Si José Ignacio Lapido no estuviera
desarrollando una carrera en solitario a tan alto nivel, hubiese experimentado
una mayor curiosidad (o más bien temor) ante la posibilidad de un nuevo disco
de 091. La continuidad creativa del compositor del grupo acrecienta el
interés, pero desactiva un factor sorpresa que, al menos yo, no necesito para
nada. No estamos ante un caso de reunión que retoma ideas que quedaron a medio
hacer, secándose en el tintero: la posibilidad de trabajar todos juntos de
nuevo se abastece de un caudal creativo que nunca ha menguado. Estamos, por
tanto, ante un trabajo que está muy lejos de ser un ejercicio de nostalgia. Se
ha evitado eso tan triste de imitarse a sí mismo; tomando para ello un camino
más arriesgado (con un disco así, que poco va a aportar a la leyenda del grupo,
se tiene mucho más que perder que ganar), que les libra de sonar impostados por
el mero hecho de limitarse a complacer las supuestas expectativas del oyente.
El autor del repertorio sigue en forma, y aquí, más que nada, solo es susceptible
de cambio la forma de arropar los temas en el local (uno se imagina a más gente
opinando, incluido un productor ajeno a la banda, el francés Frandol).
Cuando el seguidor se enfrenta a un disco con
canciones nuevas de un grupo tantos años inactivo, suele caer en la tentación
de colocarse mentalmente justo en el año de aparición de su último lanzamiento
o, peor, en la fecha de publicación de su álbum favorito o del concierto aquel
que le encandiló. No podemos evitar comparar, y terminamos confrontando unas
primeras escuchas con un repertorio que posiblemente nos sabemos de memoria.
Desde ese punto de vista, los resultados suelen ser decepcionantes o incluso
patéticos, cuando el grupo trata de reproducir las intenciones y energía que le
empujaban muchos años atrás (esa entelequia de recuperar tal cual la antigua
complicidad generada por una banda en activo que gira y graba discos con
regularidad). Afortunadamente no es el caso, aunque creo que se ha tenido
presente más que en otras ocasiones el público potencial a quien va destinado
este disco. Desde siempre he pensado que la coherencia es uno de los pilares de
091 (y su condena, me solía decir un amigo). Y es que es absurdo pretender
estar en la misma situación física y mental que antes: no se es igual de
luminoso, ni de enérgico, ni de furibundo; la ilusión es distinta y la dinámica
creativa por fuerza debe ser otra: la de un tipo con veinticinco años más
bagaje, con todo lo que eso conlleva. Se tienen más poso y oficio, eso sí. Ya
no hay asomo de ingenuidad, y acaso un mayor descreimiento (ese descreimiento
que cuando surge de una lucidez que quema lleva las canciones un paso más
allá).
Los discos de Lapido/091 son un terreno fértil, muy
ajeno a efectismos y recursos fáciles, a pesar de moverse en un espacio sonoro
reconocible y clásico. Su versatilidad literaria y esmero compositivo burlan el
lugar común, Y la música sabe arropar las letras con las justas dosis de
solemnidad. Sé que las canciones se van a expandir (¿cuándo escribir sobre un elepé
que sabes que va a seguir creciendo?), y sé también que, cuando menos me lo
espere, algunas serán clásicos del repertorio de la banda: las de Lapido no son
de las que se paran en seco y se archivan en la mente tras unas cuantas
escuchas. Se van posicionando, abriéndose paulatinamente, sin prisas. Muestran
detalles, recovecos, y al final descubres en ellas esa marca característica, su
marchamo propio. Son composiciones cuyos pasillos gusta recorrer, acogedoras,
vivas. Aunque no clasifiques ninguna entre las mejores del grupo, en el caso de
que necesites hacerlo.
La incorporación de las teclas de Raúl Bernal es
uno de los aciertos de esta aventura. Siempre ocupan su lugar con naturalidad.
Se trata de un músico sobrio, poco amigo de recargar las canciones. Su
presencia es tan persistente como discreta, subrayando, matizando, dialogando o llevando en
volandas las composiciones. En “Soy el rey” su piano desprende aromas de Muscle
Shoal, y en “Por el camino que vamos” (mi favorita a ocho de noviembre de dos
mil diecinueve), los apuntes de sintetizador, a modo de terminaciones nerviosas del tema, recuerdan a The Who.
Las escuchas se suceden y se abren paso el sigilo y
delicadeza folk de “Una sombra”, con esa leve irrupción del estribillo, tan
evocador que hiere; o el riff resolutivo de “Condenado”. El primer single,
“Vengo a terminar lo que empecé”, es un tema efectivo y rotundo, rápidamente
reconocible, con partes instrumentales muy marcadas y reminiscencias glam.
Acaso un empeño de la banda por dotarse de un nuevo himno para los directos. Yo
me hubiese ahorrado la intro y la hubiera reservado para los conciertos.
Habría reorganizado las piezas, empezando el tema directamente desde el
estribillo. “Leerme el pensamiento” tira de eficacia y se acomoda en la
influencia universal de The Byrds,
contando con el sabor de The Band en el órgano. Como siempre, imágenes
impagables: “Déjale propina al fauno”. El dúo formado por “Al final” y “Dejarlo morir” me recuerda directamente a los 091 más inmediatos (la armónica de José
Antonio García en la primera me traslada vertiginosamente a 1986). Y “Naves que arden”, con su ADN tan 091,
no anda lejos de los Wilco más pop.
Un trabajo, en definitiva, caracterizado por un sonido
atemperado, meditado, sólido. Bien articulado, pero demasiado medido, como
retenido por momentos; que en ningún instante parece dejarse llevar. No cruje,
pero convence. Más que hallazgos hay confirmaciones, aunque aquellos tampoco
faltan. Se cuida ese matiz que al principio pasa inadvertido, pero al cabo
nutre y asienta la personalidad de cada tema, rescatándolo de la
intrascendencia. Una colección muy apreciable, en mi opinión. Y eso que esta “otra
vida” no está grabada por las mismas personas que eran hace veinticinco años.
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