19 abril 2013

EL AUTOBÚS


La flota de autobuses fue renovada debido a la crisis (pocos, más grandes y con publicidad en su interior). Por eso nos alegramos tanto cuando, tras correr bajo la intensa lluvia hasta la parada, encontramos uno. Subimos y ocupamos los primeros asientos, estaba casi vacío. Pasaban los minutos y no se decidía a partir; el conductor avisaba de que no subía nadie más, pero desde la central le ordenaban que esperase. Por fin se cerraron las puertas (el frío se hacía insoportable) e inició su marcha. Poco a poco fue montándose gente en las distintas paradas. Empezábamos a acumularnos; con toda la ropa invernal apenas nos podíamos mover y el vaho dificultaba la visión. Desde altavoces situados junto a las nuevas pantallas de publicidad, una voz conminaba a los viajeros a avanzar hasta el fondo, según los sensores aún quedaban bastantes plazas libres. Algunos protestaron airadamente al conductor, pero éste les remitió a la dirección mientras continuaba admitiendo pasajeros.

 

De entre el tumulto surgió una mujer que comenzó a organizarnos, consiguió abrir un estrecho corredor por el que obligó a los más jóvenes a avanzar hacia el fondo, manteniendo agrias discusiones con quien se pusiera por delante. Yo estaba ensimismado escuchando música, me levanté levemente y una señora se deslizó en mi asiento, la miré y sus ojos me retaron. Una joven embarazada vio lo sucedido y fue en busca de la Jefa, que vino con paso raudo y obligó a mi amigo a dejar su sitio a la chica, ganándose en esta ocasión murmullos de aprobación del gentío. La acompañaba quien parecía ser su hija. Ambas fueron a explicar la situación al chófer. Éste no hacía más que encogerse de hombros y arquear las cejas. Mientras trataban de acercar posturas y cada bando decía entender la situación del otro, las dos consiguieron un espacio libre más o menos amplio junto a él, dándole conversación entre sonrisas. En la siguiente parada subieron ocho personas más. La Jefa elevó el tono para decir que no estaba dispuesta a admitir más gente sintiéndolo mucho “no tengo nada contra ustedes”, se disculpaba. Entre tanto, la voz de la central volvió a pedir a los usuarios que siguiesen avanzando hasta el fondo porque cabían más viajeros. La voz neutra apelaba a nuestro civismo y solidaridad.

 

La Jefa nos empujó de nuevo a los más jóvenes hacia el fondo, quitándonos incluso los auriculares para explicarnos que no quedaba más remedio y que eso era lo mejor para todos. Mi amigo y yo fuimos enlatados allí. Creo que perdí los cascos, y muchos codos se clavaron en mis costados adrede. Me costaba respirar y una chica empezó a gemir diciendo que se ahogaba, que no podía más. La Jefa le pidió tranquilidad y volvió a enzarzarse con el autobusero, éste le dejo un teléfono móvil y ella gritó algo acerca de “mi gente”. Colgó y nos obligó a dejar espacio a la chica. Era casi imposible, por lo que los chicos más ágiles treparon por las barras del techo para quedar allí colgados. Mientras la joven amenazaba con vomitar el autobús se detuvo. El viento había arrastrado un contenedor hasta la calzada. Hubo otra negociación y, como siempre me quedo mirando, me tocó a mí bajar con el conductor a aparatarlo. Estaba casi vacío, menos mal. Al terminar le dije que podía haberlo esquivado, a lo que contestó que quizá sí, pero que el miedo a rozar un vehículo nuevo  le atenazaba. Llegar a su destino con el autobús abollado o rayado le hubiese complicado mucho su futuro. Subimos y la Jefa me dijo sonriendo que no era necesario que volviera al fondo. Me gané quedarme delante con ellos, en una situación algo más desahogada. La Jefa, mientras, había formado un pequeño comité en el que destacaba un señor con paraguas.

 

Cada parada era una amenaza que dejaba a todos sin respiración, aplastados como estábamos. En la siguiente, alguien acreditado del comité gritó que habían bajado cinco personas. La Jefa declaró que podían subir única y exclusivamente cinco y el chófer se encogió de hombros otra vez. Subieron siete, ya que la voz neutra señaló que quedaba espacio para dos pasajeros más, por lo que fui enviado de nuevo al fondo. Una parada más adelante, la Jefa y su acompañante abandonaron el autobús tras despedirse larga y cariñosamente tanto del autobusero como de Paraguas, el cual procedió a apelar a nuestro civismo y solidaridad y a darnos nuevas instrucciones.
 
 
 
Publicado en el nº162 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a "El Sistema".

No hay comentarios :