siempre masticando y bebiendo algo, siempre con la boca llena, siempre cambiando de canal, siempre en zapatillas antes de irse a dormir.

El juez y el fiscal arden en deseos de estrellar un huevo contra la persiana podrida de enfrente, pero no terminan de atreverse. Una tarde, mientras el marido la levanta observan un potente bíceps sobre el que destaca un siniestro tatuaje. Ya con los huevos colocados cuidadosamente en una cajita sobre la mesilla del balcón, deciden anular la operación por si, en caso de ser sorprendidos, la acción ajustada a derecho de las fuerzas de seguridad llega después de la venganza física de aquel energúmeno televisivo, trabajador manual sin duda embrutecido.

Ese temor los mantiene un par de días ocultos y pensativos tras el toldo de su balcón. Pero el deseo febril y acumulado termina por imponerse, así que deciden trazar un plan, no sin antes sopesar pros y contras y valorar rutas de huida y coartadas. La emoción les late en la garganta. Llaman a su amiga matemática y a su amigo para que les acompañen en una breve celebración en casa tras el penúltimo examen. Cuando llegan les muestran orgullosos y un poco fuera de sí los cartones de huevos, les comunican su plan y todos actúan con rapidez, respirando superioridad mientras trasiegan latas de cerveza. Lanzan huevos a víctimas indefensas e inofensivas elegidas con precisión: un chico que arrastra una moto por la acerca, una señora mayor que tira de un carrito de la compra, dos obreros, inmigrantes a su parecer, que salen de un bar. Se contienen ante un tipo trajeado, pero al observar arrugas en la chaqueta y en el cuello motivadas por el sudor le arrojan otro. Tras cada lanzamiento se esconden, se echan al suelo riendo, beben y gesticulan. Los damnificados se detienen en la acera y miran hacia la silenciosa colmena de balcones. Cuando el semáforo de enfrente se pone en rojo, hacen puntería sobre algún vehículo modesto justo cuando inicia la marcha, con excelentes resultados. Para cuando la matemática y su amigo se muestran cansados de la broma, el juez y el fiscal ya parecen estar completamente desatados. Por los resquicios del toldo de su balcón proyectan huevos y trozos de plátano sin ton ni son, y también se divierten estampándolos contra el suelo y los muebles. Dirigen sus lanzamientos a los coches aparcados, hasta hacer saltar alguna alarma; tiran sobre cualquier transeúnte; sobre la chica que acaba de salir de un portal; con inmenso placer sobre la persiana podrida de enfrente, deseando ver aparecer el tatuaje; y, finalmente, con toda violencia, sobre el coche de policía que se detiene ante el tumulto de peatones que miran hacia arriba. Después, ante la perplejidad que paraliza a sus invitados, el juez y el fiscal, que aún no saben que lo serán, abandonan precipitadamente el piso dejándolos encerrados.


Una vez en la calle, mezclándose entre el gentío de curiosos y presuntos agredidos, se dirigen educadamente a los policías que miran hacia arriba y se presentan como inquilinos del 3º C, mostrando una honda preocupación y gran extrañeza, y ofreciéndose a acompañar a los agentes de la ley en caso de que vean conveniente echar un vistazo a su piso, donde habían dejado a unos amigos, una pareja, estudiando. Mientras el proyecto de fiscal se muestra compungido y colaborador, el futuro juez se adelanta subrepticiamente para abrir la puerta del piso, instantes antes de que la policía suba.

26 mayo 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (15 de 20)

15. A CUBIERTO EN EL BOSQUE ELÉCTRICO


    En 1.998 aparece “El apóstol de la lujuria” (Avispa), con la imagen de la miniatura “Sátiro” del Museo Arqueológico Nacional de Atenas en la portada. Rubén Mol (ex de The Amateurs o Los Más Turbados) se sienta a la batería. Se tiende a las canciones más directas, airadas y endurecidas (“He regresado”, “Saber vivir”). “Un cuchillo que se llama educaciónparece un cruce entre “Con la niebla” y un filme de cine negro. Jorge reconoce que escuchó mucha música de películas antiguas para grabar este disco, y se nota (en las inapelables “El lobo malo del bosque” y “El Ángel”, e incluso en el inspirado chispazo pop de “¡Cuánta belleza!”). “Jesusito de mi vida” (ojo a la letra) encuentra acomodo en ese sonido grunge que le influyó durante esa etapa, y la irónica “He decidido comportarme, en referencias más setenteras. “Todos somos traidores” (tema favorito de Jorge) es el medio tiempo que este suele reservarse: evocador, tenue, fatal. Curiosa la incorporación del rocanrol “Perjudicial”, inesperada fuga de dos minutos proveniente de 1.981 y recuperado para la ocasión, que cuela su desparpajo entre este intrincado bosque de electricidad, aunque se dice que muchas canciones fueron grabadas en las primeras tomas.




Cómic del dibujante Francisco Peña inspirado en el tema "El ángel" de Ilegales


   Pasan cuatro años hasta volver a saber de Jorge musicalmente hablando. A través de Santo Grial aparece su segundo directo, “El día que cumplimos veinte años” (2.002). Para celebrar ese aniversario reúne a todos los músicos que pasaron por Ilegales, salvo Iñigo Ayestarán (fallecido en 1.988) y David Alonso, la primera formación del grupo. El concierto se celebra ante quince mil personas en la plaza de la Catedral de Oviedo, el 9 de septiembre de 2.002. El sonido es inmejorable, y el grupo, con la definitiva vuelta de Belaustegui a la batería, no puede estar en mejor forma. 


23 mayo 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (14 de 20)

14. ALTA TENSIÓN Y PALABRAS INCANDESCENTES


   Tres años más tarde, en plena travesía del desierto, fichan por Avispa y publican “El corazón es un animal extraño”, ya fuera de toda onda y circuito. Un disco desigual, pero con momentos a reivindicar ya. Sonido más oscuro y constreñido, notablemente endurecido y con todo el peso depositado en las guitarras salvo puntuales y afortunadas emergencias del saxo de Juan Flores (se prescinde de los teclados). Alejandro Blanco toma el bajo para no dejarlo ya. El comienzo es fulgurante: “Mi sangre oculta un veneno” es ese tema soberbio que, escrito por otro, viajaría en las maletas de más de un pinchadiscos a la última en música negra. Le sigue una extraordinaria revisión de “El loco soy yo” de Los Bravos, la primera versión que publican oficialmente (no en vano “Black is black” fue el primer disco de Jorge). El tema que da título al CD abunda en ese espacio de reflexión tan suyo que es el medio tiempo, esta vez tenso y duro, con sentimientos a flor de piel y asfixiante coraza grunge, estilo que destaca en la actitud declamatoria de temas como “La luz de las enfermedades oscuras” o “Lo único que consigo hacer bien es el mal” a la que creo que le sobra toda la parte “rap”. La inspiración aún resplandece en “Enamorado de la sangre ajena” y, “En el parque de invierno”, breve e inquietante respiro acústico, nos devuelve al Jorge de lirismo brumoso y susurrante. Para su autor, aparte de su disco favorito, es el más literario, y puede que sea cierto. No contiene sus mejores letras, pero todas están muy trabajadas.


19 mayo 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (13 de 20)

13. LEJOS DE LA FAUNA DE SALÓN


   Tras un año sabático, la cabeza calva que siempre bulle de proyectos vuelve, abundando en lo mismo pero apretando más los dientes, con “Regreso al sexo químicamente puro” (Hispavox). En el año de parón Rafa Kas decide cambiar de aires y vuelve Willy Vijande, para desaparecer definitivamente después de este disco. Aquí encontramos imparable soul a lo James Brown para otro irrefrenable fresco callejero en “Drogas duras llenan sepulturas”; riff blindado para “Los chicos desconfían” e inspiración tejana para el blues-rock de “No me gusta el blues”. 



Oración” es de esas canciones que deberían adorar los mods, pop sesentero de esencias negroides reminiscente de los Small Faces. Mientras con “El jardín del pecado” se dan el gustazo jazz-swing, “Dextroanfetamina-No quiero ir a la mili” es una acelerada parodia punk que no pasa de la anécdota, ese tema que suele sobrar en algunos discos de Ilegales. El psychobillyEl número de la bestia” viaja a lo más oscuro de los cincuenta, lugar frecuentado por Jorge Martínez. “Regreso al sexo químicamente puro” continúa la vereda señalada por “Me gusta cómo hueles”: medio tiempo inspirado, de amable y dulce melodía y despiadado retrato de caída libre. “Algo prepara una emboscada” es rock de serie B inflamable y cortante cual cuchilla. Y el beat desaforado de “No puedo controlarme” es antesala de la despedida con un corte instrumental de “El jardín del pecado”. Otro caudal de sonidos intemporales apartados de la actualidad, curiosamente en la década en que por primera vez todas las miradas se vuelven hacia el Principado con aquello del “Xixon Sound”.

16 mayo 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (12 de 20)

12. LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO, ¿Y ESO POR QUÉ?


   En 1.990 publican “(A la luz o a la sombra) Todo está permitido” (Hispavox). Un trabajo en la línea del anterior, muy rico musicalmente, sobre todo en los ya habituales arreglos de metales y en una más determinante presencia de órgano. Composiciones elaboradas y una cuidada ambientación que consiguen salvar cualquier síntoma de artificio, quizá porque los temas se fueron preparando durante la gira de “Chicos pálidos…”. Además, en opinión de su autor es la mejor producción de todas. Aunque los tiempos cambian, la banda no deja de tocar, y en el concierto final de gira en Madrid se sortea una Harley-Davidson. Jaime Belaustegui (ex – Los Locos) sustituye a Lantero en la batería. El blues sigue en el ambiente (la estupenda “Suena en los clubs un blues secreto, que parece escapada de otra banda sonora de jazz noir, o “El Gran Capullo en persona”); “Baila idiota” es rock funk irreprochablemente ejecutado, aunque una letra simplista lo desluce. “Chistes rock en ya menor” remite a los Beatles pre-psicodélicos; y un himno tan ilegal como “Canción obscena” parece tener a George Martin detrás, vigilante. Rock sin fisuras ofrecen en “Fotos en primera plana” e imparable en “La virtud”, esta reminiscente de la primera época, urgente y garajera. “Me gusta cómo hueles” con su introducción de teclados es otro gran medio tiempo de madurez compositiva, con regusto final amargo y destacable letra, seguido de “Todo está permitido”, nocturno y sigiloso, con sus detalles latinos. El disco se cierra con “Despierta en el planeta diario” otra inmersión en aguas Pinkfloydianas. Vuelven a convivir procacidad, humor, crónicas vitales, crónicas nocturnas, proclamas y frases memorables.




   En general, el período 88-90 resultó excitante en sonidos y aparición de nuevas propuestas, en algunos casos de capital importancia. Tiempo de cambios, que profundizarán en la década que comienza, ávida de trascender lo inmediatamente anterior, abierta al ruido, a una nueva actitud, tan real y vivificante como huera, según los casos, siempre obligada a la experimentación y el riesgo. Es la culminación del proceso iniciado en la segunda mitad de los ochenta, imponiendo nuevas influencias y referencias. Noise, Grunge, sonido Madchester, y demás mutaciones del pop constituirán la conformación definitiva del caldo de cultivo Indie. Por estos lares, además, los restos de la década anterior que no se han convertido en superventas son condenados al olvido o tratados con desprecio o paternalismo sonrojantes; pocos son los reivindicados. Los Ilegales son de esa época y ya hace tiempo que dejaron de ser excitantes al no adaptarse a los nuevos parámetros. Jorge sigue su camino, como siempre, ofreciendo algunas composiciones a un nivel altísimo y un sonido estupendo, corpulento.


14 mayo 2014

HUELE A CÍRCULO CERRADO

Puede que mostrarse abiertamente en contra de la muerte a tiros de alguien en la calle - teniendo en cuenta que se trataba de una mujer dedicada a la política, que era de un partido de derechas, ostentaba innumerables cargos y daba la impresión de practicar alegremente el nepotismo y el abuso de poder tan ampliamente asumidos por nuestra cultura-, tenga un matiz excesivamente conservador, acaso melifluo, en esta España bizarra y delirante que por minutos nos sorprende más. Arriesgándome a pecar de eso, debo decir que el asesinato en León de Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación de esa provincia, me ha helado la sangre. Por lo visto, su asesina era miembro del mismo partido, y el móvil responde a cuestiones personales, no sé hasta qué punto relacionadas con su forma de actuar en política.

Lo sé, lo sé, en los tiempos que corren, los que tratan de poner paz o al menos cierta mesura son rápidamente calificados de cobardes o caricaturizados de blandengues y comodones. Puedes ser visto como un pesado que le habla a las olas durante el temporal, evitando mojarse los pies, o tal que un árbitro despistado que corre por el patio del recreo, silbato en ristre, manoteando y pitando sin causar ningún efecto, mientras todos se insultan, zahieren y pelean; gallardos y orgullos de su legitimidad y compromiso, de defender con ahínco y valentía sus inamovibles posiciones. Malos tiempos, cuando los depósitos de odio están tan llenos. Incluso desde un punto de vista eminentemente práctico, no creo que las reacciones violentas provocadas o apoyadas por los caudales de odio que circulan a nuestro alrededor, aporten finalmente resultados positivos para el bien común. Soluciones firmes a problemas tan enquistados de convivencia.

Y es que, convivir no es solo dejar vivir, tolerarse. Convivir es actuar con la debida responsabilidad en los actos de la vida; constituir de una vez ese avance armónico basado en unos escrupulosos respeto y asunción de los derechos y obligaciones, mediante el cual poder ser un trabajador rentable sin morir en el tajo o cobrar una miseria, o ser un empresario imaginativo y ambicioso, pero también decente, un usuario comedido o un político activo y honesto.

Da la impresión de que quien se opone por principio al uso de la fuerza, al hecho de tomarse la justicia por su mano, colabora activamente al mantenimiento de los privilegios de la casta política. Y esto de casta sí es algo que ellos se han ganado a pulso con el mayor de los descaros. Vivimos una sensación de círculo cerrado, de ambiente viciado, irrespirable. Los mensajes se estrellan mustios contra nuestros oídos, cada vez más parecidos a un muro ante los que resbala esa constante y acuosa salsa de mentiras y excusas vanas. No se ven luces fiables al final del camino porque el camino parece haber terminado y la fiabilidad de los políticos está bajo mínimos, algo perfectamente demostrable. La desesperación está motivada por eso mismo. Las cosas están mal y nadie parece de fiar, los discursos suenan manidos, plomizos, imposibles de cambiar con algún tinte de verosimilitud; los silencios huelen, los bancos y los poderosos de siempre manosean sin ninguna fuerza moral que los ponga en su lugar desde los poderes públicos. La sociedad se rompe en jirones y maldice a la vez que boquea.

Esta mañana, en la cafetería, mientras iban apareciendo en la televisión más datos sobre el trágico suceso, una señora me ha mirado diciendo: “Yo no me meto en estas cosas”. En ese momento sentí una sacudida en todo el cuerpo; ha sido, sin duda, la frase que más me ha impactado de entre todas las que he tenido la triste suerte de leer y escuchar desde ayer. ¿Qué empuja a una persona normal a evitar pronunciarse sobre el asesinato a sangre fría de un político, en este caso del PP? Hasta no hace demasiado tiempo, un hecho así hubiese erizado la piel de cualquiera. Lo razonable parecía ser que, ante la presencia de un político a todas luces corrupto, que la oposición, los medios de comunicación o incluso los ciudadanos, denunciasen su actitud, horadasen así su credibilidad, mostrasen su verdadera cara, forzaran su dimisión; no esperar a que le disparen en la calle para acusarlo veladamente de tenérselo merecido. Más allá del hecho de aplaudir o mostrarse comprensivo con un asesinato hay algo larvado mucho más peligroso: la sensación, cada vez más extendida por lo que veo, de que la única forma real de que determinados sectores paguen de verdad sus excesos y desmanes sea con la muerte o al menos tomándose cada cual la justicia por su mano. Es, sin duda, el camino más corto hacia la barbarie.

Las redes sociales, esa múltiple voz de la sociedad, ese avance armónico real constituido ya como subconsciente eternamente crispado del pueblo español, es capaz de dejar en pañales la maquinaria de manipulación que el político más experto y maquiavélico jamás se hubiera atrevido a soñar; solo que, de heterogénea, dispara bilis inmediata en todas direcciones. Practica el “y tú más” con más pasión que ningún político chusquero, oculta subrepticiamente determinadas realidades o carga las tintas sobre cualquier nimiedad que convenga a los intereses que defiende, con más denuedo en ocasiones que los propios. Lugar ideal para desatar el morbo; lanzar piedras entre el cierto anonimato del tumulto, pero para que te vean bien y se regodeen los que te rodean; para hace bromas crueles matizadas (o no) de ironía y procacidad, tratar de parecer justiciero, ideológicamente puro o desembalar todo el cinismo que en la vida permanece en el armario. Lo único bueno es que aún no está totalmente domada: las huestes de diversos bandos se cruzan y a veces anulan con sus improperios, aunque en ocasiones la sensación de mezquindad se puede recoger con los dedos.

Las acusaciones que apuntaron inicial y apresuradamente a sectores opuestos o enfrentados a las políticas del Gobierno, como desencadenantes de los hechos, denotan una mezquindad nauseabunda. Aprovechan de la misma manera el suceso para alimentar sus posiciones. Algo totalmente infame.


Así pues, muchos son los arribistas que tratan de pescar en el río revuelto de ese cadáver tiroteado en un puente; pero algo me dice que más de un bocazas, espoleado por la fiebre electoralista de alimentar el odio de los suyos, o de los que cree suyos, en vez de tratar de aportar a la situación un poco de buen juicio, va a patinar un poco después de hoy.

12 mayo 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (11 de 20)

11. LA MÁQUINA SUENA BIEN CUANDO RESPIRA

En 1.988 salió al mercado “Chicos pálidos para la máquina”, esta vez con Hispavox. La popularidad declina (aún recuerdo, en la época, a un Ordovás entristecido en el Diario Pop anunciando: “Ilegales, entre la fama y el malditismo”) y los cambios se suceden, Alfonso Lantero (que venía de clavar los ritmos en The Nativos) entra definitivamente en lugar de David Alonso a la batería. Willy Vijande, que aún se lamenta de todo el rock que perdieron al dar el paso hacia el sonido de este elepé, dejará la banda al poco de grabarlo, expulsado finalmente por su adicción. Alejandro Felgueroso lo sustituye, y a mitad de la gira hace lo propio con él Rafa “Nenuco” Kas. Se inicia una etapa que durará otros dos álbumes (período 1.988-1.992). Jorge Martínez aparca el tiralíneas de su trío, ampliando la formación a quinteto con la incorporación de Juan Flores (“El Hombre-Lobo de Mieres”) al saxo y Antolín de la Fuente a los teclados. Es un cambio arriesgado, importante; una decisión netamente artística. Jorge considera cerrada su fase más popular, su indeleble marca de fábrica, y apuesta decididamente por unas composiciones donde el estilo desplaza a la rabia; siendo expuestas con placidez y delicadeza en los detalles, inundadas por la estimulante presencia de metales y teclas. Canciones algo más largas, pero sin romper la ley no escrita ilegal de la concisión. El repertorio exuda blues, guiñando a las mejores orquestas (“Lavadora blues”, recuperada y bruñida), visitando Nueva Orleans (“Al borde”) o deslizándose con brillantez entre humo y cine negro en “Mala suerte”. Inoculados de clasicismo, miman el surf en un “El fantasma de la autopista” inspirado por el tema de 1.962 de The Beach Boys "Surfin'", a la sazón primer single del grupo de Brian Wilson



Los Ilegales traviesos y directos se asoman más sonrientes que amenazantes en “Un marciano” (que parece el reverso gamberro del “Guru Zakun kin kon” de Vainica Doble) y “Tengo una rana metida en una lata”, cuya letra y descarga de guitarra, doy fe, divierte a algunos niños pequeños. “Chicos pálidos para la máquina” suena inflamada y álgida, con ese pesado fondo de órgano teatral y tenebroso. Ganan terreno canciones de madura y sugestiva elaboración, con espacios para el silencio, como “Cara al peligro”,  “Ángel exterminador” (por fin le llegó su momento, resultando posteriormente la más popular del disco), o “En el pasado” (Gilmour asomando la cabeza de nuevo). En los textos se matiza la dureza (que ni mucho menos desaparece), y ganan terreno la reflexión pausada, el humor negro, lo alucinatorio y onírico, así como cierto surrealismo. Sobrados de repertorio, se permiten publicar un single (que Discoplay regalaba con la compra del elepé) con dos joyas del calibre de “Con la niebla” y “Acabaremos mal”.


09 mayo 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (10 de 20)

10. CALLES SIN LUZ


   Mientras conduzco escucho “Monolitos”, el curioso disco publicado por Caballero Reynaldo, compuesto a partir de los temas del primer elepé de Ilegales. Canciones totalmente distintas con el espíritu “Ilegal” serpenteando por alguna parte.



¿Dónde buscar?, ¿meterse en su pensamiento para localizarlo? Sería una experiencia demasiado vertiginosa, como no aceptar convención alguna, como corretear por frías y mojadas calles sin luz, como respirar peligro, reventar reuniones pazguatas, no apartar nunca la mirada, enfrentarse a todos, opinar de cualquier cosa sin callarse nada… Uf, esto me recuerda su etapa de contertulio televisivo allá por el 98 o 99: momento decepcionante como seguidor de Ilegales donde los haya. Tal vez pueda encontrarle atareado con su colección de soldados de plomo (de los que posee incluso los moldes para su fabricación) o de indios y vaqueros. Gritando “¡viva feldespato!” por algún callejón; o ver, llegada la noche, su cabeza calva asomada por la ventana de un bar con los dedos índices extendidos a los lados a modo de cuernos de demonio. Puede que ordenando sus discos y limpiando sus guitarras. A lo mejor admirando peces de colores en una tienda de animales bien provista, o acaso visitando un zoo, gesticulando ante la jaula de cualquier fiera. Me podría arriesgar a asomarme a los acantilados que rememora en “Libérate” y encontrarlo buceando allá abajo, aunque si de verdad ha querido desaparecer estará pasando unos días en cualquier ciudad, algo habitual en él. 

Jorge nos habla de sus guitarras en el interior de "Todos están muertos"


Alguien apuesta en la radio sobre cuál de sus guitarras quedará inmortalizada junto a él, y rápidamente surge un acalorado debate; vuelan, confundiéndose, nombres y series: la Ibanez con la que grabó todo el primer álbum, la Fender Jaguar del segundo, otras Fender como Ventures, Jazmaster, o Stratocaster del 62 y del 57; Gibson 125, Hofner, Mosrite, Epiphone Zenit del 46, Vega del 38, del 46, Fenix, etc. Creo que ganó una de las Stratocaster.

07 mayo 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (9 de 20)

9. SI NO HAY ODIO, NO HAY ROCK AND ROLL

   Esa popularidad de que gozaba la banda asturiana se redujo de manera progresiva a partir del año siguiente, aunque se mantuvo aceptablemente gracias a la inercia del segundo elepé y a la fidelidad de los roqueros, aún numerosos y atentos. Es significativo el hecho de la gran cantidad de gente que conocía a Ilegales pero que, preguntada con posterioridad, desconoce por completo la existencia de temas como “Eres una puta” o “El norte está lleno de frío”. “Todos están muertos” (Epic, 1.985), es un disco que parece, desde su portada, una pétrea respuesta al anterior, un punzante alivio tras una fugaz invasión en terreno enemigo para dejar su marca. Vuelven las canciones directas y cortas, con esos finales en seco; la sangre vuelve a circular hirviente por el esquema eficiente del trío. Efectos los mínimos. La economía del riff certero. Procacidad (con temas censurados en emisoras de radio incluidos), escenas callejeras, héroes-víctimas anónimos, reflexiones al vuelo, viñetas ásperas, actitud gamberra e ironía. Ahí están la urgencia y las esquirlas punk de la inolvidable “Ella saltó por la ventana”, “Qué mal huelen los muertos” o del tremendo inicio y la acerada pegada de “El norte está lleno de frío”, esa panorámica de violencia, desazón y callejones sin salida; unida para siempre a “Enamorados de Varsovia”, composición en la senda sombría y fatal de “La casa del misterio”, con sus ecos de Pink Floyd, a la que, tras ser grabada y desechada para los dos elepés anteriores, encuentran por fin el pulso en este. Aquí laten también las ávidas exploraciones en los cincuenta del Jorge rocker en “Harto de ser el malo del lugar”, “Eres una puta”, “Bestia, bestia”, “No me gusta el trabajo” o “Hacer mucho ruido”, deudor del clásico “Goo goo muck”. Los Clash vuelven en “Un invasor en la capital” y, como despedida, “Sin remedio” vuelve la mirada por enésima vez al mundo de la calle y la delincuencia con una visión esta vez  lúcida y evocadora, colocada de nuevo bajo el prisma del sonido de guitarra de David Gilmour: planeador y contenido, doliente, cristalino; tan frío y oscuro como extraído de un agujero negro.


   Al año siguiente, el doble elepé “Directo” (Discóbolo-Nuevos Medios), grabado de forma algo accidentada el 1 de noviembre de 1.986 en la sala Big Ben de Mollerusa (Lérida), sirve de broche a la primera trilogía, la que más popularidad les depararía. Un acertado listado que se encarga con tino de recuperar temas antiguos no incluidos en los elepés, a esas alturas ya inencontrables. Con él inauguran Discóbolo records, su primer sello propio.



   Para 1.987 David y Willy empiezan a tener problemas con la heroína. El primero es detenido por posesión pocas semanas antes de una serie de actuaciones por Sudamérica, de lo que nos ocuparemos después. Aparece Alfonso Lantero en el horizonte, preparándose con presteza los temas para evitar la suspensión de aquellos conciertos.


05 mayo 2014

EL MINISTRO

Al ministro le esperaba una mañana agitada, de esas que te llevan a empujones. Salió pronto de casa, con el móvil pegado a la oreja, y saltó con agilidad al Mercedes Ficus - 2022 en el que su chófer esperaba. Durante el trayecto no paró de contestar llamadas ni de leer las decenas de mensajes que recibía de sus asesores. La Ley saldría adelante a cambio de un decreto posterior pensado para allanar el camino en otras cuestiones al pequeño partido de la oposición que le había brindado su apoyo. Cuestiones internas, decían: facilidades para dar permisos, para legislar a su vez; nada de injerencias, posteriores apoyos puntuales, etc. La lista de peticiones del otro partido que había puesto en venta sus votos era bastante amplia y algo farragosa: puestos en comisiones, cargos en ayuntamientos y diputaciones, etc. Uf, de nuevo había que comprometerse a mirar para otro lado. El coche se detenía en los semáforos y el ministro miraba a través de las lunas tintadas. No sentía demasiada curiosidad, aunque sí experimentaba un acariciador placer procedente del pavor momentáneo que le inundaba con solo imaginar que todo hubiese salido mal, con solo verse durante un eterno segundo al volante del coche de la derecha. Su conductor mostraba un rostro pensativo, somnoliento e inseguro, resignado a su suerte, o quizá vengativo, o acaso decidido a bordear la ley, como tantos otros miles de moscas que finalmente terminaban por caer, por hundirse y perderlo todo, llevándose consigo otros muchos edificios de ilusiones formados por naipes siempre expuestos a cualquier viento, capricho o revés. Movía los dedos dentro de los zapatos de piel, se colocaba los calcetines, observaba sus rodillas de practicante de footing empujando la tela de los pantalones. Y acariciaba su reloj, gesto que le subyugaba. Este era un placer prohibido. “No se te ocurra acariciarte ni mirar el reloj en público”, le repetían sus asesores hasta la saciedad.

La negociación estaba resultando ligeramente más dura de lo que esperaba, pero estaba seguro de que, hilando un poco fino, se terminaría por contentar a todos los intervinientes. El mundo avanza ¿no? Por otra parte, tampoco era algo tan extraño: simplemente se trataba de un pacto de esos que la gente asume y la primera fuerza de la oposición crítica pero se traga, al constituir una de las principales reglas del juego por todos aceptadas. Luego se sucederían un rosario de pequeños pactos, acuerdos, ventajas y guiños secretos que serían manejados con sigilo y tranquilidad: para eso siempre había tiempo. Decidió mandar sin más demora que le preparasen su intervención en la rueda de prensa sin preguntas prevista para después de la votación de la Ley. “Este es un nuevo paso para nuestra democracia”, había sido usado como inicio en las tres ocasiones anteriores. Su esposa, que es un lince, se lo había dicho. Había que cambiar eso, por si acaso, empezar con otra frase. Siempre hay gente avispada o con demasiado tiempo libre.

Al llegar al colegio lanzó un suspiro, se arregló la corbata y echó de menos unos gemelos que tenía terminantemente prohibidos para este tipo de actos. Algunos curiosos apostados en la entrada observaban su acceso al recinto sin excesivo entusiasmo, solo azuzados por la curiosidad que siempre genera un coche de alta gama con los cristales tintados. Como se estaba celebrando, en su víspera, el Día de la Patria, aceptó tomar el pesado desayuno típico nacional que ya solo los campesinos conservaban, para lo que tuvo que colgarse un babero gigante al cuello y mancharse los dedos de grasa. Estrechó manos, besó, se carcajeó. Inundado de pronto por un espíritu entre patriótico y comunitario, le dio por tomar las manos que le eran ofrecidas con las dos suyas y apretarlas muy fuerte; le dio por apretar hombros y estrechar antebrazos. También le dieron unas ganas de fumar que a duras penas reprimió. Aunque mientras veía a los niños formando en el patio valoró seriamente la posibilidad de largarse a fumar al baño, como solía hacer durante los años de internado.

Mientras se mofaba por lo bajo de sus antiguos maestros, subió con precaución la escalinata, saludó y tomó asiento junto a la Delegada de Educación, la directora del centro afín y los diversos acompañantes en las incómodas sillas escolares, colocadas sobre una plataforma cuyo aspecto consideró excesivamente provisional. Cruzó las piernas, se miró los calcetines oscuros y los comparó inconscientemente con las medias de rejilla de la afín directora. También se dedicó a comparar y estudiar las insignias y chapas que todos llevaban jovialmente prendidas al pecho. Un par de centenares de alumnos de los cursos inferiores ocupaban el campo de fútbol. Sus ropas combinaban los colores de la bandera. Algunos profesores diligentes, encabezados por el de educación física, los fueron colocando de mayor a menor por cursos y, dentro de los mismos cursos, por estatura. Parecían pequeños maniquís expectantes, emocionados y nerviosos. Una vez colocados y firmes se produjo el silencio. Tras un carraspeo, una voz anunció desde todos los altavoces del colegio que en unos instantes se procedería a escuchar el himno nacional, interpretado por los niños allí formados. Entonces, el ministro notó que alguien le tiraba del puño sin gemelos de la camisa; y este y algunos de sus compañeros de tarima subieron graciosamente, con gesto cómplice, como corriendo a escondidas, las escaleras. Todos reían, y ellas se arreglaron el pelo que había volado al viento, al llegar al despacho de la directora afín, situado en la segunda planta. Apostados ante un gran ventanal, tendrían una visión excelente del mosaico de la bandera nacional que formaban los alumnos, mientras estos cantaban, tiesos como velas. Desde allí, donde, situado junto a una ventana lateral, un hombre con un chaleco con muchos bolsillos y una cámara grande grababa el momento, para solaz de los padres que señalaban en su dirección, arracimados como estaban detrás de una portería de fútbol oxidada y exenta de red, se disimulaba lo circunstancial del expreso atuendo infantil decidido para la ocasión: las camisetas demasiado grandes, antiguas, descoloridas, acaso zurcidas, acaso disimulando, por estar puestas del revés, alguna marca comercial. La sensación de ropa prestaba saltaba aquí y allá en las largas filas.

La música del himno sonaba por todos los altavoces, los niños cantaban ensimismados. La directora afín, la Delegada, algunos de los acompañantes y el ministro, aún tenían estómago para comer algún canapé y beber un vinito con gesto emocionado y cierta contención, dada la presencia del cámara. Los mensajes se acumulaban en el móvil ministerial, que echaba chispas y soltaba una breve y ridícula musiquilla cada tanto. El ministro se disculpaba con la boca algo llena y miraba de reojo los mensajes mientras todos sonreían y cabeceaban, solidarizándose con él por su ajetreada vida de servidor público.

Algo más tarde, consiguió abandonar el recinto tras saludar a la menor cantidad de padres posibles y espolvorear algunas mentiras sobre las cabezas de los niños. Otra vez manos que se estrechan, besos, sonrisas, felicitaciones al profesor de educación física. El chófer olía a tabaco cuando abrió la puerta del coche, y él volvió a sentir ganas de fumar. Le devoraban unos deseos incontenibles de salir de allí y repantigarse en su despacho. De estar en familia, con su secretaria y sus asesores, su café, su tableta, su brazo a torcer, la negociación, el acuerdo, el nuevo paso de nuestra democracia, las palmadas, las quejas de los enemigos de siempre, los pellizquitos de la prensa, la mano que da, la mano que toma, la altura de miras y las reglas del juego.

02 mayo 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (8 de 20)

8. MACARRA DE PLATINO FIRMA CONTRATOS CON COMERCIANTES

   De la mano del cantautor Víctor Manuel llegan a Epic en 1.984 (esta compañía reedita “Ilegales” por segunda vez, ya que la Sociedad Fonográfica Asturiana ya lo había hecho en 1.983). A finales de ese año se publica su disco más vendido “Agotados de esperar el fin”, y alcanzan, a buen seguro, esos discos de platino que la discográfica nunca ha reconocido.



   Era la época en que solían llegar a todas las ciudades e ignotos pueblos de España como cabeza de cartel de decenas y decenas de fiestas populares (en agosto de 1.985 actuaron todo los días del mes), ya que sólo han ejercido de teloneros en dos ocasiones: la famosa de Miguel Ríos en la plaza de toros de Gijón, ante quince mil personas, en la que tocaron “Heil Hitler!” para provocar al público progre, incluyendo el saludito fascista; y una actuación con Nina Hagen. Fue el período en que, como muchos otros, se convirtieron en banda de impacto generacional: las primeras cintas, el primer disco, o el primer concierto de mucha gente fue de Ilegales. Sonaban en cualquier tipo de garito, y hasta la pija de la clase se sabía aquello de “Soy un macarra, soy un hortera…”. Fue algo curioso y digno de recordar de aquella primera mitad de los ochenta, se podía llegar al público (en distintos grados, de distinta manera, pero llegar) sin plegarse, sin mercadotecnia forzada. Fue un breve espacio de tiempo en el que existió un vivo interés por el pop y rock español y en español, todavía observado por la gente como un fenómeno emergente, novedoso, descarado y propio; capaz de contener un mensaje, una idea, una excitación diferente a la de los grupos anglosajones (sobre todo británicos), siempre depositarios de la modernidad. Por eso, un tipo calvo y lenguaraz que rozaba la treintena podía triunfar con algo tan febril y surrealista como “Soy un macarra”.




El disco, único grabado por el grupo fuera de Asturias, es una apuesta por el pop que suaviza la mayoría de las relucientes aristas de su predecesor. El problema, empero, radica en la producción, que deja un sonido endeble, artificialmente limitado y comprimido. Cien por cien ochentero en el peor sentido. Por otra parte, todas las canciones me parecen buenas. “Agotados de esperar el fin” y “Destruye” (con ese comienzo reminiscente de “The loved ones” de Elvis Costello and The Attractions) son extraordinarias, un paso adelante a nivel de de composición, y permanecen entre los mejores temas de Jorge Martínez. El funk blanco de “África paga” era impensable en el primer disco, pero no deja de resultar interesante. Mientras "Quiero ser millonario" late al ritmo del "Groovy woovy" de Los Buenos, “El piloto”, uno de los singles extraídos del álbum, recrea el sonido de The Shadows, y la fugaz “Hombre blanco” suena como Los Ventures acompañando a Johnny Cash. “Stick de hockey” responde a su rock directo habitual, aquí musicalmente desactivado, y la mítica “Odio los pasodobles” es todo un desahogo punk. “El último hombre” encierra un guiño a los Clash, y “La chica del club de golf” desarrolla plenamente esa tendencia de Jorge Martínez a las melodías “peligrosamente ingenuas” en los medios tiempos cuando se acerca al pop. Respecto del sonido del disco, Jorge señala que fue acelerado intencionadamente por parte de la compañía, algo que efectivamente se nota, desnaturalizando canciones de gran calado como “Para siempre”, en mi opinión una composición redonda (aunque yo me hubiese ahorrado los arreglos de teclado) con una letra que es posible emparentar con algunos poemas de Bukowski, ya que laten en ella su sentido narrativo, la frase devastadora, o esa cotidianidad, a veces tan irónica, teñida de fatalidad. Soy un macarra”, ni de lejos el tema preferido de Jorge, se convirtió en el más popular del disco y quizá de toda su discografía. Aquel inicial mazacote boogie-rock de los setenta había ganado capacidad de impacto y velocidad tras pasar por el filtro de “Rock lobster” de los B-52’s.