26 julio 2014

EL RACISTA PASIVO

El racista pasivo, siempre condescendiente, amable y moderado, se sorprende al tratar con una dependienta sudamericana algo seca de carácter. No termina de entender cómo esa gente no se muestra alegre y chispeante en su presencia. Ante él, que se digna a hablarles con toda naturalidad y los acepta. Es tanta la sorpresa, que se ve en el derecho de manifestar en público su estupefacción sin estar violando ninguno de los artículos del código de lo políticamente correcto. Ese entramado de actitudes prefijadas, silencios y frases medidas que ocultan el alquitrán de su alma y lo sostienen como ciudadano ejemplar y moderno. Una vez finalizado su comentario sobre la inesperada falta de simpatía de la trabajadora del almacén, declara con exceso gestual que él, si por algo se ha caracterizado desde siempre, es por aceptar y tolerar a todo el mundo, sean del color que sean y vengan de donde vengan. En ningún momento se ha parado a pensar que la tolerancia no es una potestad de los privilegiados, que para tener sentido debe ser recíproca, que él también es susceptible de ser aceptado o no. No puede pensarlo. Es completamente imposible. Considera que él y los que son como él constituyen el centro mismo del universo, el lugar noble, limpio y ordenado del que emanan verticales, de arriba abajo, la tolerancia, la comprensión y la bondad, y que de abajo arriba, en dirección a ellos solo puede llegar agradecimiento y admiración; o acaso odio, motivado por la estulticia, la insana envidia y la pobreza.