Al ir a sacar dinero del cajero automático, confirmé
lo que dijo anoche el ministro en las noticias. Necesitaba retirar doscientos
euros para mi hija que salía esa misma mañana de viaje, pero el banco sólo me
concedió cien. Así sería cada día hasta nueva orden. Esperamos causar las
menores molestias, es un caso extremo, el momento más delicado de la crisis, anunció
el Presidente, situado a la derecha del ministro, ambos cariacontecidos,
mirando a la cámara como a un niño pequeño a punto de llorar y patalear. Tomé
los billetes y me fui a casa en silencio, ajeno al creciente tumulto que
rodeaba la sucursal. Calculé: de los cien necesitaba cerca de ochenta, el resto
se lo daría a mi hija. Mañana volvería al cajero, y así sucesivamente, ya que los
bancos estaban temporalmente cerrados. Si ella tenía ahorros o quien le
adelantase algo, bien, en caso contrario, ni idea.
No es el fin del mundo, traté de convencerme.
Recordé mi apoyo al nuevo gobierno. Mis airadas críticas al anterior desde mi Facebook o allí donde se terciase, ante
el asombro de mi esposa, que me pedía que me contuviese, aduciendo que mostrar
mis ideas en público me podía perjudicar. Pensé en aquella foto con el
candidato, ahora tan desdibujado, en su visita a nuestra ciudad. Me estrechó la
mano muy fuerte, más de lo que yo me esperaba, mientras me decía sonriendo que
ahora sí, que habían vuelto con las ideas claras y que todo volvería a la
normalidad. La fe se resquebrajaba, y me vino a la memoria la conversación con
mi amigo Luis, siempre crítico aunque respetuoso con mis opiniones. Escuché de
nuevo, ahora con amargura, cómo me hablaba de derrota. Decía que todo esto no
era más que una gran telaraña, que nacíamos derrotados y que, cumpliendo todas
las premisas, el común de los mortales sólo podía avanzar hasta un punto predeterminado.
Vivimos en un espacio delimitado de derrota latente, pero siempre presente,
afirmaba; y ahora sabemos que cuando todo va mal la derrota nos es colocada
sobre la mesa, perdiendo el falso colorido que la camuflaba para mostrarse en
crudo blanco y negro. Zarandean tu dignidad, patean tu amor propio; pierdes tus
derechos, tu dinero. El futuro de todos pende del hilo más caprichoso y las
perspectivas de cada cual son sustituidas por gente a la que no le tiembla el pulso.
Se altera la base de la convivencia sin el más mínimo rubor.
Llegando a casa estaba cada vez más
indignado, tenso, viendo la claridad que se desprendía de cada una de las
palabras de mi amigo. Me sentía más despierto que nunca, pero a la vez vulnerable,
rodeado de desierto. Sin embargo, mientras esperaba el ascensor cerré los ojos
y apareció el narcótico. Ese que reconstruye las piezas rotas, que abriga y
endulza la conciencia; que nutre de certezas cuando te sientes a punto de
naufragar. Respiré hondo mientras subía, y los dos lados de mi cabeza que se
hablaban a través de una ventana callaron. Uno de ellos se volatilizó,
llevándose consigo los matices, las dudas, las preguntas, los distintos puntos
de vista y las opiniones discordantes. Abrí la puerta y me dispuse a
tranquilizar a mi familia.
Publicado en el nº161 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado al "Corralito".
No hay comentarios :
Publicar un comentario