26 febrero 2013

EL FIN DE LA CRISIS


A la mañana siguiente de que el Presidente del Gobierno apareciese en televisión dando formalmente la crisis por terminada, rodearon la manzana durante quince minutos hasta conseguir aparcar la envejecida furgoneta bajo la lluvia. Después entraron en la sucursal bancaria algo cansados, serios y cautelosos, sin rozarse siquiera. Ella iba unos pasos por delante, completamente ajena a su acompañante,  sin compartir el paraguas, cosa que a él no parecía importarle. Tras el amplio ventanal se les podía ver escuchando en silencio y con leves asentimientos las explicaciones de un chico joven trajeado que se acariciaba la corbata mientras sonreía, y se ponía muy serio cuando buscaba datos en el ordenador o miraba de reojo los gestos de su compañero de mesa. Ella parecía preguntar tímidamente de vez en cuando, a lo que el trajeado respondía cabeceando y sonriendo como un bobo en dirección a él.
 
 
Tras firmar incontables papeles salieron, quince minutos más tarde, llevando entre los dos, codo con codo,  una tele de plasma bajo la lluvia. Cada uno la cogía de un lado, él de la parte de abajo, ella de más arriba, avanzando como podía. Él guiaba la operación vociferando y del brazo de ella colgaba el paraguas, imposible de usar en esas condiciones. El encorbatado los acompañó solícito a la salida y les abrió la puerta con decisión, pero al comprobar el cariz de la lluvia que caía, escondió el brazo y les dijo adiós con la mano, como si fuesen a iniciar un largo viaje.

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