La vida del
pez bandera transcurre entregada al diseño de una sinuosa travesía sin fin, por
tal de evitar indeseados roces con otras especies o elementos tóxicos que dejen
marcas indelebles en la bruñida y blanca identidad de su aleta superior, esa
que a veces brilla tan cegadoramente que rara vez vuelven a recuperar la vista
quienes se envuelven en su fulgor.
Excluyente e invasivo, expulsa de su gran boca a infinidad de organismos
que tienen su hogar en ella y atrae a sus fauces a otros muchos que quieren
tener su casa en otra parte. Sus dientes y su lengua ensalivan complejidades
hasta crear una masa uniforme y blanda, silenciosa y unívoca. Siempre jugando
con las mareas, dibuja fronteras con una cola a la que llama Libertad. Los
peces bandera patrullan su trozo imaginario de fondo de mar sin dejar de
mirarse, pero sin tocarse, odiándose en silencio o susurrándose amenazas;
pacientes y mentirosos. No se reproducen, son animales milenarios que,
obligados a vivir eternamente; a arder y a renacer; pelean a veces entre sí con
la absurda ilusión de poder aniquilar al otro (siempre el otro), escupiéndose
vidas y golpeándose con la cabeza, de la
que solo caen seres muertos e inermes que un día creyeron en ellos.
Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".
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