Juan Cano Pereira “Los niños de las caras” (Pigmalión, 2020)
Echar
mano de la memoria como material literario es un trabajo arduo y complejo,
sobre todo cuando, como es el caso, ese recorrido por el pasado está muy
alejado de cualquier tentación de autocomplacencia. Junto al arrojo y la
meticulosidad desarrollados en “Los niños de las caras”, es conveniente
destacar que, generalmente, los aconteceres contados por las personas que los
vivieron tienen un valor intrínseco insustituible; una mirada más sincera, limpia
y directa; ajena a artificiosidades y componendas estéticas. Por tanto, nadie
mejor para narrar la peripecia de todo lo que supuso para Bélmez de la Moraleda
la aparición de las famosas caras, que uno de esos niños que vivieron todo el
proceso en primera persona y crecieron bajo su influjo. Contar con un escritor
de este calibre entre ese grupo de chiquillos que nos miran desde la portada
del libro, ofrece un punto de vista único. Y es que difícilmente podrá
encontrarse en el futuro una mirada tan completa, cercana, honesta y humana como
la expuesta por el autor a la hora de abordar este asunto y sus derivaciones.
Juan Cano consigue que el lector le acompañe con vivo interés
por este trepidante recorrido histórico y vital, por momentos tan confesional. Afortunadamente,
no ha jugado la baza de intentar fabricar una ambientación específica entre los
contornos borrosos de la memoria. Antes de forzar su propuesta, ha sabido
extraer la magia intrínseca que late en esta historia que es la suya, tan
distinta a todas las demás y a la vez tan parecida. Ha liberado sus diversas
ramificaciones y dejado fluir la intensidad que guarda cada anécdota, cada
acontecimiento, cada circunstancia. Dota del suficiente relieve a los
personajes y recrea las situaciones con ritmo y buen pulso, sin estancamientos,
haciendo gala de una prosa tan afilada y punzante como cautivadora. No es
literatura de aguachirle, es valiente, dispuesta a incomodar, llegado el caso.
Muy alejada del anecdotario superficial y la autoindulgencia localista. El
lector (independientemente del nivel de conocimiento o incluso del interés que
le suscite el fenómeno paranormal en sí mismo) cae en la fascinación sin
sentirse ni pastoreado ni dirigido. Sin faltar al rigor, una profusa
documentación y un amplio manejo de datos hacen convivir con amenidad y sin
estridencias la novela iniciática y la aventura vital e íntima, con la agilidad
de la crónica y el lúcido análisis socio-económico y político. Cano despliega para
esta urdimbre, largamente meditada y sedimentada, una sabia manera de marcar
los tiempos y de alternar los escenarios. Baraja con naturalidad lo onírico con
lo descarnado, y su poder de evocación siempre desemboca en la reflexión. Todo
está relacionado y bien cohesionado. Con un lenguaje utilizado con esmero, las descripciones
son precisas y la ambientación te introduce hábilmente en el centro del relato.
La ironía, y una ternura no condescendiente, conviven con la realidad más
áspera en esta epopeya consistente en el reencuentro sin volver la mirada con
todos lo que uno ha sido y con una parte crucial de la historia de su lugar de
nacimiento.
Un
relato, en definitiva, enjundioso, ilustrativo, generacional; que explora también,
con apuntes interesantes, ese juego de espejismos que supuso el viaje de la
nada al todo tecnológico que una generación de españoles experimentó en primera
persona. Ese inopinado cambio de velocidades que tantos hemos vivido mientras nos
quedábamos esperando en vano la aparición de la alfombra voladora que nos
trasladaría al futuro deseado.
2 comentarios :
...certero y afinado análisis.
Una reseña bien escrita y sugerente, gracias Juanfran
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