22 marzo 2013

EL DÍA DEL ALCALDE

Vosotros tendéis a reíros de todo lo que no comprendéis, o no habéis inventado. El Día del Alcalde, es una tradición de nuestro pueblo a la que todos le tenemos cariño, por lo menos el noventa por ciento de los dos mil habitantes que somos. Además, es algo que se va transmitiendo de generación en generación, da lugar a muchas e imaginativas celebraciones y propuestas, y conecta directamente con nuestra idiosincrasia. De ahí nuestra intención de solicitar la declaración de este día como Bien de Interés Cultural, así que ahorraros vuestras risas. Pedro, el alcalde, es alguien especial, yo diría que insustituible para nosotros; su carisma ha reducido la oposición a algo casi testimonial. A pesar de la labia y presencia que tiene, él no se veía ejerciendo la abogacía, por lo que se decantó por el servicio público. Es claro y directo, aunque suele extenderse en los asuntos importantes; recuerdo ahora cuánto tardaba en explicarnos a los niños que visitábamos el Ayuntamiento el significado de la palabra “democracia”. Lo han tentado muchas veces para ir de senador o de diputado autonómico, pero él siempre prefirió trabajar para los suyos. Aparte, no ha cambiado nada en los treinta y cuatro años que lleva de alcalde. Todo ha cambiado menos él.


   El día del Alcalde surgió de manera natural, y fue institucionalizándose con los años, con la sola voz en contra del opositor de siempre, que se va a morir así, protestando solo y sin que nadie le vote. Como un año la visita de los colegiales coincidió con el cumpleaños de nuestro alcalde, la comisión por unanimidad eligió esa fecha, o el siguiente día hábil, para posteriores ediciones.     Los padres ponían ropa nueva a sus hijos para tal ocasión, y algunos llevaban incluso chaqueta, por lo que, dado nuestro gracejo natural, los niños (y niñas) terminaron disfrazándose directamente de alcaldes para alegría del regidor, que los saludaba con una reverencia y los sentaba en sus rodillas. Algunos padres les pintaban bigotillo y colocaban insignias, sombrero de copa o les hacían llevar un maletín. Tiempo después, tal día terminó siendo fiesta local, por lo que las familias organizaban en casa pequeñas reuniones de amigos y familiares en las que los infantes desfilaban disfrazados entre los asistentes, para regocijo general. La fecha fue tomada como un peldaño en su crecimiento, más relevante que la denostada primera comunión; por ello, se instauró la costumbre de dar a los niños su primer dinero, que éstos recogían, siguiendo la broma, con una mano pegada a la espalda para que no los viera nadie, ocultando luego los billetes (casi siempre varios de cinco euros) con disimulo en el bolsillo interior de la chaqueta. Este hecho, celebrado con aplausos, culminaba la celebración de este día tan especial para nosotros y único en el mundo.



Texto aparecido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".


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