02 mayo 2014

JORGE MARTÍNEZ, EL HOMBRE SOLITARIO ENTRE ILEGALES (8 de 20)

8. MACARRA DE PLATINO FIRMA CONTRATOS CON COMERCIANTES

   De la mano del cantautor Víctor Manuel llegan a Epic en 1.984 (esta compañía reedita “Ilegales” por segunda vez, ya que la Sociedad Fonográfica Asturiana ya lo había hecho en 1.983). A finales de ese año se publica su disco más vendido “Agotados de esperar el fin”, y alcanzan, a buen seguro, esos discos de platino que la discográfica nunca ha reconocido.



   Era la época en que solían llegar a todas las ciudades e ignotos pueblos de España como cabeza de cartel de decenas y decenas de fiestas populares (en agosto de 1.985 actuaron todo los días del mes), ya que sólo han ejercido de teloneros en dos ocasiones: la famosa de Miguel Ríos en la plaza de toros de Gijón, ante quince mil personas, en la que tocaron “Heil Hitler!” para provocar al público progre, incluyendo el saludito fascista; y una actuación con Nina Hagen. Fue el período en que, como muchos otros, se convirtieron en banda de impacto generacional: las primeras cintas, el primer disco, o el primer concierto de mucha gente fue de Ilegales. Sonaban en cualquier tipo de garito, y hasta la pija de la clase se sabía aquello de “Soy un macarra, soy un hortera…”. Fue algo curioso y digno de recordar de aquella primera mitad de los ochenta, se podía llegar al público (en distintos grados, de distinta manera, pero llegar) sin plegarse, sin mercadotecnia forzada. Fue un breve espacio de tiempo en el que existió un vivo interés por el pop y rock español y en español, todavía observado por la gente como un fenómeno emergente, novedoso, descarado y propio; capaz de contener un mensaje, una idea, una excitación diferente a la de los grupos anglosajones (sobre todo británicos), siempre depositarios de la modernidad. Por eso, un tipo calvo y lenguaraz que rozaba la treintena podía triunfar con algo tan febril y surrealista como “Soy un macarra”.




El disco, único grabado por el grupo fuera de Asturias, es una apuesta por el pop que suaviza la mayoría de las relucientes aristas de su predecesor. El problema, empero, radica en la producción, que deja un sonido endeble, artificialmente limitado y comprimido. Cien por cien ochentero en el peor sentido. Por otra parte, todas las canciones me parecen buenas. “Agotados de esperar el fin” y “Destruye” (con ese comienzo reminiscente de “The loved ones” de Elvis Costello and The Attractions) son extraordinarias, un paso adelante a nivel de de composición, y permanecen entre los mejores temas de Jorge Martínez. El funk blanco de “África paga” era impensable en el primer disco, pero no deja de resultar interesante. Mientras "Quiero ser millonario" late al ritmo del "Groovy woovy" de Los Buenos, “El piloto”, uno de los singles extraídos del álbum, recrea el sonido de The Shadows, y la fugaz “Hombre blanco” suena como Los Ventures acompañando a Johnny Cash. “Stick de hockey” responde a su rock directo habitual, aquí musicalmente desactivado, y la mítica “Odio los pasodobles” es todo un desahogo punk. “El último hombre” encierra un guiño a los Clash, y “La chica del club de golf” desarrolla plenamente esa tendencia de Jorge Martínez a las melodías “peligrosamente ingenuas” en los medios tiempos cuando se acerca al pop. Respecto del sonido del disco, Jorge señala que fue acelerado intencionadamente por parte de la compañía, algo que efectivamente se nota, desnaturalizando canciones de gran calado como “Para siempre”, en mi opinión una composición redonda (aunque yo me hubiese ahorrado los arreglos de teclado) con una letra que es posible emparentar con algunos poemas de Bukowski, ya que laten en ella su sentido narrativo, la frase devastadora, o esa cotidianidad, a veces tan irónica, teñida de fatalidad. Soy un macarra”, ni de lejos el tema preferido de Jorge, se convirtió en el más popular del disco y quizá de toda su discografía. Aquel inicial mazacote boogie-rock de los setenta había ganado capacidad de impacto y velocidad tras pasar por el filtro de “Rock lobster” de los B-52’s.

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