“AQUELLA BOMBA SOBRE LOS ESTADOS UNIDOS”
Esto auguró más o menos Allen Ginsberg respecto de la gran novela de Hubert Selby Jr., “una bomba que explotará sobre los Estados Unidos y será leída ávidamente incluso dentro de cien años”.
Selby nació en 1.928 en Brooklyn (Nueva York), muriendo en 2.004 a causa de las afecciones pulmonares que le acompañaron toda su vida. Genio poco valorado y nunca premiado, siempre vivió con el lastre de sus carencias físicas (fue varias veces desahuciado por los médicos). A pesar del impacto de “Última Salida Para Brooklyn” (1.964) -su ópera prima ahora reeditada en edición de bolsillo por Anagrama-, cayó paulatinamente en el olvido, aunque no dejó de desarrollar hasta su muerte esa literatura tan asfixiante y humana que siempre reflejó el cuarto oscuro de la sociedad estadounidense. Pocos libros, espaciados en el tiempo a causa de su salud, entre los que cabe destacar “The Room” de 1.971, “Réquiem por un Sueño” (1.978) o “The Willow Tree” (1.998).
Abandonó la marina mercante al contraer una tuberculosis que le imposibilitó para realizar trabajos físicos, hecho que le condujo a la literatura a los veintiocho años. Comparado con Dos Passos, Céline (paralelismos con su “Viaje al fin de la noche” de 1.932), Burroughs o Miller, tardó seis años en culminar una creación que le dejó exhausto (sólo el relato “Tralala”, le llevó dos años y medio). La crudeza de sus líneas hizo que el libro fuese condenado por obscenidad en Inglaterra. Otro escritor procesado, como antes Flaubert o después Houllebecq.
El cine no trató mal su obra, “Última Salida Para Brooklyn” fue llevada a las pantallas en 1.989 por Uli Edel; y “Réquiem por un Sueño” en 2.001 por Darren Aronofsky, interesantísima y efectista cinta ésta, en la que podemos ver al bueno de Selby haciendo un cameo como deslenguado guardia de una prisión.
Asimismo merece la pena recordar que Selby ha realizado grabaciones de Spoken Word como “Live in Europe 1.989” (Thirsty Ear, 1.996) con Henry Rollins como productor; o “Blue Eyes and Exit Wounds” (Exit Wounds, 1.998) a medias con el célebre periodista musical y escritor Nick Tosches. También ha colaborado con Lydia Lunch.
1. En “Última Salida Para Brooklyn” Selby regresa a su adolescencia para exponer una condensación de hechos que son virutas de una realidad abrupta, hostil y sobre todo evitada; situados en años cegados de unidad nacional y apuestas por una nueva era. El narrador no se vale de su omnisciencia para juzgar, sacar conclusiones o vislumbrar salidas (quizá sólo entradas). Todo parece sometido a un determinismo descorazonador. Un narrador que bascula entre la distancia y la empatía con una envidiable capacidad para introducir al lector en el fragor de la mente, los ojos y la piel de los personajes.
Se trata de una prosa vigorosa, esencial y fragmentaria, que se vuelve anfetamínica, incendiándose por momentos. Frases cortas, una mirada urgente que puede saltar de un punto a otro sin detenerse, o fijarse de pronto en alguna secuencia que nos sitúe mejor, que nos arrastre irremisiblemente más adentro del relato. Situaciones difíciles de olvidar, relatadas puntualmente.
Los diálogos se funden con el caudal narrativo, en su acelerado crepitar. Exclamaciones, mayúsculas o paréntesis dan relieve a gritos, pensamientos, o aclaraciones de una voz narradora que trufa su inventario de sucesos con aisladas descripciones mordaces y despiadadas; gotas de un humor que evita ser hilarante; y que alterna ágilmente lenguajes y perspectivas. Esas descripciones son a veces enumeraciones de datos y sensaciones; o una sucesión de acontecimientos rápidos o previsibles engarzados por conjunciones, que precipitan y acumulan las percepciones en el lector. También nos obsequia con imágenes brillantes, intensas y efectivas que trascienden la narración inmediata. Una cualidad metafórica empleada con parquedad (“La serpiente quedó encerrada dentro de la caja de cerillas. El día había empezado”; ese cuerpo que se convierte en un gigantesco nudo; o aquel sol que ha de penetrar hasta el mismo corazón).
Llegado el momento analiza a sus héroes (algunos basados en personajes reales) de forma precisa y completa, afrontando su complejidad y evitando adornos innecesarios para garantizar la tensión del relato, su continuo fluir. Los retrata vivamente estudiando su estética, sus códigos, y manteniendo a la vez una mirada global. Subraya sus gestos y expresiones; dibuja para nosotros el aire que respiran. Indaga en sus aspiraciones, su situación; nos zambulle en su nihilismo, su agresividad, o su estúpida vanidad. No se aprecia deformación caricaturesca al describirlos, más allá de apuntes irónicos; no satiriza sobre ellos, ni usa la hipérbole para epatar. Aquí, hasta las mayores extravagancias se antojan absolutamente reales.
La acción se desarrolla en un escenario de sordidez. Realismo descarnado, cotidianidad sin cortapisas, donde el aire se espesa página a página y la violencia es una forma de vida, la ley no discutida. Una novela crispada por la tensión de cada gesto, cada palabra, cada pensamiento. Un tratado de frustración, del profundo rencor (más o menos soterrado) que acompaña a los personajes durante toda una vida de deseos incumplidos; miradas que imploran o comunican odio y soledad. Unas historias rabiosamente urbanas de tipos atrapados o lanzados a toda velocidad en pos de un destino inmutable como un muro; que discurren a borbotones, salpicando al lector con fogonazos de degradación, bajos instintos, sexo, violencia y desesperación, amor e insensibilidad. Las relaciones sexuales participan de esa sensación violenta, son ofrecidas de forma explícita, apresurada y seca. Un desahogo meramente físico, en donde sólo el amor homosexual es narrado con ternura en algún instante. Los problemas raciales no son tratados específicamente en estos relatos.
Conformada por seis textos de desigual extensión, conectados entre sí por un escenario común, algunos personajes y la sensación de fatalidad que transmiten, las primeras son historias de prostitución, delincuencia y homosexualidad que comparten su relación con locales como el Griego o el Willie´s; y la parte final recrea, desde múltiples puntos de vista y retazos de rutina, la vida en un modesto edificio. Se contraponen (o complementan) la absoluta inconsciencia de los personajes de los primeros cuentos con el hastío que se fragua a partir del quinto, en los que se manifiesta, además, una intención de retrato social que invita a la reflexión.
2. Son los años cuarenta y la música urbana en boga es el be bop; los solos del saxo del Charlie Parker de “Lover Man” (el súmmun de lo moderno en contraposición con el country) aún tardarán en ser sustituidos por los de guitarra eléctrica. La droga estrella es la anfetamina, acompañada de marihuana, algo de morfina y un continuo trasegar de tabaco, café y alcohol. La vida transcurre de espaldas a todo; un mundo impermeable incluso a la guerra, en el que todos desconfían y sobreviven en constante fricción, sin asomo de remordimiento. Las situaciones más duras se respiran sin resultar forzadas, palpitan en todo momento. La violencia es expeditiva, imprevisible, gratuita; relatada con detenimiento y prolijidad en momentos concretos, reduciendo el ritmo y acotando el plano para recrear una escena que subraye el auténtico dramatismo de las cosas. Demorándose en un matiz revelador, o apostando por la sutilidad para crear una imagen imborrable (“temblaba al vaciar la sangre del zapato”, “…un guante blanco agarró una cabeza y el guante se volvió rojo”).
“Un dólar al día” es la primera parte, y es empezar a leerla y sentirse en un tren en marcha. Sirve de eficaz presentación del escenario y el cariz de algunos de los principales actores: jóvenes airados absolutamente encerrados en su propio mundo de delincuencia y violencia. Ejemplificado perfectamente en el encuentro con unos soldados.
En “La Reina Ha Muerto” (para mí el relato de mayor calado), Georgette conmueve; acaso pudiera tratarse de un personaje de H. C. Andersen en el lado salvaje: soñadora, enamorada, imaginativa, sensible, trágica e inadaptada. La peripecia de este travesti nos mete de lleno en ambientes de prostitución y drogas que enlazan con la primera historia. Su angustia y humillación nos son referidas con detalle y eficacia (“Su vida no evolucionaba, sino que giraba centrífugamente…”); así como su relación con las drogas (“quería la mentira ya”). La prosa y el ritmo se ajustan como un guante a la variable situación emocional de los personajes, a su delirio toboganesco. Siendo la parte de la fiesta la única verdaderamente coral del libro, una narración llevada con habilidad y contención de toda una noche de gestos, miradas y expectativas de llenar un vacío insondable. Las chicas son tratadas con ternura mientras se las encuadra en su halo de tragedia.
Narrado en segunda persona y un lenguaje coloquial, rápido y frenético de barrio, “Y con el Niño, Tres” transpira cotidianidad, costumbrismo obrero y buen humor. Una estampa fugaz y entrañable que, sin embargo, no consigue disipar esa inquietante sensación que se cierne sobre toda la novela.
“Tralala” asusta, sorprende; es la infausta historia de una obsesión por el dinero, la historia más a tumba abierta que jamás he leído. Tralala ofrece su vagina como una ranura en la que echar monedas, cuantas más mejor, el tiempo que haga falta, donde sea. Es muchas cosas: fría, cruel, violenta, calculadora, ambiciosa, pragmática, desalmada, impaciente. Capaz de deshacerse del amor de una patada, justo antes de que la acompañemos en su caída en enloquecida e imparable dinámica. Una historia intensa y concentrada.
Partiendo del mismo escenario, el mismo cruce de calles, y con “los chicos” de por medio, Selby cambia de estrategia con “Huelga”. En este relato se centra más que nunca en la penetración psicológica en el personaje, una minuciosa y obsesiva descripción de sus sensaciones, del devenir de su psique. Una invitación al mundo de lo desasosegante que continuará hasta el final del libro. La violencia sigue siendo un olor penetrante, repta larvada por las páginas, hasta que termina explotando. Desarrolla una narración atenta al mínimo matiz, estudia el carácter de su protagonista, husmeando a la entrada del túnel de su cerebro, enfocando su linterna a las costuras más profundas, al centro del dolor (ansiedad, deseo, asco, frustración, vulnerabilidad…). El relato se torna pormenorizado, los hechos se observan con la fría precisión que Carver hará legendaria. Brooklyn, como decorado y suministrador de los personajes que entroncan con los relatos anteriores, deja de ser el escenario único, sustituido parcialmente por el fantasma acechante de la mente de Harry, esa inestabilidad que lentamente también se proyecta contra una pared.
Es la historia más larga, y su inicio ya es inquietante, una cámara lenta inquietante. Un enlace sindical ve cómo cambia su vida a partir de la convocatoria en la fábrica de una larga huelga. Además, y por única vez en esta obra, el autor vuelve la mirada a aspectos secundarios: se detiene en el relato ácido de unos jefes sindicales manipuladores y demagogos, de unos directivos empresariales insensibles, y subraya el vacuo compañerismo, hecho de clichés, que se utiliza para manejar a una masa obrera desilusionada. La huelga en sí es seguida en su evolución y con ella se dejan apuntes de la vida de los obreros. Vuelve los mundillos de los travestis (con sus luces y sombras) y los delincuentes juveniles.
Por último, “Fin del mundo”, la coda final, muestra lo que pasa tras la puerta del vecino, hurga en la roña que deja la aplastante y miserable cotidianidad, y pisa a fondo en el retrato social, no exento de humor ni de crudeza, iniciado en el relato precedente. Se armonizan numerosas acciones paralelas (que a veces se rozan mediante la utilización de diferentes puntos de vista) correspondientes al transcurso de un día cualquiera en una zona modesta de edificios de Brooklyn; salpicadas de textos breves suficientemente expresivos. Este retrato es un fresco vivo de la vida diaria de diversas parejas, marcada por la desidia, el hastío, esa violencia siempre latente, presta a saltar, el machismo o una profunda frustración que pisa los terrenos del odio brotado de estar dónde no se quiere estar y cómo no se quiere estar. Vuelve el relato nervioso, la crónica del caos, cargado de detalles significativos. Pero la mirada se posa con mayor agudeza.
Destacan el tratamiento íntimo, tierno, casi bucólico, de la soledad y resignación de Ada; el dibujo caricaturesco de ese atildado personaje surgido entre la miseria llamado Abe; la relación a GRITOS! entre Vinnie y Mary (antológica la discusión por el corte de pelo del niño); el futuro violento que late en los juegos infantiles; la crueldad y el esperpento del grupo de mujeres sentadas en un banco, a modo de malas del cuento; o la historia del bebé que pasea tranquilamente por el alféizar de una ventana que da al vacío.
Publicado en el nº 226 de la revista Ruta 66, con otro título y ligeros retoques de texto.
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