Fenomenal sonido el del Teatro Isidoro Máiquez de Granada, no me canso de repetirlo. Las guitarras suenan estupendamente, y anoche supuso un marco genial para constatar que el último repertorio de Lapido sale fortalecido sobre las tablas (me gustó más "Antes de morir de pena" en directo, más oscura y blues que la toma del disco). LLeno total y público entregado (como siempre en Granada) y colaboración vocal de Miguel Ríos ("En el ángulo muerto" y "La hora de los lamentos") y el pedal-steel de Quini Almendros ("Olvidé decirte que te quiero", "La canción del espantapájaros"). El cancionero de José Ignacio Lapido en solitario crece, madura, se diversifica pese a estar claramente delimitado estilísticamente. Es un autor que no gusta de travestirse en modas o picotear aquí y allá, ese nunca ha sido su problema: no es ese compositor calculador (yo siempre lo he percibido más instintivo que otra cosa), aunque su camino musical está bien marcado y él ha decidido construirlo cuidadosamente y sin atajos. Con solidez y recursos incorpora en un mismo caudal melódico country, pop, y rock. El conjuro eléctrico de "Espejismo nº8" con el colorido pop de "En mi mente"; la concreción nueva olera de "Algo falla" con la reflexión tan intensa como íntima de "Paredes invisibles". En mi opinión, la mayoría de sus canciones alcanzan y a veces superan en calidad a las de 091, y cuando llega la ocasión de escuchar éstas en concierto, no se ve como el momento "de verdad esperado" tan común en muchos otros artistas, sino como un extra, un regalo que se complementa con lo anterior (ya que es parte de la misma senda). Cada vez más seguro en directo, afortunadamente nunca acostumbrado ni relajado del todo, los conciertos para él y para su banda nunca son un trámite. Músicos que llevan años tocando juntos, que comparten escuela e influencias y que adoran la música que interpretan, transmitiendo credibilidad y pasión por lo que hacen. Dos horas y cuarto después, me consideré muy afortunado por haber asistido a ese concierto.