Esa popularidad de que gozaba la banda asturiana se redujo
de manera progresiva a partir del año siguiente, aunque se mantuvo aceptablemente
gracias a la inercia del segundo elepé y a la fidelidad de los roqueros, aún
numerosos y atentos. Es significativo el hecho de la gran cantidad de gente que
conocía a Ilegales pero que, preguntada con posterioridad, desconoce por
completo la existencia de temas como “Eres
una puta” o “El norte está lleno de
frío”. “Todos están muertos” (Epic, 1.985), es un disco que parece,
desde su portada, una pétrea respuesta al anterior, un punzante alivio tras una
fugaz invasión en terreno enemigo para dejar su marca. Vuelven las canciones
directas y cortas, con esos finales en seco; la sangre vuelve a circular
hirviente por el esquema eficiente del trío. Efectos los mínimos. La economía
del riff certero. Procacidad (con
temas censurados en emisoras de radio incluidos), escenas callejeras, héroes-víctimas
anónimos, reflexiones al vuelo, viñetas ásperas, actitud gamberra e ironía. Ahí
están la urgencia y las esquirlas punk de la inolvidable “Ella saltó por la ventana”, “Qué mal huelen los muertos” o del tremendo inicio y la
acerada pegada de “El norte está lleno de frío”, esa panorámica de
violencia, desazón y callejones sin salida; unida para siempre a “Enamorados de Varsovia”, composición en la senda sombría y fatal de “La casa del
misterio”, con sus ecos de Pink Floyd,
a la que, tras ser grabada y desechada para los dos elepés anteriores,
encuentran por fin el pulso en este. Aquí laten también las ávidas
exploraciones en los cincuenta del Jorge rocker
en “Harto de ser el malo del lugar”, “Eres una puta”, “Bestia, bestia”, “No me gusta el trabajo” o “Hacer mucho ruido”,
deudor del clásico “Goo goo muck”. Los Clash vuelven en “Un invasor en la capital” y, como despedida, “Sin remedio” vuelve la mirada por
enésima vez al mundo de la calle y la delincuencia con una visión esta vez lúcida y evocadora, colocada de nuevo bajo el
prisma del sonido de guitarra de David
Gilmour: planeador y contenido, doliente, cristalino; tan frío y oscuro
como extraído de un agujero negro.
Al año siguiente, el doble elepé “Directo” (Discóbolo-Nuevos
Medios), grabado de forma algo accidentada el 1 de noviembre de 1.986 en la
sala Big Ben de Mollerusa (Lérida), sirve de broche a la primera trilogía, la
que más popularidad les depararía. Un acertado listado que se encarga con tino
de recuperar temas antiguos no incluidos en los elepés, a esas alturas ya
inencontrables. Con él inauguran Discóbolo records, su primer sello propio.
Para 1.987 David y Willy empiezan a tener problemas con la heroína. El
primero es detenido por posesión pocas semanas antes de una serie de
actuaciones por Sudamérica, de lo que nos ocuparemos después. Aparece Alfonso Lantero en el horizonte,
preparándose con presteza los temas para evitar la suspensión de aquellos
conciertos.
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