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13 diciembre 2013

CICLORAMA

Queridos lectores y visitantes, hoy sale a la venta “Ciclorama”. Se trata de un libro que se sitúa con una pequeña linterna frente al extraño edificio de la condición humana. Es un volumen que reúne relatos aparecidos al filo de los acontecimientos de los últimos años en la página de humor “El Estafador”, acompañados de multitud de inéditos de distinta piel y parecida intención. 

Puntos de venta:

-          Subterránea Cómics
C/ Horno de Abad, 12. 18002 Granada – 958280031


También pueden realizar sus pedidos a través de juanfranmj@hotmail.com



“En este ciclorama la actualidad pasa deprisa, descontrolada, dejando un rastro de preguntas sin respuesta y desaliento. Se proyecta el humor que quiere superar la amargura y no puede; la ironía que trata de vencer la perplejidad, quedándose a medias. El lirismo da explicaciones sin abrir la boca, arropando la soledad. Y la crítica tropieza casi siempre con estampas costumbristas de decepción.”

ISBN: 978-84-616-7359-9
140 x 210 mm., 192 páginas
P.V.P. 10 euros

19 octubre 2013

GEOGRAFÍA

En cada metro cuadrado de terreno hay un norte y un sur.








Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

11 octubre 2013

PAN Y CIRCO

    Sentado a la mesa del comedor mira la televisión con el volumen quitado, como casi siempre. Da vueltas con la cuchara a una sopa de sobre con ese característico olor tan potenciado que la delata a distancia. El cubierto entra y sale del líquido color hueso, creando una ilusión de plácido oleaje. Emerge siguiendo un ritmo pausado, distraído, trayendo siempre cosas desde el fondo floreado del plato: fideos, trozos como de zanahoria, o restos de la yema del huevo duro que ha decidido añadir.

   Sobre la mesa está la comida que pone el Estado. El profesional ahora en paro consume lentamente el subsidio que le queda a la familia, la última ayuda, a la que le resta un mes. Remueve la sopa caliente y continúa mirando la catarata de imágenes y titulares del telediario. Silencioso, atisba la amenaza de la depresión y el desquiciamiento, de la erosión de las relaciones personales, de la ansiedad. Reflexiona sobre el sindicato, con su brazo permanentemente encima de su hombro y sus palabras amables y resignadas, señalando al culpable. El sindicato, a veces tan amigo del poder que se refiere al ministro de trabajo por su nombre de pila, y otras tan encarnizadamente enemigo. En la pantalla sale gente trajeada con gesto serio que viene y va; reunida, o contestando a una nube de micrófonos en la calle. Aparecen imágenes de la vuelta al cole, de otro espectacular accidente milagrosamente sin víctimas en un deporte de riesgo, de pueblos con curiosas costumbres, de guerras, de nuevas normas de tráfico; del Rey, que sonríe y se salta el protocolo.

   El móvil que descansa cerca de él parece más bien un hierático teléfono fijo. Piensa en las enormes diferencias políticas entre la derecha y la izquierda, cada vez mayores, a estas alturas, sin acertar a entender el porqué. La información deportiva es presentada a bombo y platillo, incluso en silencio restalla golosa ante el telespectador. Debería haber más cultura, se dice vagamente; aunque a veces siente que la cultura es un batiburrillo que gesticula dirigiéndose a él, moviendo la boca sin que pueda escucharse nada. Acaso manoteando para sobrevivir, aventura.

   Los políticos, joder; no existe, que él recuerde, un solo mensaje positivo por mínimo que sea en el que todos estén de acuerdo. Bueno, solo uno: el repetido hasta la saciedad para conducir al ciudadano a la firme creencia en la democracia tal y como ellos la ofrecen y gestionan, ese sistema promisorio que tanto nos ha costado conseguir, machacan, sin dejar de amenazar con aquello de que sin ellos volverán los períodos más oscuros y la barbarie. No hay salida por ninguna parte, parece ser. La cuchara en vertical produce un escaso remolino en el centro del plato, cuyo movimiento parece alimentar una espiral de divagación.

   Asustar para alcanzar el poder o para conservarlo. O la prensa, mudando la piel de lo positivo a lo negativo a su conveniencia, según los días, como una serpiente viscosa. Hay que ver lo que ha cambiado el tono de toda esta gente en los últimos treinta años, se sorprende pensando. La verdad es que pararse a pensar en ellos es un imán para las nubes negras. De todas formas, suspira, aunque sabemos lo mal que estamos, tanta negatividad le parece malsana, incluso un punto vanidosa. Y es que, todos aquellos que nos hablan de colapso económico, de ruina, de generaciones y generaciones ahogadas por las deudas, de retrocesos de derechos individuales hasta límites casi imposibles de recuperar, ¿no piensan al mismo tiempo en el colegio al que llevarán a sus hijos pequeños, o en su desarrollo personal? ¿Por qué, si ellos tienen en su vida ilusiones que les llevan a tener una actitud positiva en su quehacer diario, cargan nuestros hombros con tanta negrura, con tanta mentira? ¿No estamos sufriendo bastante ya? Sinceramente, siento que me aborrecen, y yo les aborrezco a ellos, confiesa, ¿por qué nos aborrecemos tanto, todos, desde siempre?

   Ante él aparece el pan que se termina, el negro futuro de su alquiler, el tiempo que juega en contra. ¿A quién pedir dinero?, ¿cuánto podría conseguir?, ¿en qué orden disponer de él? Poder trabajar en negro, dos o tres días a la semana, sería casi como un premio de la lotería. Un sueño. O, mejor, uno de esos milagritos de iglesia de provincias. Garantizar en lo posible el pan, la luz, el gas, el agua, el techo, el vestido. Demasiadas cosas que quizá no debería exigir sin una contraprestación, no de esfuerzo y responsabilidad, sino de docilidad y eterno agradecimiento. En la silla de enfrente, tapando el televisor, se materializa el liberal de mirada burlona que le recuerda que si la empresa privada dispusiera del dinero que le cuesta al Estado la ayuda que cobra, ya hubiese creado quince puestos de trabajo, número arriba, número abajo, y después se volatiliza.

   La cuchara da vueltas, va y viene de su boca, la sopa se acaba. Mejor no cortar más pan. Publicidad en la tele, risas. Los niños llegan con sus amigos a casa después de jugar y una guapa mamá les prepara la merienda. Qué bien han aprendido los publicistas a transmitir la idea del producto solo con mirar las imágenes un segundo. Eres libre para cambiar de canal, no lo olvides.

   Su amigo del sindicato se declara republicano en la cafetería ¿Cuándo vendrá la República? A lo mejor, ese día, con todo lo que se ahorre el Estado, se puede invertir más en empleo. Su amigo del sindicato le ha dicho muchas veces que se afilie, que no se despiste. Entonces se pone a imaginar la mañana en que se restaure la República, sería la tercera, III República Española, más o menos. Habrá fiesta en las calles, pero a él ya se le habrá acabado el subsidio. Se pondrá su chaqueta gris oscuro y la camisa blanca y llevará a su hijo de la mano, si es que el niño no le repudia a esas alturas. Saldrán a la calle, seguro que repartirán de todo gratis y habrá precios populares. Quedarán con su esposa en la esquina de la gran superficie, donde siempre.

   No hay que despistarse. Todas las situaciones nuevas se nos muestran soleadas, se desarrollan en un ambiente sonriente, fresco y puro. Además, hay oportunidades para los más sagaces. Mudamos de piel por un día y brillamos, nos sentimos protagonistas. El poder nos toca con su dedo índice y nos reímos y correteamos como niños a los que hiciesen cosquillas. De pronto, formamos parte de una gran aventura, y estamos orgullosos de pertenecer. Aparece en la pantalla un portaaviones gigante con la bandera de España, parece no acabarse nunca, ¿cuánto costará eso? Anda que si por casualidad descubriese un nuevo continente. Entonces, además de banderas, actuaciones y discursos, quizá hubiese trabajo.

   Apaga la televisión y aparece su cara reflejada en la pantalla. Ve miedo y trata de sonreír, y lo que queda es un rostro desconocido, lóbrego.


   Se termina la sopa y lleva el plato y los cubiertos a la cocina. En la mesita descansa el álbum de la liga de fútbol que alguien repartió entre los niños a la puerta del colegio el primer día de curso. En un par de meses volverán todos sonriendo con un catálogo de juguetes en la mano. El pequeño almuerza con los abuelos temporalmente, él no; más que nada para parecer no necesitar, por dar la sensación de estar ocupado, metido en algo, en acción. Su esposa, desde hace una semana, duerme y pasa la mayor parte del día con una señora mayor, cuidándola. Gracias a Dios.



Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

18 septiembre 2013

MICRORRELATO (10): CARETAS

“Creo que ha llegado el momento de quitarse la careta”, se dijo mientras sostenía la siguiente en la otra mano.




Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

28 junio 2013

LA TRAMPA

Aún recuerdo la primera vez que la sentí merodear. Hasta entonces todo había ido bastante bien en mi vida. Se podría decir que mi infancia estaba resultando feliz, ligera, rodeada de estímulos positivos: lugares, risas, amigos, juegos, etc. No creía necesitar nada más.

   Los meses anteriores a la celebración de mi primera comunión resultaron mucho más agitados de lo que yo me podía imaginar durante las aburridas tardes de catequesis. No recordaba haber visto antes a mi madre tan nerviosa e irritable. A pesar de que solo asistíamos a misa en ocasiones especiales, se mostraba muy inquieta ante “ese día tan importante para los niños”; se pasaba todo el día de aquí para allá como pollo sin cabeza, cavilando, pensando en voz alta y pegada al teléfono parloteando con sus hermanas, mis tías. Discutía con mi padre como jamás hasta entonces, y me probaba y volvía a probar el traje color crema de almirante que señalé en la tienda para alborozo general, casi más por complacerla a ella que a mí mismo; aunque he de reconocer que, poco a poco, comenzó a gustarme mucho. En mis recuerdos de esa época siempre aparezco vestido con ese traje, ya que incluso después de la ceremonia me gustaba ponérmelo y desfilar por la casa seguido por los aplausos de mis padres. Pues eso, mi progenitora medía, pespunteaba, cosía, comparaba, metía; chasqueaba la lengua y se lamentaba, siempre con alfileres entre los dientes, pugnando con mangas demasiado largas, hombreras o los dobladillos del pantalón. Realicé, a veces ante la atenta mirada de familiares y vecinas que no conocía, decenas y decenas de paseos por el pasillo que terminaban ante el espejo grande, en el que yo siempre veía reflejado lo mismo.

   Mi madre estaba orgullosa ante todo de la chaqueta, con sus detalles dorados: los galones y cordones, y el crucifijo que colgaba de ellos. Cuando me la ponía sonreía y sus manos revoloteaban a su alrededor, pendientes de arreglar cualquier nimiedad que amenazase su perfección. Le pasaba las palmas de las manos como planchándola, me colocaba bien la corbata, me apretaba los mofletes y me daba un beso enorme que casi me despeinaba.

   Surgieron acalorados debates referentes a la pertinencia del uso de guantes, relativos al color de los zapatos o a la ubicación de la raya del pelo. Fijador sí o fijador no. Corbata, corbatín o incluso pajarita. Cinturón, fajín…Yo también me sentía arrastrado por ese ambiente, al principio incomprensible, pero tan entretenido y emocionante después; tanto en casa como en el colegio, el barrio, o entre mis primos. Recababa información sobre los trajes de los otros niños y corría presto a trasladarla fielmente a mi madre, que me escuchaba sin perder detalle, disimulando al principio e interrogándome cada vez más acuciada conforme se acercaba el momento. Creo, además, que fue la primera vez que escuché hablar de dinero de forma continuada. De precios, descuentos, plazos, ofertas. La primera vez también que oí reproches acerca de determinados gastos.

   Y las fotos. El espectacular reportaje de comunión que era “un recuerdo muy especial para toda la vida del niño”. El álbum personalizado de 30x30. Las fotos de recuerdo para los invitados. Fotos sonriendo o con gesto grave o con una leve sonrisa. Fotos mirando hacia el cielo, sentado, de pie, apoyado levemente junto a un árbol o extendiendo una mano como si estuviese a punto de cazar una mariposa. Con las manos unidas por delante, una sobre otra, o sosteniendo una Biblia y un rosario; o bien colocadas a los lados, “¡no, en los bolsillos ni se te ocurra!”.

   Pasado el verano, el silencio se instaló en mi casa durante largos y desesperantes almuerzos en los que solo parecían existir los cubiertos y la tele. La primera comunión y sus deudas pesaban, entre otros gastos, y las recriminaciones retumbaban hirientes tras la pared de la habitación de mis padres. Un día, en el recreo, algunos niños que no conocía demasiado me señalaron riendo, decían algo de que yo era el del escaparate del fotógrafo. No entendía nada, así que al salir de clase me aventuré por la zona de aquel establecimiento, creo que era la primera vez que iba solo hasta tan lejos. Efectivamente, en el escaparate estaba expuesta mi foto cazando la mariposa junto a la de una niña que no me sonaba de nada. Experimenté una sensación rara, entre la vergüenza y el cosquilleo, y volví a casa. Pero la verdad es que no me sentía molesto. Además me parecía normal, había visto en el centro comercial escaparates con fotos de bodas y cosas así. Al llegar a casa a almorzar mis padres me pidieron explicaciones por mi retraso, tan inusual, estaban alarmados. Les conté lo de la foto y mi madre palideció mientras mi padre me acariciaba el pelo y guardaba más silencio. Aquella noche arreció la discusión y aparecieron el llanto desconsolado de mi madre y los gritos de mi padre, recordando que quedaba muy claro en la factura que no se aceptaba bajo ningún concepto la devolución del álbum; los golpes de frustración de mi padre sobre la pared la hicieron estremecer. Por lo visto, pasados unos meses desde las sesiones fotográficas, el fotógrafo tenía la costumbre de ir colocando en un lado generalmente vacío de su escaparate fotos de los niños cuyos padres aún no habían satisfecho la cuenta, aunque él lo negase taxativamente. Era tal el interés y morbo que esa actitud despertaba que, aunque una foto estuviese un solo día expuesta, ya corría como la pólvora por la ciudad la identidad del mal pagador.


   Al día siguiente me escabullí después de comer y volví a la tienda, ahora cerrada. Me acerqué a la puerta y dejé allí cuidadosamente, tras la reja de seguridad,  el paquete, con mi nombre escrito por fuera. Esperaba que de esa manera desaparecieran de una vez tanto mi foto como los pesares de mi familia.




Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

14 junio 2013

SONRISITAS

Estoy en casa zapeando cualquier atisbo de mala noticia cuando recibo un mensaje en mi móvil Status6662. Es Juan, un antiguo compañero de trabajo en la empresa de telefonía. Ambos estábamos en Ventas, y a él lo despidieron hará unos tres meses. Por eso tiene mi número, claro. Últimamente se ha vuelto ecologista e “indignado” y se dedica a machacarme de vez en cuando. Pobre, a saber qué pinta tiene ahora. Esta noche le ha dado por recomendarme un documental sobre los desechos electrónicos del primer mundo que terminan en vertederos de África, “verdaderos cementerios de ciberbasura”, “el envés del progreso descerebrado”, teclea veloz. Por cierto, no soporto las sonrisitas con las que da por finalizadas sus peroratas por whatsapp.

   Cambio de canal y el documental ya ha empezado, va por la mitad. Creo que es en Ghana. Mientras me preparo la cena veo niños con cortes en los dedos revolviendo en la montaña de basura electrónica, arrancando cables, desmontando componentes de forma meticulosa y paciente. A muchos adolescentes buscadores de cobre les cuelga un cigarrillo de los labios mientras lanzan monitores contra el suelo. La voz del narrador se demora explicando la gravedad de los riesgos que corren (y que ellos seguramente obvian), debidos a su constante exposición a sustancias altamente cancerígenas. Actúan despreocupados mientras aspiran veneno y yo los observo con el mismo gesto de indiferencia. Es algo anodino, pesado, monótono. Ellos están a lo suyo y yo también. Así son las cosas. El cursi de Juan sigue mandando mensajes llenos de tópicos: “Es el reverso tenebroso de nuestra absurda carrera consumista”, “toda la basura que genera este desmesurado mundo global e interconectado”, “todos somos responsables”, “nuestra actitud nos estallará algún día en la cara”, “es obsceno”. La verdad es que quizá tenga razón. Puede que la carrera sea ciega y delirante, pero pienso que es mejor permanecer en ella usando el mejor vehículo posible. La mirada se pierde en un mar de chatarra y residuos electrónicos; datos brutales procedentes de una voz fría se mezclan con imágenes tan impactantes como habituales. Aguas estancadas y podridas, humo negro que invita a imaginar un olor agresivo, un aire irrespirable y tóxico. Los listos exportando sus problemas, en definitiva.

   Repaso en mi tablet la agenda para mañana, las visitas a empresas, los horarios de otra jornada sin final que muy bien puede tener como guinda otra andanada de mensajes apocalípticos, como hoy. Juan, rezo porque pronto te quedes sin saldo o sin conexión, gilipollas.

   Más ruiditos, otro mensajito de Juan. Lo busco pero no es él, se trata de Inma, otra compañera. Agresiva, descarada, se lleva a todos por delante. A veces me fastidia, sobre todo cuando me la juega, pero me gusta un montón. Aunque, la verdad, tampoco soporto las sonrisitas que adornan sus mensajes, en ocasiones tan aviesos. Vaya, también me recomienda el mismo documental, qué sorpresa, pero me dice que ya está terminando, me explica cómo localizarlo en You Tube y me pide que busque el minuto 32.15. “Ya verás”. Lo último que me esperaba es que Inma, una vez en zapatillas, fuese sensible a este tipo de problemática. Qué mujer más compleja.

   Corro y busco. Ahí está la imagen. Un grupo de chicos sonrientes muestran a la cámara algunos de sus hallazgos, entre los que destacan terminales un poco cascados del modelo Status6660, que nosotros introdujimos, no hace demasiado tiempo, entre nuestra clientela vendiéndolo con el latiguillo “este es el definitivo”. Otro mensaje de Inma: “¿Lo has visto?, no sabes qué gracia me ha hecho, cuántos recuerdos, Muackks”. Y se despide con una ristra de sonrisitas.



Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

22 marzo 2013

EL DÍA DEL ALCALDE

Vosotros tendéis a reíros de todo lo que no comprendéis, o no habéis inventado. El Día del Alcalde, es una tradición de nuestro pueblo a la que todos le tenemos cariño, por lo menos el noventa por ciento de los dos mil habitantes que somos. Además, es algo que se va transmitiendo de generación en generación, da lugar a muchas e imaginativas celebraciones y propuestas, y conecta directamente con nuestra idiosincrasia. De ahí nuestra intención de solicitar la declaración de este día como Bien de Interés Cultural, así que ahorraros vuestras risas. Pedro, el alcalde, es alguien especial, yo diría que insustituible para nosotros; su carisma ha reducido la oposición a algo casi testimonial. A pesar de la labia y presencia que tiene, él no se veía ejerciendo la abogacía, por lo que se decantó por el servicio público. Es claro y directo, aunque suele extenderse en los asuntos importantes; recuerdo ahora cuánto tardaba en explicarnos a los niños que visitábamos el Ayuntamiento el significado de la palabra “democracia”. Lo han tentado muchas veces para ir de senador o de diputado autonómico, pero él siempre prefirió trabajar para los suyos. Aparte, no ha cambiado nada en los treinta y cuatro años que lleva de alcalde. Todo ha cambiado menos él.


   El día del Alcalde surgió de manera natural, y fue institucionalizándose con los años, con la sola voz en contra del opositor de siempre, que se va a morir así, protestando solo y sin que nadie le vote. Como un año la visita de los colegiales coincidió con el cumpleaños de nuestro alcalde, la comisión por unanimidad eligió esa fecha, o el siguiente día hábil, para posteriores ediciones.     Los padres ponían ropa nueva a sus hijos para tal ocasión, y algunos llevaban incluso chaqueta, por lo que, dado nuestro gracejo natural, los niños (y niñas) terminaron disfrazándose directamente de alcaldes para alegría del regidor, que los saludaba con una reverencia y los sentaba en sus rodillas. Algunos padres les pintaban bigotillo y colocaban insignias, sombrero de copa o les hacían llevar un maletín. Tiempo después, tal día terminó siendo fiesta local, por lo que las familias organizaban en casa pequeñas reuniones de amigos y familiares en las que los infantes desfilaban disfrazados entre los asistentes, para regocijo general. La fecha fue tomada como un peldaño en su crecimiento, más relevante que la denostada primera comunión; por ello, se instauró la costumbre de dar a los niños su primer dinero, que éstos recogían, siguiendo la broma, con una mano pegada a la espalda para que no los viera nadie, ocultando luego los billetes (casi siempre varios de cinco euros) con disimulo en el bolsillo interior de la chaqueta. Este hecho, celebrado con aplausos, culminaba la celebración de este día tan especial para nosotros y único en el mundo.



Texto aparecido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".


11 enero 2013

CENA FAMILIAR

La cena transcurría en silencio ante un árbol de Navidad que hacía años que se guardaba con los adornos colgados; tras apretones de manos dubitativas, medias sonrisas, mensajes velados y abrazos que permitían mirar qué había en la tele mientras duraban. La cena transcurría en silencio tras la risueña discusión inicial acerca de la manera más conveniente de pelar las cigalas y colocar los cubiertos. Los platos pasaron de mano en mano y el vino de treinta y seis euros la botella fue recibido con vítores y escrutado con exceso de interés o desinterés. Los móviles de última generación se alineaban protagonistas en la repisa que rodeaba la televisión, desde la que el Rey lanzaba su mensaje anual totalmente atenazado por parecer natural. La cena transcurría en silencio mientras el funcionario se consideraba víctima de la crisis por haber visto su sueldo recortado y sus planes de gastos navideños chafados (secretamente se alegró de que ningún funcionario fuese a comprar en esas fiestas vino caro del que vendía la culpable empresaria). La cena transcurría en silencio y la cabeza de la empresaria ardía mientras pensaba en las deudas que le acechaban y en el sueldo fijo del culpable funcionario, por el que no parecían pasar ni los años ni los acontecimientos. La cena transcurría en silencio mientras el parado se sentía culpable y culpado mientras calculaba, escandalizado, el coste de lo que circulaba por la mesa y observaba apenado la soledad del coqueto pastel de carne, hecho por él mismo, que era su aportación anual. El fragor de los cubiertos aligeraba el peso del silencio cuando la chica de catorce años suspiraba por fumar y su primo de veinte maldecía a los presentes por su incapacidad para cambiar las cosas. El padre culpaba al parado y escanciaba palpando su dolor de estómago, y la madre sonreía y apretaba manos aquí y allá. En el momento del brindis final estallaron todas las copas.


Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

03 enero 2013

EL REY


Hoy, 14 de abril, se cumple el 10º aniversario de la proclamación de la 3ª República en España. La fecha no es del todo coincidente con la sucesión de los acontecimientos, pero a todos les pareció de lo más oportuna por su carga simbólica. Así pues, la familia real llevaba más de seis meses viviendo en su nuevo y pactado segundo plano el día que fueron llevados al Acto Simbólico. Al principio, algunas voces exigían su expulsión del país, retransmitida en directo como escenificación para la historia de ese paso en pos de la plena democracia. La cosa finalmente se calmó,  pero 25 partidos políticos, los sindicatos como representantes del sentir de la calle y 324 asociaciones de los más diversos ámbitos se pusieron en pie de guerra cuando varias cadenas de televisión anunciaron su intención de invitar al ex–monarca como contertulio a sus programas de debate.

   Desde el cambio de régimen, se decidió mantener como parodia el mensaje real de Nochebuena a cargo de un afamado humorista, el cual aparecía trajeado y con una cabeza de cartón que caricaturizaba la del rey saliente. El humorista, que imitaba y hacía escarnio del personaje entre referencias a la actualidad, incrementó notablemente su prestigio e influencia social, y poco a poco fue incorporando modificaciones a su puesta en escena del 24 de diciembre; después del fútbol, el programa más visto todos los años.

    Sustituyó el traje por el uniforme militar del rey para acentuar la parodia y, año tras año, fue añadiendo condecoraciones que investigaba por internet, y otros elementos cuya autenticidad exigía a la productora: botas, espada, guantes, cinturón, botones, hebillas, etc. Se rumorea incluso que llegó a reunirse secretamente con frecuencia con el depuesto monarca para que le narrase anécdotas de la realeza y le enseñase a lucir adecuadamente la real indumentaria. Con el tiempo se negó a preparar los discursos con el equipo de guionistas habitual, y los mensajes fueron perdiendo ironía y humor, tiñéndose progresivamente de delirio, defensa de la tradición y críticas veladas al sistema; siendo expuestos con una tensión que hacía tintinear las condecoraciones y humedecer de sudor la acartonada cabeza, sobre la que temblaba el último año una refulgente corona. Todos los que a su alrededor insinuaban algún cambio relevante en el desarrollo y orientación del mensaje eran vetados y tarde o temprano perdían su puesto. Cuando la dirección de la cadena pública, fuertemente presionada, resolvió su cese, él se limitó a responder: “Nunca entenderéis nada, soy el Rey”.


Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

12 octubre 2012

EL PEZ BANDERA

La vida del pez bandera transcurre entregada al diseño de una sinuosa travesía sin fin, por tal de evitar indeseados roces con otras especies o elementos tóxicos que dejen marcas indelebles en la bruñida y blanca identidad de su aleta superior, esa que a veces brilla tan cegadoramente que rara vez vuelven a recuperar la vista quienes se envuelven en su fulgor.  Excluyente e invasivo, expulsa de su gran boca a infinidad de organismos que tienen su hogar en ella y atrae a sus fauces a otros muchos que quieren tener su casa en otra parte. Sus dientes y su lengua ensalivan complejidades hasta crear una masa uniforme y blanda, silenciosa y unívoca. Siempre jugando con las mareas, dibuja fronteras con una cola a la que llama Libertad. Los peces bandera patrullan su trozo imaginario de fondo de mar sin dejar de mirarse, pero sin tocarse, odiándose en silencio o susurrándose amenazas; pacientes y mentirosos. No se reproducen, son animales milenarios que, obligados a vivir eternamente; a arder y a renacer; pelean a veces entre sí con la absurda ilusión de poder aniquilar al otro (siempre el otro), escupiéndose vidas y  golpeándose con la cabeza, de la que solo caen seres muertos e inermes que un día creyeron en ellos.



Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

25 junio 2012

QUEMARLO TODO

Procedió a escribir su columna diaria. El proceso era el de siempre, “quemarlo todo” lo llamaba él. Cazar al vuelo lo que pasaba por su cabeza. Teclear absolutamente todo lo que pensaba acerca del asunto del día gritando a la vez sus opiniones, lanzando insultos y todo el vitriolo de su mordacidad contra la pared de enfrente. Todo discurría velozmente, las ideas, las conexiones, las conclusiones, el café. El dedo acusador no temblaba. Las palabras saltaban a la pantalla entre faltas de ortografía, metáforas lacerantes y ominosas comparaciones. La crueldad formaba una sonrisa y una fuerza única galopaba por sus venas, empujando hacia la punta de sus dedos. 

   Pasada una media hora entre cigarrillos llegó el momento de corregir, ir eliminando esos errores ortográficos que poseían un vigor que solo él comprendía. Adecuar los caracteres al tamaño de la columna. Respirar hondo, reflexionar, repensar, recular, respirar hondo. Confirmar algunos datos. Retirar la mano de la ratonera. Evitar quedarse a la intemperie. Tratar de ser justo. No ser cruel. Ser agudo pero sin cargar las tintas. No cebarse en este o aquel. ¿Para qué crearse un enemigo pudiendo evitarlo? Suavizar. Relativizar. Guardar la ropa. Dar una de cal y otra de arena. Sin embargo, segundos antes de mandarla, decidió no guardar los cambios y enviar por una vez en su vida la primera versión.



Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".





01 enero 2011

BRAZO DE GITANO

Todo iba bien durante la cena de Nochevieja, un ir y venir de platos y bromas en una estancia más iluminada de lo habitual, alrededor de una mesa más grande y dispuesta con más esmero. Tintineos, brillos, copas, trasegar de líquidos, brindis, cubiertos, alcánzame por favor, gracias, luego, luego, exquisito. Todo iba bien hasta que me sirvieron aquel trozo de brazo de gitano salado. Cayó en mi plato y, al colocar cuchillo y tenedor sobre él, recordé exactamente los comentarios que hice el año anterior al llevarme a la boca el primer bocado; comencé a recordar que al tragar ese bocado rememoré el frío que pasé el año anterior al ir a recogerlo a la panadería; y que, estando allí, de pie y con los pies mojados por la lluvia, pensé que la dependienta del año anterior era más simpática, tanto que conseguía hacerme olvidar el frío y la humedad. Me vino a la cabeza que aquel año ella me habló de las costumbres de año nuevo en su país natal; y que yo mientras evocaba que el año anterior fui mucho mejor acompañado a recogerlo, y que, aunque en moto, no sentí tanto frío. 



Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

29 mayo 2010

LOCURA

El día que se alborotó el cabello en plena calle, tamborileó con sus dedos en cualquier superficie, gesticuló mientras discutía consigo mismo a buena voz, rio sin venir a cuento moviendo la cabeza de lado a lado, sonrió a los transeúntes girando robóticamente su cuerpo, pidió cigarrillos a discreción que unos metros más adelante destrozaba entre sus manos, cambió decenas de veces en la misma acera de sentido mientras caminaba, saltó un seto, volvió a saltar donde no había nada y cayó carcajeándose al suelo, caminó meditabundo por el centro de la calzada, dedicó una canción desentonada a los viajeros del autobús, y miró fijamente objetos que sólo él veía; lo hizo porque le embargó la irresistible sensación de que todo, todo, era posible a partir de ese momento.



Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".