Vosotros
tendéis a reíros de todo lo que no comprendéis, o no habéis inventado. El Día
del Alcalde, es una tradición de nuestro pueblo a la que todos le tenemos
cariño, por lo menos el noventa por ciento de los dos mil habitantes que somos.
Además, es algo que se va transmitiendo de generación en generación, da lugar a
muchas e imaginativas celebraciones y propuestas, y conecta directamente con
nuestra idiosincrasia. De ahí nuestra intención de solicitar la declaración de
este día como Bien de Interés Cultural, así que ahorraros vuestras risas.
Pedro, el alcalde, es alguien especial, yo diría que insustituible para
nosotros; su carisma ha reducido la oposición a algo casi testimonial. A pesar
de la labia y presencia que tiene, él no se veía ejerciendo la abogacía, por lo
que se decantó por el servicio público. Es claro y directo, aunque suele
extenderse en los asuntos importantes; recuerdo ahora cuánto tardaba en
explicarnos a los niños que visitábamos el Ayuntamiento el significado de la
palabra “democracia”. Lo han tentado muchas veces para ir de senador o de
diputado autonómico, pero él siempre prefirió trabajar para los suyos. Aparte,
no ha cambiado nada en los treinta y cuatro años que lleva de alcalde. Todo ha
cambiado menos él.
El día del Alcalde surgió de manera natural,
y fue institucionalizándose con los años, con la sola voz en contra del
opositor de siempre, que se va a morir así, protestando solo y sin que nadie le
vote. Como un año la visita de los colegiales coincidió con el cumpleaños de
nuestro alcalde, la comisión por unanimidad eligió esa fecha, o el siguiente
día hábil, para posteriores ediciones.
Los padres ponían ropa nueva a sus hijos para tal ocasión, y algunos
llevaban incluso chaqueta, por lo que, dado nuestro gracejo natural, los niños
(y niñas) terminaron disfrazándose directamente de alcaldes para alegría del
regidor, que los saludaba con una reverencia y los sentaba en sus rodillas.
Algunos padres les pintaban bigotillo y colocaban insignias, sombrero de copa o
les hacían llevar un maletín. Tiempo después, tal día terminó siendo fiesta
local, por lo que las familias organizaban en casa pequeñas reuniones de amigos
y familiares en las que los infantes desfilaban disfrazados entre los
asistentes, para regocijo general. La fecha fue tomada como un peldaño en su
crecimiento, más relevante que la denostada primera comunión; por ello, se
instauró la costumbre de dar a los niños su primer dinero, que éstos recogían,
siguiendo la broma, con una mano pegada a la espalda para que no los viera
nadie, ocultando luego los billetes (casi siempre varios de cinco euros) con
disimulo en el bolsillo interior de la chaqueta. Este hecho, celebrado con
aplausos, culminaba la celebración de este día tan especial para nosotros y único
en el mundo.
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