01 febrero 2013

CIBERINTERACCIÓN


En aquellos años no hubo poder, público o fáctico, que se resistiera a la llamada “ciberinteracción”. Consistió en el traslado a la vida cotidiana del “Me gusta” que se podía pulsar en algunas redes sociales. Algo absolutamente revolucionario, la “democracia real”, bramaban en las tertulias. La idea fue importada por algunas grandes superficies: tras pagar las compras realizadas, cada cliente tenía la posibilidad de presionar un coqueto botoncito con la leyenda “Me gusta/I like”, ampliada o sustituida según las diferentes lenguas de España, pero siempre con su opción en inglés y el posterior añadido en japonés, alemán, chino, etc.; hasta ofrecer a cada consumidor toda una alegre y luminosa botonera.


Los distintos gobiernos se precipitaron y zancadillearon para disponer este servicio en sus diferentes instalaciones y sedes. En algún caso, para una misma gestión el atribulado ciudadano tenía la opción de teclear los botones colocados por las tres o cuatro administraciones que habían intervenido en una misma tramitación (UE, Estado, CCAA, ayuntamiento…). Y pronto surgieron desestabilizadores rumores sobre las concesiones de los contratos de instalación de los interruptores.

 
Algunos sectores se resistieron al principio, pero cuando comprobaron que jamás se pondría a disposición la opción “no me gusta”, accedieron. Así se sumaron los bancos, aseguradoras, hospitales, colegios (sólo en inglés por lo de la segunda lengua y con un botón gigante en educación infantil, que los niños empujaban como divertimento una vez a la semana); las empresas para conocer la opinión de sus empleados, que podían ejercer esa facultad justo después de fichar, o incluso las comisarías, cuarteles y templos de las diversas religiones (o eso se decía).

 
A veces se pulsaba o no por sentido de la responsabilidad o por compromiso, otras por interés, venganza, miedo o desidia; en ocasiones como boicot o para ejercer presión política o laboral. La naturaleza humana, en su complejidad, sobrevolaba esos refulgentes pulsadores. Pero, en el fondo la gente, siempre tan fatalista, dudaba de la eficacia de aquellas botoneras, que incluso llegaron a venderse como regalo para niños pequeños o como procaces artículos de broma. Sobre todo cuando se supo que toda la información así recogida terminaba en el mismo edificio.
 
 
 
Publicado en el nº152 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a "I Like".

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