“Enrique Urquijo. Adiós Tristeza” (Miguel Ángel Bargueño, Rama-Lama, 2.006)
“Adiós Tristeza” es el título de la biografía de Enrique Urquijo escrita por el periodista Miguel Ángel Bargueño y publicada por Rama Lama. Centrándose en la vida del protagonista, dibuja con mano segura su mapa de luces y sombras, recorriendo al tiempo su historia musical con Los Secretos y Los Problemas, y subrayando convenientemente los puntos de inflexión de su accidentada trayectoria (la desaparición de Canito, la época de “los babosos” y el éxito fugaz, el retorno en 1.986 con una segunda etapa marcada por las querencias country, o la recuperación de la cercanía con Los Problemas). Aunque de cuidada documentación y profusión de testimonios de primera mano, tiene la virtud de no enterrar al lector en ellos: su pluma busca la amenidad. Aporta, como suele suceder en estos casos, muchos datos que interesarán mayormente al fan acérrimo o al observador atento y no unidireccional del devenir del pop español. Habla de evoluciones, sonidos, letras e influencias, pero no se decide por un análisis más pormenorizado y crítico del repertorio. Tampoco traza líneas paralelas con otras bandas, ni ofrece panorámicas generales de las diferentes épocas (salvo en los inicios), refiriéndose a otros músicos sólo en lo referente a la relación que mantuvieron con Enrique, lógico eje de toda la obra.
Ayuda, y es para mi lo más atractivo, a comprender un poco mejor el casi siempre inefable proceso creativo; el desarrollo de un talento ante todo intuitivo y macerado en los cataclismos interiores de un mundo interior convulso, expuesto a flor de piel, vulnerable hasta decir basta. Caminando constantemente por esa cuerda floja que era a la vez maldición y refugio, y que nunca pudo evitar. Enrique Urquijo, heroína, alcohol, excesos, miedos y contradicciones de un alma desprovista de las corazas que va colocando el tiempo.
Los Secretos han sido una de esas bandas marcadas por su tiempo y entorno, y cuyo verdadero valor nunca ha sido bien calibrado. Sus primeros éxitos nuevaoleros les pesaron demasiado, siendo masacrados por estéticas rivales que tuvieron mucho de pose y obviados por periodistas en exceso modernos. Por otro lado, su comedimiento instrumental, la poca calidez de sus arreglos en alguna época y de las producciones de sus discos (planas al principio, demasiado medidas después), así como las estrategias comerciales de sus discográficas, los han enfocado (con éxito) a un público adulto que creció con ellos, separándolos a su vez de otro tipo de oyentes. Nunca fui seguidor suyo, pero conservo un puñado de sus canciones en la memoria. Lo curioso es que siempre me olvido de los arreglos y adornos, de algunas incluso del tempo, sólo guardo ese marchamo especial, esa flecha que no deja de vibrar en el centro de la diana. Actualmente situados cómodamente en la comercialidad menos sonrojante, jamás volvieron al ojo del huracán de las tendencias: ni el regreso de la Nueva Ola los recuperó, ni el desembarco hispano del saco americana anima a tenerlos en cuenta. Probablemente, en estos estilos siempre hubo alguien mejor, más punzante, con mayor relieve; pero cabe reconocer que, tras aquellas melenitas, los chalecos y la pulcritud sonora de no dar una voz más alta que otra, se escondía el mundo trastabillante y negro, la sensibilidad irreemplazable de Enrique Urquijo, autor de un importante número de temas absolutamente memorables, que no harán sino crecer. Apoyándose en sonidos cada vez más añejos, cada línea era una bocanada de pura angustia, un reglón de cruda autobiografía con sólo una leve pátina de metáfora. Vida y dolor con Gram Parsons, Jackson Browne o José Alfredo Jiménez como compañeros de viaje.
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