Trescientos soldados
aferrados a sus armas cruzaron lentamente sus miradas después de observar
absortos y callados los cadáveres despanzurrados. Entre un intenso e
indefinible olor, un único pensamiento arrullador brotó como una flor de todo aquel
silencio: aquello no debería volver a suceder, pero ninguno era culpable de
nada.
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