11 enero 2013

CENA FAMILIAR

La cena transcurría en silencio ante un árbol de Navidad que hacía años que se guardaba con los adornos colgados; tras apretones de manos dubitativas, medias sonrisas, mensajes velados y abrazos que permitían mirar qué había en la tele mientras duraban. La cena transcurría en silencio tras la risueña discusión inicial acerca de la manera más conveniente de pelar las cigalas y colocar los cubiertos. Los platos pasaron de mano en mano y el vino de treinta y seis euros la botella fue recibido con vítores y escrutado con exceso de interés o desinterés. Los móviles de última generación se alineaban protagonistas en la repisa que rodeaba la televisión, desde la que el Rey lanzaba su mensaje anual totalmente atenazado por parecer natural. La cena transcurría en silencio mientras el funcionario se consideraba víctima de la crisis por haber visto su sueldo recortado y sus planes de gastos navideños chafados (secretamente se alegró de que ningún funcionario fuese a comprar en esas fiestas vino caro del que vendía la culpable empresaria). La cena transcurría en silencio y la cabeza de la empresaria ardía mientras pensaba en las deudas que le acechaban y en el sueldo fijo del culpable funcionario, por el que no parecían pasar ni los años ni los acontecimientos. La cena transcurría en silencio mientras el parado se sentía culpable y culpado mientras calculaba, escandalizado, el coste de lo que circulaba por la mesa y observaba apenado la soledad del coqueto pastel de carne, hecho por él mismo, que era su aportación anual. El fragor de los cubiertos aligeraba el peso del silencio cuando la chica de catorce años suspiraba por fumar y su primo de veinte maldecía a los presentes por su incapacidad para cambiar las cosas. El padre culpaba al parado y escanciaba palpando su dolor de estómago, y la madre sonreía y apretaba manos aquí y allá. En el momento del brindis final estallaron todas las copas.


Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".

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