28 septiembre 2012

EL IMPULSO

Cuando el impulso llegó aún viajaba en el asiento trasero del coche oficial. Esta vez sólo se desanudó un poco la corbata y respiró hondo, no se atrevió a acariciarse levemente, como en otras ocasiones. Últimamente se imaginaba como algo perfectamente posible que su conductor, tan rígido y hostil a su manera, tuviese instalada una cámara en la parte de atrás de su gorra. En ese momento le vino a la cabeza aquel proyecto de los robots conductores, afortunadamente olvidado en su opinión, alguna ventaja debía tener no haber querido invertir un duro en investigación. Porque por lo demás todo eran inconvenientes: manifestaciones, desprestigio creciente, críticas aviesas hasta del sector empresarial (de qué van ésos), y una decepción secreta clavada de por vida. Un grupo de investigadores universitarios había conseguido desarrollar su sueño en una universidad estadounidense, tras abandonar el país por falta de comunicación y medios. Se trataba de un prototipo (que él hubiese podido ver crecer día a día) que superaba la vulgar idea de muñeca hinchable: en un futuro no muy lejano será una compañera suave y fiel, escuchará, reirá, conversará, mantendrá la mirada y dejará caer los ojos, chateará con su dueño, manifestará deseos sexuales, se mostrará apasionada y cariñosa; podrá ser terriblemente carnal o hacerse invisible mientras mitiga cualquier impulso en los lugares más insospechados. Y todo eso, que le hubiese devuelto la vida, se escurrió de entre sus manos el día que tuvo el impulso de aceptar alegremente los recortes en su departamento.




Publicado en el nº134 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado al sexo.

23 septiembre 2012

MENSAJE EN UNA BOTELLA (16)

ANN MARLOWE "Cómo detener el tiempo (La heroína de la A a la Z)" ("How to stop time. Heroin from  A to Z". Traducción de Roger Wolfe, Anagrama, 2.002).


A las historias sobre consumo de drogas, como la propia autora señala, le han sido conferidos oscuros poderes por la cultura de nuestro tiempo. Las confesiones de quien dio ese paso siempre encierran un punto de fascinación y vértigo distinto al de otras vivencias; pero corren el riesgo de buscar la redención, convirtiéndose en un disimulado pero apretado abrazo a los valores imperantes, o de ser un púlpito autoindulgente desde el que pontifica, generalmente de forma sesgada, alguien que viene “del más allá”. Se centran con frecuencia en lo escabroso y se suelen poblar de antihéroes masacrados por El Sistema y las miradas grises de sus vecinos.

La escritora Ann Marlowe, heroinómana durante siete años, consigue burlar todos esos lugares comunes con naturalidad. Nos transmite su experiencia, y a través de ésta su visión de las cosas, utilizando esa etapa como detonante de múltiples ángulos de visión dentro de un punto de vista ya de por sí personal. Lo hace de forma fragmentaria (nosotros nos encargamos de montar la foto final), a base de entradas ordenadas por orden alfabético. Esta estructura evita tiempos muertos en la intensidad de lo narrado y dota de agilidad al libro, junto con la capacidad de concreción de la autora, entre otras cosas una gran observadora. No es un texto morboso ni epatante; tampoco es una justificación; se trata de una reflexión (a veces disección) exenta de dramatismo impostado, sincera, serena e inteligente, en la que se asoma sin rubor a su interior, escarba en sus recuerdos familiares y lanza teorías interesantes, curiosas e incluso controvertidas. Relata anécdotas, ironiza sin estridencias, y bucea en aquellos años tratando de explicarse a sí misma y el mundo que la rodea para acabar radiografiando la sociedad de su tiempo, como debe ser.

09 septiembre 2012

EL EQUIPO

Alfredo había comentado algo sobre la irregularidad de la pared, levantada toscamente con bloques de hormigón, como con prisas. Y es que la gente ya no construye bien, no termina las cosas con esmero. Aunque se trate de cercar una propiedad inicialmente poco valiosa, debe hacerse bien, ya que también forma parte de la estética de nuestro pueblo. Estando en la casa de campo de Rafa, el día que llevamos a los niños a la piscina para que se bañasen y estuviesen juntos, decidimos revestir el trozo de muro elegido con una consistente capa de pintura blanca. Hubo voces en contra; algunos temían, y no les faltaba razón, que tardaríamos mucho más tiempo, y que no era necesario complicarse la vida de esa manera. Pero finalmente nos inclinamos por hacerlo llevando a más gente. Si trabajamos rápido y en silencio tardaremos lo mismo y el efecto será mucho más impactante, expliqué mientras me encargaba de la barbacoa.

Así fue. Cuatro de los muchachos pintaron perfectamente organizados un rectángulo blanco de las proporciones que habíamos calculado, después yo fui señalando los espacios para cada letra. Por su parte, Anabel y Lourdes, dos buenas dibujantes de pulso firme, comenzaron su labor. Como habíamos votado después de los cafés, tras la insistencia de mi mujer y mi suegra, todo sea dicho, la primera y última letra las hicimos el doble de grandes, y el texto tomó una forma algo arqueada. Félix se quejó de que podía parecer un inocente y vulgar reclamo publicitario, pero yo, y creo que no me faltaba razón, le hice ver que chorreantes letras rojas sobre blanco ayudaban a la claridad de nuestro mensaje. Al terminar, recogimos todo velozmente y nos subimos a la furgoneta. Conduje hasta la rotonda para cambiar el sentido de la marcha, y, aparcados unos segundos junto a la acera de enfrente, leímos nuestro trabajo en silencio, ya un poco más relajados y claramente satisfechos: “Te conocemos, estás muerto”.

01 septiembre 2012

DEMOCRACIA CARCOMIDA

Vivo en un país en el que se apela cada mañana a la libertad de expresión con el excesivo boato del vendedor de humo, sin que ésta esté aún incardinada en la esencia misma de su convivencia. Donde es realmente santificada o limitada, según los casos, cuando hay negocio o intereses importantes de por medio; y generalmente es interpretada como si fuese un accesorio, un gracioso adorno a nuestra existencia, que consiste básicamente en buscarse la vida sin cuestionar la corrupción endémica ni las estructuras de poder, y en aguantar tanto como consumir, como no paran de repetirnos últimamente. Mientras los gobiernos de turno tiendan a acallar voces rodeándose de profesionales afines o dóciles en los medios de comunicación de gestión pública o privada, nuestra democracia no habrá derribado una negra pared ni levantado el vuelo, y una democracia que no levanta sus alas, quedando con sus mejores impulsos retenidos para que no enturbien tiende a pudrirse; ni crece, ni alumbra, ni garantiza un marco vital justo para nadie. Como ocurre hoy en mi país, que tiene como sistema político una democracia carcomida.

Vivo en un país en el que las voces que enseñan, enriquecen y ofrecen puntos de vista estimulantes, son ahogadas por la cacharrería de titulares y los mensajes rápidamente digeribles, certeros y directos, aunque siempre sesgados, cuando no falsos, de todo un ejército de taimados mediocres (y su estela de simpatizantes) cuya cualidad máxima es disponer de la suficiente mala leche para manipular, mentir y enredar a sabiendas durante la totalidad de sus carreras profesionales, cuajadas de méritos partidistas. Gente que te hace el juego de espejos para justificar exactamente lo mismo que en otro momento criticarían. Que sonríen quedamente ante la venganza, que aquí se escabecha en aceite y estalla pringosa y malencarada.


Vivo en un país de curillas de lengua previsible y fácil; de misa diaria ideológica para comulgar con ruedas de molino empapadas en embustes asumidos; de susurrantes capillas cerradas que vuelven la espalda o señalan con el dedo a los que no piensan como ellos; que insultan y apartan a los que han votado a otro partido o a los que no han votado. Un país de sacapechos cargados de melladas de hojalata que les hacen los dueños del cotarro; que mueven a la risa, aunque más bien a la tristeza y a la rabia.


Vivo en un país que quizá no ha querido madurar, dificultado como ha estado siempre para hacerlo; acostumbrado a vivir manipulado por un Estado que se ha traído de la noche de la dictadura aquello que le ha convenido, para refinarlo y edulcorarlo posteriormente en las reuniones del partido. Un país que ha asumido con resignación, y puede que cierto alivio, el menú maniqueo de buenos y malos, de nosotros o ellos, del ahora o nunca. Que ha dejado hacer a una clase política sospechosa, cuya validez depende única y exclusivamente de la capacidad de exigencia de su electorado; un grupo mucho más homogéneo de lo que da a entender que lo primero que aprendió al desembarcar en nuestras vidas es a desactivar esa capacidad, que es la base para que una sociedad se desarrolle y crezca en la libertad y el respeto.


Vivo en un país triste y abatido a pesar de la fluidez con que nacen los chistes y el constante pataleo en el aire; temeroso con la que está cayendo y lo que se avecina. Pero no podemos por ello dejar que la vulgaridad continúe campando a sus anchas, domine nuestra vida y determine nuestro futuro. No podemos llegar al punto de agradecer el pan que nos llevemos a la boca olvidando a cambio todo lo demás. Aún sin ser los principales culpables, nos han convertido en los únicos responsables de los problemas que nos asolan: nosotros y nuestros descendientes tendremos que pagar la cuenta. Para ello nos obligarán a callar, a trabajar por menores salarios y en peores condiciones; nuestros derechos podrán ser puestos en entredicho y nos limitarán el acceso a la cultura como comunicación de ideas y constante aprendizaje. Nos convertirán, finalmente, en complacientes votantes a los que, cuando mejoren las cosas económicamente, no les interese rascar más allá de la superficie por temor a la oscuridad, a descubrir la verdad