Si alguien me hubiera pedido opinión acerca del
regreso de 091, me hubiese mostrado
bastante reticente. Esa es la verdad. La razón de fondo no es otra que el miedo
que me producía que la cosa saliese mal, que no obtuviesen la respuesta deseada
por parte del público, que todo quedara reducido a un ejercicio de nostalgia
para unos pocos, y uno de los pedazos de la historia del rock español más
reivindicable volviese de nuevo a su rincón, y esta vez apaleado por la
realidad. El mundo del rock tiene estas conexiones emocionales, que son parte
de su magia esencial. La empatía que llegamos a sentir con nuestros grupos
favoritos rebasa muchas veces la lógica. Por alguna extraña razón, tendemos a
ponernos en su piel, a padecer sus fracasos o la incomprensión a la que son
sometidos por el resto. A temer por ellos. Tiendo al pesimismo, lo reconozco, y
por eso lo primero que imaginé fueron escenarios menores, ambientes fríos o
críticas acerbas.
Ya han pasado los esperados conciertos de Granada,
termómetro ideal para valorar cómo está resultando esta “resurrección”, y es
evidente que el balance no puede ser más positivo. Las reediciones por fin
hacen justicia con uno de los repertorios que han rayado a mayor altura dentro
rock hecho en castellano. El público ha respondido. Y, algo muy importante, sobresale
la profesionalidad de la planificación en todos los aspectos, empezando por la
propia preparación de la banda, cosa que me alegra, pero no me sorprende; por
lo poco que conozco a José Ignacio
Lapido, sé que no es amigo de pasos en falso ni de cabos sueltos, y que el
compromiso que demuestra con su trabajo y el respeto por su público están fuera
de toda duda. Más bien son un espejo en el que debería mirarse más de uno. De estos
conciertos de la plaza de toros destaco la organización, el cuidado de los
detalles, o la inversión realizada, acorde con lo que se quería ofrecer. Pero,
sobre todo, la certeza de haber visto a
un grupo que ha conseguido lo que pocos logran en este tipo de reuniones: se
han reencontrado, entre ellos como músicos y con las canciones. Han sabido retomar
el pulso allí donde se quedó. Han pulido y añadido detalles, refrescado el
repertorio y renovado pequeñas cosas para conseguir ser ellos de nuevo en un
escenario.
El éxito de este regreso está siendo objeto de
estudio pormenorizado en decenas de barras de bar. He participado en alguno de
esos debates, y en ellos he expuesto mi opinión. Pienso que 091 gustó durante
su trayectoria a mucha gente, no a tanta como para convertirse en superventas
(menuda palabra anticuada) pero sí a la suficiente como para dejar huella. De
entre aquellos seguidores, muchos dejaron de escuchar música con la edad y
fueron aparcando al grupo, y otros mudaron de gustos e intereses musicales,
empujados quizá por esa tendencia hacia la experimentación y la superación de
lo clásico que ocupó el final de los ochenta y buena parte de los noventa, circunstancia
ésta que mermó de paso el relevo generacional de seguidores del grupo. Pues
bien, todos esos han vuelto. Pasados los años, y ante la perspectiva de poder
ver en contados conciertos acotados en el tiempo al grupo que en su día fue importante
para ellos, los antiguos seguidores se han apuntado a un ejercicio a medio
camino entre la nostalgia y el redescubrimiento; y a los que los dejaron de
seguir, el tiempo les ha demostrado que lo que realmente permanece son las
canciones que, en el caso que nos ocupa, han soportado en su mayor parte el paso
de los años. Eso sin olvidar el reducto de fieles que, año tras año, han
mantenido encendida la llama de la banda, haciendo apasionado proselitismo
hasta donde han podido. Solo queda que, tras esta gozosa confluencia, algunos
se queden y conozcan el repertorio de José Ignacio Lapido. Estoy seguro de que
les merecerá la pena.
1 comentario :
Completamente de acuerdo.
Un beso, Miriam G.
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