25 junio 2012

QUEMARLO TODO

Procedió a escribir su columna diaria. El proceso era el de siempre, “quemarlo todo” lo llamaba él. Cazar al vuelo lo que pasaba por su cabeza. Teclear absolutamente todo lo que pensaba acerca del asunto del día gritando a la vez sus opiniones, lanzando insultos y todo el vitriolo de su mordacidad contra la pared de enfrente. Todo discurría velozmente, las ideas, las conexiones, las conclusiones, el café. El dedo acusador no temblaba. Las palabras saltaban a la pantalla entre faltas de ortografía, metáforas lacerantes y ominosas comparaciones. La crueldad formaba una sonrisa y una fuerza única galopaba por sus venas, empujando hacia la punta de sus dedos. 

   Pasada una media hora entre cigarrillos llegó el momento de corregir, ir eliminando esos errores ortográficos que poseían un vigor que solo él comprendía. Adecuar los caracteres al tamaño de la columna. Respirar hondo, reflexionar, repensar, recular, respirar hondo. Confirmar algunos datos. Retirar la mano de la ratonera. Evitar quedarse a la intemperie. Tratar de ser justo. No ser cruel. Ser agudo pero sin cargar las tintas. No cebarse en este o aquel. ¿Para qué crearse un enemigo pudiendo evitarlo? Suavizar. Relativizar. Guardar la ropa. Dar una de cal y otra de arena. Sin embargo, segundos antes de mandarla, decidió no guardar los cambios y enviar por una vez en su vida la primera versión.



Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".





1 comentario :

Céfiro dijo...

Hay días en que lo que apetece es eso: pegarle a bote pronto, tal y como llega, a la primera sin medir las consecuencias. A la mierda.