8. MACARRA DE PLATINO FIRMA CONTRATOS CON COMERCIANTES
De la mano del cantautor Víctor
Manuel llegan a Epic en 1.984
(esta compañía reedita “Ilegales” por segunda vez, ya que la Sociedad Fonográfica Asturiana ya lo había hecho en 1.983). A finales de ese año se
publica su disco más vendido “Agotados
de esperar el fin”, y alcanzan, a buen seguro, esos discos de platino que
la discográfica nunca ha reconocido.
Era la época en que solían llegar a todas las ciudades e ignotos pueblos
de España como cabeza de cartel de decenas y decenas de fiestas populares (en
agosto de 1.985 actuaron todo los días del mes), ya que sólo han ejercido de
teloneros en dos ocasiones: la famosa de Miguel
Ríos en la plaza de toros de Gijón, ante quince mil personas, en la que
tocaron “Heil Hitler!” para provocar
al público progre, incluyendo el saludito fascista; y una actuación con Nina Hagen. Fue el período en que, como
muchos otros, se convirtieron en banda de impacto generacional: las primeras
cintas, el primer disco, o el primer concierto de mucha gente fue de Ilegales.
Sonaban en cualquier tipo de garito, y hasta la pija de la clase se sabía aquello
de “Soy un macarra, soy un hortera…”. Fue algo curioso y digno de recordar de
aquella primera mitad de los ochenta, se podía llegar al público (en distintos
grados, de distinta manera, pero llegar) sin plegarse, sin mercadotecnia
forzada. Fue un breve espacio de tiempo en el que existió un vivo interés por
el pop y rock español y en español, todavía observado por la gente como un
fenómeno emergente, novedoso, descarado y propio; capaz de contener un mensaje,
una idea, una excitación diferente a la de los grupos anglosajones (sobre todo
británicos), siempre depositarios de la modernidad. Por eso, un tipo calvo y
lenguaraz que rozaba la treintena podía triunfar con algo tan febril y
surrealista como “Soy un macarra”.
El disco, único grabado por el
grupo fuera de Asturias, es una apuesta por el pop que suaviza la mayoría de
las relucientes aristas de su predecesor. El problema, empero, radica en la
producción, que deja un sonido endeble, artificialmente limitado y comprimido.
Cien por cien ochentero en el peor sentido. Por otra parte, todas las canciones
me parecen buenas. “Agotados de esperar el fin” y “Destruye” (con ese comienzo reminiscente de “The loved ones” de Elvis Costello and The Attractions) son
extraordinarias, un paso adelante a nivel de de composición, y permanecen entre
los mejores temas de Jorge Martínez. El funk blanco de “África paga” era impensable en el primer disco, pero no deja de
resultar interesante. Mientras "Quiero ser millonario" late al ritmo del "Groovy woovy" de Los Buenos, “El piloto”, uno de los singles extraídos del álbum, recrea el sonido de The Shadows, y la fugaz “Hombre blanco” suena como Los Ventures acompañando a Johnny Cash. “Stick de hockey” responde a su rock directo habitual, aquí
musicalmente desactivado, y la mítica “Odio los pasodobles” es todo un desahogo punk. “El último hombre” encierra un guiño a los Clash, y “La chica del club de golf” desarrolla
plenamente esa tendencia de Jorge Martínez a las melodías “peligrosamente
ingenuas” en los medios tiempos cuando se acerca al pop. Respecto del sonido
del disco, Jorge señala que fue acelerado intencionadamente por parte de la
compañía, algo que efectivamente se nota, desnaturalizando canciones de gran
calado como “Para siempre”, en mi
opinión una composición redonda (aunque yo me hubiese ahorrado los arreglos de
teclado) con una letra que es posible emparentar con algunos poemas de Bukowski, ya que laten en ella su
sentido narrativo, la frase devastadora, o esa cotidianidad, a veces tan
irónica, teñida de fatalidad. “Soy un
macarra”, ni de lejos el tema preferido de Jorge, se convirtió en el más popular
del disco y quizá de toda su discografía. Aquel inicial mazacote boogie-rock de los setenta había ganado
capacidad de impacto y velocidad tras pasar por el filtro de “Rock lobster” de los B-52’s.
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