¿Cuánto se tarda en pronunciar ciento cuarenta caracteres, diez segundos? No puedo estar tomando café en una terraza con amigos y fabricar frases inteligentes y mordaces cada cierto tiempo para que duren tan poco. Es agotador. Luego no se te escucha entre todo el runrún insustancial circundante y tienes que repetirlas un par de veces, por lo que pierden todo el impacto y, claro, después no te vas a poner a escribirlas en la Red. Encima, su respuesta, su aprobación, dura un instante: alguna risa o algún leve comentario desganado mientras sus móviles no dejan de pitar. Qué desidia, qué forma de desperdiciar el empuje del pensamiento. Creo que todos bajan la guardia cuando apartan la mirada del ordenador. Entran en el absurdo sopor de toda esa gente que transcurre por el mundo como un fantasma desconectado, sin estar alerta de lo que pasa de verdad. Toda la mezcla de rutina y buen rollo de estos “cara a cara” puede conmigo. Los miro. Cuando llegue a casa les mandaré un correo privado a cada uno comentando esta velada con ironía e indulgencia, si siguen igual los eliminaré (clic). Y después me sumaré al vórtice global, a la verdadera realidad, para tomar el pulso a mundos interconectados que no paran de temblar, sintiendo el tiempo volar entre la fugacidad de fotografías oportunas, risas, mensajes incendiarios, comentarios agudos, insultos, apoyos, o audaces reflexiones cogidas por los pelos. Pero, ahora que lo pienso, no guardo mal recuerdo de aquellos lazos de amistad de antaño. Cualquier tertulia se resolvía con cuatro onomatopeyas y tres opiniones bosquejadas. Colgábamos nuestras teorías e interrogantes en el aire y pasábamos a otra cosa mientras el tiempo corría que se las pelaba, dejando sin embargo al pasar una leve caricia.
publicado en el nº138 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a las redes sociales.
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