Procedió a escribir su columna diaria. El proceso
era el de siempre, “quemarlo todo” lo llamaba él. Cazar al vuelo lo que pasaba
por su cabeza. Teclear absolutamente todo lo que pensaba acerca del asunto del
día gritando a la vez sus opiniones, lanzando insultos y todo el vitriolo de su
mordacidad contra la pared de enfrente. Todo discurría velozmente, las ideas,
las conexiones, las conclusiones, el café. El dedo acusador no temblaba. Las
palabras saltaban a la pantalla entre faltas de ortografía, metáforas lacerantes
y ominosas comparaciones. La crueldad formaba una sonrisa y una fuerza única
galopaba por sus venas, empujando hacia la punta de sus dedos.
Pasada una
media hora entre cigarrillos llegó el momento de corregir, ir eliminando esos
errores ortográficos que poseían un vigor que solo él comprendía. Adecuar los
caracteres al tamaño de la columna. Respirar hondo, reflexionar, repensar,
recular, respirar hondo. Confirmar algunos datos. Retirar la mano de la
ratonera. Evitar quedarse a la intemperie. Tratar de ser justo. No ser cruel.
Ser agudo pero sin cargar las tintas. No cebarse en este o aquel. ¿Para qué
crearse un enemigo pudiendo evitarlo? Suavizar. Relativizar. Guardar la ropa.
Dar una de cal y otra de arena. Sin embargo, segundos antes de mandarla,
decidió no guardar los cambios y enviar por una vez en su vida la primera
versión.
Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".
1 comentario :
Hay días en que lo que apetece es eso: pegarle a bote pronto, tal y como llega, a la primera sin medir las consecuencias. A la mierda.
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