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10 septiembre 2021

MENSAJE EN UNA BOTELLA (65)

LE MANS “Aquí vivía yo” (Elefant, 1998)




Algo vería Alejo Alberdi en aquellos cuatro donostiarras de Aventuras de Kirlian cuando se decidió a llevarlos a Madrid y producir su debut (“Aventuras de Kirlian”, (DRO, 1989)). La anomalía que suponían su militancia naif y sus ímpetus nuevaoleros para la época, trajeron consigo la consabida indiferencia de la discográfica; por lo que Peru Izeta (batería), Jone Gabarain (voz), Teresa Iturrioz (bajo) e Ibon Errazquin (guitarra), decidieron a finales de 1990, ya como Le Mans, y con Gorka Ochoa a la batería, pasando Peru a la guitarra, grabar un nuevo disco a su ritmo y con sus propios medios. Posteriormente, el sello Elefant se cruza en su camino definitivamente y, para enero de 1994, “Le Mans” ya está en la calle. Es un trabajo que continúa la tónica del anterior (no en vano la mayoría de las canciones pertenecen a aquella época), inaugurándose la era de las canciones indispensables con el elegante funk de “Un rayo de sol”. De todas formas reniegan de él.

Ese mismo año, “Entresemana” vino a mostrar las verdaderas intenciones del grupo. Asistimos a un cambio sustancial que hace discurrir los temas en medio de una delicadeza cautivadora; con un sonido eminentemente acústico, dotado de serenidad y poso por la recurrente presencia de violín y chelo. Se incorporan las cadencias bossa que el grupo explorará en el futuro, las cuales refulgen en “Canción de si tú me quieres”. Un sosiego que armoniza con una voz convertida ya en susurro tibio y plácido. Además, Teresa concreta esos textos en castellano de desdramatizada celebración de la cotidianidad que tantas ganas me dan de tomar café.




Tras su acercamiento a la música de baile con “Zerbina” (1995), llega la hora de “Saudade” (1996), donde la austeridad toma un cariz más circunspecto que nunca, con un sonido basado en guitarra española y chelo. Se acaba para siempre la inmediatez, manda la segunda escucha. Errazkin es ya un personaje imprescindible para el pop español de los noventa.

La despedida se fragua entre 1997 y 1998 a través de tres lanzamientos (dos maxis y un elepé), en cuyas portadas destacan cada una de las letras de la palabra “fin”. La “F” es “Mi novela autobiográfica” (1997), calidez y hastío, dulzura didáctica, inspiración y sequedad. La “I” pertenece a “Ying-yang” (1998): brillantez pop, tenuidad, destellos de bossa juguetona y experimentación.  




La “N” se corresponde con “Aquí vivía yo” (1998), y supone el colofón a esta enigmática, algo perversa y, finalmente, monumental despedida. De la austeridad se pasa al puzle sonoro, en un trabajo de auténtica orfebrería de estudio que no les resta sutilidad ni naturalidad. La guitarra española vuelve a tomar el mando, pero irrumpen percusiones de todo tipo, metales de otro tiempo subrayando lo justo, vuelos de órgano, piano, mandolina, programaciones y samples. Una genial convivencia de matices y estados de ánimo con los que la ambientación alcanza su plenitud (qué emocionante la belleza desprendida de la escueta despedida de “Sic transit gloria mundi”, con la voz de Josetxo Anitua). Así pues, Le Mans han pasado a formar parte del reducido olimpo de los grupos que prefieren desaparecer antes de repetirse. Hasta siempre.

 

 

Publicado en 1998 en la revista El Batracio Amarillo

07 septiembre 2021

MENSAJE EN UNA BOTELLA (64)

JON SPENCER BLUES EXPLOSION “Acme”(Mute-Everlasting)



Este trabajo sirve para clarificar un poco más la marca indeleble de una forma de entender el rocanrol. El lacerante cóctel de primitivismo blues, funk fracturado y crudeza sónica de costumbre, aquí se muestra pulido e incluso brillante. Es como un receso en el camino para reconsiderar lo ya recorrido y matizarlo; ahondar y reflexionar sobre ello. Indagan en sus posibilidades sin perder un ápice de impacto y frescura, ya que estamos ante una nueva consagración al ritmo: seco, abrupto y cortante. Subrayado por mezclas sagaces, scratches severos y guitarras sincopadas. Sin ser “Orange” (Crypt, 1994), viaja frenético del r´n´b al funky y viceversa, repostando en The Rolling Stones como medio y fin de su sonido. En “Do you wanna get heavy”, Jon Spencer va mutando de polvoriento crooner a desquiciado James Brown envuelto en sentidos coros góspel. Suenan depurados y esenciales en “Calvin”, “Magical colors” o “Torture”. Funden a Lou Reed con los Stones más lúcidos y Van Morrison que pasaba por allí en la excelsa “High gear”. Suenan obstinadamente setenteros en “Give me a chance” y se recuperan a sí mismos en “Attack”. Además, propinan tóxicas y generosas dosis de funk turbulento, como “Talk about the blues”, el saturado guiño a The Beastie Boys que es “Lovin’ machine” o “Bernie”. Como viene siendo habitual en sus grabaciones, el trío estadounidense vuelve a contar con un envidiable plantel de colaboradores: Steve Albini, Jim Dickinson, Calvin Johnson



Publicado en 1998 en la revista El Batracio Amarillo


29 agosto 2021

MENSAJE EN UNA BOTELLA (63)

SIX BY SEVEN “The things we make”(Mantra-Everlasting)



Como unos Spacemen 3 más terrenales o unos Codeine punzantes, el debut de este quinteto de Nottingham nos hace despegar mediante un muro sónico de guitarras que avanza uniforme, vibrando en primer plano y expandiéndose nocivamente a través del saxo y ese órgano tembloroso. Un viaje que deviene delirante y que tiene la facultad de detener el tiempo o, al menos, entretenerlo maravillosamente entre espesas capas de electricidad. En “A beautiful shape” aparecen gaseosos dibujos melódicos entre volutas de saxo y órgano; “European me” supone una elevación de electricidad contenida, cargada de lírica enfermiza y guitarras horadantes, tales como las de “Spy song”, que crecen en narcótico viaje sensorial, derivando en tormenta sónica. “Something wild” es un repente de accesibilidad frustrado por la tensión; “Brilliantly cute” apuesta por la rotundidad; la inmensidad de “Oh! Dear” deja escapar algo de luz, y en la desolada “88-92-96” llegan a recordarme a Come. La psicodelia de “Candlelight” suena algo manida para mejorar al hacerse incisiva; y queda sitio para el pop al gusto de los Mercury Rev más tangibles (“For you”). A la hora del aterrizaje, desconectan las guitarras en la evocadora “Comedown”.



Publicado en 1998 en la revista El Batracio Amarillo




26 agosto 2021

MENSAJE EN UNA BOTELLA (62)

NIÑOS MUTANTES “Mano, parque, paseo” (Astro, 1998)




Un paquete de canciones con inequívoca vocación pop, presentadas de forma tensa y ruidosa, sin apenas arreglos; recayendo toda la responsabilidad de su efecto en la inspiración melódica de los temas y en el tesón con que son interpretados. Una apuesta sonora certificada por la producción de Paco “Loco” Martínez, que va de la eficaz brevedad de “La fuerza” a la introspección de “Anillo”, desarrollando unos textos que son una auténtica exhibición de sentimientos a flor de piel. The Pixies se extienden por el efectivo vértigo de “Veneno-polen”, en la rotundidad de “Tormenta”, así como en “Caramelos” o “Katherine” (en las que, sobre todo en la segunda, reside la respuesta a lo que harían Los Brincos dentro del mare mágnum noise de los noventa). Esta influencia del pop español de los sesenta se hace también patente en otros cortes, como “Segesta” o “Isabelita”. ¡Ah!, y en “L.s.i.” se topan de bruces con los últimos Planetas.

 

 

Publicado en 1998 en la revista El Batracio Amarillo


08 noviembre 2019

091 “La otra vida” (Warner, 2019)


Si José Ignacio Lapido no estuviera desarrollando una carrera en solitario a tan alto nivel, hubiese experimentado una mayor curiosidad (o más bien temor) ante la posibilidad de un nuevo disco de 091. La continuidad creativa del compositor del grupo acrecienta el interés, pero desactiva un factor sorpresa que, al menos yo, no necesito para nada. No estamos ante un caso de reunión que retoma ideas que quedaron a medio hacer, secándose en el tintero: la posibilidad de trabajar todos juntos de nuevo se abastece de un caudal creativo que nunca ha menguado. Estamos, por tanto, ante un trabajo que está muy lejos de ser un ejercicio de nostalgia. Se ha evitado eso tan triste de imitarse a sí mismo; tomando para ello un camino más arriesgado (con un disco así, que poco va a aportar a la leyenda del grupo, se tiene mucho más que perder que ganar), que les libra de sonar impostados por el mero hecho de limitarse a complacer las supuestas expectativas del oyente. El autor del repertorio sigue en forma, y aquí, más que nada, solo es susceptible de cambio la forma de arropar los temas en el local (uno se imagina a más gente opinando, incluido un productor ajeno a la banda, el francés Frandol).

Cuando el seguidor se enfrenta a un disco con canciones nuevas de un grupo tantos años inactivo, suele caer en la tentación de colocarse mentalmente justo en el año de aparición de su último lanzamiento o, peor, en la fecha de publicación de su álbum favorito o del concierto aquel que le encandiló. No podemos evitar comparar, y terminamos confrontando unas primeras escuchas con un repertorio que posiblemente nos sabemos de memoria. Desde ese punto de vista, los resultados suelen ser decepcionantes o incluso patéticos, cuando el grupo trata de reproducir las intenciones y energía que le empujaban muchos años atrás (esa entelequia de recuperar tal cual la antigua complicidad generada por una banda en activo que gira y graba discos con regularidad). Afortunadamente no es el caso, aunque creo que se ha tenido presente más que en otras ocasiones el público potencial a quien va destinado este disco. Desde siempre he pensado que la coherencia es uno de los pilares de 091 (y su condena, me solía decir un amigo). Y es que es absurdo pretender estar en la misma situación física y mental que antes: no se es igual de luminoso, ni de enérgico, ni de furibundo; la ilusión es distinta y la dinámica creativa por fuerza debe ser otra: la de un tipo con veinticinco años más bagaje, con todo lo que eso conlleva. Se tienen más poso y oficio, eso sí. Ya no hay asomo de ingenuidad, y acaso un mayor descreimiento (ese descreimiento que cuando surge de una lucidez que quema lleva las canciones un paso más allá).



Los discos de Lapido/091 son un terreno fértil, muy ajeno a efectismos y recursos fáciles, a pesar de moverse en un espacio sonoro reconocible y clásico. Su versatilidad literaria y esmero compositivo burlan el lugar común, Y la música sabe arropar las letras con las justas dosis de solemnidad. Sé que las canciones se van a expandir (¿cuándo escribir sobre un elepé que sabes que va a seguir creciendo?), y sé también que, cuando menos me lo espere, algunas serán clásicos del repertorio de la banda: las de Lapido no son de las que se paran en seco y se archivan en la mente tras unas cuantas escuchas. Se van posicionando, abriéndose paulatinamente, sin prisas. Muestran detalles, recovecos, y al final descubres en ellas esa marca característica, su marchamo propio. Son composiciones cuyos pasillos gusta recorrer, acogedoras, vivas. Aunque no clasifiques ninguna entre las mejores del grupo, en el caso de que necesites hacerlo.

La incorporación de las teclas de Raúl Bernal es uno de los aciertos de esta aventura. Siempre ocupan su lugar con naturalidad. Se trata de un músico sobrio, poco amigo de recargar las canciones. Su presencia es tan persistente como discreta, subrayando, matizando, dialogando o llevando en volandas las composiciones. En “Soy el rey” su piano desprende aromas de Muscle Shoal, y en “Por el camino que vamos” (mi favorita a ocho de noviembre de dos mil diecinueve), los apuntes de sintetizador, a modo de terminaciones nerviosas del tema, recuerdan a The Who.

Las escuchas se suceden y se abren paso el sigilo y delicadeza folk de “Una sombra”, con esa leve irrupción del estribillo, tan evocador que hiere; o el riff resolutivo de “Condenado”. El primer single, “Vengo a terminar lo que empecé”, es un tema efectivo y rotundo, rápidamente reconocible, con partes instrumentales muy marcadas y reminiscencias glam. Acaso un empeño de la banda por dotarse de un nuevo himno para los directos. Yo me hubiese ahorrado la intro y la hubiera reservado para los conciertos. Habría reorganizado las piezas, empezando el tema directamente desde el estribillo. “Leerme el pensamiento” tira de eficacia y se acomoda en la influencia universal de The Byrds, contando con el sabor de The Band en el órgano. Como siempre, imágenes impagables: “Déjale propina al fauno”. El dúo formado por “Al final” y “Dejarlo morir” me recuerda directamente a los 091 más inmediatos (la armónica de José Antonio García en la primera me traslada vertiginosamente a 1986). Y “Naves que arden”, con su ADN tan 091, no anda lejos de los Wilco más pop.



Un trabajo, en definitiva, caracterizado por un sonido atemperado, meditado, sólido. Bien articulado, pero demasiado medido, como retenido por momentos; que en ningún instante parece dejarse llevar. No cruje, pero convence. Más que hallazgos hay confirmaciones, aunque aquellos tampoco faltan. Se cuida ese matiz que al principio pasa inadvertido, pero al cabo nutre y asienta la personalidad de cada tema, rescatándolo de la intrascendencia. Una colección muy apreciable, en mi opinión. Y eso que esta “otra vida” no está grabada por las mismas personas que eran hace veinticinco años.

15 noviembre 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (57)


DR. DIVAGO “Complejo Alquería Frailes 13” (Bonavena, 2018)

Siento envidia de ti, descreído lector que puede que conozcas poco o nada de Dr. Divago. Me gustaría volver a tener la oportunidad, que a ti se te presenta, de descubrir la ya larga trayectoria de la banda valenciana partiendo de este álbum. Si eres amante del  power-pop, la new wave o el pop de los sesenta, todo impecablemente interpretado en castellano por alguien con cosas que decir, no se me ocurre ningún grupo español que cumpla tus expectativas mejor que este. Así de simple.

“Complejo Alquería Frailes 13” significa para mí lo mismo que, en mayor o menor medida, todos sus discos anteriores: el reencuentro con una expresión muy personal desarrollada dentro de los cánones del pop más exquisito y enérgico, siempre en continuo crecimiento. Una banda, capitaneada desde siempre por Manolo Bertrán,  que sigue su propio camino y va pisando terrenos nuevos con paso prudente y seguro, absolutamente ajena a coyunturas y modas. Un espacio creativo que hace mucho desembocó en un universo propio y cada vez muestra un dominio mayor de sus posibilidades sonoras.



Un grupo, en definitiva, acostumbrado a revestir e iluminar con la necesaria lucidez textos muy por encima de la media, escritos con un gran dominio del idioma y cantados por una de las mejores y más personales voces de nuestro pop. Aquí regresan las guitarras punzantes, los estribillos certeros y la inmediatez sin fisuras; el chispazo punk o los suspiros psicodélicos de una formación que puede resultar tan angulosa como vaporosa. Incorporan al cable tenso de su repertorio la balada soul con eficacia (“Al cuarto día”), resultan exultantes en “Los pies en la tierra” con el reseñable subrayado de la trompa de Vanessa Juan y entretejen retazos de sonido fronterizo y swing en “Engáñame”. Desplegando madurez y recursos, juegan a su antojo con los silencios y el tempo, así ocurre con el subsuelo blues que recorre “El humor”, en la peculiar e hipnótica “El viaje largo” y su inesperada erupción setentera, o en “El tercer hombre en el ring”, magnífica evocación ambientada entre texturas y efectos de guitarras y armónica.

Amigo lector, estás ante un festín, no deberías desaprovecharlo.

12 noviembre 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (56)


ILEGALES “Rebelión” (La casa del misterio, 2018)


El último disco de Ilegales parece uno de esos conciertos a los que llegas tarde y te golpea directamente en la cara; y no es algo que me sorprenda, desde luego. Los Ilegales más reconocibles y auténticos se encuentran aquí, emitiendo un sonido sin ambages que se refleja en el largo espejo de su historia. Suenan libres y pendencieros, concentrados, urgentes, plenos de vitalidad; con ganas de dar guerra y con el orden y la precisión de siempre: Jorge Martínez siempre sabe a qué quiere sonar, y lo suele conseguir.



El punki exigente con su sonido que sabía tocar y limaba sus composiciones hasta que todo cuadraba en su cabeza calva, echa la puerta de este elepé abajo apelando a los riffs más eficientes del punk en “Si no luchas te matas” y “Mi amigo Omar”. En este zarpazo resuelto en menos de media hora, la música repta insidiosa sin dar tregua y es igual de incisiva que los textos: no sobran ni notas ni palabras. Jorge apuesta por la inmediatez y el esquematismo que son consustanciales a su concepto del rock, se queda con lo esencial, poda las composiciones hasta que constituyen el golpe directo, ese mensaje telegrafiado envuelto en una electricidad que te quema a la vez que se te escapa de las manos.  Pero esto no es óbice para introducir interesantes arreglos y dejar momentos expansivos entre el calambre de cortes como “No tanta, tonto”  u “Horóscopo”. “Tatuaje invisible” consigue que los Ilegales de siempre te recorran la espalda. Esos que se van sin despedirse después de serpentear sincopados y afilados por tu piel. Ahí está también “Mi copa y yo”, un tango llevado en volandas por el órgano a través de los sesenta, al que se le niega todo sosiego para lamentarse, constantemente asaeteado como está de tensión y electrocución. Por su parte, la colección psychobilly del Jorge más rocker crece y se reproduce en las neuronas del oyente con la advertencia de “Andad de día”. Por último, “El bosque fragante y sombrío” remite a ese Jorge Martínez que resulta luminoso mientras atraviesa la neblina. Al amigo de demorarse moldeando la evocación, con esa querencia por reflexionar entre detalles melódicos inasibles, empeñado en trabajar el sonido con sutilidad, sin recargarlo, insistiendo en el ajustado relieve que realza e incorpora esas cuerdas que hacen que este disco termine en un nivel muy alto.

30 octubre 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (55)


VVAA “PUÑALADA” (Sociedad Fonográfica Subterránea, 2018)

Un recopilatorio en directo de bandas noveles, si se hace bien, como es el caso, suele dar mucho de sí. Sirve para tomar el pulso a una escena musical en un momento determinado; o para conocer de verdad lo que se cuece en la ciudad desde el underground, cuya temperatura siempre aporta una información mucho más fidedigna que los risueños canales oficiales. Y, por supuesto, son documentos que en el futuro mostrarán, sin trampa ni cartón, las claves de cualquier grupo en sus comienzos, su latido inicial. 

“Puñalada”, el acertado título del recopilatorio que nos ocupa, me trae a la memoria cuando Danny Fields le puso una maqueta de  Los Ramones por primera vez a Lou Reed, en 1975. Lou estaba alucinado por lo que estaba escuchando, y no dudaba en afirmar que eran mejores que él mismo y Patti Smith. Danny, que le hablaba entusiasmado de las características de la banda afirmó que “dan justo donde duele”. Y eso es lo que ocurre en este certero vinilo que recoge, a razón de dos temas por cabeza, las grabaciones en vivo realizadas en la sala Planta Baja de Granada por seis grupos que, cada uno desde su puesto de francotirador, comparten afinidad por el rock de garaje y el punk. Seis miradas distintas entre sí, directas, sin ambages, que convergen en la inmediatez y la urgencia; disfrutando a la vez de un gran sonido, gracias a la grabación, mezcla y masterización de Pedro Izquierdo



PROFANS apuestan por la contundencia y la solidez high-energy de cariz australiano. Más preocupados que los otros por cuidar el tempo y los matices, ofrecen un tema propio y una versión del “I can´t stand it” de The Velvet Underground. PERRO MOJADO, la autodenominada “solución al histórico problema granadino con el punk’n’roll”, dan fe de ello e incorporan a su plan redentor la frescura arrolladora de URALITA Y LOS FIBROESQUELETOS. La guitarra de Antonio “El Deshollinador” (tan presente en Los Harakiri), demuestra su amplio bagaje aullando y serpenteando en ambas formaciones. LOS HARAKIRI, por su parte, dan una prueba más de todo lo que pueden llegar a ofrecer y de la solvencia demostrada en su disco de debut, adaptando al castellano con suficiencia el mítico “She does it right” de Dr. Feelgood. TSS-TSS, con Maca a la batería y voz (¡qué máquina!) y Casaño (guitarra y voz) nos sobrevuela con su punk atropellado, esencial e iluminado con su punto retrofuturista, que propulsa el “Nuclear sí” de Aviador Dro (aquella histórica primera referencia del sello DRO, en 1982). Y, por último, LAS CHICAS COCODRILO se benefician del empuje de The New York Dolls deslizándose hacia Los Ramones en los estribillos, como en el caso de su hitJohnny es un rompecorazones”, lanzado desde el “Jet boy” de los Dolls. Un vinilo para atesorar.

04 septiembre 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (54)


DOCTOR DIVAGO “El cuarto trastero” (Criminal records)



Con Doctor Divago estamos ante un perfecto mecanismo aglutinador de sonidos, épocas, e incluso actitudes; encauzadas mediante vitalistas ejercicios de pop en continua celebración de la melodía. Los valencianos, con ya cuatro elepés a sus espaldas, siempre me han parecido un grupo inspirado, directo y contagioso, pero con algo más; y ese algo es difícil de explicar. Puede ser el saludable y explícito espíritu New Wave que asoma en sus canciones, su ausencia de acritud, o el inusual dato de que tengan en Manolo Bertrán a un gran cantante (sé que es difícil de creer pero es así). Un cantante con voz clara, de perfiles bien definidos, huyendo de la bruma vocal al uso; aparte de singular letrista, reflexivo, irónico o surrealista, según se tercie. En este trabajo, más pop que nunca, vuelven a asumir con infinita fe lo más destacable del pop español de los sesenta (ya en el anterior incluyeron una versión de “Mi calle” de Lone Star), especialmente a Los Brincos, en temas como “Jugando a pillar en el limbo” o la inmensa balada “Srta. Alfa”. Suenan netamente radiantes ofreciendo lo mejor de la mencionada New Wave: coros, armónica, ritmos precisos o sincopados; órganos y pianos llenos de vitalidad; nerviosas guitarras o nítidos solos y punteos. La frescura melódica mil veces trillada y mil veces renacida. Un sonido arriesgado, por otra parte, ya que sólo es defendible con buenas canciones para evitar caer en lo manido y previsible. La eterna veta melódica de The Kinks se mezcla con Costello y los grupos españoles de los ochenta que mejor asimilaron ese sonido. En “Se me ha olvidado algo” aparecen 091, el estribillo de “Al revés” está impregnado de Nacha Pop, y en “¿Cómo estoy?” podemos reconocer incluso a Los Pistones. Dejan sitio, además, para momentos tan deliciosos y elaborados como “África habla con los peces”, o para incorporar algo del lirismo de Aute en “El cuarto trastero”.



Publicado en abril de 2000 en la revista El Batracio Amarillo.

31 agosto 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (53)


DIED PRETTY “Using my gills as a roadmap” (Citadel-Dock)



Poco había vuelto a saber de este grupo australiano desde que lo vi tocar en Granada  junto a Cancer Moon el domingo 27 de mayo de 1990. Gozaron de cierta notoriedad por aquí con elepés como “Free dirt” (Citadel, 86) y, sobre todo, “Lost” (Beggars Banquet, 89). En 1991 apareció, con más pena que gloria, “Doughboy hollow” (Beggars Banquet). Su sonido consistía en un pop muy elaborado, atmosférico, de temas largos y con frecuencia recargados; y un sentido dramático de la evocación algo épico, aunque efectivo. Ahora, casi diez años después, me encuentro con la agradable sorpresa de un trabajo tan digno como este, editado en 1998 por Citadel y este año por Dock en España. Me parece su mejor trabajo, el más intenso, como se desprende de “Slide song” o  She was”. Junto a Ron Peno y Brett Myers, han sobrevivido el juego de teclados o el cariz atmosférico, que toma derroteros electrónicos arrebatadores en “The daddy act” o percusivos en “Paint black, you devils”. Las guitarras, por su parte, van de ariscas a acústicas, en temas que se deslizan con la emoción de unos REM, tal que “Stay” o “Gone”, soltando todo tipo de lastre para quedarse en lo esencial.



Publicado en abril de 2000 en la revista El Batracio Amarillo.


30 agosto 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (52)


         THE BRASLIPS “The Braslips” (Fuckin’ explosion)



El debut de este cuarteto murciano llega en forma de CDep autoeditado, para ir más rápido. Un artefacto en plena ebullición desde el principio, inflamado de efectos de guitarra y latigazos de Minimoog, que quema en las manos antes de ponerlo y se acaba en un suspiro. Se abre con las turbinas sónicas de “I wanna live”, aunque su comienzo es una trampa acústica para poder saltar sobre el oyente; un tema que respira afterpunk acelerado con la urgencia existencial de los Hüsker Dü. Continúa con “Green like cannabis”, que avanza envuelta en espirales psicodélicas para mutar en un contundente y vertiginoso ataque de guitarras en picado, enmarañado y con una oscuridad cercana a The Sisters of Mercy. “I’m on heat” parte del punk de 77, pero visita las escarpadas regiones sonoras en las que vive Frank Black y se topa con los Manic Street Preachers más álgidos. Y casi sin dar tiempo a respirar aparece “Gotta kill your mother”, que es funk marciano, tecno exultante y desenfadado. Un debut fulminante, una fiesta que necesita continuidad ¡ya!.



Publicado en octubre de 1998 en la revista El Batracio Amarillo.

29 agosto 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (51)


PURR “Whales lead to the deep sea” (Prohibited Records)

Los franceses Purr (no confundir con los de aquí) abordan su sonido partiendo de los postulados de bandas como Slint o Tortoise. Desarrollan un articulado mecano instrumental de aire jazzístico; geometrías rítmicas que conforman un sonido que puede devenir en explosiones de rotundidad, llenarlo todo de serenidad, guardar silencio o resultar seco y cortante. Un lenguaje netamente instrumental que deja la voz en segundo plano, siempre en la cuerda floja.



Los mejores momentos son los de expansión instrumental, donde no paran de dibujarse paisajes inquietantes que siempre se liberan mediante escaladas de tensión. Temas que tienen que expandirse sin remedio, ya que están armados desde susurros, certeras pinceladas instrumentales que se van cargando de matices hasta desembocar en tormentas sónicas.



Publicado en octubre de 1998 en la revista El Batracio Amarillo.

27 agosto 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (50)


THE LITTLE RABBITS “Yeah!” (Rosebud)

Incrustados en el movedizo territorio que separa a Beck Hansen y Jon Spencer, estos franceses han pergeñado un elepé delirante y vivificador. Grabado en Tucson (Arizona) y producido por Jim Waters (Jon Spencer Blues Explosion, Sonic Youth o Jonathan Fire Eater), este “Yeah!” compone una magma sónico que discurre saturado, serpenteante, pantanoso por momentos, con la asfixiante agresividad de un Kim Salmon. Un disco enraizado en lo más caliente y primitivo del rock estadounidense, y en la fascinación del más exquisito pop francés; imbuido de guitarras, samples y desenfado. Cuenta con un inicio definitivo a cargo de “Yeah!” y “La piscine”, sin duda, la verdadera canción de este verano. La primera enumera todos los mitos estadounidenses a golpe de r’n’b vacilón, y la segunda va por el mismo camino produciendo un continuo contrapunto de órgano, armónica y scratchin’ , sobre un riff de guitarra irresistible. “In the bathroom” en r’n’b vía Ike Turner, y “Le blé dans les feuilles” es Gainsbourg saturado de scratchin’ y samples



Hay baladas crepusculares como “December”, o  melosas y cargadas de órganos (“Down here”). Nos asaltan comandos de punk palpitando tras guitarras desquiciadas o ritmos juguetones (“Casanova the ancient”, “Picnic boy” y “Red disk swimming in the blue sea”). Tensan, reordenan las raíces del rock norteamericano a lo Blues Explosion a base de ritmos abruptos, samples, disonancias y acoples con “Pity”; y suenan excitados y abigarrados cuando le cantan al amor (“L’amour”). Hacen lo que haría Beck con otro tornillo menos en la disonante “Nobody’s birthday party” o en el “Roller girl” de Serge Gainsbourg, clásico atacado con fruición, estrujado, despedazado y vuelto a construir sin alterar su esencia.



Publicado en octubre de 1998 en la revista El Batracio Amarillo.

21 agosto 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (49)


MASTRETTA

“HISTORIAS CON MÚSICA DE FONDO”

El cántabro Nacho Mastretta es ya un veterano de la escena pop española. Un superviviente que atravesó esa tierra de nadie que fueron los últimos años ochenta formando parte del grupo Las Manos de Orlac (posteriormente Las Manos), con los que grabó un par de elepés y obtuvo cierta notoriedad. En 1991 debutó en solitario con “La vida fácil”, editado por GASA, y rápidamente fue pasto del olvido.

Tras aquel planchazo han tenido que transcurrir siete años, en los que ha trabajado mayormente como técnico de sonido, para que una discográfica se interese por lo que guarda en su cuarto: decenas y decenas de temas pergeñados con la ayuda de un sintetizador, un pequeño sampler que almacena los sonidos más peregrinos (el ruido de una caja de fichas de ajedrez es un buen ejemplo), y una extensa gama de instrumentos de variada procedencia que entran y salen sin cesar de las canciones. De ahí han salido las grabaciones íntegras de su actual repertorio.



Highballito” (Subterfuge, 1998) es un CD-single de tres temas que sirvió para señalarnos, a mediados del pasado año, por dónde iban los tiros. Allí se concentran el ambiente fronterizo a base de moog de “Altercado en Puebla nº 6”; el encuentro entre Nino Rota y Augusto Algueró que supone “Háblame de mí”; o la superposición de ocho clarinetes que despliega en “Highballito”. Tres instrumentales con regusto a lounge music, y espíritu de continua experimentación.

Una vez hechas las presentaciones, le llega el turno a “Melodías de Rayos-X”, álbum editado también por Subterfuge dentro de su casposa colección “Música para un guateque sideral”. Una vez más, la infinita curiosidad de Mastretta hace que cualquier sonido tenga rápido acomodo en su fantasioso espacio creativo, un espacio que desconoce límites y que denota una vocación exótica, un aire de gozosa y libre individualidad, un regodeo artesanal. El disco atesora una estimulante gama de sonidos prestos para recrear otras tantas ambientaciones.



Aquí están el lounge fronterizo de “Laguna seca”, donde las temblorosas guitarras de Morricone y los silbidos del viento de la frontera llegan envueltos en papel de regalo; o el importante ascendiente de Nino Rota, destacando en la capacidad evocativa de “Sábanas blancas, cama estrecha” o en el ajetreo delirante de “Kid Chocolate”. Hay efluvios de jazz latino en “Mi cuarto de hora” y “Mosley”. En “El último habitante del planeta” se decanta por la bossa nova. “Dolor de crooner” y “Latin lover” son llevadas al terreno del bolero por clarinete y guitarra, respectivamente; y “Ojos rojos” nos inunda de nocturnidad con el saxo. “Andrea Doria” es un paseo por el fascinante mundo de Mancini, que cuenta con la aportación de Ana Belén susurrando coros con maestría. Y “Plaza de Callao” deviene en polca asfixiante.

Si lo escuchas, cuando hables de él olvidarás mencionar que se trata de instrumentales.



Reseñas del CD-single “Higballito” (Subterfuge, 1998) y del CD “Melodías de Rayos-X” (Subterfuge, 1998)
Publicado en Marzo de 1999 en la revista El Batracio Amarillo (disco del mes)

19 agosto 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (48)


ROYAL TRUX “Accelerator” (Domino)

Con este disco, el dúo estadounidense ha recuperado de pleno la capacidad de impacto, seriamente diluida en los últimos años; presentando uno de los trabajos más estimulantes de 1998, de tal forma que no hubiera podido tener la conciencia tranquila de no traerlo a estas páginas. Se han complicado menos la vida que en sus dos trabajos anteriores, eso se nota, y han entregado lo que mejor se les da: construcciones de rock con sabor clásico surgidas de las demoliciones que ellos mismos han propiciado.



Hay irresistibles himnos de guitarras cochambrosas y efectos instantáneos que recuperan toda la capacidad de jolgorio del r’n’b más sucio, tales como “I’m ready” y su horadante riff de guitarra o “The banana question”. Mezclan a la Velvet Underground más disonante con los Rolling Stones más arrastrados en “Yellow kid”; y en “Stevie (for Steven S.)” y “Liar” (esta a través de The New york Dolls), siguen incidiendo en el legado de los Jagger y Richard de principios de los setenta (¿otro destripamiento de “Exile on Main Street”?). “Another year” me parece una mezcla imposible de psicodelia descacharrante, folk emporrao y primitivismo a ultranza; “New bones” también circunda la psicodelia, en este caso espacial y chamuscada. “Juicy, juicy, juice” es funk fracturado en plena competencia con su antiguo compañero Jon Spencer; y “Follow the winner” es blues inyectado de góspel marrullero y rasposo.

Nueve temas que no se extienden más allá de la media hora, dejándonos con todas las ganas de conocer sus nuevos movimientos. En esta ocasión, nada que envidiar a la Blues Explosion.



Publicado en marzo de 1999 en la revista El Batracio Amarillo.

18 agosto 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (47)


COME “Gently down the stream” (Domino)



El cuarto álbum de estos bostonianos encabezados por Chris Brokaw y Thalia Zedek es un nuevo tratado de emociones basadas en la aspereza, en la tensión producida, no por aglomeración de sonidos sino por desgarro. Canciones sinuosas, tortuosas, empujadas a trompicones, a golpes de rotundidad entrecortada. Se trata de un elepé que precisa de una duración extensa para desarrollarse plenamente, para desenroscarse del todo.  Ensanchan su campo de acción hasta la hora y poco para dar cabida a composiciones largas, de intenso recorrido eléctrico, asaltadas por continuos y determinantes cambios de ritmo, dominadas por guitarras ejecutadas de forma percutante y enfática. Canciones que desprenden un hondo lirismo dramático y algo decadente. Sólo la oportunidad de escuchar cómo se despliega un corte como “Saints around my neck” hace imprescindible este trabajo, que en su conjunto discurre igual que el oleaje que destaca en la portada, pero turbio, muy turbio; como si cargara con todos los sentimientos que, como sedimentos, va arrancando.



Publicado en marzo de 1999 en la revista El Batracio Amarillo.

17 agosto 2018

MENSAJE EN UNA BOTELLA (46)


EL ESTADO Y LA HISTORIA

“LA TRANSFUSIÓN NECESARIA”


Supongo que preparar un material espaciado en el tiempo (durante años), debe dar la posibilidad de conocerse como autor, de comprobar si realmente se tiene algo dentro y de explorar de qué se trata. En caso de que haya algo, la consecuencia inmediata debería ser un sonido propio, alambicado tras años de natural asimilación de influencias y de maduración de ideas que no paran de flotar. Creo firmemente que es el caso de los granadinos José Sabio (voz y guitarras) y Antonio Vilches (sintetizadores y sampler). El primero fue cantante de los míticos KGB, y el segundo ya formaba parte de EEYLH desde hace años, enigmática actividad vanguardista que tenía a muchos buenos aficionados pendientes y esperanzados. Secundados por una suficiente representación del panorama local a cargo de los instrumentos convencionales de apoyo, EEYLH es una respiración agitada, una mirada, una atmósfera enrarecida por la presencia latente de una energía contenida y rabiosa. El sonido fluye con una naturalidad insultante; a la vez familiar y desconocido, genera una tensión orgánica y un punto anhelante que va a ser liberada a través de una profunda vocación melódica: estribillos que expanden el sofoco, turbulentos intersticios llenos de luz. Estamos ante algo que suena a propuesta, a reto.

Tras un primer contacto, los temas toman rápidamente posiciones, se desmarcan los unos de los otros a pesar de sus características comunes: un ambicioso entramado ambiental, minucioso y efectivo de sampleados y sintetizadores; matices de diversas tonalidades, abigarrados o dulcemente alineados, que garantizan una profundidad sonora intensa y viva, apoyada por instrumentos eléctricos y con el contrapunto casi permanente de una guitarra acústica especialmente presente y nítida, tan cercana que desarbola. mientras, la voz se intercala, como dejándose ir en una narración pausada y descriptiva, marcando con su mensaje críptico el devenir de la melodía en todo su contorno. Dotando de vida propia a unos temas mucho más heterogéneos de lo que cabía esperar; composiciones que son ante todo canciones, perfectamente defendibles en directo y en cualquier formato.



Desde el carácter doliente y adictivo de “Mercedes GM”, se respira un espacio distinto, una nueva velocidad que se adensa, expandiéndose a cada segundo; confirmados por el lirismo extremo, preciosista y minimalista de “Debajo de la piel”, medio tiempo intenso.  Estado de conciencia” conserva resabios de Sonic Youth en las guitarras, en otro ejercicio de tensión casi épica y sideral, una categórica espiral de solemnidad que enlaza con la excelsitud de “Salir mal” y “Derribar estatuas”. La primera con su aliento sombrío pero embaucador; la otra, convertida en hipnótico himno. Ambas con profundas pinceladas de cuerdas. El sencillo borbotear de “Eso es todo”, a pesar de la perenne desazón que imprimen batería y cuerdas disonantes; y el folk narcotizado de la irónicamente titulada “Ritmo”, conviven sin artificio con la pirotecnia rítmica de “El mejor”. Así como el latir expectante de fondo ajetreado de “Quieto” con el caos de “Quatro”. Y, finalmente, el dúo contrapone, ya sin apoyo externo, la placidez exótica de “El espejo” y “Discípulos”, ésta por derroteros plenamente electrónicos, con un cierto hieratismo que me lleva a imaginar lo que harían en la actualidad La Décima Víctima. El disco que he estado esperando en el último año. Sin duda.



Reseña del CD “Derribar estatuas” (Los discos de la conciencia, 2000)
Publicado en octubre de 2000 en la revista El Batracio Amarillo (disco del mes)