Aparecían en cualquier momento, paseando
abrazados y sonrientes, ocupando con su libertad toda la acera, enmudeciéndonos
para convertirnos durante aquellos largos segundos en mera figuración. Uno se
detenía ante un escaparate y tiraba del otro, le señalaba algo y juntos reían.
Los veíamos pasar en un descapotable que desconocíamos y que algunos sostenían
que era prestado o algo peor. Atravesaban la calle principal conversando
relajados, sacando los codos por la
ventanilla y fumando. Se besaban en la barra del bar. Se abrazaban tiernamente
en el portal mientras uno de los dos abría la puerta. Gastaban mucho más de lo
debido. Se pasaban la mano por la ropa y se hablaban al oído mientras hacían
cola. Se quitaban restos de pan de las comisuras de los labios cuando
almorzaban en un restaurante a la vista de todos. Nos miraban y saludaban
abiertamente y nosotros agachábamos la cabeza. Se guiñaban y parecían guiñarnos
a nosotros.
Y todos nosotros, que nos sentíamos
fotografiados por aquel inesperado guiño, estábamos siempre allí, detrás de una
red invisible, con la razón de nuestra parte, nuestro cónyuge, nuestras
mentiras y ese miedo que se coló un día en casa para ponerse nuestra ropa. Deseábamos
con todas nuestras fuerzas que desaparecieran, que se ocultaran de una vez. Hubiera
sido maravilloso imaginarlos, soñar que los espiábamos.
Publicado en el nº157 de la
revista de humor on line "El Estafador", dedicado al
espionaje.
No hay comentarios :
Publicar un comentario