He leído por ahí que incluso el productor del último trabajo de Lori Meyers, Sebastian Krys, se ha visto obligado a mandar una nota de prensa para salir al paso de los ataques que ha recibido “Cuando el Destino Nos Alcance”, reciente último lanzamiento de los de Loja, por parte de determinados seguidores del grupo. No conozco el contenido de tales descalificaciones, aunque puedo imaginarlo, pero me parece exagerado que Sebastian hable de actitudes fascistas (una palabra que, al igual que "terrorismo”, se utiliza cada vez con mayor ligereza).
La primera vez que escuché el disco en cuestión me pareció estar ante unas remezclas del repertorio de siempre de los granadinos, algo que no tiene por qué ser en principio algo negativo. Me resultó chocante, y esto es algo con lo que supongo que el grupo contaba. Es una apuesta comercial, que duda cabe, un paso (valiente, hay que reconocerlo) en pos de acercar más público a su propuesta sin comprometer en exceso su esencia (valga el tópico); que les está granjeando no pocos sinsabores y que el tiempo dirá hacia dónde les lleva.
Los temas no sé si viajan en el tren equivocado, pero sí en un medio que les es extraño (el interludio en plan CSN&Y de “Ventura” es un auténtico remanso en su simplicidad). Estas producciones de pop comercial de base electrónica tienen eso: son efectistas per se, siempre luminosas, restallantes; todos los detalles, toda la complejidad que puedan albergar tiene como fin una asimilación inmediata. Ni orfebrería, ni riesgo en construcciones complejas, y momentos de respiro los justos: nadie cuenta ya con la paciencia del consumidor (¿o nunca habéis tenido la sensación de que tal CD no se lo podéis poner a ciertos amigos en el coche por no ser lo suficientemente impactante en un primer contacto?).
Tras varias escuchas me parece un buen disco en líneas generales, y, lo que es más importante, con tendencia a crecer. Hay composiciones notables: “Corazón Elocuente”, Motown vs. 80´s; o “Castillos de Naipes”, su encuentro con Manuel Alejandro. Y, aunque no superan el nivel de trabajos anteriores, conservan su ironía y continúan interesados en decir algo en sus canciones: no me parece un salto hacia delante (es un paso más), pero tampoco hacia atrás, y mucho menos un descalabro. Quizá, cuando se apuesta por el hedonismo envasado del electro-pop como fondo o marcados ritmos sintéticos ochenteros, el oyente de siempre espera (necesita) que las canciones en sí rocen la excelencia para compensar, y no es el caso, pero siguen siendo Lori Meyers.
Desde que surgieron, me han parecido, de largo, la banda de reminiscencias sesenteras más inspirada de la escena pop española, y aquí sobreviven esa inspiración y los estribillos memorables (“Mi Realidad”, “Rumba En Atmósfera Cero” o “Religión”). Composiciones, por otra parte, que puedo imaginar perfectamente con el sonido de siempre (no ha habido trasvase de década sólo vasos comunicantes, los sesenta siguen firmes en su cabeza). Además, digan lo que digan, siempre serán mucho mejores que La Oreja de Van Gogh.