El día que se
alborotó el cabello en plena calle, tamborileó con sus dedos en cualquier
superficie, gesticuló mientras discutía consigo mismo a buena voz, rio sin venir
a cuento moviendo la cabeza de lado a lado, sonrió a los transeúntes girando
robóticamente su cuerpo, pidió cigarrillos a discreción que unos metros más
adelante destrozaba entre sus manos, cambió decenas de veces en la misma acera
de sentido mientras caminaba, saltó un seto, volvió a saltar donde no había
nada y cayó carcajeándose al suelo, caminó meditabundo por el centro de la
calzada, dedicó una canción desentonada a los viajeros del autobús, y miró
fijamente objetos que sólo él veía; lo hizo porque le embargó la irresistible
sensación de que todo, todo, era posible a partir de ese momento.
Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".