De pie en una silla, enfrente de un árbol de Navidad más o menos de mi estatura pensé: el hombre siempre ha planificado su vida en función de usos y costumbres, formas de actuación que el imperturbable curso del tiempo ha ido determinando, más o menos rigurosas. Tradiciones que parecen compartimentar el tiempo y los sentimientos que les toca vivir; referencias, modos de actuar, cosas que comer, formas de divertirse, reacciones bien interiorizadas, automatizadas. Distintas formas de reír, de llorar, de asentir, de negar. Diversas maneras de aparentar falsa modestia, de resultar agradable, de arrancar adhesiones y aplausos, de mostrar agradecimiento, de hacerse aceptar por el resto. Cuándo estar animado, cuándo visitar a los muertos, cuándo reunirse con la familia....
De pie en la silla carraspeé, reclamando una atención que se me negaba. El resto de la familia se afanaba en adornar el árbol artificial: luces de colores, bolas brillantes, la estrella esa, etc..., y los niños jugaban con el belén haciendo carreras de pastores tomando el río de papel plateado por un circuito y derribando palmeras en los apurados trazados de las curvas.
La ventana mostraba el frío de la calle acentuado por la sensación de calor y luz del interior de la casa, carraspeé otra vez pero los niños iniciaron el canto de unos villancicos que me parecieron de lo más inoportuno y absurdo, el resto de la familia los acompañó con desigual fortuna, lo que me pareció el colmo.
Bueno, bueno, bueno, esto no tiene remedio; decidí bajarme de la silla y suspender la lectura a buena voz de Saramago con que quería boicotear ese estomagante ejercicio anual de hipocresía.
Mientras desaparecí para guardar mi libro en su sagrado lugar se fue la luz, totalmente, me refiero a que se fue en la casa y en la calle, todo era oscuridad. Decidí tumbarme en la cama y esperar, mirando al techo ahora inexistente. Pensé en lo empalagoso y terriblemente cursi de estas fechas, en el patético consumismo, en los ritos que seguía la gente, en su brutal hipocresía otra vez. Incluso por un instante llegué a admirar esa coreografía, ese teatrillo colectivo tan armonioso que forman, y a sentir al mismo tiempo lástima por lo necesario que es para sus vidas. No sé, imaginé que remitía a uno de los misterios más ocultos del ser humano. Algo telúrico, indescifrable, directamente relacionado con sus miedos y vulnerabilidad. Sí, sin duda se trata de eso, la Navidad es un escudo protector falaz, aniquilador de las personas, de su libertad e individualidad, de su independencia de pensamiento. Adormilado, soñé con calles atestadas de gente temerosa, personas indecisas y consumistas atroces a las que miles de voluntarios encaramados en sillas gigantes leían la verdad de los libros, de la cultura, del pensamiento lúcido.
Desperté y el apagón persistía, a lo mejor era en toda Europa, viejo continente consumido por su propio egoísmo y abocado a una globalización que no hará más que enterrar sus riquezas diferenciales. Me senté en la cama escuchando algunas voces en el salón. Sentía algo de frío mientras sonreía abiertamente en la oscuridad imaginando una Nochebuena sin luces ni adornos en las calles ni artificial algarabía, un triunfo casual, un maravilloso golpe de suerte una vez que la guerra contra los belenes en el sagrado espacio público había sido llevada a buen término gracias a la firmeza de nuestro gobierno, laico, culto y progresista. Avancé por el pasillo a tientas, aunque los ojos ya se iban acostumbrando a esta helada boca de lobo; la verdad es que estaba aterido. Cuando alcancé el salón toda la familia, helada de frío, estaba sentada alrededor de una pequeña lámpara de camping gas. Los niños agazapados, silenciosos, unos, buscando desesperadas alternativas para la cena, otros tratando inútilmente con mínimas linternas de habilitar una obsoleta calefacción de butano. La temperatura era de dos grados y ya llevábamos casi media hora sin fluido eléctrico. Alguien animó a los niños a cantar y tocar palmas para así combatir mejor el frío. Surgieron canciones sobre apagones y luces lejanas que se acercan recorriendo los pueblos, sobre deseos y esperanzas alrededor de un camping gas, hasta alguien se atrevió con una pequeña pandereta. Algo telúrico también (me transmitió un chispazo mental), indescifrable; las voces que se empastan suavemente para oponerse a la desesperanza, al abandono y el olvido de los poderosos. Canciones y estrofas sencillas que unen y protegen de los problemas que tanto condicionan la vida de la gente y que sí tienen solución real y factible a corto plazo. Por un momento admití que el apagón pudiera ser sólo local.
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