06 marzo 2013

ÉVOLE


Todo está inventado hasta que aparece algo distinto. Jordi Évole ha desembarcado en el fárrago de los medios de comunicación con esa sencillez suya, capaz de superar vericuetos de oscuridades y componendas, en un país en el que el periodismo político se reduce cada vez más a entronizadas tertulias televisivas en las que, si llegas con el programa empezado, tardas en saber si ese invitado nuevo es periodista o político, y donde los que sí son conocidos desarrollan con oficio su manido papel de adaptar la realidad a sus tesis o intereses, deslizando que ellos sí saben pero que callan más de lo que hablan, que están en el ajo, y que la vida es más compleja de lo que piensa el ingenuo telespectador.

 

Évole viene del mundo del humor, lo cual en cierto sentido allana el camino (todo responsable de algo se siente obligado a demostrar que tiene sentido del humor), y ofrece una presencia real, de ciudadano medio que a la vez es un periodista al frente de un equipo muy documentado. Su programa, “Salvados”, es cada vez más riguroso y completo, menos anecdótico; algo que ha conseguido sin perder naturalidad, cercanía ni humor. Su finalidad es buscar el centro del problema, destripándolo y comprendiéndolo a la vez que el espectador; denunciando con argumentos y sentido; dejando la especulación y la manipulación para el resto. Visita a los personajes clave de cada asunto que su programa aborda y hace eso tan difícil por aquí de preguntar al entrevistado justamente lo mismo que le preguntarían los ciudadanos, cuestiones tan sensatas como certeras. Lo hace sin medias tintas, con amabilidad, incluso cordialidad, pero expresándose con claridad meridiana y mirando a los ojos mientras pone el dedo en la llaga; sin reclamar protagonismo queriendo parecer el más agudo de la clase o erigiéndose en voz de los oprimidos. El protagonista es el interpelado y el cuestionario desarrolla el engranaje preciso para llevarlo en dirección al meollo de la cuestión. Es claro, reales, no tergiversa. Pregunta y exige respuestas con profesionalidad, desde la sonrisa y una naturalidad desarmante. Su buen talante crea el clima propicio para que la otra parte explique sus razones sin sentirse ante un enemigo presto a zancadillearle.

 

Hay en su forma de encarar los distintos temas un halo positivo, un esfuerzo por conocer y escuchar al otro que le permite ofrecer, actualmente, la visión de la problemática que nos asola más cercana a la realidad. Lo cual valoro a estas alturas como un hallazgo casi revolucionario.

 

No sé cuánto tiempo durará. Más que temer, como tantos, la desaparición del programa, temo la atenuación de la mirada limpia, de la espontaneidad; de las ganas de conocer y considerar los acontecimientos dando cabida a todos los matices y aristas. Actitud que  ya le ha granjeado la incomprensión de algunos sectores y que produce situaciones curiosas, como que mucha gente tome de cada programa la parte más afín a sus intereses y se olvide del resto.

 

Somos una sociedad poco amiga de la verdad, al menos de la parte que nos resulta más difícil de cuadrar, que siempre existe. Por eso vivimos entre versiones oficiales a las que se contraponen otras que aspiran a serlo. Nuestro cada día más elevado nivel de politización nos empuja a quedarnos con lo que nos viene dado, con los trajes a medida que nos confeccionan para dulcificar nuestra conciencia y permitirnos generar opiniones tan rotundas como poco meditadas. Opinar pontificando, revestidos de una legitimidad equivalente a la deslegitimación que observamos en quienes no piensan como nosotros. Ese otro al que derribamos con un insulto y una acusación. Algo que por ahora debe ayudar a combatir “Salvados”. El mejor ejercicio periodístico en la España actual para averiguar la raíz de los problemas y reflexionar sobre ello.

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