28 septiembre 2012

EL IMPULSO

Cuando el impulso llegó aún viajaba en el asiento trasero del coche oficial. Esta vez sólo se desanudó un poco la corbata y respiró hondo, no se atrevió a acariciarse levemente, como en otras ocasiones. Últimamente se imaginaba como algo perfectamente posible que su conductor, tan rígido y hostil a su manera, tuviese instalada una cámara en la parte de atrás de su gorra. En ese momento le vino a la cabeza aquel proyecto de los robots conductores, afortunadamente olvidado en su opinión, alguna ventaja debía tener no haber querido invertir un duro en investigación. Porque por lo demás todo eran inconvenientes: manifestaciones, desprestigio creciente, críticas aviesas hasta del sector empresarial (de qué van ésos), y una decepción secreta clavada de por vida. Un grupo de investigadores universitarios había conseguido desarrollar su sueño en una universidad estadounidense, tras abandonar el país por falta de comunicación y medios. Se trataba de un prototipo (que él hubiese podido ver crecer día a día) que superaba la vulgar idea de muñeca hinchable: en un futuro no muy lejano será una compañera suave y fiel, escuchará, reirá, conversará, mantendrá la mirada y dejará caer los ojos, chateará con su dueño, manifestará deseos sexuales, se mostrará apasionada y cariñosa; podrá ser terriblemente carnal o hacerse invisible mientras mitiga cualquier impulso en los lugares más insospechados. Y todo eso, que le hubiese devuelto la vida, se escurrió de entre sus manos el día que tuvo el impulso de aceptar alegremente los recortes en su departamento.




Publicado en el nº134 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado al sexo.

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