A la mañana siguiente de que el
Presidente del Gobierno apareciese en televisión dando formalmente la crisis
por terminada, rodearon la manzana durante quince minutos hasta conseguir
aparcar la envejecida furgoneta bajo la lluvia. Después entraron en la sucursal
bancaria algo cansados, serios y cautelosos, sin rozarse siquiera. Ella iba
unos pasos por delante, completamente ajena a su acompañante, sin compartir el paraguas, cosa que a él no
parecía importarle. Tras el amplio ventanal se les podía ver escuchando en
silencio y con leves asentimientos las explicaciones de un chico joven trajeado
que se acariciaba la corbata mientras sonreía, y se ponía muy serio cuando
buscaba datos en el ordenador o miraba de reojo los gestos de su compañero de
mesa. Ella parecía preguntar tímidamente de vez en cuando, a lo que el trajeado
respondía cabeceando y sonriendo como un bobo en dirección a él.
Tras firmar
incontables papeles salieron, quince minutos más tarde, llevando entre los dos,
codo con codo, una tele de plasma bajo
la lluvia. Cada uno la cogía de un lado, él de la parte de abajo, ella de más
arriba, avanzando como podía. Él guiaba la operación vociferando y del brazo de
ella colgaba el paraguas, imposible de usar en esas condiciones. El encorbatado
los acompañó solícito a la salida y les abrió la puerta con decisión, pero al
comprobar el cariz de la lluvia que caía, escondió el brazo y les dijo adiós
con la mano, como si fuesen a iniciar un largo viaje.
No hay comentarios :
Publicar un comentario