Segundos antes de que comenzase el partido estábamos entre el público, expectantes, respirando un ambiente sombrío, como de ceniza. Pero cuando el árbitro pitó el inicio corríamos por el césped en pos de un balón huidizo cuyo control se nos negaba. El equipo contrario nos marcaba con asiduidad y orden, y celebraba sus goles con medias sonrisas, carraspeos y apretones de manos. El terreno estaba embarrado, como hundido, y casi no podíamos avanzar; los rivales, con sus férreos marcajes, nos tiraban al suelo y si nos quejábamos al árbitro, éste nos echaba agriamente en cara nuestro comportamiento de antaño. Expiando nuestros pecados bajo una lluvia ahora pegajosa, mientras nos reprochábamos violentamente los unos a los otros, veíamos estrecharse la portería conforme nos acercábamos al área contraria, tanto que ante el lanzamiento de una falta, una barrera formada por decenas de defensores con el mismo rostro nos impedía siquiera intuirla. Ante la posibilidad de un córner, volvimos a ser público que sacando fuerzas de flaqueza animaba a su equipo ante el impertérrito desdén de un graderío granítico. Después, al ir a sacarlo, noté que la línea de fondo se alargaba mecánicamente, alejándome de la portería. Abrí los brazos desesperado ante el árbitro, y éste me dijo algo de medidas relativas, tanto para las porterías como para el terreno de juego; habló de una reunión, de un nuevo reglamento; se burló de mi desconocimiento y me sacó tarjeta amarilla por perder tiempo, aunque íbamos perdiendo. En un partido llamado a durar años que ni jugadores ni público teníamos posibilidad de abandonar.
Publicado en el nº130 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a la Eurocopa 2.012 y los rescates, llamado España-Grecia..
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