El candidato contestó al teléfono. Era el
jefe de prensa del partido, una noticia había saltado. Tranquilo, no te
preocupes, le dijo, pero su voz sonaba pastosa, lastrada por el pavor, vencida
por el peso de una mentira tan evidente. Encendió la televisión y buscó el
mismo canal que le pidió encarecidamente que no buscase. Piérdete unos días, ve
a la montaña, pero no aparezcas ni por asomo por el apartamento de la costa,
insistió antes de colgar. En la pantalla, un periodista con un llamativo micrófono
señalaba la cancela de la urbanización de su apartamento en el pueblo costero.
Prefirió no activar el volumen. Se quedó mirando fijamente las expresiones
granujientas de aquel rostro, su exagerado lenguaje corporal.
Involuntariamente, alcanzó a leer algunas palabras en sus labios: presuntamente,
incómoda, pregón, estupor, vecinos. Después la conexión volvió al colorido
plató. El candidato se animó a subir el volumen mientras el presentador,
encerrado su gesto grave en un primer plano, anunciaba “… ha decidido contar su
verdad. La exclusiva puede ser escalofriante, pero aún hay que comprobar datos,
ojo, vivimos en un Estado de Derecho consolidado. Además, todavía no hemos
localizado al candidato. Ahora mismo me dicen que somos trending topic”. Posteriormente, acompañado de una salva de
aplausos, el primer plano se alejó del rostro y mostró los brazos extendidos
hacia delante y las manos abiertas, como si sostuvieran la esfera de cristal de
un futuro hipotecado.
El candidato dejó caer el mando a distancia y
se abandonó en el sofá. Reconstruyó el encuentro con aquel chico en la terraza
de verano la noche que leyó el pregón de las fiestas: la atracción, la desconfianza
inicial, los nervios, la conversación, la noche calma, la complicidad, las
caricias, el miedo, la sensación de vulnerabilidad de la primera vez, la
oscuridad y la postrera sensación de felicidad. Volvió a esos bellos instantes
en los que escuchó palabras dulces a su espalda que brotaban de un tenue
aliento, y sintió a la vez la fuerza y las caricias. Pero miró para atrás y los
vio. Habían viajado apretujados y con la mano tapándose la boca, cariacontecidos
y divertidos, hasta aquella alcoba tenuemente iluminada. Iban montados en el
pañuelo de colores de los medios de comunicación de interés general. Se reían y
miraban entre sí con ojos brillantes, pues todos parecían poder sacar tajada de
ese pequeño dormitorio: diversión, morbo, venganza, excusas, imagen, dinero, reconocimiento.
Allí estaban, pegados a la pared: la señora de la limpieza de su bloque,
adversarios y correligionarios políticos, los periodistas de las tertulias, los
tenderos de su barrio, transeúntes de aburrido pasear, adolescentes sin proyecto,
abuelos abandonados, empleados de banca, funcionarios… TODOS.
Publicado en el nº156 de la
revista de humor on line "El Estafador", dedicado al sexo anal.
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